Creo que es un buen momento para reflexionar sobre el fracaso de las ideologías rígidas, sean de izquierda como de derechas -y no digamos, de centro, que es como decir que se está dispuesto a chiflar con el que más mande-.
Afirmar con rotundidad que no existe -ni podrá existir, siendo maximalista- ninguna ideología que pretenda su implantación práctica por la aplicación inflexible de sus principios dogmáticos, tiene el aval de una amplia experiencia histórica de casi un millón de años y, por supuesto, cuenta con la referencia próxima de lo que estamos conociendo ahora.
En las democracias parlamentarias, los partidos políticos basan sus programas en presentar una serie de aspiraciones ideológicas junto con unas cuantas concreciones, destinadas a captar la atención de los votantes, sobre todo, de los que no se encuentran “ideológicamente comprometidos”.
Es una banalidad, por no decir, una tontería que se ha venido admitiendo como verdad en los países más avanzados en esa entelequia que se ha convenido en llamar democracia, que existen dos corrientes generales de actuación política.
Desde una, se supone que la manera de mejorar la situación de los más débiles y desfavorecidos, es presionando sobre los que más tienen, distribuyendo mejor los excedentes desde el Estado.
Desde la otra, se acepta que todos pueden mejorar en una sociedad si se deja el campo libre a la iniciativa privada, verdadero motor del desarrollo.
Jamás se ha conseguido hacerlo así (al menos, de forma permanente), porque los intereses personales de quienes se han constituído como dirigentes, consiguen de forma inevitable corromper cualquier sistema. Solo funcionarían las ideologías adaptativas, pragmáticas, aquellas que, conociendo la realidad presente, se enfoquen a mejorarlo en el corto plazo.
No creo en los largos plazos en política, y no creo en ellos porque los Estados -en especial, los Estados intermedios y pequeños- no tienen capacidad de actuación en el mundo global, que es movido por los intereses, egoístas, pragmáticos, de los más poderosos.
Por eso, si un partido quiere convencer de su capacidad, más que presentar un programa con una panoplia de deseos irrealizables, debería decirnos cómo entiende que podrá resolver, de forma lo más inmediata posible, los problemas acuciantes de esta sociedad. Y si no sabe cuáles son (y, por tanto, cómo resolverlos) o si lo que se le ocurre son, simplemente, credos ideológicos, que se retire.
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