No es un cuento para niños, sino una historia de desolación. España ha pasado en muy pocos años, de ser el País de las Maravillas a aparecer como el País de las Mamandurrias (1).
Por supuesto que no es la única cualidad que nos distingue, y que aún albergamos importantes bolsas de bondades, y que hay mala fe en muchos de los que quieren vernos ahora como maestros de la falsificación y del engaño, retornarnos a la categoría de vagos y mangantes, y no darnos crédito porque dirán que nos lo vamos a gastar en francachelas.
Lo que sorprende es nuestra escasa capacidad para defendernos ante quienes nos lanzan piedras al mismo tiempo que nos dicen tús tús (2), desorientándonos.
Sucede lo de otras veces: que nuestro pueblo es, colectivamente, muy viril, y no tiene capacidad intelectual para abordar más de un tema cada vez. Y en esta fase de nuestro desarrollo entrópico, nos hemos detenido en el placer de refocilarnos en la corrupción que suponemos, como principio, generalizada; en la falta, que admitimos como dogma, de la nula calidad global de nuestra enseñanza; y en el descrédito, que aseguramos unánime, -con unos cuantos ejemplos, eso sí, de tomos y lomos- de nuestras instituciones antes más preciadas; etc.
Nos sobran razones para alarmarnos de que el deterioro que hemos conseguido, a pulso, desde finales de los 90 (más o menos) es de los de órdago a la grande, pero, como aficionado al mus, afirmo que el juego -para bien o para mal- no ha hecho más que empezar, y deberíamos concentrar nuestra atención en decidir si nos la jugamos a pares, esperamos a conocer quién lleva juego o lanzamos un órgano a la chica a ver qué pasa y nos lo aceptan.
Observo que los interlocutores que juzgo más relevantes, -por el tamaño del gorro que llevan puesto en la cabeza-, se definen por las más variadas opciones, sin detenerse a analizar, en general, las cartas que llevamos todos en la mano.
Tengo mis títulos para afirmarlo así. Pronuncio la aseveración en mi calidad de asistente dinamizador a muchas reuniones y comités; receptor y emisor de innúmeras conferencias, lector y redactor habitual de dictámenes, analista crítico de informes, (incluso de los que yo mismo he hecho y hago); conocedor de varios centros de investigación, (en alguno de los cuales fui investigador prometedor cuando mucho más joven); gestor de empresas, (incluso en unas cuantas en las que expuse mis dineros); empleado fiel -pero que también supo del dolor de ser despedido sin explicación-, o muy torpe, -más veces de las que se pueden soportar sin analizar lo que nos pasa-; autónomo, en fin, y, sobre todo, espectador a resultas propias y resultados de todos.
Están, por una parte, los que son amigos del barullo total, y pretenden acabar este juego con un órdago general, lo que se suele expresar como: “Ordago a la grande, a la chica, a los pares y al juego si lleva mi compañero”. Es la posición más peligrosa de todas, solo admisible cuando vamos perdiendo por muchas, y los otros están a punto de salirse ya de cuentas.
No lo aconsejaría más que si se estuviera en situación desesperada, lo que no me parece en absoluto el caso. Sin embargo, la situación de descontento ha propiciado que crezcan quienes quieren cambiarlo todo: régimen de Estado, sistema de gobierno, modelo económico, posición ambiental, concierto internacional, etc. En el juego del mus -que es el modelo que tomo en este Comentario-, si se está en esta posición de riesgo de “muerte dulce “para el que tanto arriesga, es el otro quien debe decidir si acepta el envite o si sigue, piedra a piedra, construyendo su triunfo, haciendo caso omiso de la provocación que le ponemos sobre el tapete.
Están otros, al parecer conscientes de que llevamos mal juego, que quieren arrancancar unos puntos a la chica, en lugar de dejarlo pasar, ignorando aquello de que “jugador de chica, perdedor de mus”. Afirman o defienden que exportar talentos juveniles es bueno, porquue ya volverán a traernos más salero (como los alevines de salmón noruegos, que pastan por el mar durante años y vuelven hechos unos mulos a los fiordos en donde los sembraron); pretenden que la religión (católica) debe ser asignatura obligatoria porque está en la base cultural y entronca con la ética; dan dinero a los bancos propios para que no entren en default -lo pongo así, en inglés, porque suena cursi y me sirve para vituperar el término- con los bancos tiburones ajenos, en lugar de prestarlo a los que pueden crear riqueza; etc.
No tendremos buenos pares, pero algo llevamos. La gente de mi generación (hablo en sentido amplio: los qe tenemos entre los 75 y los 50 años, más o menos) hemos tenido la suerte educativa de haber vivido etapas de gloria y de penuria, de sacrificio y de exultante jolgorio; hemos creído y descreído; aplaudido a los mismos que hemos silbado, y al revés. De esta escuela de formación, fundamentalmente autodidacta, nos queda un poso excelente, en especial, a todos los que no hemos tenido el mando de nada más valioso que hacer de nuestra vida un modelo universal, y que, por eso, habiendo tenido alguna vez responsabilidades, hemos visto y analizado, porqué nos empujaban fuera del carro.
Hemos constatado, por ello, lo previsto: La mayor parte de las instancias -privadas y públicas- están ocupadas por mediocres, por aduladores, arribistas, o ineptos. Pero también, algo mejor, más útil para el caso: en los niveles intermedios, hay montones de gentes muy, pero que muy capaces: serios, honestos, inteligentes, libres de ataduras. Son unos pares aceptables, si los acompañamos de un buen juego.
Así que todo depende, a la postre del juego que tengamos y lo que tengan los otros. Allí se juega el triunfo o el descalabro. Pero como no se a quién estoy desvelando mi posición, y la partida continúa, solo diré, cuando llegue el momento: “Envido a juego con mis cartas y las de mis compañeros”. Porque aquí, compañeros, sí que nos la jugamos. O sea que, dejando que todos pasen, descartémonos solo de las cartas más flojas y apalanquémonos, esperando que nos toquen mejores, de las buenas que tenemos en la mano, a ver si conseguimos combinarlas.
—–
(1) No dudo que el docto lector conozca el significado de esta palabra; para ahorrar la visita al Diccionario a aquellos que lo ignoren o quieran contrastar las correctas condiciones para su empleo, indico aquí que “mamandurria” es “Sueldo que se disfruta sin merecerlo, sinecura, ganga permanente” (RAE)
(2) Hago referencia indirecta a un refrán, hoy en desuso, aunque solemos usar una derivada del dicho, afirmando, acaso sin serlo, “A mím que soy perro viejo”, para ahuyentar el riesgo de que nos tomen por el pito de un sereno, es decir, nos ninguneen. “A perro viejo, no hay tus tus”, significa que es difícil engañar con halagos a quien es avezado por haber vivido mucho.