Al socaire

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Pegas de egos

9 julio, 2019 By amarias Dejar un comentario

Esta mañana, al asomarme por la ventana, vi que en la piscina de los vecinos un juvenil de mirlo común se debatía, tratando inútilmente de salir del agua. Estaba claro que, por sus propios medios, jamás conseguiría salir de esa trampa acuática a la que le habría llevado su inexperiencia volandera. Así que no lo dudé: fui a la casa vecina, llamé a uno de los telefonillos y advertí a la voz que un pajarito se había caído en su piscina. Debía tratarse de un niño, porque respondió con alboroto y me anunció, gozoso, que bajaba de inmediato.

-¡Ayer ya salvamos una cría de vencejo! -me informó, orgulloso de su función de salvador de especies en peligro de ahogamiento en las piscinas comunitarias.

Claro está que la situación de bloqueo político en la que nos encontramos no admite exacta comparación con la historia de la piscina, pero quienes venimos observando el comportamiento de los líderes de los cinco partidos políticos (por reducir a lo que podemos contar con los dedos de la mano las opciones en liza para formar gobierno en España), podríamos imaginar que son egos ahogándose en la piscina de su falta de entendimiento.

Tenemos todos claro que ningún partido alcanzó, en las últimas elecciones cada vez más lejanas, votos suficientes para permitirle gobernar en solitario. No hace falta darle vueltas al manubrio del entendimiento para admitir que el llamado bloque de las tres derechas (Ciudadanos, Partido Popular y Vox) no tendría mayoría suficiente para alzarse con el gobierno de la nación, incluso si consiguieran ponerse de acuerdo en borrar las líneas rojas que Ciudadanos ha trazado contra Vox, dando por admitido que se trata ésta de una facción ideológicamente contaminante, por sus posiciones reaccionarias en algunos puntos.

Por el lado de la izquierda, tampoco PSOE y Podemos, aunque llegasen a un acuerdo entre ellos, tendrían mayoría para gobernar. Necesitarían el apoyo de los independentistas y de los terroristas no arrepentidos, o que se abstuvieran en la investidura hipotética de Sánchez, algunos diputados de Ciudadanos, pongo por caso (rompiendo la disciplina de voto). Como la coalición instrumental entre las posiciones autodenominadas progresistas supondría, por imposición irrenunciable de Unidas Podemos, la incorporación de algunos miembros de su facción como ministros de gobierno del Estado (¡como garantía de que se  cumpla el programa del PSOE!), ha surgido una nueva línea roja en ese lado: entiende el equipo de Sánchez que ese gobierno conjunto sería contaminante para la libre capacidad de acción que desea para sí el socialismo moderado.

Tengo la cabeza como un bombo de tantas líneas rojas. Me he imaginado que Rivera y Sánchez han generado entre sí una animadversión recíproca de la que no son capaces de librarse sin pasar por un sicólogo/siquiatra de los que no hay. La antes fresca opción de Ciudadanos se ha convertido en una piltrafa ideológica de vetos incomprensibles, y si a alguno le parece lógico el abismo que ha trazado contra Vox, a otros no nos parece admisible tampoco el que tiene trazado contra el PSOE.

Incomprensible también, visto desde fuera, el pulso entre PSOE y Unidas Podemos (en realidad, solo desde Podemos, ya que la posición de la izquierda más acrisolada se ha ido por el wáter de un liderazgo inexistente). ¿Desconfía el populista Iglesias de que, si no incrusta ministros de su grey, el gobierno de Sánchez no será propiamente de izquierdas? Pero, ¿qué es la izquierda, qué concepto tiene el matrimonio Iglesias Montero y sus admiradores,  de la socialdemocracia, de la economía de mercado, de la monarquía parlamentaria, de la realidad española?

Si fuéramos, como así parece, a la convocatoria de unas nuevas elecciones, yo no acudiré a votar. Lo siento, pero no se trata de una segunda vuelta para elegir entre dos o tres candidatos, sino que lo que me estarían pidiendo es que cambiara el sentido de mi voto.

Y no es mi voto, ni el de millones de españoles, lo relevante en esta situación de bloqueo. Los líderes de los partidos políticos tienen que ir a la escuela de la realidad mundial, aprender lo que significa pactar, hacer análisis posibilista de una situación compleja. En el mundo de la empresa tenemos la obligación de hacerlo cada día, para sacar adelante un proyecto, una idea que nos pareció genial sobre el papel, pero que, confrontada con la realidad, se cubre de inmediato de la costra de las dificultades que hay que saber valorar, contrastar, evitar, vencer.

Un buen gestor sabe que no puede despreciar ningún recurso. Si se trata de la capacidad de personas, tanto más. Señores líderes de los partidos políticos, no están negociando el futuro del país o de la economía mundial. Son solo cuatro años. Decídanse a eliminar líneas rojas y actúen, déjense de dar aletazos en el agua de la piscina.

Y, por cierto, si tuviera que puntuar actitudes de los cabezas de lista en este tinglado de idas y vueltas que calienta nuestra desesperanza (y consciente de que a nadie habrá de interesar lo que yo piense), pondría en la cima de la sensatez a Pedro Sánchez, a Angel Gabilondo, a Ignacio Aguado o a Iñigo Errejón. Me parece penosa la actitud inflexible de Albert Rivera e Inés Arrimadas y lógicos los argumentos de Miguel Vals o Toni Cantó, razonable en su discreción actual (en distonía con su grave campaña electoral) a Pablo Casado, coherentes en su infumable radicalismo (pero verbalmente muy bien expresado) a Santiago Abascal y Espinosa de los Monteros, y exótica y fuera de contexto socio político a un errático Pablo Iglesias, sobrepasado, además, por una brillante Irene Montero.

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Tiempo de exposición

10 abril, 2016 By amarias 2 comentarios

Quiero creer que las opacas conversaciones entre partidos políticos para formar gobierno habrán servido, siendo evidente que no han cumplido su objetivo, para facilitar que los ciudadanos independientes lleguemos a alguna conclusión que resulte útil a nuestro país.

Si hay una distinción del carácter que define a un líder es que, cuando el equipo parece aturdido, él propone una solución y saca al grupo del escollo.  Tal vez debo indicar que no me refiero a que el dirigente (o el aspirante a tomar las riendas) tenga “la” solución, sino que sea capaz de ofrecer, lo antes posible, una opción creíble y que movilice a quienes tienen los recursos disponibles, para aliviar a los que estén sufriendo el peso más agotador de la carga. Se consigue, de esa forma y en ese preciso momento, que se salga del bache, y se obtiene la liberación de la tensión, para poder dedicarse, ya con más calma, a mejorar las estructuras y evitar que lo mismo vuelva a suceder.

Puede que todo parezca demasiado teórico, parte de un manual elemental. No niego la menor, pero me acojo a mi derecho intelectual a expresar que las propuestas que provienen de los que alardean tener información y criterios sobre cómo conducirnos a un sitio mejor, carecen de viabilidad.

Los representantes de los cuatro partidos políticos más votados parecen haber confundido el apoyo de sus concretos electores con un mandato para negociar un gobierno de coalición con garantías de estabilidad. No lo veo así, en absoluto. Si no sabemos hacia dónde ir, ¿con qué pertrecharnos? ¿Habrá que atravesar un desierto sin oasis o una selva con serpientes? Puede que, metafóricamente hablando, sean varios y complejos los espacios a atravesar y, en lugar de equiparse para una expedición al polo o con el salacot de excursionista de safari, sea más adecuado pulsar la propia capacidad de resistencia.

La diversidad de opciones presentadas ante los electores-incluso aunque mal o insuficientemente perfiladas- solo han servido para que la ciudadanía exprese su deseo de acabar pronto el período de transición, en el sentido, de momento de desconcierto o desorientación.

Que se nos saque de aquí, vamos, cuanto antes. Porque los períodos de transición, son períodos de exposición. Los que están expuestos, son más vulnerables.

Sin embargo, este período ha sido interpretado como un tiempo de exhibición, como si los portavoces de las preocupaciones de los agentes socioeconómicos, hubieran creído que nos interesaba conocer más al detalle sus diferencias personales, tomar fiel medida de sus distancias mentales o profundizar hasta el vómito en sus elucubraciones de definición ideológica catecumenal. Por eso, teniendo en cuenta que, como más de treinta y cinco millones de potenciales electores, no he tenido la menor participación en esas negociaciones, me siento facultado para expresar mi decepción.

Las exhibiciones percibidas de las débiles musculaturas, la delicadeza de las carnes ofrecidas, tan descoloridas como pegadas al hueso, necesitadas a gritos de un paseo por mayor ejercicio mental,  fueron lamentables. Sobre todo, porque nos han hecho perder bastante bagaje de lo único seguro que teníamos a disposición: tiempo para reaccionar.

Más de un centenar de días consumidos en misteriosos tejemanejes han dejado un poso de excesos verbales, marcas de intolerancia, crispación supurada y líneas rojas pintarrajeadas con tizas y lápiz de labios, que podrían parecer una preparación infantil para marcar el espacio en el que jugar a la rayuela (1). Si me arriesgara a hacer de lector de las borras resultantes en las tazas de los cafés disfrutados durante tantas jornadas, mi interpretación agorera es que hemos ido hacia atrás. Puede que sepamos más de lo que nos separa, -en gran medida, de lo inútil-, y nada nuevo de lo que nos podría unir -en general, imprescindible.

Qué pérdida de oportunidad. Los momentos de transición son fundamentales para que una colectividad consiga tender redes más sólidas que las precedentes para anclar mejor sus bases en el futuro. Ha sido grave la desilusión propagada por la exhibición, por parte del partido de Gobierno (ahora en funciones), de que no está dispuesto a cambiar el rumbo, sino a seguir conduciendo por la misma singladura, cuando está claro -incluso para ellos- que nos había llevado a una vía muerta, un culo de saco. Grave también resulta la obsesión de un partido emergente, que llenó de ilusiones (en gran parte, productos de la fantasía y la enajenación grupal) a más de cinco millones de desencantados, por querer implantar un cambio imposible, estrictamente revolucionario y contrahistórico, en la gobernabilidad de España.

De los otros dos partidos (PSOE y Ciudadanos), corresponde aplaudir su voluntad de entendimiento, aunque parcialmente contra natura, aunque, al ser, desde el origen, una postura insuficiente, su escenificación formó rápidamente parte del teatro, esto es, de la exhibición. (2)

Tendríamos que entender que, en este momento de nuestra historia política, la situación es de reorganización de efectivos, y no de actuación precipitada. Momento para eliminar muchos de los elementos que juzgamos perniciosos y que se han convertido en los síntomas más claros de lo que es imprescindible cambiar. Con la tranquilidad de poder entender que, en un Estado que dispone de una Constitución y leyes pactadas democráticamente, es posible plantearse ese tránsito, no después de una revolución, no acudiendo a una asonada o a un conflicto armado, sino mediante un acuerdo de partidos para impulsar un gobierno.

Los problemas de esta situación de transición están detectados, aunque no se conozcan las soluciones para todos ellos. Hagamos las modificaciones con cabeza, no con imprudencia, porque no estamos solos en el mundo, y pertenecemos a una sociedad, la occidental, industrializada y, sí, capitalista, que forma parte de nuestra esencia. En ella debemos encontrar las respuestas a los factores de preocupación que, aún siendo tan conocidos, no me resigno a enumerarlos, una vez más: paro (especialmente juvenil), desequilibrio en el sostenimiento del estado de bienestar, corrupción en las administraciones públicas, evasión fiscal y falta de control en las cuentas de los grandes grupos, excesivo endeudamiento de las familias, equivocada orientación de una parte sustancial de la transmisión de la enseñanza (en particular, la técnicamente productiva), pérdida de la consciencia de unidad como medida esencial de progreso, entre otras.

Ningún partido ha demostrado tener la solución, solo propuestas cuya viabilidad sería necesario que se demostrara. En una situación así, yo prefiero, por experiencia, actuar con decisión para salir del momento, pero con máxima prudencia para no sostener la misma postura más tiempo del imprescindible.

—

(1) Escribo Rayuela en homenaje solapado a Julio Cortázar, pero en mi pueblo ese juego -más propio de niñas-, se sigue llamando cascayu; y en España, cascallo, tejo o pericojo, entre otros nombres.

(2) No incluyo a Izquierda Unida como quinto partido en la disputa por el poder, porque no lo está siendo. Con un sólido argumentario del que no se ha movido -ni falta que le hacía: es el catecismo de siempre, el de la izquierda conscientemente marginal- ha aprovechado la oportunidad para pasearse luciendo músculo por los escenarios mediáticos. La proximidad a Podemos permitió ver las diferencias entre el modelo y su caricatura, dejando claro que hoy tiene cinco veces más público el docudrama circense que un buen guión.

 

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El 23 F de 1981 en la desmemoria

23 febrero, 2016 By amarias Dejar un comentario

Cada 23 de febrero, desde el año 1981, en que la democracia entró en la Historia reciente de nuestro país por la puerta del miedo a una nueva dictadura militar, son muchos quienes rememoran el relato fáctico de aquellos momentos, que, a medida que el tiempo pasa, se ve adornado con nuevas plumas por quienes hubieran deseado tener un papel relevante en aquellos sucesos.

Como tengo escrito, padezco, como la inmensa mayoría de mis coetáneos, de una incapacidad insuperable para situarme, incluso como actor de reparto, entre quienes ocuparon las primeras líneas de los acontecimientos que señalaron la senda por la que ahora discurrimos.

Mi currículum como posible participante en esa historia colectiva al parecer tan relevante es nula: No corrí detrás (ni delante) de los grises en las algaradas callejeras del tardofranquismo; fui delegado en la escuela de Minas, pero como estudiante en la Facultad de Filosofía, aunque asistí a algunas Asambleas multitudinarias, lo hice en silencio, abandonando el recinto cuando los ánimos se encrespaban-; pasé por la Instrucción Premilitar Superior con el imprescindible aprovechamiento del tiempo que huía, y, como alférez, implanté un programa de aprendizaje de inglés entre los reclutas de mi sección, y escribí un libro.

Para ceñirme a lo que ahora quiero comentar, estaba en Alemania cuando el 23-F que cuenta y cuando, a la vista de lo que estaba viendo en la tele, me llamó una secretaria de Ensidesa para aconsejarme que pusiera a salvo los trastos de mi tufo a rojerío, me dio por llamar al cónsul de España, que recibió de esta manera extraordinaria la primera noticia de aquel intento de golpe de estado, del que nunca sabremos toda la verdad.

Leo estos días un articulo de Miguel Angel Aguilar, “23-F: el golpe y la falta de uniformidad” (Ahora, número 14), en el que glosa la elucubración de que el general Gutiérrez Mellado era el único cualificado, por su conocimiento del género, para descodificar la intención del grupo de gentes con variopintas uniformidades, que había entrado con las armas en la mano en el Congreso, y deducir de inmediato “el significado del desbarajuste indumentario y la debilidad que traslucía”.

No le quito razón, porque el general Gutiérrez está muerto y los que aún no lo están, no van a hablar de lo que ya no importa. Aunque, si me detengo en la indolencia con la que, 35 años después, asiste el pueblo a una negociación opaca entre partidos para recomponer, haciéndolo viable, un resultado electoral endemoniado y acordar un programa de gobierno que proporcione algo de estabilidad para avanzar, me pregunto qué podría descubrir un observador sagaz de las indumentarias de los políticos que están, aparentemente, discutiendo qué hacer con nuestro futuro colectivo.

Porque ignoro si podría aplicarse eso de que el “desbarajuste indumentario trasluce la debilidad de la intentona”, en este caso, de formar un gobierno estable. Y cuando miro los agujeros que provocan los disparos de salvas en la credibilidad del Congreso, echo de menos la perspicacia que Aguilar atribuye a Gutiérrez Mellado.

—

Nota: He escrito varias veces sobre el 23-F. Este enlace es uno de mis últimos Comentarios. https://angelmanuelarias.com/un-23-f-para-felipe/

Archivado en: Actualidad, Política Etiquetado con: 23-F, acuerdo, Aguilar, Ahora, congreso, estado, golpe, Gutiérrez Mellado, indumentaria, negociación

Coño con la próstata

28 octubre, 2015 By amarias Dejar un comentario

La economía de recursos -incluido el óptimo aprovechamiento de los espacios- con la que la naturaleza tiende a resolver las cuestiones que la evolución le plantea, ha llevado, sin duda, a que en los mamíferos machos la glándula llamada próstata se vea atravesada por un conducto de evacuación del trabajo depurador de los riñones, la uretra.

Así es, por supuesto, en el hombre. Cuando, por cualquier razón -envejecimiento, tensión emocional o tumoral- la hinchazón de la próstata presiona dramáticamente sobre la uretra, se dificulta primero la micción, se hace frecuente la necesidad de atender al alivio de la vejiga y, en caso extremo, la situación puede alcanzar progresivo envilecimiento, hasta llegar al colapso de la función renal, proceso al que la terminología médica ha caracterizado con los acrósticos RUA (Retención urinaria aguda), IRA (Insuficiencia renal aguda)  y RAO y FRA (Retención aguda de orina y Fracaso renal agudo).

Para evitar la complicación del proceso, que se presenta de forma natural en casi el cien por cien de los varones con el avanzar de la edad, es de todo punto aconsejable la observación regular de la glándula y el análisis de los parámetros que ayudan a detectar y delatar posibles anomalías, para atajar cualquier problema antes de que el deterioro alcance mayor gravedad, e incluso pueda provocar una situación irreversible (la muerte).

Veo grandes similitudes, por supuesto, de orden metafórico, entre este proceso biológico y la evolución político-sociológica de la llamada cuestión catalana. Para el actual lector de estas líneas, Cataluña se halla inmersa en un proceso secesionista, propiciado por una exigüa mayoría favorable a la independencia en el Parlament, surgida de unas elecciones desarrolladas en un clima extraordinario de crispación y desentendimiento entre los responsables de las instituciones del Estado.

Una situación grave, calificable de RAO (Retención aguda de opciones) y FRA (Fracaso reconductor agudo). Para quienes entienden que la cuestión debería remitirse a la consideración inequívoca de Catalunya como nación, y consideran que este es un derecho incuestionable a decretar de forma autónoma su independencia, no vendrá de más recordar la diferencia entre “pueblo” y “nación”.

Todos somos, y a mucha honra, gente de pueblo, que es el lugar en donde tuvimos nuestro origen y hemos crecido en infancia y pubertad, y es el sitio a donde acudimos para refrescar los contactos con lo que nos une a nuestros mayores, a nuestros difuntos, a nuestros amigos infantiles. Nación es otra cosa, un elemento artificial, en el que se amalgaman intereses políticos, económicos y de frontera, y en el que es posible integrar a gentes que no tienen nada en común y, por supuesto, carecen de un pueblo que compartir.

Cataluña ha sido y es una región prostática, con dificultades para evacuar sus comprensibles -diría que es de bien nacidos amar y defender tradiciones, lengua y usos- impulsos individualistas. Tuvo un episodio muy grave, en época relativamente reciente, -de 1931 a 1940- que tuvo por protagonistas a Francesc Macià (fallecido en 1933, quien defendió una Cataluña integrada en una Federación de repúblicas españolas) y a Lluís Companys (quien proclamó el Estado Catalán en octubre de 1934, sueño independentista que fue sofocado sin sangre por el general Batet en pocos días, aunque resurgió con fuerza propia con ocasión del levantamiento anticonstitucional de parte del Ejército contra el Gobierno de la República).

La inflamación independentista sometió a gran sufrimiento a Cataluña, y el visionario Companys fue fusilado por el gobierno franquista en 1940, después de ser entregado desde Francia por la Gestapo. La medicina aplicada por el gobierno de Franco tras la guerra incivil no sirvió más que para poner unos paños calientes sobre la glándula catalana.

Supongo que hay una parte de la sociedad que vive en Cataluña y, posiblemente, una mayoría de españoles que viven fuera de ese territorio, desean una drástica intervención -judicial, y hasta militar- que ponga fin a la tensión de una vez.

No me parece que por la vía judicial (constitucional, administrativa o penal) haya muchas opciones de tranquilizar a la sociedad catalana más beligerante, encelada con promesas cuyo análisis nadie puede defender con absoluta credibilidad. Veo opciones a la intervención por la fuerza (no estrictamente militar, aunque con su apoyo), lo que no supone sino confirmar el fracaso de los que lideran las corrientes unidad del Estado español y secesión sin paliativos.

Pero, como pacífico y en tanto que acostumbrado a negociar en aguas densas, por el momento, yo aconsejo que se le ponga una sonda de inmediato al tema catalán, y se evacúe por ella el líquido retenido, que ahora ocupa una vejiga desmesurada y presiona cruelmente sobre los riñones.

Con tanta carga emocional no se puede pensar en soluciones. Claro que, para que se adopte la medida de introducir a Cataluña una sonda que, atravesando próstata y uréteres, llegue hasta la base de la vejiga, hace falta que el paciente se deje y que exista un equipo médico capaz de generar la confianza de que todo tendrá una solución feliz. Hablamos de credibilidad recíproca, intención serena, objetivos claros, propósito de pactar desde la negociación.

Con un Presidente de Gobierno que parece un residente de primer año y un President en funciones de la Generalitat que, como una esposa angustiada, no ve más solución que cambiar al enfermo de hospital, sin importar donde, no me parece que se esté en vías de solución, sino en grave peligro de catástrofe. ¿Quién habrá de perder? La Historia es tan clara al respecto, que solo pediría que quien tenga dudas, se atreva a poner nuevos nombres a los viejos collares.

 

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