Parece que, al fin, después de múltiples desencuentros, descalificaciones y hasta insultos -aunque esa calificación parece tener distinta acepción entre gentes de la política-, los equipos del PSOE y Podemos se han puesto de acuerdo en que los diputados de este segundo partido apoyen al candidato Pedro Sánchez a la presidencia del gobierno de España.
El peaje: incorporar unos cuantos ministros podemitas -el número aún está por precisar, por será “proporcional” a los votos obtenidos- al gobierno de Sánchez, si consigue éste, finalmente, arrancar de los independentistas y anticonstitucionales de Ezquerra Republicana, la abstención o incluso el voto favorable que le de, en segunda votación, la mayoría suficiente.
Si esta situación se confirma, los que deseamos un gobierno estable, competente, serio, para nuestro país no estamos de enhorabuena. Cierto que la culpa de este despropósito gubernamental no es exclusiva de los partidos firmantes de la coalición gubernamental que se perfila, sino que han cumplido con su misión de desbarajuste todos los que se han presentado a las elecciones, independientemente de programas, ideologías o temperamentos de sus líderes.
Por supuesto, ninguna estabilidad cabe dar a un gobierno en el que se incrusten personalidades e intenciones que no resultan conciliables. Por mucha mano izquierda que pueda desplegar Sánchez, el lidiar con ministros que pertenecen a dos facciones tan diferentes (y que deben fidelidad a órganos de dirección incompatibles) devendrá imposible.
Solo un apunte: la sentencia del Tribunal Supremo sobre los separatistas, que, por supuesto, será dura con los sublevados contra el orden constitucional, abrirá no ya una brecha en el seno del Gobierno, sino que trasladará a la ciudadanía una tensión incontrolable, entre quienes aboguen por el acatamiento de la pena impuesta, manteniéndose al margen y quienes defiendan la amnistía. Con o sin consulta a las bases, que no deja de ser un timo sociológico asimilable al de la estampita.
Nuestro país no tiene arreglo, y ahora también sabemos, en esta generación que se ha mantenido pacífica y que se cree con fidelidad constitucional, que los españoles somos maestros en dilapidar oportunidades. Vamos, pues, camino de unas elecciones generales a corto plazo -con o sin acuerdo de coalición-, aunque lo que más me duele es que en ese sendero lleno de piedras hay desencuentros, tensiones, desgracias, que podrían haberse evitado. ¡Ay, si se pudiera volver atrás con la moviola!
Dos jilgueros (carduelis carduelis) en vuelo a contraluz, a la busca de otro matojo de cardencha o cardo, con el que saciar su hambre en una mañana de calor. Todos identificamos bien a los jilgueros adultos, con su antifaz de color rojo vivo, aunque he oído decir a algún falso entendido que los machos se diferencian de las hembras en que éstas no tienen el rostro rojo carmín ni la vistosidad de las plumas, en contraste de negros y amarillos, de los machos.
Pues esa afirmación es falsa: los dos sexos son prácticamente indistinguibles en la observación visual, y quienes carecen de la careta roja son los juveniles. Eso sí, los machos son quienes poseen un canto muy musical, con notas suipsit-suipist, entrelazadas con otros tonos y trinos alegres.