Al socaire

Blog personal de Angel Arias. La mayor parte de los contenidos son [email protected], aunque los dibujos, poemas y relatos tienen el [email protected] del autor

  • Inicio
  • Sobre mí

Copyright © 2023

Usted está aquí: Inicio / Archivo de pesca

Cuentos para preadolescentes (7 y 8)

11 febrero, 2023 By amarias Deja un comentario

Para animar los viajes de la ruta de mi nieta y amigas hasta el Colegio, he seguido grabando  historias -algunas totalmente inventadas; otras, muy reales-. El propósito común es que, además de servir de distracción, pueda extraerse de ellas una moraleja, un motivo de reflexión o una sonrisa.

El Plan de Estudios más eficiente

Aunque no lo creáis, puedo aseguraros que el Ministro de Educación ha pensado en el plan de Estudios que estáis obligados a seguir. Bueno, tal vez no en el vuestro, pero seguro que lo hizo el anterior Ministro y, con suerte, el anterior . Todos los Planes aprobados son diferentes, porque ningún Ministro de Educación ha perdido su tiempo en analizar los Planes de sus antecesores.

Como resultado, los estudiantes habrán recibido las enseñanzas siguiendo trozos de varios planes de estudios.

Hubo un vez en un imaginario país en el que cambió el Gobierno, y el nuevo Ministro de Educación se propuso poner en marcha un Plan de Educación definitivo.

El anterior Ministro había escrito un Libro Blanco sobre la Reforma de la Enseñanza, con más de dos mil páginas y cientos de gráficos. La conclusión principal era que todos los niños y jóvenes deberían aprender lo mismo. Por eso, en las aulas se les ponía juntos en cada pupitre a los más inteligentes junto a los más torpes. Para equilibrar. Al acabar cada semestre, se hacía la media de las notas del examen final  a las parejas, por pupitres. Los informes anuales del Ministerio concluían que el Plan era un éxito. Sorprendentemente, todos sabían prácticamente lo mismo. Casi nada.

Cuando el nuevo Ministro leyó el Libro  Blanco, le pareció una tontería. Pero, antes de cambiar el Plan, decidió preguntar la opinión sobre el actual a la sociedad civil. Ya sabéis: empresarios, investigadores, ciudadanos ilustres, políticos, alumnos, profesores, campesinos, obreros. ¿Qué pensaban?

-Es una magnifica idea -dijo uno-. Yo hubiera sido incapaz de terminar mis estudios por mí mismo. Ahora soy Físico Nuclear. No he visto un reactor en mi vida, pero tengo algunos planos y, sobre todo, se quién sabe de eso. Mi compañero Agapito.

-El plan es un desastre -se  quejó un profesor-. Los estudiantes torpes copian de los más listos. Estos, al no tener estímulo para aprender, se aburren, se decepcionan y abandonan los estudios. Solo los que tienen más recursos económicos se trasladan a Universidades privadas o se van a estudiar en el extranjero. Cuando vuelven, si lo hacen, ocupan los mejores puestos y más remunerados.

-Llevo años contratando ingenieros extranjeros para mis fábricas -explicó un empresario- No me fio de los que han estudiado aquí.

-No tengo opinión -expresó un joven, de cutis terso y pelo engominado-. Estudié derecho en París, y trabajo en el prestigioso bufete de mi suegro, especializado en separaciones y divorcios.

El Ministro de Educación, después de analizar lo resultados de miles de entrevistas como éstas, tomó una decisión.

Recrudeció los exámenes de ingreso, distinguió los planes de estudio según que se pretendiera un título de calidad o una engañifla, exigió control y máximos niveles de exigencia para profesores y maestros y aumentó de manera significativa las dotaciones para laboratorios, centros de investigación y remuneraciones para quienes demostraran más eficiencia.

Fue muy comentado. Lamentablemente, en la siguiente remodelación del gobierno, lo destituyeron.

-Una pena. Parecía un buen tipo -comentaron en algunos círculos- Solo que muy idealista. Vivía en una quimera.

-Somos un país de artistas.

El pescador más optimista

Los aficionados a la pesca se cuentan, con seguridad, entre los humanos más optimistas  (y mentirosos) de la Tierra. No importa lo desagradecida que les haya resultado la jornada anterior, afrontarán la siguiente con una ilusión a prueba de bombas. Y, cuando se trata de contar el resultado de la última pescata. no les dolerán prendas para exagerar el número y tamaño de las piezas cobradas, hasta hacerlas alcanzar dimensiones inverosímiles.

Hubo una época en la que los ríos asturianos eran pródigos en truchas y reos, las dos especies de salmónidos más agradecidas para quienes desean cultivar esa afición. Son sagaces, cautas, asustadizas y, cuando se las prende en el anzuelo, luchan desesperadamente por desprenderse, lo que proporciona momentos de emoción en cada lance.

No es la carne de la trucha mi predilecta, por lo que, sin necesidad de apelar a mi sensibilidad, la mayor parte de los animales a los que conseguía engañar con el señuelo, fueron devueltos al agua. Incluso debo admitir que el mayor placer de todo el proceso de pesca, me lo proporcionaba el confeccionar señuelos de moscas, efímeras, ninfas, gusanos y otras imitaciones, para lo que llegué  adquirir cierta práctica.

Cambiar, en plena acción de pesca, el aparejo que estaba utilizando, para incorporar al lance los colores y formas de las artificiales que mejor se acomoden a los seres vivos volantes que están siendo, en un preciso momento, objetivo de la voracidad de las truchas, es una prueba de la  serenidad de la que somos capaces. Los nervios, la agilidad manual y la buena vista deben controlarse, para no acabar con el aparejo, la cesta y los ánimos en el agua.

Andaba yo, al anochecer, dedicado a la pesca del reo, en el Narcea. No estaban picando y, a cada lance, me aventuraba a llevar la mosca algo más lejos.

De pronto, noté un fuerte tirón y casi al mismo tiempo, vi saltar, allá a lo lejos, junto a la boya de mi aparejo, un salmón descomunal. Había tragado una de las moscas y se sentía atrapado por el señuelo.

Lleno de emoción, repasé mentalmente las anécdotas de pescadores que contaban sus éxitos habiendo conseguido, con destreza y paciencia, traer hasta la orilla a un pez con un sedal inadecuado.

¿Tendría esa habilidad mi vecino, ensimismado en lo suyo, y a quien no conocía de nada?

-¡Eh, amigo! -le grité, sin perder de vista las evoluciones del salmón al que no cesaba yo de darle hilo, confiando en que se calmara hasta que un experto ocupara mi posición con la caña- ¡He cogido un salmón, pero mi aparejo es de trucha! ¿Me ayudas a sacarlo?

A pesar de la oscuridad, cada vez más densa, pude intuir la cara de socarronería del interpelado.

-Claro que sí -me contestó-. Tráelo a la orilla, y nos las apañamos con la sacadera.

Fue más o menos en ese momento, cuando sentí la sacudida por la que el salmón se liberaba del sedal, llevándose consigo mi aparejo y mi inocente ilusión de pescador bisoño.

Publicado en: Sin categoría Etiquetado como: cuentos, educación, pesca, preadolescentes

Cuento de invierno: Verdades de sabios y barqueros

5 febrero, 2014 By amarias2013 Deja un comentario

De vez en cuando, llegaban incluso a la calle las explosiones de risotadas de los asistentes al espectáculo. En las paredes, carteles en colores anunciaban, señuelos irresistibles, que “La diversión está garantizada” y, como refuerzo argumental, junto al nombre de actores, cabareteras, cupletistas y hasta el de un supuesto cómico -con letras aún mayores-, otra frase contundente: “Olvide por un momento sus preocupaciones”.

La función llevaba algún tiempo empezada. Habían actuado, danzando con sus cuerpos semidesnudos, una decena de jóvenes muchachas, a las que un petimetre interrumpía la cadencia de vez en cuando, empujándolas hasta hacerlas perder el equilibrio.

La sala se encontraba abarrotada de un público entregado, jovial, distendido. En el centro del escenario, fuertemente iluminado por los focos, un actor, que aparentaba no tener más de treinta y pocos años, subido a una especie de púlpito, contaba chistes e historias, nuevas y viejas, divertidas algunas, vulgares las más.

La calidad de los chascarrillos y anécdotas no parecía afectar en absoluto el ánimo de la concurrencia, que aplaudía sin reservas, riendo a placer, e incluso, de cuando en cuando, lanzaba exclamaciones y gritos de admiración y complacencia.

-¡Olé tu gracia! -llegó a decir una señora, levantándose del asiento, con una dedicación tan enfervorecida que cabría sospechar que se trataba de la madre del artista.

En esas se estaba, cuando entró en la sala una pareja de mediana edad, con las cabezas cubiertas por sendos sombreros que a todos parecieron estrafalarios. Avanzaron por el pasillo central y, guiados por el acomodador, acabaron sentándose con estrépito en la primera fila, justo delante del cómico-payaso. Tal vez provocados, recogieron algunos murmullos de desaprobación, e incluso llegaron a sus oídos un par de improperios:

-¡Fuera esos gorros! -gritó un tipo de la tercera fila.

-No se desmelene, joven. Somos los propietarios del local y aquí hacemos lo que nos venga en gana. Podríamos ordenar la evacuación si nos apeteciera, y quedarnos solos con el espectáculo -expresó la mujer, encarándose con quien así había hablado.

-¡Lo que faltaba por oir! ¡Este local es público, pertenece al Ayuntamiento! -apremió otra vez.

-Pues eso. Por si no lo sabía, mi esposo es el mismísmimo alcalde. Así que, compórtese -reincidió la señora, tan pizpireta.

El cómico reclamó orden y silencio, los ánimos se calmaron al poco y los recién llegados se acomodaron en los asientos que les correspondían. El espectáculo continuó.

-Esta pequeña circunstancia que acaba de suceder me recuerda una historia de un barquero que fue contratado por un banquero para cruzar un río.

El contador de cuentos se paró, y optó por corregirse de inmediato.

-No, no. Me corrijo. No era un barquero, era un sabio. Un sabio bastante petulante que contrató a un banquero. Tal vez, ahora que lo pienso, el asunto tenga algo que ver con la economía sumergida, ahora que ha salido a flote.

Risas en la sala.

-¡Ah, no! Perdonen. Me estaba confundiendo completamente.(Hizo ademán de manejar un catalejo). Bis veo, qué veo. En realidad, ahora lo veo mejor, si me ajusto los lentes de mirar el pasado. Veo a un sabio que está en la misma barca que un barquero. Se encuentran en medio de un lago muy grande. (Parecía estar describiendo lo que observaba, en medio de una sesión de siquiatría). Si fuera el banquero de antes, diría que estaba pescando oportunidades. Aquí una vivienda desahuciada, allá una empresa agobiada por las deudas…Pero, no, éste sabio está pescando peces.

Se hizo un silencio. El cómico siguió gesticulando.

-De pronto, se desató una tormenta. No una tormenta de ideas, de las que están ahora tan de moda, sino una más clásica, terrible, a medio camino entre la tormenta del diluvio universal y la que hundió el Titanic: con truenos, relámpagos, y granizo. Daba mucho, mucho miedo. Especialmente si no estabas en tu casa, calentito, viéndolas venir, sino en medio de un lago, sobre una pequeña barca.

Silencio en la sala.

-El barquero, que era prudente y experimentado, propuso volver de inmediato a la orilla, pero el sabio, que era petulante y engreído, quiso quedarse. Estaba teniendo mucha suerte con la pesca. “Yo he pagado tres horas de barca, y tres horas quiero. Además, cuando el agua está revuelta es cuando más pican”, decía. El barquero, por su parte, opinaba que los peces no iban a salir del agua por sí mismos y estarías allí al día siguiente, así que lo mejor era largarse para estar no correr el peligro de que un rayo cayese sobre sus cabezas y las convirtiera en material de recuerdo, como las figuras de Pompeya.

Silencio.

-“Es matemáticamente imposible” explicó el sabio, poseído de sí y, sobre todo, del no, mirando su reloj, en el que contó los segundos que transcurrían desde que se veía el relámpago hasta que se oía el ruido del trueno. “Veinte segundos, cuatro kilómetros. -dijo- La tormenta está aún muy lejos. Además, es de todos sabido que la probabilidad de que un rayo caiga sobre una barca en un lago es infinitesimal”.

Silencio.

-No bien acababa de pronunciar la palabra “infinitesimal” cuando un rayo terrorífico cayó, con estruendo, en la caña que sostenía el sabio, que tenía, según parece, algún elemento de grafito y de la que el erudito no había leído la advertencia de que no se debía usar en caso de tormenta. El intelectual no se carbonizó, ni se murió, ni perdió nada más que la caña. Porque la caña se le soltó de inmediato de su mano, cayendo al agua. Sin embargo, el pobre barquero cayó de espaldas y se rompió un brazo por el golpe. (El actor se tiró al suelo y se levantó, inmediatamente, doliéndose del brazo).

Algunas risas.

-“Tendrá que remar usted, porque yo no puedo”, expresó el pobre barquero, retorciéndose de dolor. “Me ha estropeado la pesca”, le reprochó el sabio engreído, que era también petulante y apestoso. “Ahora estaban picando como nunca”, continuó, quejándose a rabiar. “No se remar, pero puedo aprender si me dice donde guarda el libro de instrucciones”. Por cierto, debo precisar que los dos hombres no podían utilizar los teléfonos móviles, porque se habían encharcado con el agua de lluvia y no tenían granos de arroz para secarlos ni otros de repuesto, a poder ser, insumergibles.

Risas y silencio, a partes iguales.

-El barquero, entre gritos y ayes, explicó que no había ningún libro de instrucciones en el que se pudiera aprender a remar, porque a remar se aprende solo con la práctica. Así que rogó al sabio, que era engreído, petulante, egoísta y, además, bastante apestoso, que se aplicara a los remos, y probase a manejarlos correctamente. Pin, pan, pin, pan, así lo hizo. En efecto, la barca avanzó algo, dando unas vueltas sobre sí misma, aunque, con la tormenta, que no solo no había terminado sino que estaba en su apogeo, es decir, en la misma picorota, se levantaron unas olas terribles, como tsunamis en miniatura, que consiguieron volcarla a la de tres. El sabio, el barquero, los aparejos y la pesca, todo, cayó al agua en un santiamén, quiero decir, en el lago.

Silencio.

-“¿Sabe usted nadar”, le preguntó el barquero al sabio apestoso y egoísta. “-No muy bien”, contestó éste. “-Pues a mí de nada me ha de servir, con este brazo roto”, se lamentó el barquero. “Así que no tenemos otra solución que ponernos a rezar y esperar a que se cumpla nuestro destino”, dedujo, de forma pragmática, el buen hombre.

Silencio. Una voz desde lo profundo de la sala: “¡Esa historia no tiene ni pizca de gracia!”. La pareja de la primera fila, los dos que habían llegado tarde, se miraron. Sin inmutarse, el cómico-actor, prosiguió con su cuento:

-“Soy agnóstico”, expresó el sabio, y continuó. “Pero, en este cuento, a diferencia de ese otro en el que el sabio no sabía nadar y el barquero, que no sabía nada, se salvó, aquí el que sabe nadar soy yo, así que usted será el que cumpla su destino, rezando, y yo quien me salvaré”. Y así diciendo, se alejó de la barca, mal que bien, nadando, una mano delante y otra atrás, hacia la orilla.

El cómico avanzó cuanto pudo al borde del proscenio, y, levantando un brazo, explicó:

-Yo era el barquero, y, como ven, me salvé. El sabihondo apestoso que me dejó en medio de la tormenta, con el brazo roto, era, en realidad, el que hoy tienen ustedes como alcalde, aquí presente, y al que he tenido el gusto de invitar a esta función. Como ven, el se salvó también, pero no volvimos a vernos hasta hoy, ya que yo me dedico desde entonces a contar historias.

Se inclinó hacia la pareja de la primera fila, y en tono educado, pero firme, preguntó:

-¿Me quiere usted, por fin, devolver el flotador sobre el que está sentada su señora, señor alcalde?

Risas sin sentido. Se oyó un bufido, como el desinflar de un globo.

FIN

Publicado en: Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado como: alcalde, Barça, barquero, cuentacuentos, cuento, cuento de invierno, flotador, nadar, pesca, sabio, tormenta

Entradas recientes

  • Cuentos para Preadolescentes (12)
  • Cuentos para preadolescentes (11)
  • Cuentos para preadolescentes (10)
  • Cuentos para Preadolescentes (9)
  • Cuentos para preadolescentes (7 y 8)
  • Por unos cuidados más justos
  • Quincuagésima Segunda (y última) Crónica desde Gaigé
  • Quincuagésima primera Crónica desde el País de Gaigé
  • Cuentos para Preadolescentes (6)
  • Cuentos para preadolescentes (5)
  • Cuentos para preadolescentes (4)
  • Cuentos para Preadolescentes (3)
  • Quincuagésima Crónica desde el País de Gaigé
  • Cuentos para preadolescentes (2)
  • Cuentos para preadolescentes

Categorías

  • Actualidad
  • Administraciones públcias
  • Administraciones públicas
  • Ambiente
  • Arte
  • Asturias
  • Aves
  • Cáncer
  • Cartas filípicas
  • Cataluña
  • China
  • Cuentos y otras creaciones literarias
  • Cultura
  • Defensa
  • Deporte
  • Derecho
  • Dibujos y pinturas
  • Diccionario desvergonzado
  • Economía
  • Educación
  • Ejército
  • Empleo
  • Empresa
  • Energía
  • España
  • Europa
  • Filosofía
  • Fisica
  • Geología
  • Guerra en Ucrania
  • Industria
  • Ingeniería
  • Internacional
  • Investigación
  • Linkweak
  • Literatura
  • Madrid
  • Medicina
  • mineria
  • Monarquía
  • Mujer
  • País de Gaigé
  • Personal
  • Poesía
  • Política
  • Religión
  • Restauración
  • Rusia
  • Sanidad
  • Seguridad
  • Sin categoría
  • Sindicatos
  • Sociedad
  • Tecnologías
  • Transporte
  • Turismo
  • Ucrania
  • Uncategorized
  • Universidad
  • Urbanismo
  • Venezuela

Archivos

  • marzo 2023 (1)
  • febrero 2023 (5)
  • enero 2023 (12)
  • diciembre 2022 (6)
  • noviembre 2022 (8)
  • octubre 2022 (8)
  • septiembre 2022 (6)
  • agosto 2022 (7)
  • julio 2022 (10)
  • junio 2022 (14)
  • mayo 2022 (10)
  • abril 2022 (15)
  • marzo 2022 (27)
  • febrero 2022 (15)
  • enero 2022 (7)
  • diciembre 2021 (13)
  • noviembre 2021 (12)
  • octubre 2021 (5)
  • septiembre 2021 (4)
  • agosto 2021 (6)
  • julio 2021 (7)
  • junio 2021 (6)
  • mayo 2021 (13)
  • abril 2021 (8)
  • marzo 2021 (11)
  • febrero 2021 (6)
  • enero 2021 (6)
  • diciembre 2020 (17)
  • noviembre 2020 (9)
  • octubre 2020 (5)
  • septiembre 2020 (5)
  • agosto 2020 (6)
  • julio 2020 (8)
  • junio 2020 (15)
  • mayo 2020 (26)
  • abril 2020 (35)
  • marzo 2020 (31)
  • febrero 2020 (9)
  • enero 2020 (3)
  • diciembre 2019 (11)
  • noviembre 2019 (8)
  • octubre 2019 (7)
  • septiembre 2019 (8)
  • agosto 2019 (4)
  • julio 2019 (9)
  • junio 2019 (6)
  • mayo 2019 (9)
  • abril 2019 (8)
  • marzo 2019 (11)
  • febrero 2019 (8)
  • enero 2019 (7)
  • diciembre 2018 (8)
  • noviembre 2018 (6)
  • octubre 2018 (5)
  • septiembre 2018 (2)
  • agosto 2018 (3)
  • julio 2018 (5)
  • junio 2018 (9)
  • mayo 2018 (4)
  • abril 2018 (2)
  • marzo 2018 (8)
  • febrero 2018 (5)
  • enero 2018 (10)
  • diciembre 2017 (14)
  • noviembre 2017 (4)
  • octubre 2017 (12)
  • septiembre 2017 (10)
  • agosto 2017 (5)
  • julio 2017 (7)
  • junio 2017 (8)
  • mayo 2017 (11)
  • abril 2017 (3)
  • marzo 2017 (12)
  • febrero 2017 (13)
  • enero 2017 (12)
  • diciembre 2016 (14)
  • noviembre 2016 (8)
  • octubre 2016 (11)
  • septiembre 2016 (3)
  • agosto 2016 (5)
  • julio 2016 (5)
  • junio 2016 (10)
  • mayo 2016 (7)
  • abril 2016 (13)
  • marzo 2016 (25)
  • febrero 2016 (13)
  • enero 2016 (12)
  • diciembre 2015 (15)
  • noviembre 2015 (5)
  • octubre 2015 (5)
  • septiembre 2015 (12)
  • agosto 2015 (1)
  • julio 2015 (6)
  • junio 2015 (9)
  • mayo 2015 (16)
  • abril 2015 (14)
  • marzo 2015 (16)
  • febrero 2015 (10)
  • enero 2015 (16)
  • diciembre 2014 (24)
  • noviembre 2014 (6)
  • octubre 2014 (14)
  • septiembre 2014 (15)
  • agosto 2014 (7)
  • julio 2014 (28)
  • junio 2014 (23)
  • mayo 2014 (27)
  • abril 2014 (28)
  • marzo 2014 (21)
  • febrero 2014 (20)
  • enero 2014 (22)
  • diciembre 2013 (20)
  • noviembre 2013 (24)
  • octubre 2013 (29)
  • septiembre 2013 (28)
  • agosto 2013 (3)
  • julio 2013 (36)
  • junio 2013 (35)
  • mayo 2013 (28)
  • abril 2013 (32)
  • marzo 2013 (30)
  • febrero 2013 (28)
  • enero 2013 (35)
  • diciembre 2012 (3)
abril 2023
L M X J V S D
 12
3456789
10111213141516
17181920212223
24252627282930
« Mar