La libertad es una cualidad muy atractiva, y satisfactoria, cuando su ejercicio se limita a los campos del intelecto individual, pero puede convertirse en una máquina eficaz para generar monstruos que se instalarán, gozosos, en parcelas del territorio común, si no se controla el manejo que hacen de ella los que se encuentran aupados a la plataforma de mandos.
Por supuesto, la única forma admisible en democracia de ejercer ese control es desde las instituciones y plataformas representativas de las mayorías e, incluso, desde las minorías cualificadas. Y lo que se necesita para poder llevar a cabo esa labor de tutela colectiva de que las decisiones que se adopten por los que mandan, es la información de que se disponga. Información sobre los propósitos, objetivos y resultados.
Sirva esta introducción general para pasar a comentar algo concreto. En la reforma de las carreras universitarias de ingeniería se ha instalado el caos. No un caos calmo, sino un caos silente, producto de la ignorancia, fuera de concretos (e interesados) círculos, de lo que se está fabricando.
La autonomía universitaria, entremezclada con la cesión de competencias educativas a las Comunidades e inspirada por los dobles principios nefandos de 1) difundir sin criterio de calidad la posibilidad de adquisión de títulos, 2) dejar que sean los propios funcionarios responsables de la educación quienes decidan sobre las enseñanzas y la forma de impartirlas, ha provocado una marea de desarraigo respecto a lo que sería preciso, sepultada por lo que se ve, a corto plazo, como conveniente.
España necesita ingenieros. Dos tipos de ingenieros. Los de grado medio, capaces de acometer, con conocimientos adecuados, las tareas generales de una sociedad tecnológica media. Y -esto es muy importante- ingenieros con conocimientos superiores, con una base amplia de formación troncal, imprescindibles para garantizar que no se está perdiendo la opción de mantener a nuestro país al nivel de los países más avanzados tecnológicamente.
La primera de las necesidades es más sencilla de satisfacer. Hay muchas opciones de conseguir una formación técnica intermedia y nada impide, al contrario, que las enseñanzas se enfoquen a dar una capacitación generalista en lo básico, tendiendo a una especialización rápida hacia lo que se precisa para resolver la mayor parte de los problemas de aplicación tecnológica: la inmensa mayoría de las actividades transversales de la ingeniería admiten ese enfoque pragmático. No hace falta prolongar los estudios del futuro ingeniero para resolver problemas de mejora energética, ambiental, gestión de recursos, control de instalaciones, etc. La realidad demuestra que una sobrecualificacón es inútil, y frustrante para el egresado de una carrera larga que no encuentra justificación al esfuerzo por el que se le ha hecho pasar.
Pero es muy distinto no acertar a ver que necesitamos mantener, y potenciar, un tipo de ingenieros de alta cualificación, formado en Escuelas o Universidades de élite, que entienda, por tener una formación académica adecuada, de la resolución de los problemas más complejos, y esté capacitado para entender, y estimular, y crear, los avances mayores de la sociedad tecnológica.
No es cuestión de analizar, en toda su complejidad, y en este Comentario, toda la problemática. Dejo solo expuesto que no se está cumpliendo con esta premisa. Tendremos muchos ingenieros de grado, con títulos muy pomposos quizá, contradictorios o confusos en sus denominaciones y en la formación adquirida, y se está corriendo el grave riesgo de prescindir de los ingenieros “superiores”, sin encaje en una sociedad a la que no se le está dando la oportunidad de discutir y decidir lo que necesita para no perder, definitivamente, la opción de encontrarse entre las comunidades tecnológicas de referencia mundial.
Caos, silente. La peor combinación, vía segura para que el libertinaje se adueñe del espacio.
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