Acabo de escuchar declaraciones de representantes sindicales explicando las razones por las que se convocan los actos para hoy, 1 de mayo de 2017.
Debo indicar, en primer lugar, que desde que se empeñaron en realizar apariciones conjuntas los secretarios generales de UGT y CCOO, en una representación que parecía la versión seria de los episodios cómicos de Tip y Coll, ando perdido en valorar las diferencias entre ambos sindicatos. Se que no servirá de nada, pero mi sugerencia es que unan las fuerzas que les queden, de una vez, y dejen de hacer pantomimas de resistencia obrera.
En este primero de mayo de 2017, tanto los que tienen la suerte de mantener su puesto de trabajo, como los que no lo tienen; lo mismo los estudiantes que andan preparándose para torear en un futuro de lo más incierto con enseñanzas dirigidas, en su gran mayoría, por indolentes o desorientados profesores; igual que los autónomos y pequeños empresarios que no tienen idea de cómo llegarán a final de mes y que trampean para pagar las cuotas de la seguridad social o los impuestos de actividad; tanto los que limpian culos y hacen camas en sus casas o en las ajenas, e incluso los que creen que están trabajando en una empresa solvente que resistirá a cualquier crisis, y hasta, si me pongo a elucubrar, y hay alguno (que pido a los dioses que los haya), los empresarios que se juegan su patrimonio e hincan a diario los codos y el magín para sostener una empresa que los demás juzgan sólida pero que ellos saben bien cómo tiene los pies,
a todos ellos, les digo:
Basta ya de preocuparse por la corrupción del tres por ciento y de esos centenares de chorizos que se han enriquecido mintiendo tan burdamente y que no supieron ocultar sus miserables trapisondas. Basta ya de llevarse las manos a la cabeza por el deterioro de la calidad de la sanidad, de la enseñanza y, por ser más claro, de todos los servicios, públicos y privados. Basta ya de pretender que no sabíamos lo que bien sabemos y supimos, y esperar, mirando estúpidamente la pantalla, que un delator, despechado que no arrepentido, combinado con un juez normal que no brillante, levante pruebas indiciarias para movilizar a la policía judicial o a la guardia civil hasta la casa de un politicastro o un falso gerente para romperle en pedazos la calma de su madrugada; basta ya…
Tenemos un gravísimo problema colectivo. Y es que no sabemos qué hacer que sea eficaz y no falaz o fantasioso, ni a dónde dirigir nuestras fuerzas ni nuestra economía más allá del próximo rellano. Claro que “el desarrollo de la economía pasa por el talento y una estrategia a largo plazo” (titular de El País del viernes, 28 de abril de 2017, para dar las claves de una conferencia internacional de economía humanística, “de vuelta a lo básico”). Para lanzar tales propuestas no hace falta reunir a cabezas supuestamente laureadas con las virtudes de las mejores ideas y experiencias.
Ni siquiera me parece tan importante aumentar los impuestos a las pocas empresas que obtienen beneficios, y estoy en desacuerdo con tocar los gravámenes o tasas de cualquier tipo, con solo la intención recaudatoria. No. Lo importante es saber en qué se van a dedicar los dineros, y si servirán solo para tapar agujeros provisionalmente o actuarán de acicate para renovar la actividad en sectores con futuro.
Pero esos temas serios y profundos no se resuelven en debates abiertos, ni en manifestaciones de descontentos, ni en parlamentos en donde los teóricos representantes de un pueblo desinformado y colectivamente indolente se tiran piedras a las cabezas y están más preocupados de su imagen y de lo que tienen entre las piernas que de los millones de familias que no tienen trabajo, o lo van a perder, o no deben creerse (y no porque lo diga yo, sino porque cualquiera ha de saber que no estamos solos en el mundo) que en el turismo y en la exportación de productos agrícolas y bienes intermedios está la salvación y el futuro que nos sostenga, oxímoron de una panacea que está, obviamente, en la agenda teórica de todos los países y regiones que no tienen más cosas que ofrecer.
Venga, pónganse a trabajar. Lo siento, en esta invitación no caben todos. Solo muy pocos, porque hay que evitar cualquier tipo de ruido, opiniones que ensordezcan en lugar de aportar. Se necesitan personas con experiencia, conocimiento, libertad de pensamiento, ayunos de rémoras y limpios de ideología reaccionaria.
Hay mucho que hacer. Es una tarea no remunerada, y las propuestas que resulten no serán todas satisfactorias ni aceptables. Pero saldremos de este tremendo vacío de ilusiones, de esta caspa de obsesión por cazar corruptos de medio pelo (los peces gordos se escaparán siempre) y ahuyentar fantasmas del pasado, de muertos ya bien muertos.
Jóvenes, os va en ello ni más ni menos que la felicidad futura.
Los mirlos o tordos, como casi todas las aves, son territoriales, aunque normalmente bastan los sonidos y cantos que emiten para hacer desistir a sus congéneres de adentrarse en el territorio dominado por una pareja o ya preparado por un macho para asentarse en él con la elegida al ritmo de su reloj natural.
A veces, la densidad de población ofrece vistosas batallas entre machos, incluso entre aves tenidas por pacíficas. Estos dos representantes encelados del sexo masculino se enzarzaron en una disputa -nada reglada- por el ánimo de una hembra que, en esta foto, está fuera de encuadre.