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Brotaban las muchachas (Poema)

14 febrero, 2019 By amarias Dejar un comentario

No ignoro que es el día de los enamorados, fiesta comercial movilizada en torno a la figura de un tal San Valentín, del que se sabe tan poco que hasta la iglesia suprimió su advocación del santoral, teniéndolo por una creación imaginativa del medioevo, época en la que floreció la tendencia a inventarse leyendas ejemplares. Con santo o sin él, estamos ya en puertas de la primavera, como se puede advertir por la actividad de las aves de estas latitudes en buscar pareja y preparar sus nidos. Qué digo…no solo de los pájaros.

He revisado los seis libros de poemas que tengo recopilados hasta 2005 (Absueltos de todo don; Sin herencia precisa; No tenemos a nadie; Que nos proteja al caer; Con algo suave y Poemas de Encargo) y, buscando la palabra “amor”, la encuentro citada 75 veces. No son muchas, teniendo en cuenta además, que hay algunos poemas en los que se repite con insistencia. Entre ellos, me llamó la atención éste, del libro “Sin herencia precisa”, de 1990, que os brindo, queridos lectores y lectoras, con un solo objetivo: que lo disfrutéis, si así os parece.

2

Brotaban en la calle, a cientos, las muchachas,
anunciando su propia primavera,
brotaban entre risas, moviendo rápidas sus manos
explicando con gestos destinados a explicar otras cosas
lo que es el destino,
la confianza, el sordo amor, los frutos de los tiempos;
surgían como garzas, reclamos de falsa nata y flor,
palomas, atropellándose las risas las unas a las otras.
Salían del colegio con la lección del mes mal aprendida,
repitiendo a sus madres,
preocupando con su firme vagar a cientos de varones
pollos nostálgicos de usos incipientes,
ellas vírgenes en triunfo, ellos anegando sus ansias
en ríos de gozo y miel, libando angustias sin querer,
espléndidos aurigas encallando,
desconocedores aún del poder de la sangre,
mientras ellas -más sabias- les iban regalando esperanzas,
atinando a ciegas, azar, con sus deseos,
perdonando lujurias con sonrisas de monja,
enmelándolo todo.

Aquellas huestes ingratas, cuerpos sin control,
trabas atónitas al rubor del placer, a saltos y a montones
brotaban, brotaban, brotaban y llegaban
al umbral de las puertas, acercándose a la
ocasión de la tuya
-diablo cojuelo que no entiendes no bulles,
viejo verde que esperas amarillo que el tropel se detenga
acumulando reclamos, burdo genio vencido-.
Allí en el oscuro rincón, tremolado de ansias,
apostado en el fondo, estás tú,
hormiga león, cabrón, torvo cordero,
conteniendo al acecho
la respiración hasta la muerte,
nervioso como cualquier cazador,
concentras sentidos en captar el calor de esos cuerpos
hecho mano y manojos, turbio radar casero de esperanzas rendidas,
perceptor de esos ritmos latiendo muy cerca,
tan próximos que por poco te pierdes,
al imaginar que te son entregadas, entre rosas, riendo.

Brotan, van, brotaban muchas las muchachas.
Pero míralas pasar en tropel,
sin mirarte, ciegas, ajenas al poder que destruye,
deja crecer, comparte rico lo que aún no es de nadie,
declina sabio ese triunfo fugaz,
-una bomba incendiaria-
que explota actuando, mata, falso abrazo que con caricia aplasta.

Pasaron las muchachas,
tormenta de sal, langostas debidas al placer,
arrasándolo todo,
como nube de granizo,
sus cuerpos premios buscando destino,
dejando donde rictus, ansias,
alegrías donde juegos destrozados,
dejando por señal de amor, besos y ramas en las ruinas de sus dueños,
soledades de autor la noche del éxito, el sórdido fracaso,
antiguo amigo enloquecido y ronco
que nos desea suerte, mientras la gloria nos deja llenos de huellas del vacío.

(@angelmanuelarias, Sin herencia precisa, Opus 2, 1990)


Héla aquí. La ubicua bisbita común (anthus pratensis) observando, curiosa, al caminante desde un cable, sobre los pastizales en donde encuentra alimento. Las bisbitas, junto con las lavanderas, forman la familia de los Motacillidae, dos grupos de aves de patas largas, que les sirven, sobre todo, para corretear por el suelo, siempre atentas a algún insecto o pequeña semilla que engullir.

Las bisbitas son aves de color pardo, con el pecho listado de manchas pardo oscuro. Están identificados varios tipos de bisbitas, difíciles de distinguir entre sí para los no especialistas entre los que, desde luego, me cuento. Este ave pertenecía a la fauna que fotografié en una de mis muchas visitas a Villafáfila, -era primavera, en esta ocasión-. La sorprendí mientras circulaba por la carretera que conduce al Centro de Orientación de la población zamorana. Paré el coche en uno de los pocos desviaderos del camino, retrocedí unos pasos y allí estaba aún, impertérrita, absorta.

Archivado en:Actualidad, Poesía Etiquetado con:angel arias, bisbita, muchachas, poesía, San Valentín

Cuento de invierno: Amores lejanos

14 febrero, 2014 By amarias Dejar un comentario

Todos los años, la víspera del día de San Valentín, Desperato Solitudo enviaba más de doscientas cartas a otras tantas direcciones de gente que conocía.

A decir de verdad, no eran personas con las que tuviera una gran relación, en el sentido, de una relación de amistad profunda. Sabía cómo eran, -color del pelo, características del rostro, medidas básicas de su contorno corporal, algunas aficiones, …- y, obviamente, dónde vivían.

Si fuera compelido a expresar la profundidad de su conocimiento respecto a esas personas, se vería obligado a reconocer que tenían pocos secretos para él. Eso creía, al menos, Con tanto mimo, con tal intensidad y diligencia, había realizado su labor de investigación -desde tiempo atrás- que, se podría expresar que formaban, si fuera permisible hablar de ese modo tan peculiar, parte de él. Eran imprescindibles para su vida, formaban parte de su bienestar.

Hasta tal punto llevaba observándolas, anotando con sumo cuidado sus medidas más íntimas, sus gustos, cadencias, sus colores preferidos. Podía alardear de conocer los caracteres, no solo suyos, sino de sus amistades y, en no pocos casos, de sus conocimientos. Si se le permitiera repasar sus anotaciones, puede que en bastantes casos se encontrara la referencia de los lugares que frecuentaba y aquellos que -por razones que también se había preocupado de descubrir- procuraban evitar en lo posible.

Todas esas personas de las que Desperato guardaba tanta información tenían en común una característica: eran mujeres. Mujeres, no todas exactamente jóvenes, pero sí la mayoría. Algunas, jovencísimas.

Presiento que el lector, al llegar a este punto del relato, habrá esbozado una mueca de disgusto y habrá de inmediato dejado volar su imaginación hacia esos otros personajes, reales o imaginados, que han hecho de su obsesión por lo femenino un vicio inconfesable.

Un deseo frustrado de abarcar lo insondable, enfermizo, tópico, que ha conducido a tantos seres presos de su apetencia desgraciada a crímenes abominables, a violaciones absolutamente reprobables, a secuestros, a quién sabe qué horribles vejaciones o suplicios de las que las mujeres eran, en todos los casos, los sujetos pacientes, las víctimas, las desgraciadas.

Alto ahí. Desperato Solitudo era un observador conciso, educado, discreto, sagaz, pero en absoluto un vicioso. Desperato Solitudo era un profesional. Un gran profesional, en verdad.

Hora es ya que despleguemos la razón por la que este probo ser, tan pulcro en el vestir como diligente en la anotación de sus observaciones, estaba entregado a esa investigación del sexo o género femenino, que de las dos maneras tiende ahora a decirse, sin que se haya atinado a saber muy bien en qué consiste, si la hubiera, la diferencia.

¿Por qué más de doscientas cartas, qué decía en ellas, cuál era el sentido de enviarlas, precisamente, el día de San Valentín, que, como sabe hasta el escolar menos ilustrado de Primaria, es el Día de los Enamorados?

¿Estaba él, acaso, enamorado de más de doscientas mujeres? ¿Era un potencial polígamo, aunque solo fuera por arrebato de su imaginación calenturienta?

En absoluto, Desperato Solitudo era, repitámoslo, un tipo serio. Un buen trabajador, con un negocio floreciente, y, a pesar de la crisis, boyante.

Si antes de haber caído en el lastimoso resultado de una equivocada pesquisa, nos hubiéramos fijado en el letrero, luminoso por la noche, que anunciaba el negocio de Solitudo, hubiéramos comprendido mejor:

Decía: “Solitudo, fajas y sostenes a medida”.

Y lo que Desperato Solitudo enviaba, acompañando aquellas más de doscientos sobres cerrados, conteniendo otras tantas cartas, se supone que de amor o deseo, y que él no había escrito, sino que, simplemente, había anexado, -con toda pulcritud y delicadeza, cuidando los detalles-, eran cajas conteniendo las más diversas prendas íntimas. Bellísimas braguitas, calzones, sostenes, ligas o medias, que otros enamorados había elegido en tan señalada fecha. para regalar a sus amantes, novias, esposas

Lo que sí era de su coleto, era una tarjeta con el nombre y dirección de su comercio y la precisa indicación: “Al tratarse de prendas de uso personal, no se admiten devoluciones”.

FIN

Archivado en:Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado con:bragas, cuento, cuento de invierno, enamorado, ligas, medidas, prendas íntimas, regalo, San Valentín, sostenes

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