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Bimenes existe

26 noviembre, 2021 By amarias Deja un comentario

Bimenes es un pequeño municipio asturiano (solo tiene 36 km2 de superficie), muy cercano a Oviedo -a unos 30 km- – Ha vivido épocas de prosperidad con la minería del carbón y ahora camina, como la mayor parte de Asturias, en la senda segura de la decadencia. Tiene 1681 habitantes censados, cuando llegó a tener a mediados del siglo pasado, el triple. Su capital es Martimporra, aunque no estoy seguro si la despoblación no habrá convertido a ese lugar en un vestigio ruinoso del pasado.

A los nacidos en Bimenes se les llama yerbatos (que significa hierbajo, en asturiano), porque los que trabajaban extrayendo carbón llegaban al tajo con hierbas en la vestimenta y la boina, ya que se veían obligados a practicar el pluriempleo: debían atender al ganado cuando volvian a casa. En Melendreros, una aldea de Bimenes, nació uno de mis bisabuelos, Vicente Carrio, que fue emigrante a la Habana y uno de los personajes reales que incorporé a mi creación literaria “Con Vencidos”, una novela de 400 páginas que está esperando su publicacion.

Bimenes mereció aparecer en la portada de la edicición de El Mundo, el sábado, 20 de noviembre, porque su población volvió a confirmar su voluntad de declarar cooficial el asturianu. Esto motivó la publicación de una entrevista con el alcalde Aitor García Corte, del partido Asturianista, en el que expone sus razones, aunque he leído después -en un foro bablista- que ha expresado que está plagada de errores,y que contiene mala intención.

Aunque no tengo a la vista el periódico -está reciclado y no encuentro la reseña en internet-, recuerdo que el alcalde se refirió, enrtre otras cosas, al derecho de utilizar la lengua propia para reclamar ventajas de Madrid, tal como hacen los catalanes y los vascos desde sus gobiernos autonómicos. Si fuera por esa sola idea, me parece estupendo y legítimo: argumentar que se es diferente, que existe una nacionalidad propia, y utilizarla para reclamar atención, ayudas, subvenciones, en igualdad con otras regiones de España, aunque, en opinión que no estoy dispuesto a discutir, porque me siento profundamente asturiano, con mejores razones históricas.

Asturias es una pequeña región llena de cabezas pensantes, con una concentración de intelectualidad y esfuerzos que para sí quisieran muchas otras regiones, incluídas Cataluña y el País Vasco. Pero tiene un grave problema: no ha sido capaz de expresar unidad y , para mayor inri, tiene también en su naturaleza el orgullo de no saber ser pedigüeña. Ha tenido en su territorio dos grandes monstruos, de propiedad pública,  generados para solventar las necesidades en producción estratégica para toda España: la energía y laminados (me refiero, obviamente, a la siderúrgica Ensidesa y a la empresa creada en torno a la extracción del carbón, que aglutinó en Hunosa a varias explotaciones privadas en dificultades económicas). Su existencia generó otros monstruos más pequeños, que se han ido cayendo sin alternativa en la medida en que la  tecnología adquiría nuevos rumbos y las empresas públicas que los sustentaban se adelgazaron hasta límites insospechables y dejaron de comprar.

Que se sepa: el pequeño municipio de Bimenes tiene como hijos suyos a varios españoles ilustres. Es una demostración más de que Asturias es grande por sus hijos, aunque marginada y utilizada, según convenga, por los políticos de otras regiones. Uno de los yerbatos ilustres es Salvador Gutiérrez Ordóñez -otro coetáneo estricto mío, nacido también en 1948- es académico de la Real Academia Española (sillón “S”), eminente filólogo, alumno predilecto de Emilio Alarcos en la Universidad de Oviedo, en la que también dió él mismo clases. Salvador no cree en la necesidad de imponer la cooficialidad del bable (vaya detalle nimio), pero seguro que, aunque no se le ha preguntado, desearía que Asturias tuviera un puesto de relevancia en el desgraciado debate sobre las autonomías.

 

 

Publicado en: Actualidad, Personal Etiquetado como: Aitor García Corte, alcalde, angel manuel arias, Asturias, Bimenes, Cataluña, Con Vencidos, Ensidesa, españa, Hunosa, marginación, País Vasco, Real Academia Española, regiones, Salvador Gutiérrez Ordóñez, unidad, Vicente Carrio

Smart global citizenship

3 junio, 2014 By amarias Deja un comentario

Piero Fassino, alcalde de Torino, fue el ponente principal en el “desayuno del Ritz” del 3 de junio de 2014, actividad organizada por Nueva Economía Fórum. El segundo ponente fue Alfredo Pérez Rubalcaba -aunque, según la convocatoria, le correspondía ser solamente el presentador del conferenciante-. Las circunstancias por las que atraviesa España y la reciente dimisión del secretario general del PSOE, impusieron esa revisión del programa, consentida desde la organización.

Fassino, en un español muy aceptable, disertó sobre las Smart-cities, concepto ya de uso común, y enfocó las luces, como le corresponde, hacia Torino. Esa “nueva manera de pensar y organizar la vida de la comunidad”, necesita -dijo, para explicar el concepto- “un alfabeto propio, un nuevo paradigma”, y, por ello, “una Smart community”.

Avanzando por el camino de incorporar el rutilante adjetivo a todo lo que se toca, apuntó hacia la necesidad de una “Smart democracy”(adaptada al tiempo de las TICs, “ya que los modelos estructurados en el siglo XX no son hijos de la tecnología digital”), y se debe tener en cuenta que “las nuevas tecnologías generaron partidos sin ideología, organizaciones fuertes, estableciendo una relación directa con los electores”. Esto ha de ser así, porque, “a través de la web, la sociedad va organizándose en un nuevo lenguaje”.

No tengo duda alguna de que el modelo general de mayor aproximación al ciudadano y a la resolución de sus problemas -ambientales, energéticos, de transporte, de ocio, de comunicación, etc.- es imprescindible. Las ciudades tienen -Pérez Rubalcaba se encargó de poner el lápiz rojo sobre una frase de Fassino- que reconstruirse desde el aprecio al “papel de la cultura en las nuevas ciudades”.

Me gusta participar en los debates, y en el coloquio, propuse al moderador (José Luis Rodríguez) una cuestión que no mereció ser planteada al conferenciante, sepultada entre otras intervenciones -fundamentalmente, surgidas de los periodistas presentes en el acto, y, por tanto, buscando los titulares-.

Lo que me interesaba saber era si Fassino, que es también presidente de la Asociación de Smart cities europeas, tenía respuesta a la cuestión de la solidaridad, que no es un concepto anodino, sino que está imbricado en la resolución del problema del paro,  y en el avance o sostenimiento de los modelos de bienestar. Tiene que ver con el mejor reparto de la riqueza generada y no solo ha de enfocarse hacia el mayor disfrute y a disponer de más tiempo de ocio, si no alcanza a todos.  No deriva únicamente de la producción más eficiente, y ni siquiera se satisface con la puesta a disposición del ciudadano de oportunidades para pasarlo bien y ser más responsable ambientalmente.

La solidaridad implica la consciencia colectiva para hacer llegar, tanto a nivel individual como familiar, aquellos medios -económicos, asistenciales, culturales, formativos, …-suficientes que garanticen que todos sean co-partícipes de esa generación, distribución y consumo de bienes y servicios.

Hace falta una Smart-solidarity, que tenga en cuenta, en concreto, la creciente disminución del tiempo de trabajo preciso para desarrollar las actividades y fabricar los productos que son precisos en un mundo globalizado, con muy diferentes costes de mano de obra y expectativas personales. Una cuestión que apunta a la necesidad de encontrar urgentemente nuevas formas -Smart solutions- para el reparto de las plusvalías que una sociedad inteligente, animada por una Smart global citizenship, sea capaz de generar, para conducirse, en equilibrio dinámico, a una mayor satisfacción general.

Me quedé con las ganas de conocer la visión de Fassino sobre esa importante cuestión. Sí  nos enteramos ( a mí ne me hacía falta) de que Pérez Rubalcaba es partidario, a pesar de las “hondas raíces republicanas del PSOE”, de mantener el “consenso que nos condujo al período más floreciente de la historia de España”, que implica aceptar la monarquía como forma legal para la jefatura de Estado.

Torino parece estar en el proceso de su salvación específica, al menos de forma provisional, en base a proyectos como byke-sharing, car-sharing, mejora de la concienciación ambiental y energética, etc., y… una cierta ingenuidad que creí adivinar en alguno de los “proyectos novedosos” a los que hizo referencia su alcalde, menos convincente en esa parte de su discurso. Torino puede enorgullecerse, sobre todo, de haber logrado la reconversión de la vieja industria del automóvil y de encontrar la vía para potenciación turística de su legado monumental.

No me parece un modelo indefinidamente duplicable, porque no hay sitio para muchos clones de esa estrategia. Seguimos necesitando más opciones para cristalizar esa Smart global citizenship que nos ilusione por un futuro en el que las actuales nubes de tormenta se traduzcan en lluvias provechosas.

 

 

 

 

Publicado en: Economía, Política, Sociedad Etiquetado como: alcalde, Monarquía, Pérez Rubalcaba, Piero Fassino, PSOE, smart citizenship, smart city, sucesión, Torino

Cuento de invierno: Verdades de sabios y barqueros

5 febrero, 2014 By amarias2013 Deja un comentario

De vez en cuando, llegaban incluso a la calle las explosiones de risotadas de los asistentes al espectáculo. En las paredes, carteles en colores anunciaban, señuelos irresistibles, que “La diversión está garantizada” y, como refuerzo argumental, junto al nombre de actores, cabareteras, cupletistas y hasta el de un supuesto cómico -con letras aún mayores-, otra frase contundente: “Olvide por un momento sus preocupaciones”.

La función llevaba algún tiempo empezada. Habían actuado, danzando con sus cuerpos semidesnudos, una decena de jóvenes muchachas, a las que un petimetre interrumpía la cadencia de vez en cuando, empujándolas hasta hacerlas perder el equilibrio.

La sala se encontraba abarrotada de un público entregado, jovial, distendido. En el centro del escenario, fuertemente iluminado por los focos, un actor, que aparentaba no tener más de treinta y pocos años, subido a una especie de púlpito, contaba chistes e historias, nuevas y viejas, divertidas algunas, vulgares las más.

La calidad de los chascarrillos y anécdotas no parecía afectar en absoluto el ánimo de la concurrencia, que aplaudía sin reservas, riendo a placer, e incluso, de cuando en cuando, lanzaba exclamaciones y gritos de admiración y complacencia.

-¡Olé tu gracia! -llegó a decir una señora, levantándose del asiento, con una dedicación tan enfervorecida que cabría sospechar que se trataba de la madre del artista.

En esas se estaba, cuando entró en la sala una pareja de mediana edad, con las cabezas cubiertas por sendos sombreros que a todos parecieron estrafalarios. Avanzaron por el pasillo central y, guiados por el acomodador, acabaron sentándose con estrépito en la primera fila, justo delante del cómico-payaso. Tal vez provocados, recogieron algunos murmullos de desaprobación, e incluso llegaron a sus oídos un par de improperios:

-¡Fuera esos gorros! -gritó un tipo de la tercera fila.

-No se desmelene, joven. Somos los propietarios del local y aquí hacemos lo que nos venga en gana. Podríamos ordenar la evacuación si nos apeteciera, y quedarnos solos con el espectáculo -expresó la mujer, encarándose con quien así había hablado.

-¡Lo que faltaba por oir! ¡Este local es público, pertenece al Ayuntamiento! -apremió otra vez.

-Pues eso. Por si no lo sabía, mi esposo es el mismísmimo alcalde. Así que, compórtese -reincidió la señora, tan pizpireta.

El cómico reclamó orden y silencio, los ánimos se calmaron al poco y los recién llegados se acomodaron en los asientos que les correspondían. El espectáculo continuó.

-Esta pequeña circunstancia que acaba de suceder me recuerda una historia de un barquero que fue contratado por un banquero para cruzar un río.

El contador de cuentos se paró, y optó por corregirse de inmediato.

-No, no. Me corrijo. No era un barquero, era un sabio. Un sabio bastante petulante que contrató a un banquero. Tal vez, ahora que lo pienso, el asunto tenga algo que ver con la economía sumergida, ahora que ha salido a flote.

Risas en la sala.

-¡Ah, no! Perdonen. Me estaba confundiendo completamente.(Hizo ademán de manejar un catalejo). Bis veo, qué veo. En realidad, ahora lo veo mejor, si me ajusto los lentes de mirar el pasado. Veo a un sabio que está en la misma barca que un barquero. Se encuentran en medio de un lago muy grande. (Parecía estar describiendo lo que observaba, en medio de una sesión de siquiatría). Si fuera el banquero de antes, diría que estaba pescando oportunidades. Aquí una vivienda desahuciada, allá una empresa agobiada por las deudas…Pero, no, éste sabio está pescando peces.

Se hizo un silencio. El cómico siguió gesticulando.

-De pronto, se desató una tormenta. No una tormenta de ideas, de las que están ahora tan de moda, sino una más clásica, terrible, a medio camino entre la tormenta del diluvio universal y la que hundió el Titanic: con truenos, relámpagos, y granizo. Daba mucho, mucho miedo. Especialmente si no estabas en tu casa, calentito, viéndolas venir, sino en medio de un lago, sobre una pequeña barca.

Silencio en la sala.

-El barquero, que era prudente y experimentado, propuso volver de inmediato a la orilla, pero el sabio, que era petulante y engreído, quiso quedarse. Estaba teniendo mucha suerte con la pesca. “Yo he pagado tres horas de barca, y tres horas quiero. Además, cuando el agua está revuelta es cuando más pican”, decía. El barquero, por su parte, opinaba que los peces no iban a salir del agua por sí mismos y estarías allí al día siguiente, así que lo mejor era largarse para estar no correr el peligro de que un rayo cayese sobre sus cabezas y las convirtiera en material de recuerdo, como las figuras de Pompeya.

Silencio.

-“Es matemáticamente imposible” explicó el sabio, poseído de sí y, sobre todo, del no, mirando su reloj, en el que contó los segundos que transcurrían desde que se veía el relámpago hasta que se oía el ruido del trueno. “Veinte segundos, cuatro kilómetros. -dijo- La tormenta está aún muy lejos. Además, es de todos sabido que la probabilidad de que un rayo caiga sobre una barca en un lago es infinitesimal”.

Silencio.

-No bien acababa de pronunciar la palabra “infinitesimal” cuando un rayo terrorífico cayó, con estruendo, en la caña que sostenía el sabio, que tenía, según parece, algún elemento de grafito y de la que el erudito no había leído la advertencia de que no se debía usar en caso de tormenta. El intelectual no se carbonizó, ni se murió, ni perdió nada más que la caña. Porque la caña se le soltó de inmediato de su mano, cayendo al agua. Sin embargo, el pobre barquero cayó de espaldas y se rompió un brazo por el golpe. (El actor se tiró al suelo y se levantó, inmediatamente, doliéndose del brazo).

Algunas risas.

-“Tendrá que remar usted, porque yo no puedo”, expresó el pobre barquero, retorciéndose de dolor. “Me ha estropeado la pesca”, le reprochó el sabio engreído, que era también petulante y apestoso. “Ahora estaban picando como nunca”, continuó, quejándose a rabiar. “No se remar, pero puedo aprender si me dice donde guarda el libro de instrucciones”. Por cierto, debo precisar que los dos hombres no podían utilizar los teléfonos móviles, porque se habían encharcado con el agua de lluvia y no tenían granos de arroz para secarlos ni otros de repuesto, a poder ser, insumergibles.

Risas y silencio, a partes iguales.

-El barquero, entre gritos y ayes, explicó que no había ningún libro de instrucciones en el que se pudiera aprender a remar, porque a remar se aprende solo con la práctica. Así que rogó al sabio, que era engreído, petulante, egoísta y, además, bastante apestoso, que se aplicara a los remos, y probase a manejarlos correctamente. Pin, pan, pin, pan, así lo hizo. En efecto, la barca avanzó algo, dando unas vueltas sobre sí misma, aunque, con la tormenta, que no solo no había terminado sino que estaba en su apogeo, es decir, en la misma picorota, se levantaron unas olas terribles, como tsunamis en miniatura, que consiguieron volcarla a la de tres. El sabio, el barquero, los aparejos y la pesca, todo, cayó al agua en un santiamén, quiero decir, en el lago.

Silencio.

-“¿Sabe usted nadar”, le preguntó el barquero al sabio apestoso y egoísta. “-No muy bien”, contestó éste. “-Pues a mí de nada me ha de servir, con este brazo roto”, se lamentó el barquero. “Así que no tenemos otra solución que ponernos a rezar y esperar a que se cumpla nuestro destino”, dedujo, de forma pragmática, el buen hombre.

Silencio. Una voz desde lo profundo de la sala: “¡Esa historia no tiene ni pizca de gracia!”. La pareja de la primera fila, los dos que habían llegado tarde, se miraron. Sin inmutarse, el cómico-actor, prosiguió con su cuento:

-“Soy agnóstico”, expresó el sabio, y continuó. “Pero, en este cuento, a diferencia de ese otro en el que el sabio no sabía nadar y el barquero, que no sabía nada, se salvó, aquí el que sabe nadar soy yo, así que usted será el que cumpla su destino, rezando, y yo quien me salvaré”. Y así diciendo, se alejó de la barca, mal que bien, nadando, una mano delante y otra atrás, hacia la orilla.

El cómico avanzó cuanto pudo al borde del proscenio, y, levantando un brazo, explicó:

-Yo era el barquero, y, como ven, me salvé. El sabihondo apestoso que me dejó en medio de la tormenta, con el brazo roto, era, en realidad, el que hoy tienen ustedes como alcalde, aquí presente, y al que he tenido el gusto de invitar a esta función. Como ven, el se salvó también, pero no volvimos a vernos hasta hoy, ya que yo me dedico desde entonces a contar historias.

Se inclinó hacia la pareja de la primera fila, y en tono educado, pero firme, preguntó:

-¿Me quiere usted, por fin, devolver el flotador sobre el que está sentada su señora, señor alcalde?

Risas sin sentido. Se oyó un bufido, como el desinflar de un globo.

FIN

Publicado en: Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado como: alcalde, Barça, barquero, cuentacuentos, cuento, cuento de invierno, flotador, nadar, pesca, sabio, tormenta

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