En el metro de Madrid, que es el que mejor conozco, hay una norma no escrita por la que, en las paradas, los que tienen que salir del vagón lo hacen por el centro, y los que quieren entrar, utilizan los laterales, ya sea de la izquierda o de la derecha.
Desde luego, en el predecible como nunca panorama resultante de las reelecciones para formar gobierno en España, del 26 de junio de 2016, los que están en el vagón no quieren salir ni aunque les inviten sus amigos íntimos, y los que están locos por entrar, se han liado a darse empujones y dedicarse algunas bofetadas, para defender su presunto derecho a ocupar los asientos libres, en especial, los reservados.
No entiendo muy bien por qué. Los ciudadanos, después de una campaña en la que dudo que alguien se haya leído los programas electorales -incluso, los resúmenes- y, por tanto, dado que su decisión fue puesta de manifiesto ya en la anterior convocatoria, votarán lo mismo. ¿Por qué habrían de cambiar? ¿Para facilitar un acuerdo que los líderes de los partidos principales no han sido capaces de adoptar? ¡Vaya! Si hacen lo que el cuerpo les pide un día de domingo de junio, se abstendrán.
Los indecisos -se especula que un 30% oculta su intención o anda dándole vueltas a si entregará su (estéril) voto individual a alguno de los opositores a dirigirnos durante cuatro años el soliviantado cotarro-, en nada contribuirán cuando aclaren su incertidumbre personal a mejorar la indefinición colectiva.
Los que predicen, precisan, incluso, que la mayor parte de esos que dejan para el último momento la decisión sobre la papeleta que introducirán en la urna, son mujeres, y, profundizando en la sospechosa misoginia de sus análisis, abundan en que, son aficionadas a otros programas (los de diversión mediática).
Si eso fuera cierto, una parte no despreciable de los votos se decidirá, por tanto, por la aplicación de cualquiera de los métodos de decisión holístico-elucubrante que aplicábamos cuando éramos niños. (Recuerdo para la memoria de los más provectos, algunos torpes ejemplos: “Si me cruzo con alguien con perro, voy a aprobar el examen de Ciencias Naturales”; “Si mi madre ha preparado arroz con leche de postre, me compro una peonza”; etc.)
He dejado de creer en las mal llamadas consultas democráticas desde que me di cuenta que la inmensa mayoría de la gente es muy, pero que muy, manipulable y, como premisa menor, es incapaz de leerse nada escrito.
Si se confía en que las decisiones se tomen por todos los asistentes a una convención, acto o asamblea, por ejemplo, y nadie se ha preocupado por tener preparado de antemano la forma satisfactoria de salida de la reunión, los debates serán interminables, y las voces se tornarán cada vez más encrespadas. En definitiva, siguiendo con la imagen del principio: los que están en el vagón no saldrán (si lo desearan, que no parece sea el caso), ni los de fuera, podrán entrar (aunque lo ansíen).
Nuestra función como espectadores, con nuestra papela de votantes en la mano, es mínima. Podríamos imaginar lo que sería más conveniente (ordenar el flujo de entrada y salida, para facilitar el cumplimiento de los itinerarios), pero el tren está parado en el andén, calentando motores, con riesgo de ripado.
Bloqueo a la vista, y… si el metro avanza, porque alguno de los que estén dentro quiera hacer de maquinista, alto riesgo de que se lleve por delante a unos cuantos de los que pugnan en los andenes.
El ejemplo del Brexit es estupendo para concretar esta metáfora. Ha ganado por los pelos de la casualidad más herrumbrosa, la opción de los que quieren salirse de la Unión Europea, una idea que, como el lema de los anuncios del Banco de Santander, que Goma Espuma ha convertido en genial, representa “algo sencillo, personal y justo”, para los que tienen la intuición de que vale más estar solo que mal acompañado.
El mismo lema sirve para los que han votado quedarse, solo que éstos perdieron. Los que quieren salirse superaron a los que desearían mantenerse en esa agrupación de “viejos comerciantes con colmillos retorcidos que defienden lo suyo con añagazas legales ” y “torpes ilusos de la intención infantil de lograr algún día una Europa fuerte”. La diferencia entre el 51,8% y el 48,2% conseguida por los ganadores, se puede calificar, por lo menos, muy sutil.
Salen unos, entran otros, el tren cambia de dirección, la vida sigue. Entretenidos quedan unos (pocos) en recomponer destrozos, mientras la mayoría se apuntará con brío a la nueva situación haciéndola viable y -mal que nos pese a los que queríamos que se quedaran-, mejor. El futuro siempre es mejor, por eso, por definición.
En nuestras elecciones del domingo -mañana cuando esto escribo- ganarán los que hayan votado al Partido Popular, que serán una ridícula minoría en relación con el total de votantes, y aún más exigüa si se contabiliza respecto al número de los que podrían haber votado.
Estarán próximos a una mayoría imposible, porque no van a coaligarse, los votantes del decaído PSOE y del emergente avieso combinado Unidos Podemos. Y asistiremos a la caída ligera, pero apreciable, de la opción contemporizadora de Ciudadanos, dirigida por un brillante Albert(o) Ribera, que, al margen de simpatías ideológicas, aprecio como el que más juego dialéctico, y coherencia personal, ha ofrecido de todos los candidatos.
Así, pues, no saldremos del atolladero. Porque lo que interesa no es quien gana la ridícula ventaja de ser el más votado de cuatro opciones, cuyos programas, dejando aparte tendencias del corazón e impulsos ancestrales, son inviables.
Los de unos, porque han surgido de un gabinete de iluminados que desconoce el mundo real (aunque utilicen algunas anécdotas extraídas de él);los de otros, porque se obstinan en defender seguir con lo emprendido sin escuchar a los descontentos (que tienen poderosas razones para estarlo); y, en fin, los otros dos partidos, …uno porque ha olvidado que la socialdemocracia es realismo de progreso, pero concreto, contante y sonante; y el otro, porque tiene un tufo a condimento profesoral londinense que echa para atrás a los que podría atraer, que son los juiciosos posibilistas.
Yo ya voté, o sea que no me voy a dejar influir por lo que pase hoy ni por el tiempo de mañana.
El simil del Metro es perfecto, el único detalle que añadiría es que aquellos que movemos el Metro ya les hemos dicho quién queremos que salga, quién que entre y que no queremos que nadie tenga el “honor” de ocupar los sitios reservados. Quizás deberíamos hacer las cosas al revés y que fueramos los motores del Metro quienes hiciiesemos el plan de ruta y de ahí en adelante “a seguir la letra chica”; a fin de cuentas no son usuarios del Metro sino empleado. ¿Habrá que explicarlo en Román Paladín?¿Tendremos que salir nuevamente a la calle para explicarselo?
Es cierto lo de está parábola, y tiene una parte buena y otra no tanto.
Tenemos una inmensa responsabilidad como sociedad de apoyar la educación y formación de todos nuestros ciudadanos.Este debería implicar un contrato social en favor de la educación: Hay carencias por ejemplo en Educación en medios de comunicación digitales ( y no digitales) , Educación intercultural, todo el mundo debería tener conocimientos básicos de derecho, ecooomía o sistemas políticos,
Solamente desde la educación es posible recuperar el verdadero sentido de lo político y la política en su sentido original, recuperar por tanto el valor a la dignidad humana, u precisamente así podamos activar la responsabilidad social y democratizar nuestras democracias. Un buen ejemplo de lo que quiero expresar lo tenemos en Paulo Freire en este artículo. http://institucional.us.es/fuentes/gestor/apartados_revista/pdf/campo/dzvtcvov.pdf
Hoy, por ser tu cumple, te voy a comentar tu último post.
Si la socialdemocracia es algo contante y sonante creo que tenía razón Tierno Galván cuando le oí en un mítin del 77 hacer aquel coro:
La socialdemocracia
No nos hace gracia
Bis
El modelo del vagon del metro sigue valiendo, lo que pasa que en esta sociedad-economía líquida, las masas se han vuelto eso, líquidas y la dinámica de estos fluidos todavía no se conoce bien
Merry Christmas y Happy New Year. Para el siguiente cambiamos de dígito ?
Paco, coincido contigo con que el símil del metro tiene notables carencias. En realidad, cuando escribí el Comentario, estaba pensando en reflejar con esa metáfora, que los vagones son las diferentes opciones de representación popular que ofrecen las administraciones públicas, y la vía del tren quería significar la democracia (o el progreso), cuyo avance estaba detenido por la discusión acerca de quienes ocupan los puestos dentro del vehículo. Respecto a tu ilusionada expresión de que ya hemos decidido quién debe ocupar los asientos, es cierto que hemos votado, pero de nada ha servido, al menos, en la primera votación de diciembre de 2015 y, me temo, que los resultados de junio de 2016 no han abierto un panorama de tranquilidad, sino consolidado la incertidumbre.
Por otra parte, y más importante en lo afectivo para mí, me alegra encontrarte como lector de lo que escribo y, especialmente, como contribuyente a dar mayor difusión y claridad a lo que expreso en mi blog. Gracias, y un fuerte abrazo.
José Manuel, gracias, ante todo, por participar en el debate en mi blog. Los Comentarios de quienes me leen, aunque lo hagan solo ocasionalmente, ayudan a dar mayor difusión a lo que escribo.
Mucho tengo escrito, y también en este blog, acerca de la educación, por lo que me basta con manifestar aquí que estoy de acuerdo en conceder la máxima importancia a la educación y a la cultura. Respecto a tu frase de que “todo el mundo” debería tener conocimientos básicos de “derecho, economía y sistemas sociales”, entiendo que el deseo (que, a pesar de la dificultad de su puesta en realización, comparto) viene a expresar que para votar una opción política, hace falta saber qué es lo que estamos apoyando, y no solo tener la intuición de que coincidimos con lo que expresa en una o varias alocuciones televisadas un candidato.
Respecto al enlace, que conduce a publicaciones restringidas de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla, nada puedo decir. Tampoco aparece Paulo Freire entre los autores que han publicado allí. Supongo que la revista de la Facultad habrá recogido, varias veces, artículos del ilustre pedagogo brasileño, del que, por supuesto, he leído mucho y comparto bastante.
Gracias, Plácido, por tu felicitación. Del resto de tu comentario, debo reconocer que no entendí nada o casi nada. Dejando aparte la chusca referencia a Tierno Galván, me resulta exótica -pero válida en otro contexto- la referencia a la “sociedad líquida”, término, como sabes, que Zygmunt Bauman atribuyó a una sociedad que se orienta hacia el consumo y desprecia los valores. Un abrazo, colega y coetáneo. El cambio de dígito aún puede esperar dos años.