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Mi Diccionario desvergonzado: abajo, barullo, sentimiento, tele, vómito, anestesia, aún, beso,

17 septiembre, 2014 By amarias Deja un comentario

Abajo. Sótano o parte inferior de algo, aunque referido al cuerpo de una persona, suele señalar los genitales.

Anestesia. Líquido que se inyecta en vena a alguien que va a ser sometido a una operación quirúrgica y que, a tenor de los amplios testimonios recogidos, le permite ver luces y colores y oir voces ininteligibles, entendiéndose por ello, como demostración de lo que cabe esperar tras la muerte.

Aún. 1. Adverbio temporal por el que se expresa la expectativa de que se produzca algo, a pesar de todas las apariencias desfavorables. 2.  Forma escueta, usada también como interjección,  de expresar que se está hasta las narices de que persista la situación que nos resulta desagradable.

Beso. 1. Saludo del varón a la mujer a la que conoce tanto mucho como nada, sustitutivo del apretón de manos, fórmula utilizada entre varones, costumbre social que pone en evidencia la desconfianza que tienen éstas sobre la limpieza de las manos masculinas. 2. Expresión de arrebato pasional, típico entre adolescentes y en relaciones extramatrimoniales, que, de seguir por ese camino, puede conducir a algo digno de mención. 3.  Entre los diversos modismos y usos vulgares del vocablo, se destacan los siguientes: a) Si es de Judas,  úsase para indicar una traición envuelta entre algodones de alabanza; b) cuando una persona come o quiere comer a otra -normalmente un niño de pocos años- a besos, no se trata de antropofagia delicada, sino que es síntoma de cortedad expresiva,  siendo muy del gusto de las tatas y tías solteras en presencia de la madre del infante.

Cerebro. 1. Masa informe a la que, entre los humanos, se atribuyen poderes reflexivos y creativos, producto de reacciones químicas complejas, que se encuentra localizada dentro del cráneo y que podría tratarse de un hándicap de la especie más que de una ventaja. 2. Persona que dirige una operación empresarial o militar, después de conocerse su resultado positivo. (Nota: en los animales, cuando lo tienen, se prefiere denominarlos sesos, y de algunos, rebozados, son apreciados como estimulantes del cerebro).

Delantera. 1. Parte del cuerpo de las mujeres, en la que se encuentran, básicamente, los pezones. 2. Cuando se lleva, se pretende expresar que se está al tanto de lo que los demás aún no han descubierto, por faltarles la información de la que se dispone.

Difícil. 1. En una prueba, y particularmente en un examen, problema que no se ha resuelto con anterioridad y que, con abrumadora frecuencia, permanecerá en ese estado hasta que algún listillo nos de la respuesta. 2. Persona que se manifiesta carente de simpatía con quien le solicita algo, bien porque le duelen las muelas, o porque su experiencia le indica que es mejor no dar facilidades a los extraños si se quiere mantener baja la propia carga de trabajo.

Final. 1. Encuentro deportivo entre dos equipos, en el que se juegan la admiración o el desprecio de sus aficionados. 2. Terminación, posiblemente definitiva, de una esperanza infundada.

Juego. 1. Simulacro de realidad, con la que tiene escaso parecido, llevado a cabo en un aparato electrónico, por lo que es fácil, repitiéndolo una y otra vez, mejorar los resultados, lo que produce honda satisfacción a quienes no tienen cosa mejor que hacer. 2. Diversión bastante inocente, pero no inocua, para pasar el tiempo muy del gusto de jubilados y políticos de vacaciones en su pueblo natal, que adopta diversas modalidades –mus, dominó, brisca, petanca, etc.-. 3. Cuando se le hace a alguien, se quiere significar que se le sigue la corriente, alabando su discutibles  facultades.

Montón. 1. Conjunto desordenado de cosas, sin valor alguno, salvo para quien las conserva en ese estado, por lo que debería ser innecesario precisar que se trata de basura, que es como se refieren a él los cónyuges de los que lo guardan como si fuera un tesoro. 2. Gran cantidad de algo, incluso de veces, significando que se ha dedicado demasiado tiempo  a una actividad repetitiva sin obtener el resultado apetecido. 3. Espacio en el que deben ser situadas la inmensa mayoría de las personas, cuando se las observa desde fuera de su ego.

Naturaleza. 1. Espacio cambiante, muy perjudicado por la continua y destructiva actuación del hombre, aunque no hay otro conocido en el que desenvolverse, por lo que desde muchos estamentos se defiende su conservación, a sabiendas de que es imposible. 2. Procedencia u origen de una especie, cosa o asunto, de la que se puede deducir bastante de su evolución futura, lo que es despreciado por todos los ignorantes.

Ovillo. 1. Barullo del que, con extremo cuidado y paciencia, se puede sacar el hilo. 2. Lugar a donde conduce indefectiblemente la confusión de quien no sabe bien de qué está hablando.

Semana. 1. Espacio temporal de lunes a viernes, en el que, con suerte, se tiene posibilidad de trabajar por cuenta ajena. 2. En ciertos países, incluso aconfesionales, dícese del período comprendido entre un jueves del año y el domingo o lunes siguiente, considerados santos. 2. Término caído en desuso, utilizado aún para calcular los días que restan para las vacaciones, por el que se significa la agrupación de espacios de siete días, tomados de un calendario, que se empieza a contar por el siguiente al que se está y  se termina uno o dos lunes después de volver de la playa.

Sencillo. 1. En una prueba, y particularmente en un examen, problema que se ha resuelto con anterioridad; también es, por ello, el calificativo que atribuye al mismo quien lo ha propuesto, habiéndolo tomado del libro de soluciones. 2. Persona que viste con pulcritud, pero a la que se le nota que no tiene dinero para ir a la moda. 3. Simple, sin artilugios ni complicaciones, siendo la manera más segura de llegar a una solución, por lo que se prefiere  dar un rodeo para conseguir despertar la admiración de bobalicones y el aplauso de aduladores.

Barullo. 1. Pendencia entre varios partidarios, en la que se acaba dudando acerca de las razones por las que se ha iniciado. 2. Forma voluntaria de complicar algo, por quien tiene la intención de ofrecer finalmente una solución. 3. Desorden muy del gusto de los procastinadores, que lo crean de forma natural.

Sentimiento. 1. Respuesta del ánimo ante un suceso, cuyo alcance verdadero solo conoce quien lo sufre en propias carnes, aunque, si es luctuoso, se considera de buen gusto social decirle que se le acompaña. 2. En plural, reacción positiva que se espera de aquel a quien se le comunica algo, para pedirle dinero o un favor especial, y cuya carencia es motivo de reproche, sin otras consecuencias, por falta de autoridad de quien emite tal juicio frente al que ha negado lo que se le demandaba.

Tele. 1. Aparato por el que nos enteramos de todo lo que no nos interesa, y en cuya contemplación nos refugiamos para evitar analizar lo que a nosotros nos sucede; adicionalmente, es fuente de conocimiento de algunos perfectos desconocidos a los que confundimos con amigos de toda la vida cuando nos cruzamos con ellos en la calle. 2. Prefijo que significa lejos o a distancia, y que se encuentra cada vez más presente en nuestras vidas, en la medida en que vamos perdiendo proximidad a los problemas.

Vómito. 1. Expulsión o su intento, de echar por la boca lo que hay en el interior del estómago, que se produce como reacción a varias causas, siendo la más habitual, la respuesta a la forma  de conducir de un desconocido por parte de quien ocupa el asiento de atrás en un coche. 2. Figurado, úsase por algunos para indicar de forma dramática la impresión negativa que le produce algo de lo que no son autores ni se sienten responsables, equivalente a lavarse las manos en un asunto.

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Cuento de invierno: Juegos peligrosos

12 febrero, 2014 By amarias Deja un comentario

No ha trascendido, por quién sabe qué razones, pero Blancanieves y Cenicienta se hicieron muy amigas. Por una parte, resultaba comprensible, ya que eran de edades parecidas y muy hermosas. Cuando sus ocupaciones en el País de las Hadas les dejaban algo de tiempo libre,  abandonaban sus respectivos territorios para verse, echar unas risas juntas y contarse cómo les iban.

Se querían con locura.

Sus caracteres diferentes estaban, con seguridad, en la clave del misterio de su profundo afecto. Blancanieves era temperamental, espontánea, irreflexiva. Cenicienta era lo contrario: cerebral, calculadora, incluso algo fría; las malas lenguas del País de las Hadas (que nunca faltan en todos los sitios, porque son como el pimentón picante al chorizo) se referían a ella como “La Cenicienta”, insinuando turbios manejos entre ambas y quién era la dominadora.

Ambas vivían como lo que eran, como princesas.  Tal vez estaban algo hartas de comer perdices (y eso que los cocineros reales procuraban aderezarlas de las maneras más variadas: en pepitoria, al ali-oli, escabechadas, rebozadas en pan rallado, al chocolate, al chilindrón, con pipas de girasol, etc.). Tal vez recordaban, respectivamente, en sus momentos bajos de ánimo, los paseos con los pequeñitos y los descansos relajantes en la urna de cristal …pero, fuera de ellas mismas y sus íntimas confesiones, nada trascendía.

Parecían felices con sus príncipes, que, por cierto, tenían aficiones comunes: cazar, recorrer el mundo, tener aventuras -confesables e inconfesables- e ir de acá para allá saludando a las buenas gentes que ocupaban sus dominios, quienes les correspondían levantando los tridentes y las azadas en signo inequívoco de respeto.

Un día, el buhonero del País de las Hadas, que iba de un sitio a otro vendiendo casigalinas producidas en Taiwan y difundiendo chismes locales, contó que había visto a Cenicienta y a Blancanieves en una cabaña abandonada del bosque desencantado, y que, por lo que había podido atisbar, lo estaban pasando bien junto a una tercera persona.

-¿Cómo era? -le preguntaban, obviamente intrigados, varias clientes de su batiburrillo, mientras guardaban cola.

-Yo quiero unos botones que me hagan juego con esta tela de tul turquesa -decía la que estaba siendo atendida.

-No pude verla bien -reconocía el vendedor ambulante.

-¿Era hombre o mujer? ¿De alcurnia principesca o de ralea piojosa? -inquiría uno de los paisanos.

-Nada soy capaz de afirmar con certeza. Solo puedo jurar que de la cabaña salían gritos de alegría y que, atado en uno de los árboles cercanos, estaba un tercer caballo, que no era blanco ni bermejo, sino bayo. -aderezaba, con su verborrea, el vagabundo de las baratijas.

-!Vaya! -concluían todos.

El rumor de que algo raro estaba pasando en el bosque desencantado del País de las Hadas corrió como la pólvora, y llegó a los palacios de los príncipes y, más concretamente, al despacho principesco del esposo de Blancanieves y al no menos respetable escritorio del marido de Cenicienta.

-Sospecho que te la están dando con queso -bramó, con furia real, el primero en enterarse, a quien le faltó tiempo para ajustarle los cuernos a su amigo.

-Pues a ti se te ven las prominencias calcáreas hasta desde la casita de los tres cerditos -replicó el segundo, que era de talante algo más reposado.

Conviniendo que algo debían hacer y deseando, ante todo, descubrir la tostada, enjaezaron los caballos, tomaron en ristre las lanzas de vencer dragones y se fueron al galope hasta el bosque desencantado, en donde, con su perspicacia y el auxilio de los pajarillos, confiaban en descubrir la cabaña en donde el trío tenía sus reuniones.

Efectivamente, la encontraron. Estaba vacía de gentes, y casi también de mobiliario y enseres: una mesa, varias sillas, una alacena con chocolates y otras golosinas, un tapete verde, dos botellas mediadas de aguamiel y pocas cosas más. No repararon en que una de las paredes estaba recubierta de un tafetán harto andrajoso.

Como atardecía, decidieron quedarse a pasar la noche por allí cerca y, como tenían algo de hambre, se atiborraron de chocolatinas que, como es sabido, en especial si están rellenas de avellanas o almendras, cuando empiezas a comer no hay forma de parar. No les preocupaba que les echaran de menos en sus palacios, puesto que el trabajo de los príncipes, particularmente los de cuentos, no es ni intenso ni continuado.

Por otra parte, aunque los cuentos no están escritos siempre para niños, no suelen detenerse en las actividades de los mayores antes de dormir, que solo interesan en las películas. Digamos, para cerrar este apartado, que tampoco Cenicienta y Blancanieves les echaron de menos, ya que dormían en alcobas separadas de sus esposos.

A la mañana siguiente, les despertaron unas risas cantarinas. No les fue difícil reconocer en ellas a sus emisoras, las princesas Blancanieves y Cenicienta que, en efecto, aparecían acompañadas de una tercera persona, embozada. Todas ellas estaban a punto de entrar en la cabaña.

-¡Alto ahí! ¡Sois descubiertas! ¡Confesad vuestro lascivo pecado! -dijeron, casi al unísono, o algo parecido.

Las jóvenes se sintieron desoladas.

-No es lo que os imagináis -explicaron.

Pero los príncipes no se arredraron y, con decidido ademán, se abalanzaron sobre el bulto cubierto, al que hicieron rodar por el suelo.

Les extrañó su frágil contextura y, más aún, lo delicado de sus hechuras. Su rostro era bello, incluso les pareció (por efecto de la novedad) más bello que el de sus esposas.

-¿Quién sois? -quiso saber el príncipe que se había casado con la del complejo de Edipo superado.

-Soy La Bella Durmiente -murmuró la joven caída, esbozando una mueca de dolor, pues temía que le hubieran roto la muñeca.

Mientras le ayudaban a levantarse y pedían, como les parecía oportuno para la delicada situación, disculpas a las tres por un comportamiento tan poco reverencial, los príncipes no se recataron en preguntar:

-Pero, ¿se puede saber qué hacías aquí,  lejos de vuestros palacios?

La respuesta aclaró muchas dudas.

-Somos ludópatas vergonzantes. Nos reuníamos para jugar al julepe, al abrigo de miradas curiosas, según creíamos, en esta cabaña que hemos alquilado a la bruja Piruli -dijo Blancanieves.

-¡Ah! -exclamaron los príncipes, a los que se les cayó la venda simbólica que llevaban puesta.

Después de las excusas, la petición de múltiples perdones y todo eso que se ofrece cuando se nos ha corrido de vergüenza propia, los jóvenes varones se volvieron a sus palacios, en donde, según sus agendas, tenían previstas un par de recepciones y dos o tres conciliábulos.

Cuando se despedían, en la encrucijada que les conduciría a sus respectivos palacios, el príncipe que estaba casado con la que había sido tratada -con éxito- por el síndrome de trastorno obsesivo convulsivo, expuso una reflexión inesperada:

-Colega, vengo dándole vueltas desde que cabalgamos, habiendo dejado a las tres princesas en la cabaña, sentadas en torno a la mesa del tapete. Para ese juego del julepe, ¿no son necesarios por lo menos cinco jugadores? ¿Viste que hubiera más sillas? Tras el tafetán piojoso, ¿no habría una habitación con camas en las que solazarse en juegos rijosos?

-Son muchas preguntas y no tengo ahora la cabeza para ocuparme de ellas -contestó el otro, clavando las espuelas en los ijares de su cabalgadura, que salió por los aires.

Como no era cosa de volver sobre las andadas,  lo dejaron estar, y nunca les faltaron otras preocupaciones, por lo que, con esa mala memoria de los personajes de los cuentos, olvidaron la anécdota de los presuntos juegos peligrosos en los que la maledicencia y el buhonero habían metido a sus princesas y a la Bella Durmiente que, como simple comentario adicional, era tan bella como las otras.

FIN

Publicado en: Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado como: Bella Durmiente, Blancanieves, bosque, buhonero, Cenicienta, complejo de Edipo, cuento, cuento de invierno, juego, julepe, País de las Hadas, principe, TOC

Problema de árbitros, castas y residuos

7 noviembre, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

Son tantos los problemas pendientes de solución en España que el que Madrid lleve tres días sin que se recoja la basura tiene que ser visto, si alguien se pudiera jactar de tener el Estado en la cabeza, como un tema menor.

No he conseguido aclararme muy bien sobre lo que se discute en este concreto caso. He oído y leído demasiadas contradicciones, producto, sin duda, de intereses de parte. Por ejemplo, que las empresas concesionarias pretenden implantar un ERE por el que se reducirá el salario de los recolectores a 650 euros/mes y también que hay actualmente conductores de los vehículos de recogida de esas mismas empresas que ganan más de 3.500 euros por su mesnada.

He visto con mis propios ojos a varios tipos que volcaban contenedores, o esparcían basura por las aceras. En la televisión, se ofrecieron imágenes de recipientes y coches incendiados y no faltaron afirmaciones que acusaban de intolerancia, mala gestión y otros patatines y patatanes.

Lo de los residuos de Madrid no es tanto un problema de castas (ya ni siquiera en la India los recolectores de la mierda de otros son considerados gentes de inferior categoría, y no digamos en estos predios, donde la gente se puede llegar a matar por un puesto fijo en una empresa de servicios públicos y qué decir si se trata de ser concesionario de la llamada eufemísticamente recogida separativa de residuos y enseres, que a algunos ha hecho muy ricos).

Es un tema de árbitros.

Alguien podría pensar que es también un problema de equipos, o de jugadores o de reglas de juego, pero me obstino en afirmar que los sujetos clave son los árbitros.

En los residuos, como en tantos temas, faltan en España autoridad, transparencia y… árbitros. Desde luego, que haya una huelga de un servicio de primera necesidad y que, sindicados o por libre, unos individuos se dediquen a ensuciar más las calles, vertiendo basura por su cuenta, es una anomalía del sistema, es un desprecio a los demás, una piltrafa social.

Como lo es también que haya empresas que se enriquezcan desmesuradamente con la ejecución de esta actividad básica, para la que, dicho sea de paso, tampoco hace falta ser un virtuoso: barrer, recoger, retirar donde no se vea, lo que muchos no quieren; tal vez, seleccionar lo que aún es válido; puede que quemarlo si sabemos cómo sin que los humos nos delaten.

Falta credibilidad, solvencia y… arbitraje.

Ya hemos renunciado a que alguien, o incluso un equipo, pueda tener los problemas más acuciantes del país en la cabeza. Son demasiados y los complicamos a diario: pérdida de credibilidad de las instituciones (corrupción, latrocinios, engaños, etc.), decadencia hacia el caos en los sectores sanitario y educativo (por hablar de dos de los básicos), paro incontrolable por pérdida múltiple de rentabilidad en los más variados campos, intenciones separatistas que se pueden referir (seguramente) a egoísmos inconfesables, inseguridad jurídica en no pocos asuntos (largos plazos justicieros, dependencia del factor humano en las resoluciones judiciales, politización del Derecho, obsesión legiferante, etc.),…

En este panorama, no me preocupa que el PSOE, en IU, en UPyD o en el PP haya primarias. Son temas de partido, o sea, de equipos. A muchos ciudadanos de nuestro país, que somos los que nos la estamos jugando, lo que nos importa es que haya, no primarias ni primarios, sino buenos secundarios y terciarios. En masculino o en femenino.

Que esos secundarios, hoy ocultos, tomen de una vez el poder y nos convenzan de que son capaces de hacer un buen arbitraje, con solvencia y por encima de las castas. De las castas y de los que no son castos, en el sentido de los que son corruptos, vagos, ineficaces.

Porque necesitamos barrer los residuos de las demasiadas incongruencias que nos están impidiendo solucionar lo principal, que es mantener limpio el escenario, para que podamos trabajar, y se dejen ya de volcar los contenedores con la mierda.

Publicado en: Actualidad, Sociedad Etiquetado como: árbitros, basura, castas, honestidad, juego, Madrid, partidos políticos, residuos, solvencia, trabajo

Cuentos de verano: Parábola del Despilfarrador y la buena Samaritana

13 septiembre, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

Cuentan que un día de finales de una época, a la orilla del mar, estando ya avanzada la tarde, un hombre de mediana edad contemplaba absorto el subir de la marea:

-Héme aquí -decía para sí -, ya en el último tercio de mi vida y sin poder ofrecer la menor realización digna de mérito.

En realidad, este individuo, a quien llamaremos Sérgulo, advirtiendo de inmediato al lector que su verdadero nombre era otro, no había estado, ni mucho menos, inactivo, en la trayectoria vital que había dejado atrás.

En lugar de ser sumiso a la autoridad, sin ser rebelde, no dejaba por ello de ser crítico. En vez de ser crédulo con cuanto le habían inculcado, analizaba las razones por las que pretendían instruirlo de ese modo. Y, por mayor abundamiento, siempre que le habían presentado algo o alguien como importante, no aflojaba la ocasión para verlo por detrás o por debajo, en las posturas que resultaban menos favorecedoras al objeto o sujeto.

Si sus trabajos habían servido para algo, no le habían servido para granjearse plácemes ajenos. Por eso, cuando repasaba los logros de quienes habían sido sus compañeros de promoción, las distinciones y galardones de aquellos a los que, en algún momento, había tenido por colegas, encontraba, en contraposición a los de los otros, su currículum estaba vacío como una cáscara de nuez abandonada.

-Cierto que he colaborado en múltiples temas, propuesto infinidad de otros, avanzado teorías y resuelto dificultades. No dudará nadie que estoy ilustrado en una variedad de disciplinas. Pero quienes conceden los títulos que se cotizan en la feria de los valores, los que evalúan los méritos que cuentan, los que conceden las medallas del prestigio y del dinero, jamás han llamado a mi puerta para darme el menor reconocimiento.

Mientras así proseguía, devanándose los sesos para encontrar la razón de lo que entendía como una injusticia ante su diligencia, el agua le rozaba los pies y empezaba a mojarle los pantalones de fibra sintética que, despreocupado, no se había subido hasta las pantorrillas, como hacen los que se acercan al agua para refrescarse las varices.

-He despilfarrado, sin duda, las cualidades que la naturaleza puso en mí. No he conseguido convencer de mi capacidad a mis coetáneos. Y no, por supuesto, a los que estaban en lo alto, a quien no dudé en criticar si me pareció que así lo merecían, sino a los que estaban a mi altura o por debajo en la escala de las decisiones. Todo me sucedió, al contrario de a esos otros a los que, en mi petulancia, consideré menos dotados y que han llegado más alto.

Como suele suceder, el pensamiento del desolado filósofo -no muy profundo, como se advierte, sino más bien de andar por su casa-, volaba también hacia los que tenía más próximos físicamente, repasando las actitudes que mantenían con él. Sin encontrar causas para recriminar, sino reforzando cuanto argumentaba, estaba a punto de sacar alguna conclusión al ya tan largo discernir para su coleto:

-Mi esposa, en fin, que me recuerda casi a diario que no saco rendimiento a cuanto hago, es la voz de la verdad. Soy un inepto, y no por lo que hice, sino por lo que no hice.

Con estos pesarosos discurrires, harto tristes, atormentaba su ánimo, mientras las olas, alborotadas por un viento de poniente que era propio de la época del año, redoblaban en su ímpeto, mojándole ya a veces hasta las rodillas.

Quiso la casualidad, que es colaboradora de todas las historias, tanto verdaderas como inventadas, que en aquel momento se hallaba paseando por el mismo arenal, una joven de buen ver, acompañada de un perro de lanas de cierto tamaño, con el que la muchacha jugaba a lanzar, lo más lejos posible, un platillo de plástico, y que el animal recogía con presteza, volviendo, una y otra vez, a depositárselo a sus pies.

Esta actitud del animal era premiada, ocasionalmente, por la joven con una palmadita o una trozo de galleta que sacaba de una bolsa que llevaba.

Justo en el instante en que la reflexión de Sérgulo estaba concretando de la manera indicada el diagnóstico de las razones por las que se consideraba despilfarrador de dones y ayuno de oficiales méritos, el perro que pertenecía a la joven, en una de sus cabriolas atropelladas, buscando el plástico, tropezó con el filósofo, lo hizo trastabillar, y dio con él de bruces en la marea.

-¡C…! -fue la expresión, casi inaudible, que pronunció Sérgulo, mientras se debatía con su azoramiento para volver a ponerse en pie, con las ropas totalmente empapadas, siendo las olas, desde luego, poco cooperadoras para hacer que recuperara el equilibrio.

Cuando, después de varios intentos, consiguió levantarse, miró alrededor -tal vez sin haberse percatado exactamente de lo que le había pasado- y vió, alejándose, a la joven que, sin manifestar el menor interés, respeto o preocupación por lo sucedido a Sérgulo, seguía con su juego, venga a tirar una y otra vez el adminículo a su animal de compañía.

-En verdad -dijo Sérgulo, hablando esta vez en voz alta- esta joven es mi buena Samaritana. Ha conseguido, con su total desprecio hacia la caída que me provocó, hacerme ver lo errado que estaba con mis reflexiones.

Volvía a la zona que aún no había alcanzado la marea, y advirtió que sus zapatos -por fortuna, no muy caros-, habían sido llevados por el agua, mar adentro. Siguió, impertérrito, razonando.

-La marea estaba subiendo y yo creía que podría evitar mojarme más allá de las rodillas, porque vigilaba su ritmo. Pero un elemento ajeno al mar y a mi propósito, me ha tirado de bruces al agua, en donde estuve, si quiero llevar la idea a su extremo fatal, a punto de ahogarme.

La mojadura de Sérgulo y el frío que estaba empezando a notar en las zonas íntimas de su cuerpo, haciéndole tiritar, no le impidió expresar, también en alta voz, -aunque nadie lo oyó, al estar desierta la playa, a salvo de la Samaritana y su perro, ya a punto de abandonarla-:

-Los seres humanos, en realidad, no somos tan ajenos al comportamiento que esa joven provoca en su perro. Recoger el plato de plástico que ella arroja no tiene, desde una perspectiva objetiva, mérito alguno, pero ella le premia con un trozo de galleta, llevando al corto conocimiento del animal la creencia de que es lo que se pretende de él y que, con ello, recogiendo el plástico, está haciendo algo útil, cuando, en realidad, solo se pretende mantenerlo ocupado.

Seguía andando, descalzo y mojado, hasta la escalera que conducía al paseo marítimo.

-Y ahora que lo veo tan claro, prefiero haber hecho toda mi vida lo que me pareció que correspondía a mi cualidad de ser libre, sin andar persiguiendo los plásticos que lanzan, atentos a lo suyo, quienes solo pretenden mantener ocupados a sus animales de compañía y les premian con dulces cuando alcanzan objetivos que no sirven para nada ni nadie absolutamente.

Y, mucho más contento que cuando empezó a subir la marea, ya casi a oscuras, volvió a su casa y siguió haciendo lo mismo que solía.

FIN

Publicado en: Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado como: angel arias, cuentos de verano, despilfarrador, juego, marea, mojadura, perro de aguas, plástico, samaritana

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