Son tantos los problemas pendientes de solución en España que el que Madrid lleve tres días sin que se recoja la basura tiene que ser visto, si alguien se pudiera jactar de tener el Estado en la cabeza, como un tema menor.
No he conseguido aclararme muy bien sobre lo que se discute en este concreto caso. He oído y leído demasiadas contradicciones, producto, sin duda, de intereses de parte. Por ejemplo, que las empresas concesionarias pretenden implantar un ERE por el que se reducirá el salario de los recolectores a 650 euros/mes y también que hay actualmente conductores de los vehículos de recogida de esas mismas empresas que ganan más de 3.500 euros por su mesnada.
He visto con mis propios ojos a varios tipos que volcaban contenedores, o esparcían basura por las aceras. En la televisión, se ofrecieron imágenes de recipientes y coches incendiados y no faltaron afirmaciones que acusaban de intolerancia, mala gestión y otros patatines y patatanes.
Lo de los residuos de Madrid no es tanto un problema de castas (ya ni siquiera en la India los recolectores de la mierda de otros son considerados gentes de inferior categoría, y no digamos en estos predios, donde la gente se puede llegar a matar por un puesto fijo en una empresa de servicios públicos y qué decir si se trata de ser concesionario de la llamada eufemísticamente recogida separativa de residuos y enseres, que a algunos ha hecho muy ricos).
Es un tema de árbitros.
Alguien podría pensar que es también un problema de equipos, o de jugadores o de reglas de juego, pero me obstino en afirmar que los sujetos clave son los árbitros.
En los residuos, como en tantos temas, faltan en España autoridad, transparencia y… árbitros. Desde luego, que haya una huelga de un servicio de primera necesidad y que, sindicados o por libre, unos individuos se dediquen a ensuciar más las calles, vertiendo basura por su cuenta, es una anomalía del sistema, es un desprecio a los demás, una piltrafa social.
Como lo es también que haya empresas que se enriquezcan desmesuradamente con la ejecución de esta actividad básica, para la que, dicho sea de paso, tampoco hace falta ser un virtuoso: barrer, recoger, retirar donde no se vea, lo que muchos no quieren; tal vez, seleccionar lo que aún es válido; puede que quemarlo si sabemos cómo sin que los humos nos delaten.
Falta credibilidad, solvencia y… arbitraje.
Ya hemos renunciado a que alguien, o incluso un equipo, pueda tener los problemas más acuciantes del país en la cabeza. Son demasiados y los complicamos a diario: pérdida de credibilidad de las instituciones (corrupción, latrocinios, engaños, etc.), decadencia hacia el caos en los sectores sanitario y educativo (por hablar de dos de los básicos), paro incontrolable por pérdida múltiple de rentabilidad en los más variados campos, intenciones separatistas que se pueden referir (seguramente) a egoísmos inconfesables, inseguridad jurídica en no pocos asuntos (largos plazos justicieros, dependencia del factor humano en las resoluciones judiciales, politización del Derecho, obsesión legiferante, etc.),…
En este panorama, no me preocupa que el PSOE, en IU, en UPyD o en el PP haya primarias. Son temas de partido, o sea, de equipos. A muchos ciudadanos de nuestro país, que somos los que nos la estamos jugando, lo que nos importa es que haya, no primarias ni primarios, sino buenos secundarios y terciarios. En masculino o en femenino.
Que esos secundarios, hoy ocultos, tomen de una vez el poder y nos convenzan de que son capaces de hacer un buen arbitraje, con solvencia y por encima de las castas. De las castas y de los que no son castos, en el sentido de los que son corruptos, vagos, ineficaces.
Porque necesitamos barrer los residuos de las demasiadas incongruencias que nos están impidiendo solucionar lo principal, que es mantener limpio el escenario, para que podamos trabajar, y se dejen ya de volcar los contenedores con la mierda.
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