(Hamlet: Do you see yonder cloud that,s almost in shape of a camel?
Polonius: By th´mass, and it,s like a camel indeed.
Hamlet: Methinks it is like a weasel.
Polonius: It is backed like a weasel.
Hamlet: Or like a whale?
Polonius: Very like a whale. (*)
(Hamlet, William Shakespeare)
En la jaula hispánica se escribe mucho, pero se lee menos y se profundiza apenas. Se debate continuamente, pero no se escucha o muy poco. Cuando se eligen personas para un cargo, puesto o prebenda, no importa si público o privado, se atiende más a las recomendaciones y al amiguismo que a otras virtudes.
No es sencillo cambiar esa inercia, porque viene de muy antiguo y está enquistada en el comportamiento popular, admitida como principio para conseguir algo con mayores opciones. Por supuesto, no todo se mueve en el nepotismo ni se enmarca en la designación interesada, pero el mal está ahí, bien arraigado, y el tiempo acaba disimulando los orígenes, legitimándolos.
Solo sería necesario observar la rudeza con la que los que tienen un puesto de prestigio o valor defienden la necesidad de duros requisitos para que otros accedan a su misma condición, para deducir que hay gatos encerrados. Cuanto más duros sean los niveles exigidos para una oposición, deberían crecer las sospechas de que la designación no será leal. No han de buscarse, al fin y al cabo, genios, sino solo gentes capaces para desempeñar el cometido que el puesto demanda.
Cuando escribo estas líneas, en la jaula hispánica se van a repetir las elecciones políticas para designar un Presidente de Gobierno. Las anteriores fueron en diciembre. No ha habido acuerdo entre los partidos respecto al candidato, y cuatro de las facciones que se repartieron los votos ciudadanos casi por igual, consumieron el tiempo en conversaciones baldías, mareando las perdices hasta la asfixia.
Salvo el presidente de Gobierno saliente, Mariano Rajoy, -y no pretendo que en él sea mérito- los cabezas de lista de las distintas polladas son gente muy joven, que, por tanto, han vivido poco. Eso no les impide alardear, quien más quien menos, con petulancia culposa, de saber cómo solucionar los problemas de la jaula.
No lo saben, sin embargo; no demuestran saberlo. Se olvidan de que estamos en una jaula pequeña, con mayores necesidades que recursos y que es imprescindible contar con ayudas externas para que toda la población avícola sobreviva manteniendo el actual nivel de vida. La cuestión de fondo, muy preocupante, tiene una exposición muy simple: no existe perspectiva creíble para sostener el actual nivel del estado de bienestar, sin que la línea más simple, aumentar los impuestos de los que más tienen, arriesgue hundir aún más la economía.
El capital fluye sin fronteras, es cobarde, se esconde a la primera señal de peligro, y lo hará con destreza, porque siempre encontrará cómplices y pagará bien a los que más sepan de agujeros (preferiblemente, si ellos mismos los han creado). Los “papeles de Panamá” son solo una minucia, una engañifla para entretenimiento de periodismo diletante y asombro de ignorantes de cómo funcionan las cosas, en esta jaula y en toda la Granja.
Si preferimos ir al núcleo que interesa y no dar palos de ciego entre los matorrales de los bordes, debemos conocer que el problema que tenemos que resolver, en lo que nos es propio, es otro. Ni la corrupción, con ser aparatosa; ni las castas, con ser lamentables; ni la incapacidad de los políticos para entender de economía real, tecnología y humanidades.
La estructura económica española, con escasez notoria de centros de actividad e insuficiente dinamismo, no permite garantizar la generación de los puestos de trabajo suficientes, y desde luego, no lo serán de la calidad necesaria para que el reparto de las plusvalías que la estructura de actividad sea capaz de producir, y cuya manera eficiente es hacerlo por la vía de los salarios y no de los subsidios, permita recuperar la situación de bonanza que se ha vivido antes de la crisis inmobiliaria.
No es necesario repetir un análisis ya perfectamente trazado y bastarán un par de pinceladas para ponerlo en contexto. Por culpa del boom inmobiliario, una parte sustancial de la población se decidió al dinero fácil que proporcionaban los empleos en el sector de la construcción y servicios derivados, que no exigían cualificación previa. Diez años más tarde, la mayoría siguen indecisos ante la necesidad de adquirir una formación útil, inmersos en la frustración del desempleo e incapaces de entender las claves de una sociedad que creen les ha traicionado.
Tampoco la Universidad ha sabido adaptarse. Aunque las estructuras universitarias se vanaglorian de que los egresados han aguantado mejor la crisis, la realidad descubre que una mayoría están subempleados, y que no pocos han debido emigrar. El modelo no ha funcionado, ni por arriba, ni por abajo; no ha generado alternativas a la amenaza de crisis, y sigue sin encontrarlas.
La falta de crítica objetiva en la jaula es manifiesta, y los que critican, son menospreciados. La versión oficial apoya el optimismo convulsivo y los planteamientos desde la oposición son maximalistas, destructivos, rancios. La cruel realidad es que el sistema se ha deteriorado con fuerza, desde hace, al menos, una década, y no debe atribuirse el problema a la política, al menos, no en exclusiva y ni siquiera de forma prioritaria.
Todos los sectores económicos y sociales tienen parte de culpa. Unos más, otros menos: no será igual la culpa de los que retiraron las ganancias a paraísos fiscales, en lugar de reinvertirlas en nuevos emprendimientos, que la de quienes alimentan la economía sumergida mientras cobran el subsidio de desempleo; pero ambos, son culpables de deteriorar el sistema legal.
Ni la Universidad ha sabido adaptarse o prever los cambios, enfrascada en un nepotismo y amiguismo lamentable; ni las organizaciones del Estado, empeñadas en una ineficaz carrera de emulación que condujo a un despilfarro mayúsculo; tampoco las grandes empresas han sabido diversificarse ni apoyar las líneas de desarrollo más prometedoras, obsesionadas con ofrecer valor para el accionista, lo que, aunque no se conseguía, no excluía la obtención de beneficios para los consejos de administración, en donde se sientan consejeros independientes muy bien adoctrinados.
No hay por qué ocultar que ni la Administración pública -jueces, secretarios, interventores, funcionarios de toda condición- ni los, ministros, alcaldes, concejales, representantes político tampoco han estado a la altura.
La jaula hispánica, después de un momento de intenso fulgor (con combustible en gran parte, ajeno), ha perdido peso en el contexto internacional, consumido su credibilidad, falta de empuje. Los culpables de ese descalabro no son tanto las personas (al fin y al cabo, las personas son fáciles de sustituir), sino el deterioro de las infraestructuras, que hay que revisar, apuntalar y corregir de inmediato si se quiere conseguir su funcionamiento eficiente. Es divertido, sin duda, criticar a las personas, sacar de sus cuevas a corruptos e ineptos (qué difícil será llegar a lo más profundo, a los más contaminados), apuntar con la más genuina mala baba a objetivos seleccionados -sospecho que abandonados primero por sus propios comilitones-, aunque esto no soluciona el fondo del asunto.
No funciona correctamente la justicia, no los jueces; no actúan bien las empresas, no los empleados; no consigue sus objetivos la política, no los políticos. No culpemos a los sanitarios, sino a la estructura sanitaria; no nos preocupemos tanto de los docentes (y menos aún de los discentes), y sí de la formación que se imparte por decisión de programas confeccionados sin visión.
El deterioro de la jaula se manifiesta, desde luego, en los comportamientos individuales. Todo el mundo parece feliz de no respetar el espacio común, de contribuir a la suciedad de la jaula, como si el asunto no fuera con él.
Sin acudir a la metáfora, vayan ejemplos: el propietario de perros, dejará que las necesidades de sus chuchos queden abandonadas en la calle cuando nadie le observe; cigarrillos, papeles, plásticos, aceites, se arrojan en cualquier sitio; los contenedores separativos no cumplen su función, porque son utilizados sin miramientos respecto a su destino previsto; los coches son aparcados en doble fila, o en lugares expresamente prohibidos, y no hay más que ver la cara de satisfacción del infractor, que toma aires de que la norma no va con él; los productores de ruido no se controlan, se enmascaran; hay vertederos en cada esquina de la jaula, en los montes protegidos, en las tierras de labor y algunos, que han crecido a la vista de todos, arden espontáneos.
Los inspectores, los policías, los designados para efectuar la vigilancia y proponer la sanción a los infractores, tienen una escusa: son pocos, cobran poco, están superados, no tienen motivación.
En general, la calidad de la oferta ha disminuido, favoreciendo la sustitución en los mercados de la competencia en precios por la brusca caída de la calidad de los productos. Se nos han colado los chinos, en las tiendas de cercanía y en sustitución de los productos artesanos propios: así lo hemos querido.
Entre los pocos libros interesantes que tratan de las posibles soluciones, selecciono el de alguien que tuvo responsabilidades en el Estado y que, vuelto a su posición académica de docente de Derecho constitucional, se ha decidido a contar ciertas verdades y propone medidas que, al menos, convendría discutir.
Me refiero a Diego López Garrido, quien publicó en 2014 un análisis sobre los problemas de fondo que han conducido a la “Edad de Hielo” (1). Concreta tres posibles actuaciones de alcance:
- Abandono del ajuste presupuestario rígido, recomendando un giro en la política del Banco Central Europeo hacia la expansión inflacionista. Es decir, más inversiones desde el Estado, más gasto público. Postkeynessiano en ésto, yo estoy básicamente de acuerdo, aunque con la premisa de un férreo control y la selección consensuada e inteligente de los proyectos y sectores que conviene activar.
- Detener la tendencia, que califica de suicida, que ha venido sustituyendo los impuestos directos por el incremento sin fin de la deuda, volviendo a los impopulares impuestos progresivos. Paralelamente, propone atajar el mal endémico del Estado contemporáneo: la “industria de la evasión fiscal”, y perseguir sin miramientos la evasión fiscal de las multinacionales. Aquí caben matices, puesto que una cosa es la inspección fiscal de quienes evaden, su detección y sanción, y otra, reordenar el sistema impositivo. Hay que saber bien para qué, puesto que la simple recaudación para mantener el estado de bienestar no solucionará los desequilibrios estructurales, sino que los agudizará.
- Implantar el control político del sistema financiero, que es quien creó la crisis y que se protege de ella con medidas destinadas a su propio beneficio. Entiendo que no será fácil, porque la Banca es especialmente escurridiza y los altos salarios con los que compensa a sus altos ejecutivos permite seleccionar a profesionales muy eficientes en los tinglados financieros, bastante opacos o misteriosos para quienes no provienen del sector y no pueden analizar las cifras desde dentro. Las auditorías de las grandes entidades financieras, como la Historia ha demostrado, son demasiadas veces, apaños de estómagos agradecidos.
En consecuencia con su argumentación (que yo dejé algo mancillada con mis puntualizaciones) López Garrido defiende el que tanto en la jaula hispana como en la Unión Europea, se de un giro progresista al timón político, abandonado el rumbo seguido en tres décadas de (r)evolución conservadora, que considera la culpable de haber establecido los pilares para la Edad de Hielo,” de la cual vemos solo la punta del iceberg”.
Al contraponer ideológicamente las posiciones de la derecha y la izquierda, con una visión más bien reduccionista, atribuye a la primera el argumento de que el Estado de bienestar es ya insostenible, porque no hay medios económicos suficientes para la sanidad y la educación universales y gratuitas, la dependencia, las pensiones, el seguro de desempleo, etcétera.
Según L. Garrido, la izquierda defiende justamente lo contrario: el modelo social europeo forma parte de nuestra identidad y hemos de proponernos luchar por la desaparición del desempleo y del subempleo, la pobreza y la exclusión social, que afecta particularmente a la infancia, y la desigualdad, el gran desafío de nuestro tiempo. En España, la crisis habría provocado el aumento de los hipermillonarios.
La reforma fiscal progresiva es la solución propuesta, con aumento de impuesto a las grandes fortunas y salarios, y la subida de otros impuestos directos como el impuesto de sociedades, con descenso de impuestos indirectos y de los que recaen sobre las clases medias y la clase trabajadora.
Por atractiva que parezca la propuesta desde las posiciones de izquierda, no puedo sino manifestar la insuficiencia del planteamiento, desde mi conocimiento de la realidad. Porque, además de recaudar, el Estado debe fomentar y apoyar las iniciativas generadoras de actividad y empleo.
Demonizar a los empresarios -especialmente, a los propietarios de las grandes empresas- es un (grave) error, porque no existen alternativas que puedan propiciarse, ni desde el Estado ni desde la iniciativa privada emergente, no ya en el corto, ni siquiera en el medio plazo. La colaboración con el capital es imprescindible, apretando lo justo, sin ahogar.
La puerta de la jaula está abierta -se abre por dentro- y el dinero, como siempre se dijo, no tiene más amigos que los que lo hacen crecer y multiplicarse, y los candidatos a acoger a un gallo despechado, salido de una quintana, son numerosos.
(continuará)
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(*) Ofrezco aquí la traducción de este diálogo entre Hamlet (ya fingiéndose loco) y Polonius (Lord Chamberlain, consejero real) :(Hamlet: ¿Ves aquella nube que tiene casi la forma de un camello?; Polonius: Por supuesto, y es, en verdad, como un camello; Hamlet: Aunque, si lo pienso mejor, quizá se parezca más a una comadreja;Polonius: Sí, tiene el lomo como una comadreja;Hamlet: ¿O…tal vez como una ballena?; Polonius: En efecto, se parece mucho a una ballena. (Hamlet, William Shakespeare)
(1) “La edad de hielo. Europa y Estados Unidos ante la Gran crisis: el rescate del Estado de bienestar” (RBA, 2014). En su blog, López Garrido ha puesto de manifiesto que “la crisis —la impotencia de la política ante ella y sus efectos— ha traído una bipolarización nueva (…). Es la oposición entre la “gente” (sin distinciones) y la “casta”, que estaría constituida por todo aquel dirigente que forme parte de los partidos políticos tradicionales. Este enfoque es, por ejemplo, el sustento ideológico de Podemos, cuyo éxito electoral se basa en plantear ese binomio como un mantra. Así ha logrado captar votos de todos los partidos. En ciencia política se le ha llamado a un grupo de esa naturaleza catch-all party (“partido atrapatodo”)”.