Estaba hoy, 17 de junio de 2013, asistiendo, con varios centenarios de invitados, a la Firma del contrato de una línea de préstamos entre la Comunidad de Madrid y varias de las entidades bancarias de este pequeño país, y no puedo precisar si fue cuando hablaba el ministro de Industria (José Manuel Soria) o el presidente de los empresarios de Madrid (Arturo Fernández) o el presidente de la Comunidad madrileña (Jaime Ignacio González), pero me quedé dormido.
Y he tenido un sueño.
He soñado que todos los presidentes de todas las compañías de España que cotizan en el IBEX hacían una declaración conjunta -era de ver a los 35, tan serios, y pulcros, poniendo cara de circunstancias- reconociendo que una parte de su solvencia estaba basada en el engaño. Que todos habían financiado, por la vía de ilegales dádivas, muchas de ellas vinculadas a contratos de las admnistraciones públicas, a los partidos políticos. Más dinero, claro, para los que habían tenido cualquier responsabilidad de Gobierno.
El documento decía (creo recordar): “Os hemos mentido. No somos lo leales que creíais, ni lo impolutos que podrías deducir de nuestras anteriores declaraciones y silencios. El juego del mercado es así: no basta ser el mejor en las licitaciones, hay que contribuir con ciertos peajes para que el sistema, o lo que sea, funcione. No estamos arrepentidos, pero no vemos otra forma de que esto, que llamamos economía de mercado, se mantenga. Todos lo hacen”.
Ví después aparecer en mi sueño a los representantes de los partidos políticos, leyendo un documento que también habían preparado: “Es imposible mantener el aparato de los partidos con las subvenciones oficiales, aunque os parezcan altas. Los dirigentes, en particular, no se contentan con lo que reciben de forma transparente, en nóminas, dietas y sueldos. Quieren más, porque dicen que en la economía real les pagarían mejores salarios por hacer algo parecido. Y, desde luego, como no todos pueden pasar a ocupar puestos relevantes en las empresas a las que han ayudado con sus decisiones, necesitan otras garantías -económicas- para saber que no han perido el tiempo, defendiendo los intereses públicos”.
En mi sueño, aparecieron también altos representantes de las instancias judiciales: “Nos tenéis que perdonar, si podéis. porque no es cierto que la Justicia sea igual para todos. Lo teníamos que expresar, pero no es posible resistirse a las presiones de los que más mandan, y no es lo mismo analizar la responsabilidad de un pobre diablo que ha cometido un delito, que la culpabilidad de altos ejecutivos y mandatarios que han sido llevados a nuestra jurisdicción por una estafa de gran volumen, una malversación importante, o haber pagado comisiones ilegales para lograr un contrato, o gratificarlo, para sus empresas. Nos daba miedo romper el orden establecido, y, por supuesto, estábamos cómodos en haber alcanzado una parcela de respeto y poder que nos costó años de estudio y, en algunos casos, movilizar apoyos nada sencllos de lograr”.
Se leyó, también, un comunicado de las Iglesias: “Reconocemos que no sabemos nada de Dios, porque nunca se ha manifestado. Somos únicamente fieles a una tradición de sacordotes y falsos exégetas, que han ido añadiendo dogmas y revelaciones. El fin era, en principio, bueno: que la ética universal no se perdiera, ya que la filosofía no nos parecía suficiente. Pero esto ha dado lugar a muchas aberraciones y estamos arrepentidos”.
No faltó un comunicado de la Casa Real, avalado por las Casas Reales de todo el mundo: “Afirmamos, como ya deberías saber, que somos iguales a todos vosotros. Con nuestros vicios, nuestras virtudes y nuestro deseo de vivir lo mejor posible. Hemos contribuído, en muchos casos, a que no hubiera guerras o derramamientos de sangre entre vosotros, aunque seguramente son más las que hemos provocado. Estamos arrepentidos, pero no sabemos si lo volveremos a hacer. No depende de nosotros; si fuera por nosotros, lo seguiríamos haciendo”.
Se adelantó, algo balbuciente, en mi sueño, el portavoz de todos los catedráticos y profesores de las Universidades: “No es cierto que seamos los que más sabemos de la mayoría de las cosas, porque es muy grande el volumen de lo que ignoramos. Hemos preferido, hasta ahora, mantener la ficción, realimentándonos en lo posible, con un cuidado nepotismo, y manteniendo la utopía de lo que enseñamos servirá para algo en un mundo real que no conocemos.”
Los murmullos de quienes escuchaban eran ya ensordecedores. Cuando iban a hablar representantes de los órganos de seguridad, de los Ejércitos, de las asociaciones no gubernamentales, me desperté, sudoroso.
Creo que alguien estaba anunciando que el Acto terminaba, y expresaba que tenía plena confianza en que, con los 150 millones de créditos que ahora se ponían a disposición de las pymes madrileñas, con el objetivo de crear o apalancar 10.000 millones de empleos. O tal vez eso era también parte de mi sueño-pesadilla.
Como no había, esta vez, cóctel alguno en la Casa del Reloj de Madrid, pude encaminarme hacia la boca del Metro sin tiempo para comentar con otros si todos habíamos soñado lo mismo o algo parecido. Por las caras de póker con las que me crucé, creo que habían estado despiertos, es decir, profundamenten dormidos.