Al socaire

Blog personal de Angel Arias. La mayor parte de los contenidos son [email protected], aunque los dibujos, poemas y relatos tienen el [email protected] del autor

  • Inicio
  • Sobre mí

Copyright © 2021

Usted está aquí: Inicio / Archivos pararegalo

Cómico o ridículo (20)

4 marzo, 2017 By amarias 1 comentario

Todos lo hemos vivido así, o lo vivirán de ese modo. Se pasa de ser los más jóvenes, sin transición, a ser de los mayores del grupo.

Pertenezco a la promoción cultural de los que nos casamos poco después de terminar la carrera. No pretendo, al indicar este detalle, aprovechar para hacer un relato de las razones que nos movían, a poco de encontrar un trabajo remunerado, para organizar el proyecto vital. Pretendo solo presentar el marco personal con el que contar un par de anécdotas de mi época como profesor de la Escuela de Minas de Oviedo.

Desde 1972, y durante tres años, simultanée mi trabajo en Ensidesa con el de profesor encargado de dos cursos de la asignatura de Algebra Lineal. Eran tiempos de pluriempleo, y hoy no me duelen prendas en reconocer que ambas tareas lo eran a tiempo completo. Sumados ambos sueldos, ganaba una miseria, pero no era el dinero lo que me guiaba, -no lo apunto como mérito, sino como realidad compartida con otros muchos- sino catapultar la economía de la recién formada familia a zonas de confort.

Todos los días de la semana, de lunes a viernes, después de la jornada de Ensidesa (factoría de Avilés), que por fortuna para la compatibilización horaria, era continua, almorzaba apuradamente en en el comedor de la empresa, y, sin mucho tiempo para preparar las clases, me lanzaba a cuatro horas seguidas (dos por grupo) de permanencia en las aulas, ante un centenar de alumnos a los que seguramente no sacaba más de tres o cuatro años de media de edad.

Cuando me casé, en marzo de 1974, en pleno curso, no me atreví a pedir permiso por el feliz acontecimiento, y llevé a la que empezaba a ser mi paciente esposa, de viaje de novios de fin de semana, a Santillana del Mar, volviendo a tiempo para dar las clases del lunes.

No sería ese mismo lunes, pero, pongamos, el martes siguiente, María Jesús empezó a mostrarme sus habilidades culinarias con unos estupendos escalopines a la cayena. Estaban muy sabrosos, aunque los encontré algo picantes.

Llevaba apenas media hora de clase cuando me acometió un ardor indescriptible. Debo indicar, además, que las clases, en aquellas aulas inmensas, se desarrollaban con mucho apoyo escrito con tiza sobre encerados de pizarra, que era necesario borrar cada poco. Toqué el timbre, y apareció un conserje -supongo que sería Jesús, ya una institución por entonces, pues Mario aún no se había incorporado-.

-Por favor, tráigame un vaso de agua -pedí con un hilo de voz-

Al poco, aunque los minutos me parecieron siglos, llegó el deseado líquido, que ingerí de un trago.

Pero no se amortiguaba mi ardor, así que volví a tocar el timbre, y pedí otro vaso. Así terminé la primera clase.

Cuando al comienzo de la segunda clase del día, y a pesar de haber aprovechado el descanso de cinco minutos para abrevar como si me hubiera convertido en un camello a punto de cruzar el desierto, volví a pedir otro vaso de agua, Jesús vino con una jarra:

-No se qué te pasa hoy, pero tienes un incendio en el estómago.

Lo tenía. Cuando, por fin, terminé la jornada y María Jesús me ofreció cenar de los mismos escalopines a la cayena que tanto me habían gustado al almuerzo, me interesé por saber la cantidad de especie que había utilizado.

-Solo cuatro o cinco de los pimientitos -me reconoció-. Para que estuvieran más sabrosos.

Los grupos de Algebra de aquel año resultaron muy especiales. Había estudiantes excepcionales, en lo académico y en lo personal. Unas semanas antes de lo que acabo de recordar, comuniqué a mis alumnos que me casaba, y que seguramente me tomaría uno o dos días libres.

Al día siguiente, el delegado de uno de los cursos me entregó,  solemnemente, con el aplauso de la clase que, seguramente, habría participado en el regalo, junto a un aparatoso ramo de flores, un par de gallos de pelea de alpaca, que conservé hasta que, en una de las muchas mudanzas (ya se sabe que tres mudanzas equivalen a un naufragio) se me perdieron.

El grado de confianza o de cordial desvergüenza con aquellos (falsos) discípulos, quedó reflejado en la frase que grabaron en una de las figurillas. Era algo así: “Al profesor Arias, con el deseo de que nunca se pelee con su esposa”.

Pues, sí, fue premonitorio, jóvenes colegas de antaño. Cuarenta y tres años después, aquí estamos. Sin apenas rasguños. ¡Y mira que soy un tipo difícil…!


Esta pareja de carboneros garrapinos comparte lugar en el comedero del jardín comunitario. No lo tienen fácil, porque la competencia es mucha, y estas aves -de las más pequeñas del plantel de comensales- deben aprovechar momentos en que el lugar queda momentáneamente libre. Con preferencia, a primera hora del amanecer, 0 cuando el sol ya se ha ido bajo el horizonte de la manzana de casas. Con eso no quiero justificar la baja calidad de la foto, sino poner de manifiesto la complicidad y sagacidad de estos pequeños páridos.

Archivado en:Personal, Sociedad Etiquetado con:algebra lineal, alumno, boda, cómico, escuela de minas, flores, gallos de pelea, Oviedo, profesor, regalo, ridículo, santillana

Cuento de invierno: Amores lejanos

14 febrero, 2014 By amarias Dejar un comentario

Todos los años, la víspera del día de San Valentín, Desperato Solitudo enviaba más de doscientas cartas a otras tantas direcciones de gente que conocía.

A decir de verdad, no eran personas con las que tuviera una gran relación, en el sentido, de una relación de amistad profunda. Sabía cómo eran, -color del pelo, características del rostro, medidas básicas de su contorno corporal, algunas aficiones, …- y, obviamente, dónde vivían.

Si fuera compelido a expresar la profundidad de su conocimiento respecto a esas personas, se vería obligado a reconocer que tenían pocos secretos para él. Eso creía, al menos, Con tanto mimo, con tal intensidad y diligencia, había realizado su labor de investigación -desde tiempo atrás- que, se podría expresar que formaban, si fuera permisible hablar de ese modo tan peculiar, parte de él. Eran imprescindibles para su vida, formaban parte de su bienestar.

Hasta tal punto llevaba observándolas, anotando con sumo cuidado sus medidas más íntimas, sus gustos, cadencias, sus colores preferidos. Podía alardear de conocer los caracteres, no solo suyos, sino de sus amistades y, en no pocos casos, de sus conocimientos. Si se le permitiera repasar sus anotaciones, puede que en bastantes casos se encontrara la referencia de los lugares que frecuentaba y aquellos que -por razones que también se había preocupado de descubrir- procuraban evitar en lo posible.

Todas esas personas de las que Desperato guardaba tanta información tenían en común una característica: eran mujeres. Mujeres, no todas exactamente jóvenes, pero sí la mayoría. Algunas, jovencísimas.

Presiento que el lector, al llegar a este punto del relato, habrá esbozado una mueca de disgusto y habrá de inmediato dejado volar su imaginación hacia esos otros personajes, reales o imaginados, que han hecho de su obsesión por lo femenino un vicio inconfesable.

Un deseo frustrado de abarcar lo insondable, enfermizo, tópico, que ha conducido a tantos seres presos de su apetencia desgraciada a crímenes abominables, a violaciones absolutamente reprobables, a secuestros, a quién sabe qué horribles vejaciones o suplicios de las que las mujeres eran, en todos los casos, los sujetos pacientes, las víctimas, las desgraciadas.

Alto ahí. Desperato Solitudo era un observador conciso, educado, discreto, sagaz, pero en absoluto un vicioso. Desperato Solitudo era un profesional. Un gran profesional, en verdad.

Hora es ya que despleguemos la razón por la que este probo ser, tan pulcro en el vestir como diligente en la anotación de sus observaciones, estaba entregado a esa investigación del sexo o género femenino, que de las dos maneras tiende ahora a decirse, sin que se haya atinado a saber muy bien en qué consiste, si la hubiera, la diferencia.

¿Por qué más de doscientas cartas, qué decía en ellas, cuál era el sentido de enviarlas, precisamente, el día de San Valentín, que, como sabe hasta el escolar menos ilustrado de Primaria, es el Día de los Enamorados?

¿Estaba él, acaso, enamorado de más de doscientas mujeres? ¿Era un potencial polígamo, aunque solo fuera por arrebato de su imaginación calenturienta?

En absoluto, Desperato Solitudo era, repitámoslo, un tipo serio. Un buen trabajador, con un negocio floreciente, y, a pesar de la crisis, boyante.

Si antes de haber caído en el lastimoso resultado de una equivocada pesquisa, nos hubiéramos fijado en el letrero, luminoso por la noche, que anunciaba el negocio de Solitudo, hubiéramos comprendido mejor:

Decía: “Solitudo, fajas y sostenes a medida”.

Y lo que Desperato Solitudo enviaba, acompañando aquellas más de doscientos sobres cerrados, conteniendo otras tantas cartas, se supone que de amor o deseo, y que él no había escrito, sino que, simplemente, había anexado, -con toda pulcritud y delicadeza, cuidando los detalles-, eran cajas conteniendo las más diversas prendas íntimas. Bellísimas braguitas, calzones, sostenes, ligas o medias, que otros enamorados había elegido en tan señalada fecha. para regalar a sus amantes, novias, esposas

Lo que sí era de su coleto, era una tarjeta con el nombre y dirección de su comercio y la precisa indicación: “Al tratarse de prendas de uso personal, no se admiten devoluciones”.

FIN

Archivado en:Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado con:bragas, cuento, cuento de invierno, enamorado, ligas, medidas, prendas íntimas, regalo, San Valentín, sostenes

Cuento de invierno: Las calzas de Doña Presunta

26 diciembre, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

Se acercaba el cumpleaños de Doña Presunta, y su esposo, Don Precavido de Melindres, no tenía claro qué podría regalarle para tan singular ocasión. Los señores de Melindres disfrutaban, hasta ahora, de una posición desahogada (él era Pagador habilitado de clases pasivas). Para mayor abundamiento del bienestar de que gozaban, Doña Presunta era (había sido) hija única de los condes del Real Puente de la Carta Magna, y, aunque el título se había perdido, la dilecta señora había heredado un torreón vigía en los Monegros, que aún tenía vestigios de unas piedras que muy bien podían haber sido parte del escudo nobiliario de algún antepasado.

Don Precavido llevaba ya treinta y dos años teniendo un detalle con Doña Presunta, que fuera, al mismo tiempo, testimonio de imperecedero afecto hacia su cónyuge y alibi o tapadera de una afición que no estaba dispuesto a confesarle más que en su lecho de muerte. Porque, como tantos mentirosos, el Pagador habilitado cantaba en el sitio bendecido y ponía los jueves por la tarde sus huevos en otro diferente, actividad salutífera que le proporcionaba distracción en su aburrida existencia, a la que esta travesura dotaba de emoción y frescura.

Como Doña Presunta no era coleccionista ni aficionada a la ópera, los treinta y dos regalos de cumpleaños que jalonaban la vida en común con su farsante esposo, eran todos diferentes. Como Don Precavido concedía máximo valor a lo que perdura, no había llevado al hogar en tales momentos, tartas o bizcochos, o ramos florales, sino materia prácticamente imperecedera. Un año, fueron figuras de porcelana; otro, unos colgantes de oreja con las iniciales de ambos; aquel, un libro de recetas de cocina; para el décimo cumpleaños, una sortija con una falsa esmeralda, prácticamente verdadera. Y así, siguiendo.

Pero aquel año a Don Precavido se le agotaron las ideas. Por más que discurría, no se le antojaba nada conveniente. Y cuando estaba ya a punto de vencer el plazo, preguntó por una sugerencia a su amante de tantos años, a quien, para respetar la intimidad de la señora, viuda en la actualidad y, cómo no, respetabilísima, llamaremos por el seudónimo de Doña Agraciada.

-Regálale unas medias -fue la escueta orientación.
-¿No será poco? Piensa que Presunta es exigente -replicó Precavido.
-No hablo de unas medias cualesquiera, sino de unas que tengan dibujos atrevidos y de esas que se ajustan con liga en los muslámenes.- siguió Agraciada, dándole a la rueda.

Don Precavido se quedaba ya a punto de convencer mientras se ajustaba el cinturón. Y, recogiendo el maletín con las notificaciones de pensiones y nóminas que le habían quedado por repartir, habló desde la puerta, dando un beso a Agraciada en el pómulo derecho.

-No tengo yo gusto para esas cosas. Comprámelas tú, que ya te las pagaré. Y haz que te las envuelvan para regalo.

Todo sucedió como estaba acordado. Y el día del cumpleaños, Don Precavido entregó a Doña Presunta un paquete primorosamente adornado con una cinta de colorines, en cuya cima se había pegado una etiqueta que rezaba: Felicidades.

Doña Presunta recibió el paquete con alborozo, pues, como a todo quisque, le gustaban los regalos. Lo abrió sobre la marcha, y dejó al descubierto unas calzas de las que llegan hasta la parte más alta del muslo, con sus ligas propias, de puntillas, y hechuras tales que componían un entramado o dibujo que se podía considerar damasquinado.

-¡Qué preciosidad, Preca! ¡Qué gusto tienes! -decía la buena señora, dándole ósculos a diestro y siniestro al cornachuelo.
-Pues póntelas, nena -apuntilló el gaznápiro- Y salgamos prestos a lucir esas piernas de corista. Que te las vean, mi pelandusquina, que te vean.

Cuando Doña Presunta empezó a meterse las gambas en las calzas, una tarjeta de esas que dicen de visita se cayó de una de las medias, en donde, al parecer, estaba oculta. Sin necesidad de ponerse las gafas, pues Dios le había conservado buena vista para las cosas en donde no se precisan imaginación ni entendederas, la buena mujer pudo leer en voz alta lo que creía que era una expresa felicitación para su cumple:

“Donde terminan estas medias empieza, entera, mi dicha. Tu palomo procaz.”

Y, entonces, solo entonces, Precavido se dio cuenta que aquellas mismas medias habían sido, años ha, uno de sus regalos de amante encelado a su Agraciada.

Aguantó, impávido, el empuje desatado en Doña Presunta, que les llevó a ambos a caer, abrazados como una madeja, sobre la cama. Y mientras se debatía, azorado, entre las sábanas, se preguntaba el infeliz qué demonios le habría querido significar, creando aquel entuerto, la que había sido, al menos hasta entonces, su más querida.

Porque tuvo claro que aquellas calzas a Agraciada no le habían gustado, o no entendía porqué, si no, las tenía que haber puesto a circular por la tranquilidad de su hogar de tan aviesa manera.

FIN

Archivado en:Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado con:Agraciada, calzas, cama, clases pasivas, cuento de invierno, cuernos, cumplaños, medias, mensaje, nobiliario, pagador habilitado, pasión, Precavido, Presunta, regalo, sex appeal

Entradas recientes

  • Nací con vocación de emigrante (Poema)
  • Del Diario de un Hombre Educado (Poemas)
  • Salvados por la UME
  • Frail democracies (Débiles democracias)
  • Elogio y servidumbre del centro
  • No hay mejor momento (Poema)
  • Son todos muy jóvenes (Poema)
  • Entendiendo mejor el Cáncer de vejiga
  • Un soneto tempranero
  • Si no me conocéis, este es mi nombre (Poema)
  • Falsa alocución de Navidad de Felipe VI en 2020
  • ¿Qué fue del grafeno?
  • Para empezar, aconsejo un caldo calentito (Poema burlesco)
  • Escribiría un poema de amor esta noche (Poemas)
  • Infantilismo, pasotismo y Alzheimer en la política española

Categorías

  • Actualidad
  • Administraciones públcias
  • Administraciones públicas
  • Ambiente
  • Arte
  • Asturias
  • Aves
  • Cartas filípicas
  • Cataluña
  • China
  • Cuentos y otras creaciones literarias
  • Cultura
  • Defensa
  • Deporte
  • Derecho
  • Dibujos y pinturas
  • Diccionario desvergonzado
  • Economía
  • Educación
  • Ejército
  • Empleo
  • Empresa
  • Energía
  • España
  • Europa
  • Filosofía
  • Fisica
  • Geología
  • Industria
  • Ingeniería
  • Internacional
  • Investigación
  • Linkweak
  • Literatura
  • Medicina
  • mineria
  • Mujer
  • Personal
  • Poesía
  • Política
  • Religión
  • Restauración
  • Sanidad
  • Seguridad
  • Sin categoría
  • Sindicatos
  • Sociedad
  • Tecnologías
  • Transporte
  • Turismo
  • Uncategorized
  • Universidad
  • Urbanismo
  • Venezuela

Archivos

  • enero 2021 (5)
  • diciembre 2020 (17)
  • noviembre 2020 (9)
  • octubre 2020 (5)
  • septiembre 2020 (5)
  • agosto 2020 (6)
  • julio 2020 (8)
  • junio 2020 (15)
  • mayo 2020 (26)
  • abril 2020 (35)
  • marzo 2020 (31)
  • febrero 2020 (9)
  • enero 2020 (3)
  • diciembre 2019 (11)
  • noviembre 2019 (8)
  • octubre 2019 (7)
  • septiembre 2019 (8)
  • agosto 2019 (4)
  • julio 2019 (9)
  • junio 2019 (6)
  • mayo 2019 (9)
  • abril 2019 (8)
  • marzo 2019 (11)
  • febrero 2019 (8)
  • enero 2019 (7)
  • diciembre 2018 (8)
  • noviembre 2018 (6)
  • octubre 2018 (5)
  • septiembre 2018 (2)
  • agosto 2018 (3)
  • julio 2018 (5)
  • junio 2018 (9)
  • mayo 2018 (4)
  • abril 2018 (2)
  • marzo 2018 (8)
  • febrero 2018 (5)
  • enero 2018 (10)
  • diciembre 2017 (14)
  • noviembre 2017 (4)
  • octubre 2017 (12)
  • septiembre 2017 (10)
  • agosto 2017 (5)
  • julio 2017 (7)
  • junio 2017 (8)
  • mayo 2017 (11)
  • abril 2017 (3)
  • marzo 2017 (12)
  • febrero 2017 (13)
  • enero 2017 (12)
  • diciembre 2016 (14)
  • noviembre 2016 (8)
  • octubre 2016 (11)
  • septiembre 2016 (3)
  • agosto 2016 (5)
  • julio 2016 (5)
  • junio 2016 (10)
  • mayo 2016 (7)
  • abril 2016 (13)
  • marzo 2016 (25)
  • febrero 2016 (13)
  • enero 2016 (12)
  • diciembre 2015 (15)
  • noviembre 2015 (5)
  • octubre 2015 (5)
  • septiembre 2015 (12)
  • agosto 2015 (1)
  • julio 2015 (6)
  • junio 2015 (9)
  • mayo 2015 (16)
  • abril 2015 (14)
  • marzo 2015 (16)
  • febrero 2015 (10)
  • enero 2015 (16)
  • diciembre 2014 (24)
  • noviembre 2014 (6)
  • octubre 2014 (14)
  • septiembre 2014 (15)
  • agosto 2014 (7)
  • julio 2014 (28)
  • junio 2014 (23)
  • mayo 2014 (27)
  • abril 2014 (28)
  • marzo 2014 (21)
  • febrero 2014 (20)
  • enero 2014 (22)
  • diciembre 2013 (20)
  • noviembre 2013 (24)
  • octubre 2013 (29)
  • septiembre 2013 (28)
  • agosto 2013 (3)
  • julio 2013 (36)
  • junio 2013 (35)
  • mayo 2013 (28)
  • abril 2013 (32)
  • marzo 2013 (30)
  • febrero 2013 (28)
  • enero 2013 (35)
  • diciembre 2012 (3)
enero 2021
L M X J V S D
 123
45678910
11121314151617
18192021222324
25262728293031
« Dic