Gaoxuan fue un patriarca chino del que no se conocía nada en absoluto hasta que el año pasado, al remover tierras en la periferia de Chengdu para construir un supermercado, se descubrió un Sutra firmado con su nombre. Ese relato ejemplar, que lleva por título El opositor cultivado, ha sido ya traducido a todas las lenguas del mundo y puede encontrarse fácilmente en internet, en su versión más completa, que ofrezco aquí de forma resumida, ya que el Sutra en cuestión es el de mayor extensión conocida hasta la fecha, pues está escrito en una cinta de Möbius, sin principio ni fin.
Según refiere la historia que allí se cuenta, cuando varios discípulos se encontraban disfrutando con su mentor de la paz de una tarde de finales de agosto, meditando sobre la mejor manera de conducir a un pueblo a su máxima felicidad, el maestro Gaoxuan sacó del refajo de su manto inmaculado una semilla de loto y ofreciéndola a la vista de todos, preguntó:
-¿Qué tengo en la mano?
-Una semilla de loto, sin duda -contestó de inmediato uno de los jóvenes que seguían sus enseñanzas.
-Eso es lo que se ve -replicó el sabio-. Pero lo que no se ve es que esta semilla tiene más de veinte siglos y conserva intacto su poder germinativo.
Todos observaron, encantados, aquel fruto rugoso, que pasó de mano en mano, encontrándolo parecido a cualquier otra semilla de las que se pueden hallar en parques y jardines. Uno de los discípulos, picado por la seguridad, quiso saber:
-¿Cómo es posible, maestro Gaoxuan, que se pueda conocer tan exactamente la edad de una semilla?
Gaoxuan centró su profunda mirada en quien había hecho la pregunta, al mismo tiempo que hacía con la punta de su sandalia, un agujero en el barro, en donde depositó con sumo cuidado la semilla.
-Esta semilla estaba guardada en una caja de marfil que perteneció a los enseres de mi familia, y trasmitida de generación en generación desde los tiempos más remotos de la primera dinastía Quin. Uno de mis antepasados estuvo en desacuerdo con el emperador Huanddixián, que era un tirano. Fue el primer poseedor de esta semilla. Como consecuencia de su rebeldía, fue condenado a la horrible muerte de la tajadura lenta.
Gaoxuan, que no acostumbraba a hablar tanto tiempo de corrido, guardó silencio un instante, mientras volvía a tomar en su mano la semilla de loto, para rascar su corteza.
-Pero lo más importante no es la edad de la semilla ni cómo ha llegado a mis manos, ni que mi sangre provenga de la sangre de un rebelde. Lo más importante es que de ella saldrá, a su debido tiempo, una flor de loto tan hermosa como las del resto de estos parajes.
Nadie se atrevió, por supuesto, a dudar de la verdad de Gaoxuan, que prosiguió, encantado de la atención expectante que causaron sus palabras:
-Como sabéis, el suplicio de la tajadura supone que al que va a ser martirizado se le hagan los primeros cortes en los ojos, para que no pueda ver dónde le serán infligidos los siguientes. Sin embargo, en este caso, y según me ha referido mi padre, a mi antepasado le privaron de la vista en último lugar, con la intención de que pudiera contemplar cada uno de los tajos que se le causaron, y temiera horriblemente cada vez que se aproximara al lugar elegido para el corte la cuchilla del verdugo.
-Es horrible lo que cuentas, maestro -exclamó, horrorizado, aquel muchacho al que llamaban Qianxí, el de las orejas de soplillo, que era uno de los de menor edad.-¿Y qué más has conocido de tu antepasado? ¿Por qué fue condenado a tan desgarradora agonía?
El maestro volvió a cubrir la semilla de loto con el barro, y dirigió su vista hacia el cielo:
-Eso es lo más interesante de todo. Mi tatarabuelo estaba en desacuerdo con el emperador. Pero, en lugar de levantarse en armas contra él o tratar de asesinarlo aprovechando uno de los banquetes a los que, sin duda, venía siendo regularmente invitado, no se consideró jamás opositor, sino que se ofreció como leal colaborador desde la discrepancia.
-¡Ah! -dejaron escapar varios discípulos, impresionados.
-Fue precisamente esa actitud la que los oficiales del emperador no pudieron o no quisieron tolerar. No concebían que nadie estuviera en contra de algunos aspectos de la política imperial y se ofreciera para ser colaborador en otros. No admitían otra forma de comportamiento que estar totalmente a favor o totalmente en contra. Por eso, primero lo sometieron al suplicio para que reconociera que discrepaba en todo y, como no consiguieron que reconociera tal cosa, sino que afirmaba, una y otra vez que solo disentía en algunas, y que en otras, podían contar con él, concluyeron que debían acabar con él, para que su ejemplo no contagiara a otros.
Los discípulos de Gaoxuan se cruzaron miradas entre sí.
-Cuando murió, su esposa e hijos recogieron el cuerpo para darle sepultura y encontraron en una de sus manos esta semilla. Ahora, después de tanto tiempo, la enseñanza de esta semilla, y ella misma, están listas para fructificar.
Y dándole un último y suave pisotón al barro que cubría completamente la semilla, los invitó a seguirle, lo que hicieron, obedientes.
-Maestro Gauxuan, -dijo, al cabo de un tiempo de andar juntos, el jovencísimo Qianxí, agarrándole de la manga-. ¿Hay algo más que debamos saber respecto a esta historia?
-Sí -contestó el maestro-. Apréndetela de memoria y repítela en tu corazón, hasta que comprendas su sentido.
FIN