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Nací con vocación de emigrante (Poema)

14 enero, 2021 By amarias Dejar un comentario

Temo que este poema no me generará simpatías entre algunos ovetenses de pura cepa y, desde luego, no ayudará al proceso irreal que me pudiera significar el ser hijo predilecto de Oviedo, pero está escrito con el corazón. Lo que nadie podrá quitarme, incluso desde el más profundo y radical de los desacuerdos con lo que no deja de ser mi historia particular, es que nací en Oviedo. Que siento la decadencia de la ciudad, que atribuyo en buena medida a las tensiones locales viejas, pero persistentes, entre algunos personajes que no han viajado o no han asimilado lo que vieron fuera.
Y, por encima de cualquier consideración y matiz, me siento muy orgulloso de ser asturiano. Un aldeano.

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Nací con vocación de emigrante, en Oviedo,
de un tronco con profundas raíces asturianas,
sin cobijo en la Historia escrita por los vencedores.

Fui un niño aplicado, empeñado en hacer de mi capacidad
un estandarte para escapar.

En mitad de la adolescencia,
al morir mi madre,
el sueño de estudiar en Madrid se frustró
y puse ojos
a conocer mejor la ciudad,
descubriendo que, junto a los barrios
oliendo a brillantina, a Ducados y a incienso,
había prostitutas y chulos en el Naranco,
cenáculos aptos para conspirar en locas aventuras imposibles,
agentes de la brigada especial sentados a tu lado en los bancos de la Universidad,
y letrados de oficio y pasantes haciendo sus dientes con rateros, impagados y coimas.

Entretuve la horas que no dedicaba a estudiar
enredando piruetas con aficionados al teatro
y dedicando versos apasionados a ninfas esquivas.

Cuando, ya casado y con hijos,
estando mi futuro sosegado y escrito,
tuve la verdadera oportunidad de marcharme
a un trabajo que nadie quería;
no lo dudé, hicimos el petate
y nos fuimos a la conquista de un espacio al hierro español en Alemania,
donde aprendimos a controlar las prisas,
elegir bien las palabras si vas a comprar o vender,
distinguir el pepino holandés del más sabroso, cambiar la apetencia a pescado por codillo,
desconfiar de los negocios propuestos por amigos italianos
y saber mirar detrás de las fotos familiares alemanas
en busca del hueco de la esvástica.

En fin, entendimos que nadie espera
la vuelta del emigrante, porque han ocupado tu sitio y borrado tus huellas.
Pero me llamó un Presidente que no conocía
para ofrecerme un puesto en la Administración y no supe resistir, provocando
una  polvareda de envidia y recelos
de la parte de algunos parvularios de mi patio de colegio.

Me salvé por los pelos de un oprobio orquestado,
pero no pude ver un pozo más profundo
en el que habían anidado
sabandijas y cuélebres.

La ciudad languidecía,
mercando el ritmo a una región
en la que se apagaba el fulgor
de los cubiletes de acero y el chisporroteo
de las centrales de carbón,

Emigré otra vez, entre el silencio
de colegas y los aplausos de quienes festejaban
mi patada en el culo.
Po el retrovisor,
mientras rehacía mi vida entre descon0cidos,
pude ver cómo algunos de quienes habían hecho de la voluntad de quedarse
la razón de sus vidas
se despellejaban por ser el primero de las clases vacías.

Tuve éxitos, triunfé varias veces, me rehice de algunas heridas
y, para mi sorpresa,  cuando volvía a la ciudad donde nací,
siempre me cruzo con gentes cuyo rosto no identifico
que me saludan con un “hasta luego”,
como si no fuera cierto que llevo treinta años ausente.

Oviedo se ha poblado de incógnitos,
aunque cuando cae en mis mandos
algún períódico con noticias de su prevalencia,
encuentro  nombres sabidos en una esquela, la foto de un viejo
teorizando sobre cuanto debió hacerse,
y la reseña de grupos de eméritos
celebrando sus bodas de oro con la decadencia,
entre asados de cordero y cachopos de merluza.

Desde una cama del Hospital de Madrid
en donde recibo la sesión de quimio
que han pautado unos seres miríficos:
sonrío mientras esto escribo,
dudando si ser ovetense no fuera conmigo,
al menos ese Oviedín del alma que late en algunos,
con núcleo duro en la calle de Uría
en donde se cuecen los límites
de lo que sebe ser considerado la pauta, lo esencial de esta región,
y que tanto me ayuda a volverme aldeano, sentirme, ante todo,
asturiano. De pueblo, de los sitios donde plantaron sus árboles
mis antepasados anónimos.

12 de enero de 2021

(“La advenidad debería haberme hecho fuerte”, @angelmanuelarias)

 

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Un soneto tempranero

28 diciembre, 2020 By amarias 2 comentarios

Como ya comenté en otras ocasiones, el fallecimiento de mi madre en 1966 señaló un hito especial en mi vida, que afectó, también, al tono de mi producción poética, que se tiñó con tonos grises. Aunque el paseo entre el amor y la muerte no deja de ser una constante de los temas líricos, tardé en desprenderme de ese barniz tremendista acerca de la vida.

Tengo pocos Sonetos de “aquella época” (digamos, antes de cumplir los veinte/veintiún años), y este es uno de ellos. Está escrito el 3 de enero de 1968… Hace casi, justamente, 52 años. Yo tenia 19.

Están tocando a muerto por mi culpa
en todas las iglesias de la tierra.
Tocando van, haciendo irá la sierra
mi cajón. Avisad a alguien que esculpa

mi rostro con ceniza y, hecho pulpa,
dejadme cara a cara con la tierra.
No interpongáis labores de una sierra
entre su cuerpo y el mío. Sin disculpa,

sin disculpa y en paz, llevadme la emoción
(¡cuánta gallardía! ¡Qué íntima riqueza!).
Con paz, sin pena, buscadme el corazón

(aún estará preñado de tristeza).
Sin pena ni gloria, por última ocasión,
y sin respeto, apartad a la belleza.

(3 de enero 1968, Poemas inéditos sin clasificar)

De la misma época es este otro Soneto que publiqué en “Absueltos de todo don (Diversas intimaciones a las formas)”, Edición KRK 1991, con el número 7. Este sería, por tanto, uno de los que Carlos Bousoño, a quien le pedí temerariamente que prologara mi libro en 1970, juzgó como “inmaduros”. Por supuesto, no le guardo el menor rencor. Como poeta, sigo siendo un valor por descubrir.

7

Me está creciendo el alma, una riada
de hacerme más y más humanitario
se esfuerza dejándome sin nada,
dejándome dolor de escapulario. (1)

Alma en almenas, alma destinada
a trenzar penas. Apenas un rosario
que no te da consuelo, no me agrada
pero aumenta en surtido mi muestrario.

Alma a punto de pena,  ésta es la mía.
Se me hace impotente el alma para tanto,
se me desborda de tanto pan para este cesto.

Tallo de alma que crece, ¡qué manía!
Como las plantas buscando el sol, yo el llanto,
no acertando a aguantarme con lo puesto.

(aprox. 1969)

(1) En otra versión: “dejándome dolor por el contrario”

—

He querido unir a este “viejo poema”, un dibujo mucho más reciente, que refleja la imagen de la melancolía juvenil. “Tarde de domingo con pequeñas percepciones de futuro”, realizado a lápiz y acuarela (en tamaño DIN A3, en junio de 1999. Las “percepciones de futuro” de ese joven que lleva una camiseta con la frase “Save the saver” (salve al salvador, aunque puede tener otros sentidos), están borrosas, aunque se adivinan túneles que horadan una mole pétrea.

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Debate hay que se aviva por antojo

7 febrero, 2018 By amarias 2 comentarios

Debate hay que se aviva por antojo/de intereses que ocultan su calaña/y no faltan sujetos que con saña/buscan contrario a quien sacar un ojo.//De tales belicosos tiene España/adictos e ignorantes que, a lo flojo,/suman miles dispuestos sin sonrojo/a sembrar, junto al trigo, la cizaña,/a teñirse de azul si el otro es rojo,/despreciar, cazador, al de la caña,/y a batirse a pistola por enojo/con quien dude que al héroe falta hazaña.//La confusión hace veloz al cojo/y virtud de respeto a la patraña.

(De Sonetos desde el s Hospital, opus 53, @Angel Manuel Arias)

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Soneto a un yihadista

5 junio, 2017 By amarias 5 comentarios

En el nombre de Dios deja de juzgar.
No pretendas ampararte en tu creencia
cuando lo que te dirige es la demencia
de fanáticos que acuden a inventar
mandatos del más allá para captar
adeptos crédulos a la indecencia
de que inmolando a otros, residencia
se obtendrá del Paraíso, viejo cantar
carente de la mínima vigencia
que hoy repugna no ya a ética, a un altar
en que se venere la divina ausencia
con respeto a los demás. Hazte tratar
tu fijación, pide ayuda en conciencia,
mas, si quieres morir, hazlo sin matar.

4 de junio 2017 @angelmanuelarias

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Oda al deterioro (Poema)

16 julio, 2016 By amarias 1 comentario

Oda al deterioro

Hermano, qué callado te lo tenías:
crecías a la par que mi satisfacción
y cuando estaba a punto para emprender
mi gran hazaña
apareciste para burlarme la baraja.

No era lo mío el paso del mar Rojo:
los vientos huracanados soplaban a la contra,
las horas justas tocaban a destiempo;
los vados, inseguros presagios alentaban
y para escapar de filisteos y ladrones
no había un dios amigo
que esperase al otro lado con laurel y mesa puesta.

Era todo modesto.

Resulta que no surgiste solo, para qué la molestia.
Trajiste un tumor maligno de la mano, al alimón
repartiendo las cartas para un juego sin reglas,

No recuerdo si gané algunas bazas,
porque en principio ya está todo perdido.
Tuve las oportunidades a la chica, llevé pares,
si encontré ocasiones, fueron falsas.

Se rompió la partida.

Óyeme, amigo. Te estoy agradecido
porque hayas aparecido primero.

De la hazaña que iba a acometer, no guardo
ni recuerdos.
Por tanto, puedo asegurar a tiempo
que carecía de la menor importancia.

Pero esa conclusión es también mi venganza.

(30 de mayo de 2016, Poemas de encargo, @angelarias)

 

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Cuerpo

20 septiembre, 2015 By amarias Dejar un comentario

trozos del yo¿Cuántas veces, al contemplar una antigua fotografía de nosotros mismos -aquella misma con la que no nos sentimos conformes, porque nos creíamos más atractivos, más hermosas- hemos reconocido “Pues no estaba tan mal”? El tiempo nos mejora el pasado, sin duda.

A medida que nuestro cuerpo se debilita, enferma y languidece -nos abandona, “va pidiendo nicho”, como expresaba, con ironía gallega, un viejo amigo, nos sentimos más apegados a esa imagen que ya no somos, y que entendemos nos refleja mejor que el rostro y el cuerpo del anciano en el que, por el mero hecho de sobrevivir, nos estamos convirtiendo.

El “autoretrato” que dibujé, en fecha recogida de forma tan exacta -cinco de enero de mil novecientos noventa y ocho-, “Trozos del yo, cayendo de un autoretrato de memoria”, me recuerda esa previsión del paso fatal del tiempo que vendrá, deteriorándonos y enajenándonos de la imagen preferida del yo (supongo que en el que piensan los que creen que resucitaremos algún día del más allá, con los mismos cuerpos y almas que tuvimos) .

Y, de manera que podría explicar, si me alcanzaran las ganas en esta mañana de domingo de septiembre en la que me dispongo a dar un paseo por Madrid -día de puertas abiertas del Ayuntamiento-, conecta mi hoy con un poema dedicado al cuerpo, ubicado en la colección de “Primeras precisiones de las formas”.

Se trata de una serie de poemas escritos cuando yo tenía diecinueve años, y que, sometidos al juicio del “poeta mayor” Carlos Bousoño, al que unos jovencísimos vates osamos pedir que nos prologara nuestro libro, merecieron un juicio implacable: “Si tú, Arias, tuvieras un grupo de poemas como los mejores de tu libro, te diría: Publica ya” (es decir, no publiques todavía, como cuento en el Prólogo de Absueltos de todo don).

Primera Precisión de nuestra Forma

Más mansión cuanto más permanece con uno,
obediente al deseo de su solo habitante,
esta forma es el perro más fiel pretendido,
nos envuelve, nos limita, nos cierra
y se ajusta a nosotros como un traje perfecto.

Nuestro cuerpo. La forma que nos hace visibles;
la forma palpable que identifica el afecto.

Qué himno escribir adecuado a esta forma,
cuerpo en el que todos creemos, lecho nuestro,
que no quiere dejarnos partir y al fin claudica,
labios tan unidos a nosotros, inconcebibles sin las manos,
cabeza irreductible, olfato ya resuelto,
mentón del rostro con que nos reconocen.

Y tronco, y piernas nuestras, sexo firme,
inseparable abdomen, nalgas mías, forma entera
a la que hemos puesto nuestro propio nombre.

Cuando esta forma nos falte, qué será de nosotros.

(@angelmanuelarias, “Absueltos de todo don”, 1989, KRK)

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Podría haber sido pasión, muy mal diagnóstico

23 febrero, 2015 By amarias Dejar un comentario

Podría haber sido pasión, muy mal diagnóstico.
Un amor de alto riesgo, vómitos y ardores.
La incómoda sensación de estar perdido, dificultades al tragar,
y el tiempo que no pasa. Trampas en tierra de nadie,
cebos mordidos que no cazaron presa, huellas de tanto mal dormir,
escapatorias que conducen a volver a empezar.

Podría ser aún peor, un estropicio.
Irrumpir en el templo con furia alrededor y hallar rota la espada,
situarse en el medio de un plantel, hacer virtud del vicio y sucumbir,
llevar a su triunfo, convencido, habladurías,  no saber escapar;
arrastrar a la muerte una ocasión feliz sin porqués ni el adiós;
convertir en dogmas los matices, resolver con trampas y mentiras, los misterios ajenos,
aceptar como pago de consuelos, suspicacias, como pruebas de amor, ficción y malas sañas.
Más cruel si cabe, creer que se está en todo, andando perdido y solo por los bordes.

De mi experiencia, apunto diagnóstico precoz.
Lo tuyo no es pasión, ni percibo ocultos quistes de desamor, caprichos, malos vicios.
A pesar del cariz romántico, palpo entre las justas ganas, pocos mitos;
por compromisos ciertos, no veo alguno.
Se mantienen tersos en sus sitios, vientre, nalgas, muslos, cuello;  reaccionan áreas íntimas.
Palpitaciones, bien; algo baja de ritmos. Señales apenas perceptibles de lascivia.

Debilitado por falta de ejercicio hallo el músculo sentimental; terso a impaciente; flácido a curioso;
pero, lo que a tu edad sería defecto, con el tiempo viene a ser normal, así que, por principios,
descarto motivos de preocupación, y afino, divertido, el tratamiento:
toma frecuentes dosis de olvido,  entrégate hoy conmigo a fondo, duerme tranquila y volveré mañana a ver qué tal.

Ante cualquier reacción extraña, pon donde te halles, vallas; oculta a donde vayas, ayes;
si crees volver a pasar por tu pesar, incluso estar cayendo, mejor, calles; si has de dar voces, sean de goces:
y, de advertir que aflora amor, en el mismo instante y lugar, sin dudarlo, inyecta dudas,
porque, hasta estar curada de espantos, será menester contar con más de un doctor experto en tales trances.

(De Poemas de encargo, número 25, Angel Manuel Arias, 28 de marzo 2009)

 

 

 

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Cuento de verano: El escritor inédito y la lectora empedernida

19 septiembre, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

Erase una vez un escritor inédito. Se trataba de un autor prolífico, pero no había publicado nada. Las causas eran varias. Objetivas (no tenía dinero para convertirse en editor de sus creaciones, detestaba presentarse a los concursos literarios, convencido de que no eran ecuánimes) y subjetivas (su inseguridad de que lo que mucho que escribía mereciera la pena).

Si el lector tiene claro el concepto de “lo que merece la pena”, debo felicitarle por ello. En otro caso, le aconsejo que acuda a los libros especializados en autoayuda. Lo pertinente para este cuento es que, como resultado de estas razones y otras circunstancias, el escritor había empezado a descuidarse, y desde hacía algún tiempo no terminaba sus historias.

Definía el grueso del guión, perfilaba a los personajes, suscitaba desde los primeros párrafos el interés por las situaciones que iba a contar, pero el proyecto se detenía de repente, al cabo de unas páginas, y ya no continuaba. En su mundo imaginado, se acumulaban criaturas literarias incompletamente conformadas, relatos apasionantes o, por lo menos, sugerentes, cuyo final nadie podía jactarse de conocer, porque no había sido escrito. Ni siquiera su autor, que, a la postre, acababa olvidándolas. Se habían perdido desde los primeros pasos que van desde la imaginación al papel.

En realidad, el escritor inédito, que nunca había dado a leer a nadie sus obras, era escritor solo para él mismo. Estaba lo que había escrito, no ya inédito, sino jamás leído.

Coetánea del escritor vacilante, vivía su existencia una lectora empedernida. Le gustaba tanto leer, que no podía evitar detener su vista sobre cualquier escrito que cayera en sus manos. Se había leído, a pesar de ser de edad no muy avanzada, miles de novelas, cuentos, relatos y poemas, aunque debe matizarse que no se interesaba por diarios, revistas y periódicos, esto es, por las noticias supuestamente verdaderas.

-Creo que la mayoría de lo que publican los periódicos, son también noticias inventadas o falseadas -parece que dijo una vez a su única amiga, funcionaria de carrera-. Pero, en general, están peor contadas y no quiero romperme la cabeza tratando descubrir qué hay de cierto en ellas. Quiero estar segura de que lo que leo es realmente imaginado.

El escritor vacilante y la lectora empedernida no se conocían.

Un día del verano del año que nos ocupa, la lectora empedernida sacó de la Biblioteca Pública de la tierra de Valgamediós, tres de los pocos libros que le quedaban por leer de las copiosas existencias de esa dependencia. Los había leído todos de cabo a rabo, como consecuencia de su dedicación convulsiva, aunque apenas un uno por ciento le había parecido interesante.

Los títulos de los tres libros no vienen al caso, pero sí lo que contenía uno de ellos.

Al avanzar en su lectura, la lectora empedernida descubrió, entre las páginas, un papel doblado, manuscrito, que inmediatamente identificó como un poema. No le pareció exactamente bellísimo (tenía un criterio de valoración muy estricto), pero sí escrito con pulcritud y, como todo lo que aparece por casualidad a nuestro alcance, le intrigó.

“Solo entre la soledad, torno impreciso/ a la desolada razón de mi carencia:/ aunque el tiempo me sobra, soy remiso/ a acabar cuanto empiezo, sin paciencia./De sobrarme algo, sobra resistencia/a dejarme arrebatar por la pasión,/ y no pudiendo a amor estar sujeto, la ocasión,/que a otros sirve para olvidar ausencia/de un querer mejor, aventa tosco desconsuelo./No hay para mí perdón, ligado al duelo,/y atado a lo fugaz, de un mal corro parejo:/es el descuido amargo con que dejo/ las cosas que más quiero, caer el suelo/y que, entre desprecios, burlas o recelo/recojo, rotas, mirándome al espejo.”

¿Quién habría escrito aquella nota, aparentemente olvidada en un libro ajeno? La lectora supo pronto que no le sería posible descubrirlo. Preguntó al bibliotecario si podía decirle quiénes habían tenido en sus manos aquel libro de la nota, y recibió como respuesta que era imposible de todo punto, no ya porque no estaban autorizados a proporcionar ninguna lista, sino porque se trataba de uno de los títulos más solicitados.

Dejar una nota en el mismo libro, con sus señas, mostrando interés en saber más del autor, le parecía infantil.

Por supuesto, el escritor inédito no había sido el autor del poema. El nunca terminaba cuanto iniciaba, y aquellos versos, aunque flojos, estaban resueltos. Por otra parte, escribir poesía no era precisamente lo que más le encandilaba.

Por lo dicho, la lectora empedernida nunca conoció a la persona que había olvidado (o tal vez colocado adrede) aquel papel en un libro tan demandado.

Nadie, hasta donde yo estoy enterado, lo llegó a saber. Y, ahora que lo pienso, la lectora empedernida y el escritor vacilante hubieran podido vivir una tierna historia de amor.

FIN

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