Al socaire

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Prendido con alfileres

21 julio, 2019 By amarias Deja un comentario

Parece que, al fin, después de múltiples desencuentros, descalificaciones y hasta insultos -aunque esa calificación parece tener distinta acepción entre gentes de la política-, los equipos del PSOE y Podemos se han puesto de acuerdo en que los diputados de este segundo partido apoyen al candidato Pedro Sánchez a la presidencia del gobierno de España.

El peaje: incorporar unos cuantos ministros podemitas -el número aún está por precisar, por será “proporcional” a los votos obtenidos- al gobierno de Sánchez, si consigue éste, finalmente, arrancar de los independentistas y anticonstitucionales de Ezquerra Republicana, la abstención o incluso el voto favorable que le de, en segunda votación, la mayoría suficiente.

Si esta situación se confirma, los que deseamos un gobierno estable, competente, serio, para nuestro país no estamos de enhorabuena. Cierto que la culpa de este despropósito gubernamental no es exclusiva de los partidos firmantes de la coalición gubernamental que se perfila, sino que han cumplido con su misión de desbarajuste todos los que se han presentado a las elecciones, independientemente de programas, ideologías o temperamentos de sus líderes.

Por supuesto, ninguna estabilidad cabe dar a un gobierno en el que se incrusten personalidades e intenciones que no resultan conciliables. Por mucha mano izquierda que pueda desplegar Sánchez, el lidiar con ministros que pertenecen a dos facciones tan diferentes (y que deben fidelidad a órganos de dirección incompatibles) devendrá imposible.

Solo un apunte: la sentencia del Tribunal Supremo sobre los separatistas, que, por supuesto, será dura con los sublevados contra el orden constitucional, abrirá no ya una brecha en el seno del Gobierno, sino que trasladará a la ciudadanía una tensión incontrolable, entre quienes aboguen por el acatamiento de la pena impuesta, manteniéndose al margen y quienes defiendan la amnistía. Con o sin consulta a las bases, que no deja de ser un timo sociológico asimilable al de la estampita.

Nuestro país no tiene arreglo, y ahora también sabemos, en esta generación que se ha mantenido pacífica y que se cree con fidelidad constitucional, que los españoles somos maestros en dilapidar oportunidades. Vamos, pues, camino de unas elecciones generales a corto plazo -con o sin acuerdo de coalición-, aunque lo que más me duele es que en ese sendero lleno de piedras hay desencuentros, tensiones, desgracias, que podrían haberse evitado. ¡Ay, si se pudiera volver atrás con la moviola!


Dos jilgueros (carduelis carduelis) en vuelo a contraluz, a la busca de otro matojo de cardencha o cardo, con el que saciar su hambre en una mañana de calor. Todos identificamos bien a los jilgueros adultos, con su antifaz de color rojo vivo, aunque he oído decir a algún falso entendido que los machos se diferencian de las hembras en que éstas no tienen el rostro rojo carmín ni la vistosidad de las plumas, en contraste de negros y amarillos, de los machos.

Pues esa afirmación es falsa: los dos sexos son prácticamente indistinguibles en la observación visual, y quienes carecen de la careta roja son los juveniles. Eso sí, los machos son quienes poseen un canto muy musical, con notas suipsit-suipist, entrelazadas con otros tonos y trinos alegres.

Publicado en: Actualidad Etiquetado como: acuerdo, alfileres, Ciudadanos, coalición, debate, gobierno, inestabilidad, investidura, jilguero, Partido Popular, riesgo, separatistas, tribunal supremo

La estrafalaria figura del mandato político

9 agosto, 2016 By amarias 1 comentario

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Durante estos últimos meses de oscurantismo político en España, se está utilizando con profusión, la expresión “por mandato del pueblo”, reforzándola o aderezándola con supuestas variantes: “los españoles han decidido con su voto” o “tenemos la obligación frente a nuestros votantes”, y otras muchas de parecido tenor, con las que sus dicentes pretenden haber obtenido la facultad para hacer, en esencia, lo que les peta.

Esta adulteración del término proviene de una doble confusión. Por una parte, ignorar que el mandato es el período por el que un elegido para representar a una colectividad ejerce la función que se le ha encomendado. No hay mandato, pues, hasta que no se toma posesión del cargo.

Por otra, se ha producido la extralimitación sobre el significado y, por tanto el alcance, del hipotético contrato verbal entre quien detenta el poder (actualmente, en la acepción constitucionalista tipo, el pueblo soberano, al que se atribuye haber decidido con anterioridad que existen valores patrimoniales, funciones de gestión y control que es conveniente encomendar a ciudadanos privilegiados) y aquellos a quienes se delega su ejercicio (los políticos electos, mediante procedimientos consensuados). No es esta encomienda un permiso vacío, amplio o irrestricto; ni siquiera está basado en la confianza que pueda generar la capacidad del elegido, sino que está sujeto a las condiciones de contorno que marcan, conjuntamente, el programa propuesto por el partido correspondiente, y la propia situación a resolver, sea cual fuere su complejidad.

Defiendo, por tanto, que, contrariamente a lo que se está interpretando ladinamente por quienes negocian, en no se sabe ya qué términos ni bajo qué condiciones, la formación de un Gobierno, no hay mandato para actuar libremente, ni patente de corso para ir por las calles de la improvisación que más les apetezcan. En un momento como el que se vive en España, en que llevamos dos elecciones generales y vamos camino de una tercera, sin que exista acuerdo entre los partidos para elegir un presidente de Gobierno, no es la capacidad negociadora de los líderes políticos la que está en juego, sino que se ha puesto de manifiesto la incapacidad de la sociedad para encontrar una solución a las graves crisis que padecemos.

No ha habido ninguna propuesta que resultara suficientemente convincente, y el voto popular se ha desparramado entre varias opciones, sin privilegiar realmente a ninguna.

Por tanto, analizado con frialdad, lo que los españoles han expresado con su voto es, sencillamente, el cumplimiento de una obligación surgida por los usos y costumbres de un estado democrático, que quizá tuvo su sentido -paradógicamente, cuando no había tanta parafernalia puesta en papel- en reuniones o juntas abiertas, en las que todos los asistentes tenían ocasión de expresarse (y lo hacían, con la precisa contundencia). Ese “·derecho ciudadano a votar”, en la actualidad, se ha convertido en una trampa, un engorro o un rompecabezas para el hallazgo colectivo de soluciones complejas en momentos delicados.

Los programas políticos son líneas abiertas sin compromisos claros, propuestas sin alicientes precisos, trucos ideológicos que el líder de turno convierte en base para sus dotes de improvisación. No se debería votar a programas prendidos con alfileres y mal ajustados, para que luego los partidos entendieran que se les ha dado un voto de confianza.

Lo que la disparidad de votos ha demostrado, en suma, es que lo que los ciudadanos hemos emitido, en conjunto,  voto de desconfianza.

Los ciudadanos, en situaciones así, nos vemos sobre-solicitados. No se nos pida que, en tanto que votantes, ofrezcamos soluciones, ni siquiera que sepamos interpretarlas o valorar las que se nos presentan de forma confusa o imperfecta. Incluso, no se espere que abramos en torno a los programas, en un par de meses, un debate constructivo. Ese no se improvisa, ni se construye desde la discusión paritaria, cuando los temas a discutir superan ampliamente lo que cabe esperar del sentido común o del raciocinio combinado de la experiencia y la voluntad. Lo obvio, cuando se propone a un grupo de gentes, sin información ni los conocimientos previos, que propongan una actuación concreta sobre un tema complicado, es que se obtengan múltiples sugerencias, una panoplia de opciones, de las que algunas podrán ser utilizables -previo desbaste y pulido intelectual- pero lo mayoría serán simples elucubraciones.

Nada hay más complejo, hoy por hoy, que dirigir los asuntos de un Estado de los llamados desarrollados, en un panorama general de crisis, con amenazas de extrema gravedad -desde el colapso del sistema capitalista hasta el terrorismo indiscriminado-. No cabe la improvisación, ni apelar a mandatos del pueblo para justificarse. El pueblo no sabe, ni tiene por qué saber. Quiere, pero no puede; no tiene argumentos o soluciones sobre cómo salir de los problemas ni predecir la mejor actuación futura, pero, con razón, donde le duele, protesta.

Grave responsabilidad la de los cabezas de lista de los partidos más votados. No tienen mandato para lo que pretenden, ni siquiera tienen mandato aún para lo que les encomendaremos, que no es sino la imperiosa necesidad de sacarnos del atolladero. Juntos. Es comprensible que duden, que no sepan muy bien qué hacer. Tenían que haberlo pensado mejor antes, Pues que trabajen en ello. Pero lo que no resulta admisible es que, encima, nos calienten la cabeza.

—-

PS.- Incluyo una fotografía de un aguilucho. Vuelan muy alto, casi siempre a las mismas horas, lanzando gritos agudos. Con su vista extremadamente penetrante, los pajarillos que se asusten con esos estridentes sonidos y cambian de lugar, delatando su situación, se convierten en la presa elegida para su voracidad. Los que se quedan quietos, no corren peligro. Por su parte, los córvidos, ante uno de sus ataques, se defienden en grupo, y los ahuyentan. He sido testigo del éxito de una oropéndola macho en defender su nido frente a uno de estos majestuosos depredadores, al que sometió a una persecución implacable, hasta que lo hizo salir de su área de control.


 

Publicado en: Actualidad, Política Etiquetado como: acuerdo, democracia, elecciones, gobierno, mandato, partidos políticos, pueblo

El 23 F de 1981 en la desmemoria

23 febrero, 2016 By amarias Deja un comentario

Cada 23 de febrero, desde el año 1981, en que la democracia entró en la Historia reciente de nuestro país por la puerta del miedo a una nueva dictadura militar, son muchos quienes rememoran el relato fáctico de aquellos momentos, que, a medida que el tiempo pasa, se ve adornado con nuevas plumas por quienes hubieran deseado tener un papel relevante en aquellos sucesos.

Como tengo escrito, padezco, como la inmensa mayoría de mis coetáneos, de una incapacidad insuperable para situarme, incluso como actor de reparto, entre quienes ocuparon las primeras líneas de los acontecimientos que señalaron la senda por la que ahora discurrimos.

Mi currículum como posible participante en esa historia colectiva al parecer tan relevante es nula: No corrí detrás (ni delante) de los grises en las algaradas callejeras del tardofranquismo; fui delegado en la escuela de Minas, pero como estudiante en la Facultad de Filosofía, aunque asistí a algunas Asambleas multitudinarias, lo hice en silencio, abandonando el recinto cuando los ánimos se encrespaban-; pasé por la Instrucción Premilitar Superior con el imprescindible aprovechamiento del tiempo que huía, y, como alférez, implanté un programa de aprendizaje de inglés entre los reclutas de mi sección, y escribí un libro.

Para ceñirme a lo que ahora quiero comentar, estaba en Alemania cuando el 23-F que cuenta y cuando, a la vista de lo que estaba viendo en la tele, me llamó una secretaria de Ensidesa para aconsejarme que pusiera a salvo los trastos de mi tufo a rojerío, me dio por llamar al cónsul de España, que recibió de esta manera extraordinaria la primera noticia de aquel intento de golpe de estado, del que nunca sabremos toda la verdad.

Leo estos días un articulo de Miguel Angel Aguilar, “23-F: el golpe y la falta de uniformidad” (Ahora, número 14), en el que glosa la elucubración de que el general Gutiérrez Mellado era el único cualificado, por su conocimiento del género, para descodificar la intención del grupo de gentes con variopintas uniformidades, que había entrado con las armas en la mano en el Congreso, y deducir de inmediato “el significado del desbarajuste indumentario y la debilidad que traslucía”.

No le quito razón, porque el general Gutiérrez está muerto y los que aún no lo están, no van a hablar de lo que ya no importa. Aunque, si me detengo en la indolencia con la que, 35 años después, asiste el pueblo a una negociación opaca entre partidos para recomponer, haciéndolo viable, un resultado electoral endemoniado y acordar un programa de gobierno que proporcione algo de estabilidad para avanzar, me pregunto qué podría descubrir un observador sagaz de las indumentarias de los políticos que están, aparentemente, discutiendo qué hacer con nuestro futuro colectivo.

Porque ignoro si podría aplicarse eso de que el “desbarajuste indumentario trasluce la debilidad de la intentona”, en este caso, de formar un gobierno estable. Y cuando miro los agujeros que provocan los disparos de salvas en la credibilidad del Congreso, echo de menos la perspicacia que Aguilar atribuye a Gutiérrez Mellado.

—

Nota: He escrito varias veces sobre el 23-F. Este enlace es uno de mis últimos Comentarios. https://angelmanuelarias.com/un-23-f-para-felipe/

Publicado en: Actualidad, Política Etiquetado como: 23-F, acuerdo, Aguilar, Ahora, congreso, estado, golpe, Gutiérrez Mellado, indumentaria, negociación

La voz del pueblo

20 enero, 2016 By amarias 2 comentarios

En el concepto resbaladizo y sinuoso de democracia, hay un componente bastante perverso que aparece cuando se consulta al pueblo -es decir, a la generalidad que se supone resultará afectada por la decisión que se tome- qué es lo que opina sobre una cuestión concreta.

Claro está que, como no se va a entregar al personal al que se interroga un cuestionario completo con las diferentes opciones, ni mucho menos, se va a facilitar a cada individuo la posibilidad de expresar matices, condiciones o añadidos en unas hojas supletorias, la cuestión queda reducida a que diga sí, no, o nada (paleta en blanco o quedarse en casa) o  a que se deje convencer por la labia, el careto o el programa de quienes han decidido dedicarse, de por vida, o por una temporada, a manejar los dineros públicos.

En particular, si se trata de un asunto tan complejo (aunque no necesariamente el más delicado) como designar representantes de la población por una temporada larga, incluida la opción de que entre ellos nombren un Presidente de Gobierno que ordene los asuntos de la caja común, no dejará de sorprender al votante juicioso e independiente, la cantidad de opciones a las que entregar su voto.

El dicho popular indica que “si llueve como si hace calor, el culpable es el alcalde”. (1) Con mayor razón, si la economía va mal o regular, el culpable es el partido de Gobierno, y, en este caso, además, en España hemos tenido la fortuna de que el Jefe de Gobierno es un señor bastante mayor y al que, perdóneseme la osadía, no parece haberle dado natura el don de la labia jacarandosa.

Como tocaba convocar elecciones generales, el momento parecía oportuno para lograr una alternancia, que diese nuevos aires -no ventarrón- al paquebote en donde viajamos todos los españoles. Me gustaría haber subrayado “todos”, pero ahí lo dejo, porque no hay que menospreciar la sagacidad del lector.

Dicen que el pueblo, pues, habló. Y lo hizo con claridad tan sutil que no hay analista que se aclare, por más que se estrujen las meninges, se tracen líneas rojas o verdes por los portavoces de los partidos y se barajen al tuntún o de buena fe las combinaciones para formar gobierno, pues existen cuatro agrupaciones -de los cientos que se postularon- que andan más o menos igualadas y que, si se combinan dos a dos, no alcanzan mayoría simple para nombrar quien lo presida.

¿Tenemos un país ingobernable? En absoluto. Aunque la Historia tenga ejemplos de Estados que se fueron al garete por la ambición, insidia o dejación de sus mandatarios, no es ese el riesgo que corremos. Lo que nos ha pasado es que las opciones de los cuatro partidos que han salido como minivencedores de esta contienda electoral tienen cosas buenas y malas, según cómo se mire, pero ninguno ha conseguido seducir de manera convincente a algo más de la mitad de los votantes.

Porque, de eso se trata, cuando se pide al pueblo que elija: de elegir entre dos opciones, carne o pescado; de postre: arroz con leche o café solo. Y que una de ellas obtenga la mayoría -aunque sea por un pelo, o incluso, que lo sea de esa mínima manera-.

El país estaba ya adquiriendo la costumbre de escoger entre Derecha liberal o Socialdemocracia, que a mí me sigue pareciendo de lo más saludable. Aparecieron más opciones, de las que dos resultaron destacadas: Podemos (bajo el lema subterráneo de Cambiarlo todo de momento y Luego ya se verá) y Ciudadanos (con su eslogan de Somos capaces y sensatos y, además, separaremos la caja común de la propia).

Todas tienen su puntito, sobre el papel. Pero, como la inmensa mayoría no leerá papeles, el asunto de decidir se trasladó a los caretos y a la labia, con el resultado conocido. Lamentablemente, el Menú no permite combinar tantas opciones y, aunque las encarguemos a la mesa, lo que tendríamos garantizado es un empacho colectivo.

Por tanto, es preferible que no se alcancen acuerdos en esta ronda. Que se vuelvan a sus rediles, mediten los muñidores de cocina que les falta a cada una de las opciones para alcanzar la mayoría, y que se presenten con nuevos platos a la mesa. Porque si han de ir modificando las enjundias, las salsas y el porqué cuando estamos sentados, con el hambre que tenemos, presumo que no habrá Hoja de reclamaciones a la que dirigirnos con solvencia.

—

(1) Circulan múltiples variantes de esta imputación gratuita. Me gusta especialmente, ésta, en bable occidental: “Cuando llueve y fai aire, tola culpa tienla l’alcalde; cuando llueve y fai sol, tola culpa tienla el rexidor”.

 

Publicado en: Actualidad, Política, Sociedad Etiquetado como: acuerdo, elecciones, gobierno, programa, pueblo, reclamaciones, repetición, voz

Mi Diccionario desvergonzado: Wellness center, misión, pose, empaste, acuerdo, astuto, bellota

16 septiembre, 2014 By amarias 1 comentario

Acuerdo. 1. Tregua provisional entre dos o más interesados, en la disputa permanente a que están abocados los intereses humanos inconciliables. 2. Entre Estados, exhaustiva relación de antecedentes, seguida por una incongruente, pero reducida, apelación a propósitos, que, debido a su confuso y etéreo carácter, no sería necesario cumplir, si tal fuera la intención original.

Astuto. 1. Dícese del zorro, por su facilidad para introducirse en los gallineros después de sobornar a perros y gatos; la astucia fue muy apreciada en Inglaterra y Escocia hasta principios del siglo XXI,  y, siendo el zorro considerado animal totémico, era cazado en vistosas batidas formadas por manadas de aristócratas y lebreles, escenas inmortalizadas en cuadros que no faltaban en cualquier hogar en donde sus propietarios alardearan de amor a la naturaleza. 2. Por analogía, persona a la que se atribuye un sentido especial para adivinar por dónde van los tiros, o incluso bandearse entre quienes le tienden zancadillas, cuyo destino final, dado el del animal al que se hace implícita referencia es previsible.

Bellota. 1. Fruto de algunos árboles, y en especial de la encina, al que se atribuyen propiedades mágicas en relación con el cerdo, animal con el que forma una simbiosis histórica, al menos en España, de tanta intensidad que caracterizará las propiedades de su carne, se haya o no alimentado de este fruto. 2. Dícese, a veces con intención cariñosa, del animal humano que se obstina en defender una idea que quienes le conocen han desechado –no siempre con razones-, y que puede conducirle a su inmolación en el altar de la envidia.

Bizco. 1. Persona que ve solo por un ojo, utilizando el otro para despistar, por lo que no debe considerar defecto, y a la que se atribuyen por el vulgo, sin fundamento alguno,  virtudes maléficas. 2. Toro de lidia que tiene un cuerno apuntando en dirección estrambótica, defecto que no pudo corregirse con el afeitado.

Contraste. 1. Líquido que se introduce en el organismo de un paciente para confirmar lo que antes se determinaba mediante el ojo clínico. 2. Entre pareceres, oposición a lo que se pretende como verdad absoluta por parte de quien manda, operación de alto riesgo que suele culminar con la expulsión del discrepante, o acabar como el rosario de la Aurora. Véase rosario de la Aurora.

Contrato. 1. Papel firmado y rubricado por dos o más partes en el que se expresa la firme voluntad de ocultar verdades a un tercero. 2. Promesa recíproca de cumplir algo, redactada de manera ininteligible y expresado en letra tan pequeña como permita su plasmación por escrito, mediante la cual las compañías financieras y de servicios públicos se atribuyen la facultad de obligar exclusivamente a uno de los firmantes, llamado cliente, eludiendo toda responsabilidad imaginable en caso de propio incumplimiento; debido a los avances de la era digital, su formato se ha reducido notablemente, bastando que el cliente ponga una cruz en la casilla preparado al efecto, manifestando que lo ha leído y está enterado de su contenido, lo que se puede hacer sin pérdida de tiempo, y con las mismas consecuencias favorables para la empresa.

Demente. 1. Persona a la que le falta o escasea el entendimiento cabal, por lo que hace muchas cosas que están prohibidas a las personas tenidas por cuerdas, razón por la que es, racionalmente, envidiado. 2. Recluso de un establecimiento adecuado a su deterioro síquico, llamado manicomio, del que puede salir cuando lo desee, con solo fingir que está dispuesto a imitar las conductas de los locos no diagnosticados que se encuentran aún fuera.

Dilema. 1. Una opción apetecible, para la que se carece de otro criterio de elección que el azar. 2. Capacidad para complicarse la vida que aparece con regularidad entre quienes se dedican a analizar todas las posibilidades con la debida profundidad.

Dolencia. 1. Síntoma de cualquier malestar localizado en el organismo, cuya intensidad puede amortiguarse con el analgésico de potencia adecuada, lo que, si bien no mejora las opciones de curación del mal causante, las disimula momentáneamente. 2. Excusa que los expertos guardan en reserva argumental, con la que evitan acudir a actos a los que son invitados y no les apetece acudir.

Empaste. 1. Cemento que sustituye al trozo de muela desaparecido con la firme voluntad del  odontólogo de exhibir su pericia como frustrado peón caminero, habiendo eliminado una caries. 2. Operación de encuadernar, dándoles forma aproximada de libro, unas hojas con poemas u otros escritos, realizada por el mismo aficionado que los compuso.

Excomunión. Fórmula religiosa por la que se castiga a un hereje con la expulsión de una colectividad religiosa que no admite, en ese momento, la discrepancia sobre alguna de sus creencias o dogmas.

Misión. 1. Grupo de empleados que son premiados por los respectivos empresarios para disfrutar de un viaje al extranjero, parcialmente subvencionado, organizado con cualquier objetivo comercial increíble. 2. Trabajo de un religioso o conjunto de ellos, con el que se trata de convencer a unos indígenas de que los dioses alienígenas son más poderosos que los aborígenes, lo que era, sin duda, más fácil de conseguir antes del auge de las telecomunicaciones.

Pose. 1. Desnudo total o parcial de un famoso o asimilado, en el que deja al descubierto sus debilidades, que, después de ser retocado, estará listo para su eventual publicación en una revista especializada. 2. Manera singular de colocar el cuerpo para ocultar los defectos físicos, lo que se conseguirá o no, según la relación que nos vincule con el fotógrafo.

Pus. 1. Líquido con sabor y olor delicados, que es expulsado del organismo cuando se aplasta un grano. 2. Líquido verdoso, con sabor desagradable y olor pestilente, revelador de una grave infección, que debe ser tratada de inmediato para evitar que provoque gastos mayores, normalmente no cubiertos por el seguro.

Quiste. 1. Protuberancia callosa que se forma de manera insidiosa en el organismo y que, si es maligna, tiene como principal efecto producir honda preocupación en quien la sufre. 2. Piel con el que algunos organismos inferiores se protegen de un entorno desfavorable, a la espera de tiempos mejores, lo que pone de manifiesto su superioridad.

Quid. Núcleo fundamental de un argumento, sobre el que es imprescindible poner énfasis diciendo una tontería antes o inmediatamente después, si se desea que sea entendido. 2.

Rémora. 1. Pez que acompaña a los cetáceos, precursor de los free rider, subespecie humana descubierta por primera vez en Norteamérica, como su propio nombre indica. 2. Impedimento que debe superarse para empezar la exposición del propio argumento.

Resto. 1. Lo que queda de algo, después de ser utilizado por quien lo pagó. 2. Porción inservible de una cosa, que es entregada como limosna. 3. En algunos juegos de cartas, dícese de lo que queda al que expone lo que aún no ha perdido, antes de que esto suceda.

Solvencia. 1. Atribución convencional de la capacidad de responder ante un compromiso, que no debe ponerse en duda salvo que se desee consolidar ésta. 2. En términos bancarios, reconocimiento de la amistad que tiene el cliente con la dirección de la entidad financiera.

Tuerca. 1. Pedazo de hierro que se encuentra en la calle, y que servía de sujeción, al parecer, innecesaria, a alguno de los tornillos que ajustan una llanta de vehículo al mecanismo director. 2. De manera simulada, en una negociación, con su vuelta, se hace referencia a la propuesta que se hace cuando está ya todo acordado, para comprobar si la otra parte está suficientemente descontenta con el resultado.

Unto. 1. Grasa que forma parte sustancial de algo, a la que su ausencia conferiría, por ello, un carácter insípido o anodino. 2. Lo que se entrega a alguien renuente, para que deje definitivamente de defender la posición que tiene por honesta, pero que está dispuesto a abandonar desde un principio.

Vísceras. 1. Conjunto maloliente que se encuentra junto a los desagües de mataderos y granjas. 2. Lugar de imprecisa localización en el cuerpo humano en donde se encuentra el temperamento, centro generador de emociones y disgustos.

Wellness center. Forma comercial de denominar a un complejo recreativo con sauna, equipo de masaje, duchas y espalderas –entre otros instrumentos cuya correcta utilización solo conocen los especialistas-, cuyo objetivo no es, aunque lo parezca, aprovechar la pausa de medio día realizando contactos entre empleados con buen nivel de vida, que se rentabilizarán a final de la jornada, sino alcanzar, mantener o imaginar una forma física seductora con fines narcisistas.

Fitness center. Wellness center reducido en el que la propiedad únicamente ha invertido en algunos equipos de segunda mano, adquiridos al anterior propietario, cuyo proyecto fracasó.

 

 

 

 

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El último Cuento de invierno: Silencio roto de la selva umbrosa

19 marzo, 2014 By amarias Deja un comentario

Cuando la tierna gacela se acercó a abrevar a lo que parecía plácido río, y apenas sus delicados morros reposó sobre las tranquilas aguas, de las profundidades mal entrevistas, surgió un taimado cocodrilo, que, con el desmesurado abrir de sus tremendas fauces, a punto estuvo de romper para siempre al inocente cuadrúpedo la plácida existencia que hasta entonces llevaba.

-¡Menudo susto me has dado! ¿Es que no se puede beber en este río? -dijo la gacela, dando un brinco hacia atrás, y disponiéndose a salir a la carrera.

-No te vayas -se oyó pronunciar al cocodrilo-. Quiero pedirte algo. Y te ruego que escuches atentamente, porque, dada la posición de mi mandíbula, me es difícil hablar de corrido y, sobre todo, pronunciar las erres.

La gacela, manteniendo ahora una prudente distancia, curiosa como todos los herbívoros, animó al saurio a proseguir su plática.

-Escucho -fue su lacónica frase.

-Por las señales que está dando la naturaleza,  y mi experiencia de muchos años -habló el cocodrilo- intuyo que está próximo el momento de emigración anual de los rumiantes de la pradera.

-No se de qué me hablas -expresó, tomando confianza, la pariente lejana de la cierva.

-Lo comprendo, ya que eres muy nueva, como lo demuestran tus frágiles patas y tus aún enflaquecidos flancos.  No tengo tiempo para explicarte los detalles.

La gacela se estaba impacientando, pues temía que algún felino con menos ganas de parloteo se le acercara por detrás y, a dentelladas,  la convirtiera en el menú del día.

-¿Qué quieres de mí?..,Porque algo quieres -urgió, con ganas ya de escaparse del pesado, al que esperaba no volver a ver, aunque, al mismo tiempo, confiando tener algo que contar a sus compañeros de rebaño.

-Al grano iré. Cuando los ñus, cebras y gacelas se pongan en marcha para la emigración, y llegue el momento de tener que cruzar este río, te ruego -se corrigió-, no: te exijo que los hagas pasar justo por este lugar. Y te prometo que respetaré tu vida y la de todos aquellos que me indiques, devorando únicamente a aquel animal que me señales.

Una apacible brisa meneó con agradable frescor la verde yerba que crecía en los aledaños umbríos del solitario lugar.

-No le veo la gracia -acertó a decir la gacela-. ¿Qué gano yo convirtiéndome en traidor a mi especie, y haciendo más fácil a tu naturaleza el devorar a uno de los míos?

-Medítalo -replicó el cocodrilo-. Te doy la opción de que, en lugar de que, por mi condición devoradora, cause gran dolor entre los tuyos y vuestros amigos, atacando a ciegas a vuestro paso, me selecciones tú aquella pieza que por la condición que sea. por ser vieja, o despreciable, o quejosa -y son solo unos pocos ejemplos- quieras o queráis libraros de ella.

La gacela no quiso escuchar más, porque, además, oyó que sus compañeros de pación la estaban llamando, ya alarmados por su ausencia, y se fue sin despedirse.

Aquella singular tarde, mientras triscaba los mezquinos restos de los con anterioridad jugosos brotes, pensaba en lo que el sagaz cocodrilo le había propuesto. No tenía claras las posibles ventajas de la singular indicación, aunque, con su candor innato quería entender que, al menos, ella misma podría salvar el propio pellejo, siendo eficaz amiga y colaboradora personal del temible saurio.

Nada comentó con sus iguales, ni tuvo reposo aquella noche. Muy de mañana, se acercó al mismo lugar en que el día anterior había sido sorprendida por el cocodrilo, y lo llamó con un balido. Al punto, acudió el acorazado, con su mejor sonrisa, dejando ver los dientes afilados.

-¿Lo has pensado? -preguntó, sin más rodeos.

-Sí -contestó la gacela-. No voy a traicionar a los míos, para satisfacer tu gula ni tu cruel naturaleza. Es más, el descubrimiento que hiciste de tu comportamiento miserable a mis ojos y los de mi especie, me ha puesto en evidencia algo que ignoraba. No puedo soportar la idea de que, mientras nosotros vamos en busca de mejores pastos, tú y los tuyos os aprovechéis de nuestra necesidad.

-Corta el rollo -gritó el cocodrilo-. Si no quieres colaborar, me lo dices, y basta. No tengo por qué escuchar tus mensajes.

El brusco movimiento de la fuerte cola del temible saurio puso en preclara evidencia que estaba perdiendo la escasa paciencia. No hubo muchas más palabras y el bicho mayor, con un rápido alarde de destreza, a pesar de la corpulencia, agarró a la gacela por el pescuezo, y con un par de bruscos movimientos, le desencajó las vértebras.

Su ciego impulso no le permitió escuchar las tímidas palabras con las que la hermosa gacela le ofrecía una templada despedida.

-He estado triscando hierbas venenosas toda la noche y tengo el estómago repleto de sustancias de lo más dañino. Por eso estoy segura de que, al hacer la digestión de mi cuerpo, reventarás para siempre y habré librado a mis congéneres, al menos, de uno de sus naturales enemigos.

Así fue. Y en la selva umbrosa a pesar de los escasos árboles, cuya residual presencia señalaba la existencia anterior de lo que había sido extenso bosque, se oyó el grito desgarrador del cocodrilo envenenado, que de esa sonora manera, confirmaba la predicción certera de la tierna gacela.

En aquel río infestado por carroñeros congéneres, ese silencio roto no obtuvo el esperado eco, y, llegado el pertinente estío, los rebaños ciegos de astados ñúes, listadas cebras y gráciles gacelas, se adentraron con idéntico criterio en lo que, para algunos, sería el predecible final de su forzoso peregrinar.

—

P.S. El título de este estrambótico relato está basado en unos versos de Garcilaso de la Vega: “Por tí el silencio de la selva umbrosa/por ti la esquividad y apartamiento/del solitario monte me agradaba./por ti la verde yerba, el fresco viento,/ el blanco lirio y colorada rosa/ y dulce primavera deseaba…”

 

 

Publicado en: Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado como: acuerdo, cocodrilo, cuento, cuento de invierno, gacela, Garcilaso de la Vega, saurio, selva, silencio roto

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