Cada vez que el pato Donald veía al tío Gilito sentado encima de uno de los montones de monedas de oro que almacenaba en torres de seguridad cerradas con siete llaves, se ponía de los nervios.
-Fijaos -decía a sus sobrinos, sin ocultar su disgusto – en la cara de satisfacción que se le pone, mientras manosea esa riqueza improductiva. Y mientras tanto, yo no tengo ni para pipas, con lo que me gustan.
-Sí, tío -expuso Juanito, que tenía momentos muy reflexivos-. Son cada vez más los patos y patas, por no hablar de todas las especies del país, que no tienen trabajo y viven de lo que escarban en la basura.
-He tratado de convencer a tío Gilito de que me de algo de ese oro, para crear una empresa de telecomunicaciones avanzadas -se justificó Donald- pero me dice que empiece como él, con una mano delante y otra detrás.
-Tenemos que hacer algo para cambiar el rumbo de las cosas -concluyó Jorgito-, picoteando en la tierra de nadie.
Fue Jaimito quien tuvo una idea arriesgada, pero muy atractiva: consistía en convencer a los golfos apandeadores de que, utilizando un butrón, entrasen en una de las torres y sustituyeran varias capas de las monedas del fondo por guijarros coloreados de purpurina.
-No se dará cuenta. Antes metía cada cierto tiempo máquinas de revolver, para airear el oro, pero ahora solo está preocupado por ver subir el nivel de monedas en las torres.
Los golfos apandeadores, cuando Donald les contó la estrategia, estaban encantados.
-Vosotros os quedaréis solo con el tres por ciento, que es la comisión habitual para estos casos de intermediación. Para nosotros, será el resto. Y, por supuesto, nadie más debe saberlo.
La actuación fue un éxito, en el sentido de que el tío Gilito no se enteró. Los golfos, burlando a los guardas de seguridad, que, por la tacañería de Gilito, para reducir costes, ya no eran contratados entre los perros pastores payeses sino a los chiguaguas nepaleses, hicieron un agujero a modo de gatera (bueno, de perrera) en la torre más alejada del control, y sacaron varios sacos de monedas de oro, cambiándolas por piedras pintadas de amarillo refulgente.
El pato Donald, con el grueso de las monedas, montó dos o tres empresas para puesta en valor de los recursos naturales de Patolandia, que fueran registradas con nombres imaginativos -First Change, Second Change y Third Change- y puestas a nombre de la Sociedad para la Recuperación del Sentido Común, S.L, para no despertar sospechas. Se crearon así algunos puestos de trabajo.
-Esto va bien -comentó Jaimito en el primer Consejo de Administración, que celebraron en una estación del subterráneo-. Propongo que digamos a los Golfos Apandeadores que hagan otro agujero más alto en la torre, y sigamos con el mismo procedimiento, y creemos más empresas.
No será necesario referir con demasiado detalle que tampoco en esta ocasión el tío Gilito se percató. Es por tanto, aceptable, creer a pies juntillas que, en el curso de varios años, fueron esquilmando las monedas de oro de las torres en donde Gilito guardaba, suponiéndolo a buen recaudo, sus riquezas improductivas. Dejaron solo una capa bastante delgada en cada torre, que era la que Gilito manoseaba con placer, cuando se recluía en cualquiera de ellas para dejar volar su avaricia.
Fue Jaimito, como siempre, el que se percató de algo muy curioso. A pesar de que estaban saqueando las torres, en el recinto donde se guardaban las monedas de oro que formaban el caudal de Gilito, cada vez había más torres. Es decir, entraban más y más monedas de oro, por lo que, si alguien se hubiera tomado la molestia de hacer cálculos, deduciendo las piedras sin valor, los ingresos de nuevas monedas eran tan altos, que la riqueza neta de tío Gilito aumentaba y aumentaba sin cesar.
Era un misterio que ni siquiera Jaimito podía resolver.
FIN