Vio al encargado-jefe avanzar, tan rígido e inexpresivo como siempre, hasta su despacho, un reducto con mamparas que apenas le concedía algo de intimidad. Entró sin llamar, como un autómata, y notó, en un instante, que su frialdad contagiaba a la atmósfera; sintió un escalofrío.
-Buenos días, -dijo Meguelindo, levantándose del asiento, con indisimulado respeto.
Pero no esperaba respuesta. Meguelindo Doctorato conocía por experiencia de bastantes años que los buenos modales no formaban parte del ideario de AISCO (Advanced Integrated Solutions Co.). En todo caso, podría admitir que había sido una especial deferencia, que el encargado-jefe no hubiera utilizado, como era preceptivo según la normativa interna, intranet para enviarle un mensaje o una instrucción de trabajo.
Pero esa excepcionalidad solo revelaba que la comunicación que iba a hacerle le afectaría de forma personal, directa y terrible.
El encargado-jefe puso sobre la mesa, moviendo su brazo articulado, una caja negra.
-A partir del próximo mes, este aparato será su sustituto.
Meguelindo miró desolado la caja, comprendiendo de inmediato que, fuera lo que fuese lo que tenía enfrente, su vida estaba a punto de cambiar. En una película rápida, pasaron por su mente los muchos años de Universidad, las estancias de perfeccionamiento en Estados Unidos y Alemania, la incorporación a aquella empresa de alta tecnología como premio a tanto esfuerzo, las sucesivas reestructuraciones, la crisis sistémica, la crisis total, la reducción de empleo en aras de la automatización, la búsqueda obsesiva de rentabilidad de la que él mismo había sido uno de los principales artífices.
Por supuesto que no el único responsable. Había más involucrados, pero no conocía cómo funcionaba exactamente el Sistema. Hacía tiempo que había perdido contacto con quienes fijaban los objetivos del grupo. El se limitaba a hacer bien su trabajo, y punto. Cobraba puntualmente su salario, y punto. Le importaba su familia, no lo que pasara con los demás, porque cada uno es responsable de enderezar su vida y orientarla de acuerdo con los intereses propios.
-¿Estoy despedido? -preguntó, quitándose las gafas con las que ya compensaba su incipiente presbicia, y apagando, instintivamente, el ordenador en el que acababa de cargar el nuevo programa mixto de mantenimiento preventivo, optimizado con algoritmos paliativos complejos (OMPMACM), que le habían enviado desde el departamento de Recursos Robóticos.
-El Sistema no pretende causar daño, no está programado para el daño. La optimización global con máximo beneficio es el único objetivo. La sustitución permitirá que Vd. pueda dedicarse a trabajos más acordes con su naturaleza.
El encargado-jefe construía sus frases siempre ordenadas de la misma forma: sujeto, predicado verbal y complemento que les confería un tono aún más distante. Su cerebro estaba construida para que sus mensajes resultaran claros, inteligibles, directos para cualquiera.
Meguelindo Doctorato podía haber preguntado cuáles serían esos trabajos más acordes con su naturaleza. No lo hizo, porque, cualquiera que fuera la respuesta que el encargado-jefe le hubiera dado, no le hubiera servido para nada.
¿Sentir emociones y evasión sin moverse de casa? ¿Conectarse a dosificadores que le proporcionarían placeres sensuales, gustativos, deportivos,…? ¿Recuperar del sótano viejos libros impresos, ya comidos por las carcomas y las ratas?…No, no. Sabía bien, porque había visto en resultado en el deterioro de anteriores colegas, que, una vez se abandonaba el mundo del trabajo -siempre a disgusto, siempre forzados-, al homo inutilis le esperaba el gélido abrazo de la desidia, el desánimo, la apatía, que le iría cercando como una yedra se enhebra sobre el árbol herido.
El encargado-jefe se fue, dejando la puerta abierta y la caja sobre la mesa. En el inmenso taller, el ruido de las máquinas que, durante tantos años, había sido para Meguelindo apenas un sonido de fondo instrumental, se le convirtió en algo ensordecedor. Miró las decenas de autómatas, perfectamente alineados, ocupando el espacio con aprovechamiento imposible de mejorar, todos ellos realizando su trabajo con una eficiencia insultante. Mucho mejor, desde luego, que las miles de personas a las que, a lo largo de los años, habían ido sustituyendo.
Sin fallos.
De la caja negra surgió una voz metálica:
-En los próximos tres días, estaré a su lado, para terminar la captación de toda su experiencia práctica. Desde hace meses, vengo absorbiendo todos sus conocimientos, por observación telemática continuada. Estoy programado para resolver las más complejas cuestiones con máxima optimización. En memoria tengo ya incorporados todos los trabajos e informes realizados por Vd. en su vida laboral en esta empresa. Usted no tiene que prestar atención, solo seguir haciendo su trabajo normal y seleccionaré lo que resulte pertinente.
Meguelindo Doctorato hubiera querido quejarse ante el representante del sindicato. Pero no había. Hubiera querido gritar que era injusto el tratamiento que se le estaba haciendo, después de tantos años de servicio. Pero nadie le hubiera atendido.
Hubiera deseado hablar con algún compañero sensible acerca de las más elementales reivindicaciones laborales.
Pero era el único ser humano que quedaba en plantilla en aquella empresa. Es decir, hasta ahora, hasta dentro de tres días, para ser exactos.
Tuvo el deseo de romper la caja, abrirla para descubrir su contenido. No lo hizo, porque estaba seguro de que se trataba de una muestra sin valor, una añagaza más del Sistema para desorientar, y que estaría vacía, como todas las demás.
FIN
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