El ineficaz y lenguaraz Pablo Iglesias jr., vicepresidente en la estrambótica coalición PSOE-Unidas Podemos que llevó a la jefatura de Gobierno de España al trilero Pedro Sánchez, ha sorprendido a propios y extraños con una maniobra estratégica que recuerda el comportamiento del escorpión de cola negra.
Escriben los naturalistas avezados en observar bichos que los escorpiones y, entre los de picadura más peligrosa, el androctonus bicolor, que habita en zonas desérticas de África y Oriente, cuando se ve rodeado por el fuego, lanza su cola, en donde guarda el veneno, en todas direcciones, de manera tan frenética que parece que quiere inocularse a sí mismo el líquido letal que le sirve para adormecer y paralizar a sus presas.
Se sabe ahora que el escorpión de cola negra no pretende suicidarse, sino que, en su azoramiento, busca el enemigo por todas partes y, por ello, también parece que se quiere inmolar con su propio veneno.
Pablo Iglesias ha demostrado, desde que su amigo Antonio Ferreras lo lanzó al estrellato, que es un excelente polemista, capaz de utilizar la Historia a su antojo, insultar sin reparos al contrario, adormecer al oyente con palabrería a la que no es fácil (y, además, estéril) encontrarle sentido. Apoyado por el voto de varios millones de ignorantes amantes del riesgo crítico, se convirtió en el adalid que supo combinar la esperanza de la izquierda crédula con la desesperación de una juventud sin perspectivas claras de futuro y ese amasijo con sensibilidad a flor de telediario, formado por compatriotas que igual aplauden al domador que mete su cabeza en las fauces de un león drogado que al féretro de una pobre desgraciada que acaba de ser acuchillada por su despreciable maltratador.
Hélo ahora aquí, desprovisto de más encanto que el de un ataque de nervios. La aproximación de su socio de gobierno al equipo claudicante de Inés Arrimadas, ha despertado sus celos, temiendo que Sánchez le hiciera la pirula. Cuando leyó las cartas que, como maestro de la quiromancia, tiene siempre al alcance, vio que el movimiento de Isabel Diaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, convocando a destiempo elecciones para despegarse del molesto Ignacio Aguado, le abría la fosa del olvido eterno.
Si el Partido Popular capitaneado por la eficiente (?) Ayuso tenía que batirse contra Gabilondo (Angel) y los demás restos de tienta política que se han ido quedando como alternativa regional al cobro del cupón, iba a ganar por goleada. Y si se hacía con la mayoría, posiblemente apoyada por Vox al que, a estas alturas, le da igual ocho que ochenta, sería el fin para Podemos, ya metido en una caída libre provocada por su probada ineficacia para cumplir lo prometido, gobernar con juicio, explicarse sin chorradas.
Iglesias se postula como candidato a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, como candidato de la izquierda frente a la candidata de la derecha, que personifica en Ayuso. Como aún tiene ínfulas de mandar algo, antes de irse, en una rueda de prensa desde la sede pública que costeamos todos los españoles, designa a su sucesora, pasándose por el forro de macho alfa (bastante debilitado energéticamente), la potestad que, suponíamos, corresponde al presidente de Gobierno, que se entera de los movimientos por la prensa.
Mi diagnóstico es que Iglesias va a perder la batalla. No porque me encante Ayuso que, como en su momento dije de Arrimadas, me parece que le falta algún hervor. Pero mi voto no importa. Para la inmensa mayoría de los madrileños (y, debo decir en este caso, las madrileñas), elegir entre un machito de Galapagar y una heroína de la puerta de Alcalá, no presenta problemas. La manifestación de mala uva, amenazas a los que tienen alguna propiedad, recuerdos nostálgicos a la Venezuela de Chávez y a las soflamas de la Facultad de Sociología (sigo sin enterarme bien de lo que se enseña ahora en ese recinto universitario), las recogen como se merece: con una solemne pitada.
Ahora ya nos conocemos todos.
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Este hermoso pajarillo, que se alimenta con gusto de los amentos de un aliso, es una hembra del serín verdecillo. Los miembros adultos de esta especie, están ahora en plena efervescencia sexual y los machos, con un trino que asemeja a una rueda de amolar desengrasada, capaz de exasperar al más pintado si lo tenemos cerca, lucen un pecho y bigotera de un espléndido color amarillo.