Quiero creer que las opacas conversaciones entre partidos políticos para formar gobierno habrán servido, siendo evidente que no han cumplido su objetivo, para facilitar que los ciudadanos independientes lleguemos a alguna conclusión que resulte útil a nuestro país.
Si hay una distinción del carácter que define a un líder es que, cuando el equipo parece aturdido, él propone una solución y saca al grupo del escollo. Tal vez debo indicar que no me refiero a que el dirigente (o el aspirante a tomar las riendas) tenga “la” solución, sino que sea capaz de ofrecer, lo antes posible, una opción creíble y que movilice a quienes tienen los recursos disponibles, para aliviar a los que estén sufriendo el peso más agotador de la carga. Se consigue, de esa forma y en ese preciso momento, que se salga del bache, y se obtiene la liberación de la tensión, para poder dedicarse, ya con más calma, a mejorar las estructuras y evitar que lo mismo vuelva a suceder.
Puede que todo parezca demasiado teórico, parte de un manual elemental. No niego la menor, pero me acojo a mi derecho intelectual a expresar que las propuestas que provienen de los que alardean tener información y criterios sobre cómo conducirnos a un sitio mejor, carecen de viabilidad.
Los representantes de los cuatro partidos políticos más votados parecen haber confundido el apoyo de sus concretos electores con un mandato para negociar un gobierno de coalición con garantías de estabilidad. No lo veo así, en absoluto. Si no sabemos hacia dónde ir, ¿con qué pertrecharnos? ¿Habrá que atravesar un desierto sin oasis o una selva con serpientes? Puede que, metafóricamente hablando, sean varios y complejos los espacios a atravesar y, en lugar de equiparse para una expedición al polo o con el salacot de excursionista de safari, sea más adecuado pulsar la propia capacidad de resistencia.
La diversidad de opciones presentadas ante los electores-incluso aunque mal o insuficientemente perfiladas- solo han servido para que la ciudadanía exprese su deseo de acabar pronto el período de transición, en el sentido, de momento de desconcierto o desorientación.
Que se nos saque de aquí, vamos, cuanto antes. Porque los períodos de transición, son períodos de exposición. Los que están expuestos, son más vulnerables.
Sin embargo, este período ha sido interpretado como un tiempo de exhibición, como si los portavoces de las preocupaciones de los agentes socioeconómicos, hubieran creído que nos interesaba conocer más al detalle sus diferencias personales, tomar fiel medida de sus distancias mentales o profundizar hasta el vómito en sus elucubraciones de definición ideológica catecumenal. Por eso, teniendo en cuenta que, como más de treinta y cinco millones de potenciales electores, no he tenido la menor participación en esas negociaciones, me siento facultado para expresar mi decepción.
Las exhibiciones percibidas de las débiles musculaturas, la delicadeza de las carnes ofrecidas, tan descoloridas como pegadas al hueso, necesitadas a gritos de un paseo por mayor ejercicio mental, fueron lamentables. Sobre todo, porque nos han hecho perder bastante bagaje de lo único seguro que teníamos a disposición: tiempo para reaccionar.
Más de un centenar de días consumidos en misteriosos tejemanejes han dejado un poso de excesos verbales, marcas de intolerancia, crispación supurada y líneas rojas pintarrajeadas con tizas y lápiz de labios, que podrían parecer una preparación infantil para marcar el espacio en el que jugar a la rayuela (1). Si me arriesgara a hacer de lector de las borras resultantes en las tazas de los cafés disfrutados durante tantas jornadas, mi interpretación agorera es que hemos ido hacia atrás. Puede que sepamos más de lo que nos separa, -en gran medida, de lo inútil-, y nada nuevo de lo que nos podría unir -en general, imprescindible.
Qué pérdida de oportunidad. Los momentos de transición son fundamentales para que una colectividad consiga tender redes más sólidas que las precedentes para anclar mejor sus bases en el futuro. Ha sido grave la desilusión propagada por la exhibición, por parte del partido de Gobierno (ahora en funciones), de que no está dispuesto a cambiar el rumbo, sino a seguir conduciendo por la misma singladura, cuando está claro -incluso para ellos- que nos había llevado a una vía muerta, un culo de saco. Grave también resulta la obsesión de un partido emergente, que llenó de ilusiones (en gran parte, productos de la fantasía y la enajenación grupal) a más de cinco millones de desencantados, por querer implantar un cambio imposible, estrictamente revolucionario y contrahistórico, en la gobernabilidad de España.
De los otros dos partidos (PSOE y Ciudadanos), corresponde aplaudir su voluntad de entendimiento, aunque parcialmente contra natura, aunque, al ser, desde el origen, una postura insuficiente, su escenificación formó rápidamente parte del teatro, esto es, de la exhibición. (2)
Tendríamos que entender que, en este momento de nuestra historia política, la situación es de reorganización de efectivos, y no de actuación precipitada. Momento para eliminar muchos de los elementos que juzgamos perniciosos y que se han convertido en los síntomas más claros de lo que es imprescindible cambiar. Con la tranquilidad de poder entender que, en un Estado que dispone de una Constitución y leyes pactadas democráticamente, es posible plantearse ese tránsito, no después de una revolución, no acudiendo a una asonada o a un conflicto armado, sino mediante un acuerdo de partidos para impulsar un gobierno.
Los problemas de esta situación de transición están detectados, aunque no se conozcan las soluciones para todos ellos. Hagamos las modificaciones con cabeza, no con imprudencia, porque no estamos solos en el mundo, y pertenecemos a una sociedad, la occidental, industrializada y, sí, capitalista, que forma parte de nuestra esencia. En ella debemos encontrar las respuestas a los factores de preocupación que, aún siendo tan conocidos, no me resigno a enumerarlos, una vez más: paro (especialmente juvenil), desequilibrio en el sostenimiento del estado de bienestar, corrupción en las administraciones públicas, evasión fiscal y falta de control en las cuentas de los grandes grupos, excesivo endeudamiento de las familias, equivocada orientación de una parte sustancial de la transmisión de la enseñanza (en particular, la técnicamente productiva), pérdida de la consciencia de unidad como medida esencial de progreso, entre otras.
Ningún partido ha demostrado tener la solución, solo propuestas cuya viabilidad sería necesario que se demostrara. En una situación así, yo prefiero, por experiencia, actuar con decisión para salir del momento, pero con máxima prudencia para no sostener la misma postura más tiempo del imprescindible.
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(1) Escribo Rayuela en homenaje solapado a Julio Cortázar, pero en mi pueblo ese juego -más propio de niñas-, se sigue llamando cascayu; y en España, cascallo, tejo o pericojo, entre otros nombres.
(2) No incluyo a Izquierda Unida como quinto partido en la disputa por el poder, porque no lo está siendo. Con un sólido argumentario del que no se ha movido -ni falta que le hacía: es el catecismo de siempre, el de la izquierda conscientemente marginal- ha aprovechado la oportunidad para pasearse luciendo músculo por los escenarios mediáticos. La proximidad a Podemos permitió ver las diferencias entre el modelo y su caricatura, dejando claro que hoy tiene cinco veces más público el docudrama circense que un buen guión.
Excelente reflexión ANGEL
Siempre brillante y acertado
Juan Carlos R Ovejero
Todos y cada uno de los puntos que tocas desembocan en la desilusión y retroceso, que es la situación generalizada…
Pero es que además las caras de sus”señorías y señoríos” parece indicar todo lo contrario, con sonrisas beatíficas, no sé si quieren parecer niños maltratados por el resto, o, simplemente no se dan cuenta que lo que quiere toda la muchachada votadora es que busquen puntos de encuentro, y no descalificaciones y balones fuera…