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España secuestrada

1 enero, 2020 By amarias 2 comentarios

Parece consumada la posibilidad de un acuerdo contra natura que signifique, en la segunda vuelta, la consolidación como Presidente de Gobierno efectivo de Pedro Sánchez, secretario general del Partido Socialista de España. Contará Sánchez para esa investidura, en la segunda vuelta, además de con los apoyos de la Unión del Pueblo Navarro, el Partido Nacionalista Vasco, el Partido Regionalista de Cantabria -si el Presidente Revilla no cambia de opinión- y la Unión Canaria, con el acuerdo firmado con Unidas Podemos y su hermano menor, Más País.

Se trata, por tanto, si en efecto se consolida esta coalición de variados intereses, de una extraña combinación de propósitos independentistas y regionalistas del más puro espíritu egoísta y antisolidario, con un expresado propósito de combinar la izquierda tradicional (o lo que quede del PSOE, después de pasar la trituradora Sánchez) con el populismo de izquierdas, cuyo propósito es -salvo que Iglesias y los suyos hayan cambiado de discurso- “marcar a los socialistas el verdadero camino de la izquierda”, para que no se desvíen a la derecha.

He podido analizar los textos sucintos tanto del acuerdo entre Sánchez e Iglesias como del firmado entre Ortúzar y Sánchez. Se trata de documentos cuya forma refleja precipitación y algunos fallos gramaticales, aunque lo preocupante es, sin duda, el fondo. El fondo, salvo detalles concretos, es una colección de generalidades, intenciones difusas y adolece, como es habitual en todo planteamiento de los partidos con pocos militantes, de una dramática falta de realismo económico.

En el acuerdo entre los representantes del PSOE y el PNV, -la combinación antinatural del partido que defendía hasta ahora un progresismo moderado y otro de derecha más bien reaccionaria, pero nacionalista- sorprende por incluir expresiones que afectan a intereses de dos Comunidades Autónomas que no firman el pacto. Se pretende, con ello, avanzar en la línea de la fractura territorial (actualmente, anticonstitucional) comprometiéndose a defender  modificaciones constitucionales que lleven a un nuevo mapa de las autonomías españoles, en beneficio de las actuales regiones denominadas Euskadi, Navarra y Cataluña, a las que se jura o promete la mayor independencia posible.

Como el papel lo aguanta todo, pero también la población adormilada lo pasa todo por alto, no sorprenderá que el acuerdo firmado por Andoni Ortúzar, presidente del PNV, incluya la obligación -¡en un plazo de seis meses! de trasladar las competencias de Tráfico (cuyo responsable actual es la Guardia Civil) a la Comunidad Foral de Navarra, ampliando las actuales competencias de la Erzaintza.

La triste naturaleza de estos acuerdos demoledores para la democracia y la solidaridad, es que se margina aún más a las regiones cuyas poblaciones se han caracterizado por tener más sentido de la unidad de España: así, los cambalaches de propósitos en el contubernio para gobernarnos desde la ocultación, se margina a Asturias, Andalucía, Galicia, las dos Castillas, Murcia, Las Baleares, …

Estoy seguro de que los documentos ofrecidos a publicidad ocultan lo sustancial: otros pactos y compromisos que no se han dado a conocer, y pasan a ser opacos para los no pactantes, con lo que nos encontraremos -a saber en qué momentos- confrontados con una realidad que se impondrá sobre lo que se ha presentado.

La escenificación de la firma de esos insustanciales documentos (poco contenido expreso para lo mucho que significan para la estabilidad y la democracia) se ha hecho sin permitir preguntas a los periodistas, en un flaco ejemplo de oscuridad y ocultación informativa.

No quiero ni pensar en que el presentado por el gobierno provisional de Bolivia como un intento de secuestro de los refugiados en la residencia La Paz de la embajadora de México en ese país por representantes diplomáticos españoles y cuatro Geos, obedezca a alguno de los acuerdos invisibles entre PSOE y Podemos.

Qué país, señores.

(El acuerdo entre PSOE y Unidas Podemos merece un análisis específico, que trataré de desarrollar mañana)

 

Publicado en: Actualidad, Política Etiquetado como: acuerdo PNV, acuerdo Unidas Podemos, elelcciones, España secuestrada, gobierno, investidura, pacto Unidas-Podemos, presidente, PSOE, Sánchez, votaciones

Votar a ciegas

8 noviembre, 2019 By amarias Deja un comentario

El 10 de noviembre de 2019 los españoles tenemos que votar nuevamente, para elegir la composición de representantes en el Congreso y en el Senado. No nos han ayudado a la definición de nuestro voto las ideas y posicionamientos expresados por los cabezas de lista de los partidos.

La sensación general, que confirman las encuestas publicadas (aunque no resulten éstas precisamente coincidentes, poniendo en evidencia el sesgo ideológico de los media que los difunden), es que, no solo ningún partido alcanzará la mayoría suficiente para gobernar en solitario, sino que no será posible formar gobierno estable, porque las posibles coaliciones de partidos con supuestas simpatías de fondo, no alcanzan a generar una mayoría suficiente.

Esta situación de aparente bloqueo, y que obligaría a convocar nuevas elecciones (llevamos una por año de media en este sufrido país), reproduciendo un día de la marmota sin visos de culminación, surge como consecuencia de la confluencia de varias “líneas rojas” absolutamente injustificables, en los planteamientos programáticos de los cinco partidos principales que concurren a las urnas.

  1. Se ha construido la fantasía de dos bloques antagónicos: el de la derecha, conformado por el PP, Ciudadanos y Vox; y el de izquierda, al que se adscriben PSOE y Unidas-Podemos. Estos partidos, sin embargo, no forman entre sí coaliciones naturales, pues en los debates públicos y en los muchos mítines en donde se han expresado las ideas principales en liza, se ha puesto de manifiesto que no comparten sustanciales aspectos de gobierno y que las tensiones personales son altas. Si se trata de un recurso mediático, resultaría que juegan con nuestra atención emocional, y que mienten en sus enfrentamientos para entretenernos o prerender confundirnos.

    Por la derecha, hay discrepancias en la configuración del mapa autonómico, el aumento de la centralidad, la política migratoria, el incremento de los recursos del Estado o la actuación para paliar la despoblación de ambas áreas del país. Desde luego, poco se ha hablado del impulso a la investigación y a la creación de empresas, al sostenimiento de la economía de bienestar sin subir impuestos o a la reforma de la Ley Universitaria, por dar solo algunas pinceladas sobre las carencias.Además, la consistencia ideológica del grupo de Vox, combinando retazos de la nostalgia de los tiempos franquistas, revisión de líneas básicas de la Constitución y de los Estatutos autonómicos, impregnados de xenofobia y argumentos de trasnochado catolicismo carpetovetónico, empaña de tremendas dudas el tipo de acuerdo que pudiera aglutinar a esta formación con los otros dos partidos de signo conservador. Para quienes, en su momento, valorando sobre todo el programa económico de Luis Garicano, habíamos creído en las ventajas de una coalición PSOE-Ciudadanos, la deriva de Albert Rivera, condenándose al suicidio político y malversando el caudal político que poseía la formación naranja, no dejará de sorprendernos.

    En la zona de las esencias de la izquierda, terriblemente adulteradas por abandono ideológico y oportunismo político, figuran dos formaciones que aparecen como irreconciliables, como, por otra parte, siempre lo han sido socialistas y comunistas. Ahora, además, los comunistas se han unido al populismo menos fiable, por lo que se puede vaticinar que surgirán tremendos choques ideológicos si, necesitado de ayudas para conseguir la mayoría, el grupo de Pedro Sánchez pretende el apoyo de la pareja Iglesias-Montero, arrastrando éstos últimos de sus pelos al difuminado Garzón hacia  una frágil coalición de circunstancias. Nada cuento para el caso, en que,  como parece previsible, se precisara para terminar la extraña amalgama de cohesión imposible a los partidos nacionalistas de las dos regiones constitucionalmente preferidas, aumentando el panorama variopinto de intereses del capital  en España. El cóctel destructivo parece garantizado y unas nuevas elecciones, en puertas.

  2.  La única opción viable, dando por presupuesto que debe contar con estabilidad suficiente y sin saltarse la necesidad de un respeto constitucional básico (a la Monarquía, a la democracia establecida, a la atención social y al respeto al orden y a la ley), manteniendo o recuperando la credibilidad internacional y con la posibilidad de contar con claro apoyo de los grandes grupos empresariales y, de paso,  gozar de suficiente calma social,  sigue siendo el apoyo de Ciudadanos a un PSOE que obtuviera suficientes votos. Si el PSOE obtiene una mayoría insuficiente, que no le permita gobernar en coalición con Unidas-Podemos (combinación ideológicamente inestable, como tengo escrito, y terrible para nuestra economía), la mirada tendría que dirigirse hacia la abstención del PP y el apoyo de Ciudadanos. Desde esta perspectiva, el voto útil para mí sería votar a Ciudadanos, aún cerrando los ojos a la pésima campaña y a los riesgos de que ese voto engorde la opción PP-Ciudadanos-Vox, igualmente inestable y peligrosa en extremo para la tranquilidad social que debería pretenderse.
  3. Me temo, sin embargo, que la abstención el día 10 de noviembre será muy alta, y que los votantes potenciales más desengañados (y que no acudirán, por tanto, a la llamada a las urnas, serán, precisamente, los que podrían optar por Ciudadanos y el PSOE.

    A esto hemos llegado. Acudamos a votar, aunque debamos cerrar los ojos y tapar las narices ante el oscuro panorama.
    —

Tengo que insistir, y lo haré hasta agotar existencias (tengo editados 1.000 ejemplares, de los que, por el momento, llevo vendidos unos 300 ejemplares), para que mis lectores se animen a comprar el libro Sonetos del Hospital, que espero sepan apreciar no solo como aceptable literatura, sino, también porque estarán apoyando con 5 euros por cada compra a la Asociación Española contra el Cáncer.

Aquí tienen el enlace, amigos.

Compra el libro “Sonetos desde el hospital”

La voraz avispa asiática (vespa velutina) es una invasora que mata y devora incluso a las abejas domésticas (vespa melífera), convirtiendo las entradas de sus colmenas en un campo de batalla con final predecible. Estos gigantes de entre los véspidos, de tamaño tres veces superior al de las industriosas abejas, ávido por su miel, no concede tregua ni compasión y acaba matando a todas las que se oponen a su intromisión, por lo que están desapareciendo las melíferas allí donde se van implantando.

Dicen que el avispón autóctono (vespa cabro), de aproximadamente el tamaño de la velutina, es la esperanza para vencer esta calamidad biológica que azota a abejas y colmeneros. Me permito dudarlo. He presenciado algunas luchas entre los dos pesos pesados y la alóctona sale vendedora, dejando un cadáver o un cuerpo muy maltrecho por testigo del lance, salvo en los casos en que el confiado avispón levantó el vuelo a tiempo.

Tengo para mí que la única forma de combatir eficientemente a esta especie que nos va tomando el terreno de las que nos son beneficiosas, ya que no valen medias tintas ni se puede parlamentar con las velutinas, es destruirlas en sus nidos, capturando vivas a sus congéneres y haciéndolas portadoras de veneno hasta sus nidos, que contagie del mismo a todas las que habitan con ellas, matándolas.

 

Publicado en: Actualidad, Poesía, Política Etiquetado como: AECC, bloqueo, donación, elecciones, libro, Sonetos desde el Hospital, votaciones, voto útil

Salidas

25 junio, 2016 By amarias 6 comentarios

En el metro de Madrid, que es el que mejor conozco, hay una norma no escrita por la que, en las paradas, los que tienen que salir del vagón lo hacen por el centro, y los que quieren entrar, utilizan los laterales, ya sea de la izquierda o de la derecha.

Desde luego, en el predecible como nunca panorama resultante de las reelecciones para formar gobierno en España, del 26 de junio de 2016, los que están en el vagón no quieren salir ni aunque les inviten sus amigos íntimos, y los que están locos por entrar, se han liado a darse empujones y dedicarse algunas bofetadas, para defender su presunto derecho a ocupar los asientos libres, en especial, los reservados.

No entiendo muy bien por qué. Los ciudadanos, después de una campaña en la que dudo que alguien se haya leído los programas electorales -incluso, los resúmenes- y, por tanto, dado que su decisión fue puesta de manifiesto ya en la anterior convocatoria, votarán lo mismo. ¿Por qué habrían de cambiar? ¿Para facilitar un acuerdo que los líderes de los partidos principales no han sido capaces de adoptar? ¡Vaya! Si hacen lo que el cuerpo les pide un día de domingo de junio, se abstendrán.

Los indecisos -se especula que un 30% oculta su intención o anda dándole vueltas a si entregará su (estéril) voto individual a alguno de los opositores a dirigirnos durante cuatro años el soliviantado cotarro-, en nada contribuirán cuando aclaren su incertidumbre personal a mejorar la indefinición colectiva.

Los que predicen, precisan, incluso, que la mayor parte de esos que dejan para el último momento la decisión sobre la papeleta que introducirán en la urna, son mujeres, y, profundizando en la sospechosa misoginia de sus análisis, abundan en que, son aficionadas a otros programas (los de diversión mediática).

Si eso fuera cierto, una parte no despreciable de los votos se decidirá, por tanto, por la aplicación de cualquiera de los métodos de decisión holístico-elucubrante que aplicábamos cuando éramos niños. (Recuerdo para la memoria de los más provectos, algunos torpes ejemplos: “Si me cruzo con alguien con perro, voy a aprobar el examen de Ciencias Naturales”; “Si mi madre ha preparado arroz con leche de postre, me compro una peonza”; etc.)

He dejado de creer en las mal llamadas consultas democráticas desde que me di cuenta que la inmensa mayoría de la gente es muy, pero que muy, manipulable y, como premisa menor, es incapaz de leerse nada escrito.

Si se confía en que las decisiones se tomen por todos los asistentes a una convención, acto o asamblea, por ejemplo, y nadie se ha preocupado por tener preparado de antemano la forma satisfactoria de salida de la reunión, los debates serán interminables, y las voces se tornarán cada vez más encrespadas. En definitiva, siguiendo con la imagen del principio: los que están en el vagón no saldrán (si lo desearan, que no parece sea el caso), ni los de fuera, podrán entrar (aunque lo ansíen).

Nuestra función como espectadores, con nuestra papela de votantes en la mano, es mínima. Podríamos imaginar lo que sería más conveniente (ordenar el flujo de entrada y salida, para facilitar el cumplimiento de los itinerarios), pero el tren está parado en el andén, calentando motores, con riesgo de ripado.

Bloqueo a la vista, y… si el metro avanza, porque alguno de los que estén dentro quiera hacer de maquinista, alto riesgo de que se lleve por delante a unos cuantos de los que pugnan en los andenes.

El ejemplo del Brexit es estupendo para concretar esta metáfora. Ha ganado por los pelos de la casualidad más herrumbrosa, la opción de los que quieren salirse de la Unión Europea, una idea que, como el lema de los anuncios del Banco de Santander, que Goma Espuma ha convertido en genial, representa “algo sencillo, personal y justo”, para los que tienen la intuición de que vale más estar solo que mal acompañado.

El mismo lema sirve para los que han votado quedarse, solo que éstos perdieron. Los que quieren salirse superaron a los que desearían mantenerse en esa agrupación de “viejos comerciantes con colmillos retorcidos que defienden lo suyo con añagazas legales ” y “torpes ilusos de la intención infantil de lograr algún día una Europa fuerte”. La diferencia entre el 51,8% y el 48,2% conseguida por los ganadores, se puede calificar, por lo menos, muy sutil.

Salen unos, entran otros, el tren cambia de dirección, la vida sigue. Entretenidos quedan unos (pocos) en recomponer destrozos, mientras la mayoría se apuntará con brío a la nueva situación haciéndola viable y -mal que nos pese a los que queríamos que se quedaran-, mejor. El futuro siempre es mejor, por eso, por definición.

En nuestras elecciones del domingo -mañana cuando esto escribo- ganarán los que hayan votado al Partido Popular, que serán una ridícula minoría en relación con el total de votantes, y aún más exigüa si se contabiliza respecto al número de los que podrían haber votado.

Estarán próximos a una mayoría imposible, porque no van a coaligarse, los votantes del decaído PSOE y del emergente avieso combinado Unidos Podemos. Y asistiremos a la caída ligera, pero apreciable, de la opción contemporizadora de Ciudadanos, dirigida por un brillante Albert(o) Ribera, que, al margen de simpatías ideológicas, aprecio como el que más juego dialéctico, y coherencia personal, ha ofrecido de todos los candidatos.

Así, pues, no saldremos del atolladero. Porque lo que interesa no es quien gana la ridícula ventaja de ser el más votado de cuatro opciones, cuyos programas, dejando aparte tendencias del corazón e impulsos ancestrales, son inviables.

Los de unos, porque han surgido de un gabinete de iluminados que desconoce el mundo real (aunque utilicen algunas anécdotas extraídas de él);los de otros, porque se obstinan en defender seguir con lo emprendido sin escuchar a los descontentos (que tienen poderosas razones para estarlo); y, en fin, los otros dos partidos, …uno porque ha olvidado que la socialdemocracia es realismo de progreso, pero concreto, contante y sonante; y el otro, porque tiene un tufo a condimento profesoral londinense que echa para atrás a los que podría atraer, que son los juiciosos posibilistas.

Yo ya voté, o sea que no me voy a dejar influir por lo que pase hoy ni por el tiempo de mañana.

Publicado en: Sin categoría Etiquetado como: elecciones, fracaso., metro, Partido Popular, Podemos, profesor, salidas, tren, votaciones, voto

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