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Mi Diccionario desvergonzado: timbre, tubo, bajo, café, celador, clausura, colega, consulta, convento, inspector, jabón

10 septiembre, 2014 By amarias Deja un comentario

Bajo.- 1. Zona subterránea del edificio en la que solían vivir los porteros, y que actualmente es ocupada por abogados y dentistas, cuando no se utiliza como trasteros. 2.  Que carece de altura o calidad en una escala de valores o medida que, podría ser considerada ficticia, salvo escasas excepciones, entre las que se deben considerar la voz humana, el vientre propio o ajeno y el tacón de los zapatos femeninos, que se rigen por su propia normativa. 3. En plural, barrio en el que vive la gente que es el principal soporte de la economía sumergida. 4. En plural, parte de un vehículo de más de dos ruedas, oculta a la vista, por lo que no es necesario lavarla, y que tiene especial interés para los inspectores de itv, encargados de seguridad y cierto tipo de delincuentes. 5. En plural, nombre que recibe un país europeo formado por dos países, llamados Holanda, cuya característica principal de los habitantes es hacerse pasar, con éxito, por alemanes.  6. Calificativo que merece el instinto, en realidad, voluntad, de quien no tiene la menor consideración ni respeto a los demás, creando y utilizando situaciones en su solo provecho y el de sus secuaces.

Café. 1. Pretexto para sentarse en una mesa de un bar o restaurante durante varias horas, aprovechado para expresar complementariamente matices de la personalidad, y que solía poner a prueba la memoria de los camareros, hasta que éstos descubrieron que, en la práctica todo se reducía a servir el mismo brebaje, con proporciones variables de leche, en las modalidades caliente o templada. 2. Semilla del cafeto, árbol extendido por Costa de Marfil, Colombia, Brasil y que carecía de aplicación por su amargura hasta que se descubrió que tostándolo con azúcares mejoraba su sabor, y que es apreciado como estimulante, al que se atribuyen, entre otras propiedades, enfermedades coronarias y cancerígenas. 3. Estado de ánimo de una persona, que conviene detectar a tiempo para obtener lo que se desea o salir por pies. 4. Pausa que se aprovecha en un Congreso para abandonar la sala en donde se imparten las conferencias, con las ponencias escritas que están a disposición y con una sobrealimentación de pastelillos.

Celador. 1. Licenciado en filosofía que trabaja en un hospital empujando las camas. 2. Empleado de un establecimiento público que tiene por función principal informar al ciudadano los papeles que le faltan de una solicitud y que aprovecha su estatus para colar a los familiares y amigos.

Clausura. 1. Forma de vida elegida hasta el concilio Vaticano Segundo por aquellas personas que habían decidido alejarse del bullicio mundano, para concentrarse en una comunidad que no tenía contacto con el exterior, y que ha caído en desuso, salvo para personas procedentes de países subdesarrollados que la eligen para mejorar sus expectativas. 2. Denominación que aún reciben edificios situados en el centro de las ciudades históricas, cerrados a la curiosidad pública, en los que se ignora si aún vive gente en ellos.

Colega. 1. Denominación equivoca que se da a una persona de la que no se conoce casi nada, y que debería servir como aviso preventivo para quien recibe esta calificación, pues es fuente tradicional de conflictos personales y profesionales. 2. Delincuente, de guante blanco o no, de un mismo ramo. 3. En diminutivo, persona sin oficio ni beneficio que se dedica a lo que salta.

Consulta. 1. Lugar abierto al público en el que se ejerce la profesión de medicina u odontología por parte de facultativos extranjeros o por empleados en el sistema público de la seguridad social que buscan con ello un sobresueldo. 2. Pregunta profesional realizada a un abogado en ejercicio que no se tiene la intención de remunerar.

Convento. 1. Edificio en el que se concentran personas dedicadas a dar culto a una divinidad, fundado hace siglos por un hijo de buena familia marginado y en el que se fabrican actualmente galletas y otros dulces. 2. Lugar de reclusión en donde ingresaban, y aún lo hacen, quienes habían tenido un desengaño amoroso que podía convertirse en definitivo si les sobrevenía un arrebato místico llamado vocación.

Inspector.  1. Funcionario encargado de la revisión del pago de los tributos que corresponde abonar a las clases medias. 2. Cualquier persona que se dedica a investigar el cumplimiento de una norma o disposición legal, dotado de instrumentos infalibles para detectar que no se ha realizado aquel, por lo que es de desear que jamás se cruce en nuestro camino, al menos cuando ejerce su actividad profesional.

Jabón. 1. Elogio desmesurado con el que se pretende obtener un beneficio de quien no acepta otro tipo de dádivas o sobornos. 2. Pieza de detergente, presentada comercialmente en forma de pastillas o paquete de polvos, y que, en la modalidad de pieza para lavar las manos, se diluye rápidamente, por lo que ha sido sustituida por dispensadores en los lugares públicos, que estando previstos para su uso después de utilizar un espacio de intimidad llamado servicio, se tiene por costumbre ignorar.

Mosca. 1. Díptero muy molesto, con predilección por la suciedad y la mierda, cuyo vuelo errático evidencia la gran dispersión ambiental de este producto de descomposición. 2. Con el calificativo de cojonera, usado en lenguaje habitual, apelativo que merece quien se obstina en que se cumpla lo pactado o lo legalmente procedente, manifestándolo sin reparos.

Paño. 1. En plural, y caliente, medida de alivio pretendida para quien debe admitir algo que le es perjudicial. 2. Tela utilizada en la cocina para recoger la suciedad de una encimera, con el propósito de enviarla posteriormente, escurriéndola, al desagüe que conduce las aguas residuales hacia una depuradora, cuyo caro funcionamiento la mantiene sin el uso previsto, una vez inaugurada esta instalación. 3. Tejido con el que se confeccionaban por los sastres las prendas de vestir, de gran duración, y que ha sido sustituido por material sintético con el que se elaboran ahora aquellas en países carentes de regulación laboral, y del que quien la adquiere no se plantea su durabilidad, sino su relación con la moda, amontonándolas en los armarios sin ton ni son.

Paquete. 1. Orden que da el superior, con plazo de cumplimiento muy corto, y que obliga a trabajar el fin de semana en casa. 2. Objeto de forma irregular, imposible de describir con exactitud, que es el resultado de envolver en casa un regalo de cumpleaños –consistente en un libro u otro material adquirido por pura cortesía, carente de utilidad para quien lo recibe- con papel de colorines.

Pastilla. 1. Píldora de droga sintética que se guarda en un recipiente metálico para su ingesta, con agua o alcohol en un lugar de diversión y conocimiento de extraños. 2. Contenido sobrante del producto farmacéutico que ha recetado un especialista o el propio mozo de la botica, y que se mantiene en una caja para su uso posterior cuando se presenta dolor de cabeza o de estómago.

Picante. 1. Introducción de un suceso imaginario con fuerte connotación sexual, en un relato anodino, para poner de manifiesto que se trata de un relato inventado. 2. Especie que se añade a un guiso para disimular la carencia de sabor, engañando así las papilas gustativas de quien lo ingiere, y provocándole molestias y picores en la zona terminal del intestino, llamadas almorranas.

Talla. 1. Dígitos –números o letras- incorporados a la etiqueta, cuya interpretación es intentada por un dependiente del comercio, y que, en realidad, no tienen otro objeto que advertir al comprador que es imprescindible probar la prenda para cerciorarse que corresponde a sus medidas. 2. Resultado de eliminar la madera que un artista entiende como sobrante de un tronco de árbol y que, si es de tamaño descomunal, tiene opciones de acabar siendo mostrado en un Museo de arte contemporáneo, si se conoce al comisario de la Exposición.

Tamaño. 1. Lo que en la modernidad se pretende importa de algo que, sin esa característica llevada a exageración, carecería de interés alguno. 2. Dimensiones de un objeto, apreciadas por quien es su propietario e intenta venderlo, que cuando son analizadas por el posible comprador, disminuyen notablemente.

Timbre. 1. Sello que se utilizaba en los documentos públicos, para justificar el cobro de una tasa a quien sufría la ilusión de ver con ello garantizado que su escrito de peticiones sería atendido. 2. Pulsador de tono molesto, utilizado convulsivamente por los vendedores ambulantes, distribuidores de folletos comerciales y pedigüeños, que se encontraba en el exterior de cada vivienda, y que ha sido sustituido por un telefonillo con pantalla visual –esta última, supliendo a la antigua mirilla-, que permite disimular que no se está en casa si la visita es intempestiva o indeseable.

Tubo. 1. Vaso alargado  que disimula el contenido real de la bebida alcohólica que se ha vertido en él. 2. Aparato para respirar mientras se observan los pececillos cerca de la orilla, que se adquiere en los establecimientos playeros junto a unas gafas, conjunto que se llena de agua con extrema facilidad, formando parte de la diversión vacacional. 3. Cuando se ofrece algo por él, de forma figurada, se indica que se ha llegado al límite de lo que se está dispuesto a dar por el dinero o contraprestación recibidos.

Publicado en: Diccionario desvergonzado Etiquetado como: bajo, café, celador, diccionario desvergonzado, inspector, jabón, mosca, paquete, pastilla, picante, talla, tamaño, timbre, tubo

Cuento de invierno: El Catálogo

1 enero, 2014 By amarias2013 Deja un comentario

Habían llamado varias veces a la puerta, incluso aporreándola. Pascual Manzano dormía apaciblemente, porque la noche anterior había sido ajetreada.

-¡Señor Manzano, señor Manzano, tengo un paquete urgente para usted! -era la voz del cartero, que se desgañitaba, cansado de esperar.

Por fin, Pascual Manzano despertó, se puso la bata y las zapatillas, fue al baño, se miró en el espejo, y, arrastrando los pies y frotándose los ojos, se acercó a la entrada, abriendo la puerta.

El cartero le alargó un sobre voluminoso.

-Tiene que firmarme aquí. Y aquí. Y aquí. -le dijo el empleado, señalando un lugar en varios papeles.
Pascual Manzano firmó donde le indicaban, cerró la puerta empujándola con el pie hasta que oyó el chasquido de cierre del pasador, dejó el paquete encima de la mesa del comedor y se volvió a la cama.

Ya eran las tres de la tarde, cuando se despertó por segunda vez en aquel día. Entonces descubrió el paquete, al que no había concedido ninguna importancia. Leyó su nombre en el sobre, y le extrañó la dirección: “Donde quiera que esté”.

De pronto, se acordó de quién había escrito aquel sobre y por qué. Había sido él mismo, hacía cuarenta años.
Y lo que contenía el sobre era un Catálogo. Con letra de escolar de bachillerato, podía leerse: “Catálogo de las cosas que considera más importantes y que más me preocupan en este momento a Pascual Manzano”.

Recordó también que, hacía justamente cuarenta años, había confiado a su buen amigo de entonces, Samuel Perogrullo, una encomienda singular:

-Prométeme que, cuando pasen cuarenta años justos, me enviarás este Catálogo, donde quiera que esté. Quiero saber si, para entonces, habré cambiado o seré el mismo de hoy.
-Te lo prometo -le había dicho Samuel, guardando el paquete.- Yo te daré también una lista de lo que me parece importante, para que me la envíes dentro de cuarenta años.

Había perdido de vista a Samuel poco después de la singular promesa, y, desde luego, no se había acordado en absoluto de enviarle a su amigo de entonces el sobre con lo que el otro consideraba importante. Ni siquiera estaba seguro de que hubiera habido tal entrega. ¿Dónde estaría ahora Samuel Perogrullo, qué hacía, qué había hecho?

Estaba manoseando el Catálogo que el adolescente que había sido Pascual había redactado con tanto cuidado, con las gafas algo empañadas por un repentino acceso de sentimentalismo. En una de las páginas, encontró una tarjeta de visita.

No tenía impreso nombre alguno, pero sí unas frases. Tardó en descifrarlas, porque la letra era casi ilegible. Rasgos picudos, firmes, muy personales.

Decía: “Mi marido, que en paz descanse, me encareció que cuando llegase el uno de enero de 2014 le enviara a Vd. este sobre, porque contiene información que, al parecer, le será de máxima utilidad”. Seguía una firma, unas iniciales.

Entonces comprendió que no se encontraba con ganas, ni ánimos, ni curiosidad, para leer lo que decía aquel Catálogo. Tenía, eso sí, la seguridad, de que ninguna de las preocupaciones que hace cuarenta años le habían ocupado los sentimientos permanecería vigente. No se acordaba de nada, de ninguna.

Se fue a la nevera, arrastrando los pies, y tomó un tetrabrik de leche desnatada, sirviéndose un vaso colmado, que tomó con galletas. No tenía idea de cómo pasaría aquel día.

FIN

Publicado en: Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado como: año nuevo, cambio, catálogo, envío, lista, paquete, propósitos, renovación

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