Cuenta Amin Maaluf en Orígenes (Alianza Editorial, 2004) que el abuelo del protagonista recibió una misiva de un hermano que había emigrado a Cuba, con sus cuatro esquinas quemadas, como señal de la extrema urgencia con la que necesitaba su ayuda.
Si el lector consigue apartarse del sopor colectivo, que encuentro aderezado con medidas dosis de complacencia respecto a la situación que está viviendo en España, seguramente compartirá conmigo que el juego que estamos librando en el país es muy arriesgado y que tenemos las cuatro esquinas del tablero ardiendo, y arreciando el viento.
No faltan motivos para serias preocupaciones. Con un gobierno en funciones que ha probado su incapacidad para ilusionar, no ya al votante, sino a los poderes económicos; con una facción separatista que ha secuestrado el poder legítimo de la región más industriosa del país (al menos, hasta hace algunos años) anunciando que empieza un proceso de independencia contra ley y mayorías; con la jefatura del Estado amenazada por recios embates republicanos, animada también por los oscuros comportamientos de varios significados miembros de la realeza; con una dispersión injustificable de los partidos que podrían formar gobiernos progresistas y se dedican a presentar oposición entre ellos mismos…
Lo enunciado sería suficiente para reclamar la máxima atención de quienes tienen alguna capacidad para enderezar el rumbo de las cosas, pero a estas cuestiones relativamente generales, se añaden otras específicas, más urgentes, por ser menos filosóficas: la ausencia de una recuperación económica tangible, que actuara de vehículo veraz para la generación de empleo (y evitara la destrucción del existente); el riesgo de quiebra de la seguridad social y de las prestaciones asistenciales -enseñanza y sanidad, como más significativas-, por la descompensación grave de ingresos y gastos y el deterioro de calidad; la pérdida creciente de credibilidad de las instituciones, que envenena desde la Banca hasta la misma Administración de Justicia; etc.
Este concreto mes de enero viene ya muy caliente.
El 11 de enero de 2016, España ha visto el comienzo del proceso penal por el llamado caso Noos, que ha sentado en el banquillo de los investigados/imputados a la infanta real Da. Cristina y a su esposo D. Iñaki Urdangarin, ex duques de Palma.
Ayer, 70 diputados de la Generalitat hicieron President a Carles Puigdemont, en una votación en la que creí ver rostros de burla entre los que lo apoyaron, como si estuvieran tratando algo cómico. Por cierto, los portavoces de los partidos opositores se limitaron a criticar el contubernio que convirtió al alcalde de Girona en portavoz forzado de la causa independentista, sin preocuparse de trazar un mínimo programa alternativo, desaprovechando que el resto de España estaba atento a lo que se cocía en Cataluña, y dejando a los alfiles Mas y Puigdemont rodearse de peones, con las otras piezas que forman el elenco de presagios negros aún enmascaradas.
Son demasiadas emociones.
En el Objetivo de la Sexta, ayer también, Ana Pastor entrevistaba al ex socio de Urdangarin en las empresas por las que se les acusa de falsedad, evasión de impuestos, malversación y otras lindezas, y pudimos ver a un seguro y recio Diego Torres defendiendo las actuaciones, no ya la suya propia, sino también la de su socio, como impecables, tanto en lo fiscal como en lo económico, afirmando que era supervisada y controlada ¡quincenalmente! por asesores de la Casa Real. Más sorprendente aún resultaba el empecinamiento con el que reiteró varias veces que el juez instructor, el confeso podemista Castro, recogió en su Auto de instrucción datos falsos, ocultó documentos irrefutables e introdujo apreciaciones personales sobre hechos no probados.
Quise ver en ello la mano de Miquel Roca, preparando la desimputación de la infanta y coordinando la defensa de Torres y del -permítaseme la licencia- caballo de carga Urdangarin, enrocando posiciones con el propósito de defender la Monarquía, amenazada seriamente por las negras intenciones de los antisistema, que van desde los republicanos irredentos a los anticapitalistas confesos o a los antieuropeístas rampantes.
Lo que no puedo entender es qué hacemos los del pueblo llano jugando esta partida, con nuestros peones vencidos, doblados o demasiado adelantados, y en la que el único resultado posible sería perder parte de lo que ya teníamos.