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Impulsos migratorios

29 octubre, 2016 By amarias 1 comentario

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Será avanzada la tarde cuando el Gobierno en funciones de Mariano Rajoy, que se ha prolongado durante más de 300 días, adquiera carácter de estable naturaleza. Lo será, en principio, para los próximos cuatro años, que es lo que la Constitución prevé que dure una legislatura completa.

No hay indicios de que el renovado en su cargo, pero impávido presidente, sustituya más allá de un par de ministros de quienes aún conservan, si bien vacías de contenidos, sus carteras. Incluso, si me aventuro a leer las primeras líneas del manual que sustenta los principios de quien ha conseguido, contra cualquier pronóstico sensible, mantenerse en el poder político, supongo que su intención real sería no mover a ninguno. Aparentar continuidad, ofrecer resistencia a todo cambio, seguir haciendo lo mismo, aunque sin hacer ascos a afirmar, si se le presiona, que tiene la voluntad de hacer algo distinto.

El potingue de continuismo será explicado cada viernes, con la labia grandilocuente de Sáenz de Santamaría, que seguirá dando clases de liberalismo económico para inocentes, utilizando como forzados intermediarios a los periodistas a quienes su profesión obliga a trasladar al pueblo llano las decisiones de los gobiernos.

Mientras los conservadores y retrasadores lo celebran, se habrá consumado un acto más de la escisión del PSOE. Se romperá, y no tanto por la razonable expulsión de los diputados que no se atendrán -escribo en la mañana del 29 de octubre- al mandato de abstenerse en bloque, emitido por la Comisión Gestora, del Comité General y muchas voces de militantes, todos ellos reclamando la imposible unidad. La escisión tendrá raíces más hondas, sociológicas, pragmáticas, menos visibles y, por ello, más terribles. No es lógico que el partido socialista prescinda de algunos diputados indisciplinados en la votación de investidura, enviándolos con la espada flamígera, al grupo mixto, con el efecto doble de perder las ventajas -económicas y estratégicas- de ser el primer partido de la oposición y consolidar exteriormente la ruptura.

No. El tema no va por ahí, por una decena de diputados más o menos. Es mucho más grave. Se trata de entender primero y transmitir después, cuáles son los objetivos migratorios de un partido descabezado y desnortado.

No será posible mantener a machamartillo la postura de manifestarse contrario a cualquier decisión del Gobierno, y para negociar pactos puntuales hay que tener las ideas claras y saber transmitirlas, no ya a los que tienen ahora nuevamente el mango de la sartén del poder, sino a la ciudadanía, y más en particular, a los antiguos votantes, los desaparecidos en la batalla de la confusión ideológica de las últimas elecciones, en las que todos pudimos ver al partido, en secuencia dramática, abrazarse a Ciudadanos, descolgarse de cuanto olía a PP, enzarzarse a porrazo limpio con Podemos, para disputarse el colmenar de la izquierda clásica, y declararse vencido ante la realidad de no encontrar aliados fiables y suficientes para gobernar solo o en compañía de otros.

No me hagan caso, señores dirigentes socialistas, si no quieren, pero me parece fundamental acercarse a aquellos votantes de Unidos Podemos que, con su repulsa a las posiciones socialdemócratas, han venido a soportar la expresión de un descontento destructivo, o, por lo menos, revolucionario contra las instituciones y el propio Parlamento. Al actual partido de Iglesias le espera una escisión aún mayor que la que se barrunta en el PSOE, y no es de extrañar que se forme una nueva oferta, superando los límites de la socialdemocracia agotada, para encandilar a los votantes en la que, si todo sucede como es de vaticinar, serán las nuevas elecciones dentro de un año, más  o menos.

Mucha labor por delante, para el Gobierno y para los líderes de los partidos. Cruzo mis dedos para que la economía occidental mejore algo, y podamos recoger las migajas caídas de la mesa, para poder vivir el señuelo de una recuperación desde el capitalismo liberal pasado por las aguas de una débil oposición. Y me acuerdo, cómo no, de Keynes, del que siempre se puede encontrar una frase al pelo: “la avaricia es un vicio, la práctica de la usura es un delito, y el amor al dinero es detestable…Debemos una vez más valorar los fines por encima de los medios y preferir lo que es bueno a lo que es útil” (1945-1946). La cita la tomo del libro de Zygmunt Bauman, “¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?”.

La respuesta de Bauman, como la de cualquiera que conozca la economía real, es “No.” Ténganlo presente los aspirantes a líderes de conducirnos a alguna parte más tranquila.


P.S. Mi foto para este Comentario corresponde a una migración de estorninos. Miles de aves forman como un cardumen celeste, moviéndose de un lado para otro en sincronía prácticamente perfecta. No puedo entender cómo no chocan algunos entre sí, qué les hace intuir los movimientos de los que vuelan al lado. Cierto, también me sorprende la manera compacta en que ruedan los ciclistas en pelotón, aunque alguna vez les he visto caerse, al atravesarse en la carrera un necio aficionado, o encontrar un obstáculo imprevisto.

Esta bandada de estorninos surcaba, impecable, los cielos de la laguna de Pinillas, en Navarra. De pronto, se posaron en tropel sobre el camino que tenía ante mí, en donde había unos cuantos charcos de agua. Me temblaba la mano, de solo pensar en la fotografía que podía hacer, pero cuando me lancé hacia el coche, en el que acababa de guardar la cámara, levantaron el vuelo y tornaron a dar vueltas sobre mi cabeza, en círculos cada vez más amplios, sin volver a posarse en el buen rato que permanecí observándolos.

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Cuento de invierno: El Catálogo

1 enero, 2014 By amarias2013 Dejar un comentario

Habían llamado varias veces a la puerta, incluso aporreándola. Pascual Manzano dormía apaciblemente, porque la noche anterior había sido ajetreada.

-¡Señor Manzano, señor Manzano, tengo un paquete urgente para usted! -era la voz del cartero, que se desgañitaba, cansado de esperar.

Por fin, Pascual Manzano despertó, se puso la bata y las zapatillas, fue al baño, se miró en el espejo, y, arrastrando los pies y frotándose los ojos, se acercó a la entrada, abriendo la puerta.

El cartero le alargó un sobre voluminoso.

-Tiene que firmarme aquí. Y aquí. Y aquí. -le dijo el empleado, señalando un lugar en varios papeles.
Pascual Manzano firmó donde le indicaban, cerró la puerta empujándola con el pie hasta que oyó el chasquido de cierre del pasador, dejó el paquete encima de la mesa del comedor y se volvió a la cama.

Ya eran las tres de la tarde, cuando se despertó por segunda vez en aquel día. Entonces descubrió el paquete, al que no había concedido ninguna importancia. Leyó su nombre en el sobre, y le extrañó la dirección: “Donde quiera que esté”.

De pronto, se acordó de quién había escrito aquel sobre y por qué. Había sido él mismo, hacía cuarenta años.
Y lo que contenía el sobre era un Catálogo. Con letra de escolar de bachillerato, podía leerse: “Catálogo de las cosas que considera más importantes y que más me preocupan en este momento a Pascual Manzano”.

Recordó también que, hacía justamente cuarenta años, había confiado a su buen amigo de entonces, Samuel Perogrullo, una encomienda singular:

-Prométeme que, cuando pasen cuarenta años justos, me enviarás este Catálogo, donde quiera que esté. Quiero saber si, para entonces, habré cambiado o seré el mismo de hoy.
-Te lo prometo -le había dicho Samuel, guardando el paquete.- Yo te daré también una lista de lo que me parece importante, para que me la envíes dentro de cuarenta años.

Había perdido de vista a Samuel poco después de la singular promesa, y, desde luego, no se había acordado en absoluto de enviarle a su amigo de entonces el sobre con lo que el otro consideraba importante. Ni siquiera estaba seguro de que hubiera habido tal entrega. ¿Dónde estaría ahora Samuel Perogrullo, qué hacía, qué había hecho?

Estaba manoseando el Catálogo que el adolescente que había sido Pascual había redactado con tanto cuidado, con las gafas algo empañadas por un repentino acceso de sentimentalismo. En una de las páginas, encontró una tarjeta de visita.

No tenía impreso nombre alguno, pero sí unas frases. Tardó en descifrarlas, porque la letra era casi ilegible. Rasgos picudos, firmes, muy personales.

Decía: “Mi marido, que en paz descanse, me encareció que cuando llegase el uno de enero de 2014 le enviara a Vd. este sobre, porque contiene información que, al parecer, le será de máxima utilidad”. Seguía una firma, unas iniciales.

Entonces comprendió que no se encontraba con ganas, ni ánimos, ni curiosidad, para leer lo que decía aquel Catálogo. Tenía, eso sí, la seguridad, de que ninguna de las preocupaciones que hace cuarenta años le habían ocupado los sentimientos permanecería vigente. No se acordaba de nada, de ninguna.

Se fue a la nevera, arrastrando los pies, y tomó un tetrabrik de leche desnatada, sirviéndose un vaso colmado, que tomó con galletas. No tenía idea de cómo pasaría aquel día.

FIN

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Cuento de invierno: El año que se perdió

31 diciembre, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

Algunos de los habitantes de aquel lugar no sabían aún lo que pasaba -quiero decir, exactamente-, pero todos estaban seguros de que estaba sucediendo algo muy lamentable.

-Hemos perdido un año -fue, por fin, lo que acertó a expresar el portavoz oficial de la Academia de Sucesos y Hechos Consignables, que estaba realizando, como era normal desde que el tiempo es tiempo, la historia del lugar.

-¿Cómo pudo haber sido eso? -era la voz generalizada.

Buscaron entre las decisiones baldías, las discusiones sin objetivo, las protestas injustificadas, los descalabros manifiestos. Pero no encontraron el año. En el mejor de los casos, descubrían restos de otros años, que habían pasado desapercibidos.

-¡Mira qué curioso! -decía a su compañera de despacho en el Ministerio de Asuntos Urgentes, una funcionaria de nivel 27- Ordenando viejos archivos, he encontrado esta medida perentoria de hace diez años, que se me había traspapelado.
-Si yo te contara…-fue el comentario que obtuvo de su colega-. ¿Te acuerdas del expediente macrocefálico por el que se ordenó la demolición inmediata de un hotel totalmente ilegal en la Costa Placentera que pertenecía a la familia Porbolas?
-Algo me viene a la mente, sí. Se había armado mucho alboroto, y las asociaciones ecologistas estaban revueltas. Pero desapareció todo el mamotreto en un incendio, según me parece, y no se pudieron reconstruir más que las disculpas eximentes -expuso la primera, aprovechando el momento para arreglarse el moño con un prendedor de hojalata.
-Pues apareció ayer sobre mi mesa. Completito. Lástima que ya hayan caducado las acciones pertinentes y el hotel sea ahora propiedad de la mafia rusa, en donde tiene instalado un casino ilegal -concluyó la funcionaria segunda, lanzando un penetrante suspiro, que no trascendió más allá de la puerta blindada.
-Tiempos difíciles. Pero qué se le va a hacer. No es nuestra responsabilidad mejorar el mundo.
-No.

Los recovecos de la Administración Pública no eran los únicos lugares en donde se había estado buscando desesperadamente el año perdido. También la iniciativa privada había realizado una exhaustiva pesquisa, con idéntico resultado aparente. Los matices eran casi imperceptibles, pero existían para quien quisiera profundizar en ellos.

-Parece mentira que haya todavía gente que defienda que la gestión pública es mejor que la privada -expresaba el general director asociado de una empresa multinacional encargada de explotar eficientemente un servicio de primera necesidad, tomando el aperitivo de media mañana con su secretaria.
-Es típico de la izquierda irredenta -apostillaba la mujer, que aún estaba de buen ver y que se sabía, por supuesto, la lección estupendamente-. Quieren hacernos ignorar que los que se encargan de la gestión de las empresas públicas son incompetentes y corruptos y que el personal no está motivado, como en las empresas privadas.
-En efecto, en efecto. La gestión privada es la única que puede conseguir beneficios de los servicios de primera como de cualquier necesidad. Mira cómo les va a las pocas empresas públicas que aún quedan por privatizar.
-Ya.
-El bien común, como ya dice el Catecismo del Mercado, es la suma de los intereses individuales, y no se puede construir la casa por el tejado. Amén -y mientras tanto, desaparecían como por ensalmo las aceitunas y el guiski escocés-. Ponnos unas anchoas, Persuadido, ¡pero que sean de Bermeo, no de Borneo!, ¿eh?

Sin embargo, a pesar de los pesares, el año perdido no aparecía por ninguna parte.

Lo peor fue descubrir que no se había ido solo, que se había llevado muchas cosas.
-¿Dónde está la revisión de mi pensión de jubilación, que no la veo entre las promesas de hace dos años? -preguntó, asomándose a la ventana, un anciano que se había estado descornando durante más de cuarenta años descargando paquetes de chapa y fleje en una siderúrgica del norte del país, hoy en manos indias.
-¡No encuentro la ayuda para estudiar que me es imprescindible! -se lamentó una joven, después de revisar, inútilmente, su cartapacio con buenas notas y darse cuenta de su carencia de medios para seguir en el empeño.
-¿Alguien sabe dónde puedo encontrar mi empleo, que me dijeron que estaba garantizado? -inquiría, angustiado, un muchacho con aspecto de haber estado toda su vida formándose para tenerlo. Una mano extraña le señalaba, con gestos, la salida.

El año perdido se había llevado muchos de los logros sociales que se creían afianzados en la sociedad del bienestar, pero también, había conseguido arrancar con él la ilusión y la confianza de muchos corazones, dejando un poso de amargura muy molesto como contrapunto.

-¿Qué podemos hacer? -era la pregunta generalizada, salvo en unos pocos reductos en los que no había necesidad de hacerse preguntas, porque solo les interesaban las respuestas que les complacían.

Estaban en esas, cuando apareció un tipo tan campante, con muy buen aspecto. Parecía que la crisis no contaba con él.

-Yo lo solucionaré -dijo, decidido, quitándose el sombrero y arremangándose la camisa.
-¿Quién eres tú? -le cercaron, atónitos por el desparpajo, las gentes del lugar.
-Soy el año nuevo -fue la respuesta sonriente-. Y, mi fórmula es muy sencilla. Solo miro hacia el futuro. Así que dejar de preocuparos por lo que pasó, y trabajad con ahínco por lo que queda por venir.

Resultó una magnífica propuesta. Y los lugareños (la mayoría) se olvidaron de seguir buscando el año perdido, pero no por ello dejaron de hacer la mayor parte de aquellas cosas que no habían podido o querido, realizar con anterioridad. Aunque lo que más les satisfizo es encontrar que el año nuevo tenía muchas, pero que muchas, oportunidades. Solo tenían que estar atentos a descubrirlas, sin dejarse engañar por los que solo miraban lo que a ellos únicamente convenía.

FIN

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Tortura y muerte de los Colegios profesionales

16 diciembre, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

Si cabe calificar de alguna forma la actual situación vivida por las Juntas de Gobierno de los Colegios profesionales sería la de desaliento. En especial, para aquellos Colegios que basaban sus ingresos en la obligación de la colegiación y en los visados de proyectos (los de arquitectura e ingeniería, en particular), el momento no puede ser más crítico.

A la situación de incertidumbre se añaden los continuos aplazamientos de la aprobación de la Ley de Servicios Profesionales. Desde hace ya más de un año, se hace circular, provenientes de organismos nunca identificados plenamente, borradores de esa Ley que daría la puntilla a los Colegios, al reducir a carácter testimonial los proyectos que deben ser visados, proclamar la colegiación voluntaria y obligar a que los cobros por los servicios sean ajustados al coste de los mismos. Tanta información contradictoria ha provocado, como es natural, la desorientación y el desánimo, al comprenderse desde los órganos rectores de los Colegios que no se está atendiendo, en absoluto, a sus observaciones.

Porque los Colegios desearían que la situación anterior se mantuviera y, eso sí, estarían dispuestos a hacer la declaración de un firme propósito de enmienda. Más transparencia, más servicios a los colegiados y más conexión con la ciudadanía en general. Por supuesto, también defienden que son un instrumento de la sociedad civil, que cumplen una función de control deontológico y que, en el caso de los proyectos, el visado implica una garantía, que podría mejorarse, desde luego, de la identidad del firmante, la cobertura de sus responsabilidades y, en una medida no bien concretada, de la calidad del proyecto.

Con el hacha del verdugo administrativo bien afilada, la amenaza del problema se ha convertido en real, sin necesidad de que se ejecute ninguna sentencia. La realidad es que las colegiaciones han disminuido en casi todos los Colegios profesionales, las bajas son un goteo incesante y los, en general, vetustos y nobles edificios en los que desarrollaban sus actividades se van cubriendo de un cierto polvo, mezcla de apatía, falta de ideas, y obsolescencia de sus actuales dirigentes.

Claro que hay excepciones. Pero son pocas, y las que hay, no por ello dejan de estar amenazadas. La supervivencia de los Colegios pasa por un profundo análisis de sus objetivos, una revisión de su oferta y la incorporación masiva de jóvenes que enderecen un rumbo que, con Ley o sin ella, está anquilosado por la artrosis de un bienestar que no estaba fundado en el servicio concreto que estaban prestando a los colegiados y a la sociedad, sino en unos ingresos garantizados por la colegiación de profesionales que, en muchos casos, no sabían para qué les servía el Colegio, ni habían pisado su sede jamás.

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Huecos que llenar

20 mayo, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

Resulta preocupante la tendencia hacia los extremos que se ha instalado, como postura, en nuestra sociedad. Como ciudadano que valora, como elemento sustancial del progreso colectivo, la moderación en los planteamientos, desde el posibilismo, creo grave que los dos partidos mayoritarios hayan perdido credibilidad, arraigo social y, todavía peor, aparezcan encharcados en una pobreza intelectual sin precedentes.

No expreso nada que no sea conocido. Las posiciciones de los representantes del Gobierno exudan una suficiencia que solo cabe interpretar como desprecio hacia cualquiera que opine lo contrario, cerrando vías de diálogo y negando explicaciones a lo que precisaría, por el contrario, muchas. Los descubrimientos de que la corrupción y el enriquecimiento ilícito han sido móviles de muchos dirigentes, no ayuda, en absoluto, a la credibilidad.

Tampoco los socialistas deben sentirse orgullosos de haber conducido el país a un sistema de prestaciones públicas insostenible, apoyado inversiones en infraestructuras estériles y, sumidos en el mismo cáncer que corrompe amplias zonas de la representatividad del sistema, no pueden alardear de haber cumplido con honestidad -ya que no con inteligencia- sus responsabilidades de gobierno, cuando las tuvieron.

Es imprescindible recuperar una normalidad democrática, en la que se debe combinar la autocrítica, y la renovación masiva de rostros que no estén ni manchados por las sospechas de corrupción ni por la petulancia de alardeadores de poseer la verdad. Y, como más importante, es necesario que las protestas sociales, los descontentos, encuentren sus vías de canalización y análisis distintos de la calle.

Hay hueco para nuevos partidos de centro-izquierda. No se puede convertir la calle en lugar de expresión sistemático de la contrariedad. La protesta por lo que está mal, como canalizacón del descontento -y hay mucho que debe ser cambiado-, cuando no encuentra vías ordenadas de resolución, no conduce más que a propiciar más desorden, más inquietud, peor justicia.

El parlamento debe recuperar, por la cuenta que nos tiene, su lugar como centro del debate político. Y las instituciones, han de cumplir el papel para el que fueron concebidas. No me parece que la judicatura deba asumir la función de recuperar la respetabilidad democrática. No le corresponde. Tampoco creo que la calle sea el foro adecuado para intercambio de opiniones, ni que se pueda dirigir un país con lemas ni soflamas, ni que la policía deba cumplir ningún papel como medio para sofocar la voz del que discrepa.

Recuperemos el respeto hacia los que tienen razones, abriéndoles los caminos para que las expresen serenamente.

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