Esta mañana, al asomarme por la ventana, vi que en la piscina de los vecinos un juvenil de mirlo común se debatía, tratando inútilmente de salir del agua. Estaba claro que, por sus propios medios, jamás conseguiría salir de esa trampa acuática a la que le habría llevado su inexperiencia volandera. Así que no lo dudé: fui a la casa vecina, llamé a uno de los telefonillos y advertí a la voz que un pajarito se había caído en su piscina. Debía tratarse de un niño, porque respondió con alboroto y me anunció, gozoso, que bajaba de inmediato.
-¡Ayer ya salvamos una cría de vencejo! -me informó, orgulloso de su función de salvador de especies en peligro de ahogamiento en las piscinas comunitarias.
Claro está que la situación de bloqueo político en la que nos encontramos no admite exacta comparación con la historia de la piscina, pero quienes venimos observando el comportamiento de los líderes de los cinco partidos políticos (por reducir a lo que podemos contar con los dedos de la mano las opciones en liza para formar gobierno en España), podríamos imaginar que son egos ahogándose en la piscina de su falta de entendimiento.
Tenemos todos claro que ningún partido alcanzó, en las últimas elecciones cada vez más lejanas, votos suficientes para permitirle gobernar en solitario. No hace falta darle vueltas al manubrio del entendimiento para admitir que el llamado bloque de las tres derechas (Ciudadanos, Partido Popular y Vox) no tendría mayoría suficiente para alzarse con el gobierno de la nación, incluso si consiguieran ponerse de acuerdo en borrar las líneas rojas que Ciudadanos ha trazado contra Vox, dando por admitido que se trata ésta de una facción ideológicamente contaminante, por sus posiciones reaccionarias en algunos puntos.
Por el lado de la izquierda, tampoco PSOE y Podemos, aunque llegasen a un acuerdo entre ellos, tendrían mayoría para gobernar. Necesitarían el apoyo de los independentistas y de los terroristas no arrepentidos, o que se abstuvieran en la investidura hipotética de Sánchez, algunos diputados de Ciudadanos, pongo por caso (rompiendo la disciplina de voto). Como la coalición instrumental entre las posiciones autodenominadas progresistas supondría, por imposición irrenunciable de Unidas Podemos, la incorporación de algunos miembros de su facción como ministros de gobierno del Estado (¡como garantía de que se cumpla el programa del PSOE!), ha surgido una nueva línea roja en ese lado: entiende el equipo de Sánchez que ese gobierno conjunto sería contaminante para la libre capacidad de acción que desea para sí el socialismo moderado.
Tengo la cabeza como un bombo de tantas líneas rojas. Me he imaginado que Rivera y Sánchez han generado entre sí una animadversión recíproca de la que no son capaces de librarse sin pasar por un sicólogo/siquiatra de los que no hay. La antes fresca opción de Ciudadanos se ha convertido en una piltrafa ideológica de vetos incomprensibles, y si a alguno le parece lógico el abismo que ha trazado contra Vox, a otros no nos parece admisible tampoco el que tiene trazado contra el PSOE.
Incomprensible también, visto desde fuera, el pulso entre PSOE y Unidas Podemos (en realidad, solo desde Podemos, ya que la posición de la izquierda más acrisolada se ha ido por el wáter de un liderazgo inexistente). ¿Desconfía el populista Iglesias de que, si no incrusta ministros de su grey, el gobierno de Sánchez no será propiamente de izquierdas? Pero, ¿qué es la izquierda, qué concepto tiene el matrimonio Iglesias Montero y sus admiradores, de la socialdemocracia, de la economía de mercado, de la monarquía parlamentaria, de la realidad española?
Si fuéramos, como así parece, a la convocatoria de unas nuevas elecciones, yo no acudiré a votar. Lo siento, pero no se trata de una segunda vuelta para elegir entre dos o tres candidatos, sino que lo que me estarían pidiendo es que cambiara el sentido de mi voto.
Y no es mi voto, ni el de millones de españoles, lo relevante en esta situación de bloqueo. Los líderes de los partidos políticos tienen que ir a la escuela de la realidad mundial, aprender lo que significa pactar, hacer análisis posibilista de una situación compleja. En el mundo de la empresa tenemos la obligación de hacerlo cada día, para sacar adelante un proyecto, una idea que nos pareció genial sobre el papel, pero que, confrontada con la realidad, se cubre de inmediato de la costra de las dificultades que hay que saber valorar, contrastar, evitar, vencer.
Un buen gestor sabe que no puede despreciar ningún recurso. Si se trata de la capacidad de personas, tanto más. Señores líderes de los partidos políticos, no están negociando el futuro del país o de la economía mundial. Son solo cuatro años. Decídanse a eliminar líneas rojas y actúen, déjense de dar aletazos en el agua de la piscina.
Y, por cierto, si tuviera que puntuar actitudes de los cabezas de lista en este tinglado de idas y vueltas que calienta nuestra desesperanza (y consciente de que a nadie habrá de interesar lo que yo piense), pondría en la cima de la sensatez a Pedro Sánchez, a Angel Gabilondo, a Ignacio Aguado o a Iñigo Errejón. Me parece penosa la actitud inflexible de Albert Rivera e Inés Arrimadas y lógicos los argumentos de Miguel Vals o Toni Cantó, razonable en su discreción actual (en distonía con su grave campaña electoral) a Pablo Casado, coherentes en su infumable radicalismo (pero verbalmente muy bien expresado) a Santiago Abascal y Espinosa de los Monteros, y exótica y fuera de contexto socio político a un errático Pablo Iglesias, sobrepasado, además, por una brillante Irene Montero.