Al socaire

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Un rey superviviente

21 mayo, 2022 By amarias Deja un comentario

El 19 de mayo de 2022, el rey de antes, Don Juan Carlos, decidió reaparecer físicamente por el país en el que fungió como Jefe de Estado durante más de cuarenta años y del que, mal aconsejado, se vio impulsado a abandonar hace casi dos. Tenía entonces, perdida su inviolabilidad jurídica, algunos asuntos pendientes con la Justicia española, promovidos por Corinna, su amante despechada, que levantó la colcha que le dejó desnudo, apaleado y metafóricamente, cornudo.

Demasiados adjetivos indeseables que suponían una carga difícil de soportar,  no ya para un Monarca jubilado que había defendido la honestidad y la eficacia como elementos de renovación en los que apoyar el resurgir del régimen monárquico después de la guerra incivil, sino para su hijo bien amado, Felipe VI, en el que el pueblo español y él mismo tenían puestas todas sus complacencias.

Podía haber elegido quien fuera Juan Carlos Primero quedarse en España mientras se ventilaban esos feos asuntos legales y cruzaba los dedos para que sus abogados le sacaran del embrollo judicial sin mordeduras ni lobanillos. Podría haber ido a Inglaterra, en donde seguro que la reina Isabel le podía prestar algún palacete en el que dedicarse a leer y, entre semana, cazar faisanes o cérvidos.

Pero, metido en el berenjenal, escogió o le impulsaron a hacerlo, uno de los países con peor fama, en donde impera el lujo, la corrupción sin medida y el machismo de diente afilado: Abu Dahbi. El emir de ese pequeño país, respetado por su inmensa capacidad económica, lo acogió, le dejó un palacete y le quitó de la curiosidad ajena hasta que resultó que los supuestos delitos prescribieron, se estimaron improbados o la denuncia de la despechada no prosperó, al menos ante la Justicia española.

Es una historia muy triste, en la que se dan los elementos propios de una inmolación autoinflingida junto al lanzamiento al escarnio por una parte del gobierno del país que hasta hacía poco besaba por donde pisaba y sacaba pecho por su regia galanura.

Fue un desastre anunciado, una sucesión de tormentas sobre su imagen: yerno encarcelado -por un juicio mediático que propició una sentencia ejemplarizante y, por ello, injusta-, hijo varón que se distancia para salvar el pellejo de la institución monárquica y que admite que la Casa Real quede restringida a su quintaesencia, esposa obligada a extraer dosis de dignidad del exigüo coleto del despecho, hijas que se separan de sus galanes y que pierden títulos y reconocimiento público, nietos influyentes en las redes sociales que tratan de encontrar vida fuera de la Casa Real, etc.

Volvió el Rey de antes entrando por la puerta de atrás, utilizando el falso pretexto de una regata en Sanxenxo y abusando de la pretendida hospitalidad de -se dice- uno de sus mejores amigos, el empresario gallego Pedro Campos, quien lo recogió en el aeropuerto de Peinador y lo hospeda en su casa el par de días que estará en España. En el apretado y ridículo programa, se acercará el lunes a la Zarzuela, en donde tendrá un encuentro privado con su hijo Rey y su nuera Reina. No ha trascendido cómo hará el viaje, aunque se descarta que Sánchez disponga de uno de los Falcon que utiliza para sí con tanta libertad.

Alegan los que le odian desde el Gobierno y fuera de él que “ahora es un ciudadano normal y es libre de hacer lo que le plazca”. No, no puede hacerlo, porque la Constitución establece su condición imperecedera de prerrogativas propias del Monarca que fue y del sitio que ocupa en la Historia de este país. Y siempre será observado, escudriñado, analizado, donde quiera que vaya, incluso hasta después de su muerte. Ciudadanos normales son Jordi Pujol y  Marta Ferrusola, Junqueras y los Panchos, Chanel, Griñán o Chaves, Rodríguez Zapatero, Florentino Pérez  o Alfonso Guerra. Don Juan Carlos no.

Es un situación esperpéntica, propia del ridículo que es consustancial a un país que es incapaz de valorar, proteger y respetar sus recursos. El Rey de antes fue intocable mientras se mantuvo como Jefe de Estado y cuando dimitió, por propia voluntad, al quedar sus carnes humanas -carnestolendas- al descubierto, quedó expuesto a la crítica, al ridículo y a la posibilidad de ir a la cárcel. Porque, presuntamente entonces, había actuado de intermediario o conseguidor para algunos proyectos en los que competían empresas españolas y, se le habría entregado una comisión. No quedó probado y el dinero que la amante Corinna recibió del emirato en donde acabaría don Juan Carlos refugiando su real vergüenza, era un regalo, una dádiva, un don.

No soy monárquico, y me gustaría vivir en un Estado republicano, con un jefe de Estado elegido por votación entre insignes ciudadanos, de esos que tienen el pelo cano o la calva dilecta y acreditan una trayectoria personal llena de triunfos por la Patria.

Pero nací en una dictadura, viví en ella casi toda mi juventud y aplaudí hasta con las orejas cuando se aprobó, por votación mayoritaria, un texto constitucional que debía garantizar paz y prosperidad para un país en permanente amenaza de espadones, pucherazos y guerras civiles. La monarquía era la forma de Estado como cualquier otra y un tal Juan Carlos, educado a la sombra del dictador, pero con ganas de demostrar su independencia y alta formación (que nos había costado bastante), se encargó de hacernos creer en que era posible la homologación de España en Europa y en el mundo. De decirle a Chaves, “¿Por qué no te callas?” en lugar de “¿Qué puedo hacer por tí, querido Maduro?”

Gobiernan ahora este país personas que no han vivido la postguerra. Algunos no han sido educados en las Universidades españolas sino en prestigiosas Universidades inglesas, alemanas o norteamericanas en donde les han dado títulos pomposos que les acreditan en funciones que nos resultaban desconocidas para quienes tuvimos que superar pruebas selectivas hacinados en aulas en donde se nos recomendaban libros en francés o inglés y teníamos apuntes a cicloscil.

Algunos de esos nuevos mandarines no creen en la Constitución, sino en la necesidad de cambiarlo todo. No son monárquicos, pero no han vivido el nacimiento de la Monarquía, sino su caída, y conviven ahora con el placer de querer destruir esa institución, para festejar el advenimiento de una forma sustituta: el gobierno de todos, es decir, no la democracia, sino allí donde todos mandan igual, la anarquía.

Nunca creí que el rey Juan Carlos fuera a figurar junto a Santiago Apóstol o la Virgen María, en el pedestal de las entidades sobrenaturales. Pero advierto a los especialistas en coprofagia, empeñados en vociferar que el rey de antes es indigno, y que debe explicar hasta la eternidad sus andanzas y tejemanejes con el dinero, el sexo y la verdad y la mentira, que no habrá paz en esa búsqueda.

No estoy defendiendo al rey Juan Carlos y, puesto a ser sincero, no creo que lo necesite. No me pidió ni el ni sus asesores consejo alguno. Tampoco el rey de ahora, don Felipe. Y les voy a dar un consejo que no me han pedido y que, con seguridad, nunca leerán: no tengan vergüenza de aparecer como humanos. La jefatura de Estado monárquica fue y es una fórmula de conveniencia para sostener nuestra democracia. Ella es la intocable. Dentro del ropaje, hay seres humanos.

 

Publicado en: Actualidad, España, País de Gaigé Etiquetado como: Abudabhi, Chanel, Chaves, Constitución, felipe VI, Ferrusola, Griñán, Juan Carlos, Pujol, regatas, Sanxenxo, urdangarín

La Nicolasa aguanta el tipo

6 diciembre, 2021 By amarias Deja un comentario

El 6 de diciembre de 1978, festividad de San Nicolás de Bari, más de 15 millones de españoles votaron que sí a una pregunta muy escueta: ¿Aprueba el proyecto de Constitución?. Con ese abrumador respaldo, de casi el 92% de los que participaron en el referéndum, el 29 de diciembre de ese año entró en vigor.

Han pasado 43 años y, a pesar de que -sobre todo en esta última década- se vienen lanzando varias andanadas contra la Norma Suprema -sobre todo, desde la izquierda mediática, la Nicolasa resiste. Desde luego, una de las razones fundamentales de su supervivencia es la dificultad que los Padres de la criatura idearon para mantenerla estable: unas mayorías parlamentarias prácticamente inalcanzables. Y, dada la evolución del espectro político, los acuerdos para tocarle incluso un pelo -digamos, aspectos como cambiar el término de “disminuídos” por el de “personas con discapacidad”- se han hecho prácticamente inviables.

Aunque alguno de los componentes de la actual coalición de Gobierno esté clamando por revisar el título segundo y avanzar por la vía de los puñetazos encima de la mesa hacia una República con monarca (el multifacético spindoctor Iván Redondo ha encajado incluso esa idea en su nueva columna de La Vanguardia -antes, La Vanguardia  Española-) o hacia una España definitivamente desmembrada en la que las dos autonomías más potentes en reclamar privilegios para sí hagan lo que les de la gana, el presidente de Gobierno, el muy hábil Pedro Sánchez, ha aprovechado la celebración para afirmar  que “la Constitución es la hoja de ruta” para su gobierno.

Puede sonar desconcertante. Antes de que el término entrase en poder de la semántica política, la “hoja de ruta” era el documento en el que el responsable del transporte -el capitán de un barco de transporte, por ejemplo- anotaba todas las incidencias relevantes del viaje. Se trataba de una información capital para analizar, una vez llegado a destino, aquellos aspectos de la travesía que podían haber afectado a la carga y, por tanto,  ser relevantes para el destinatario o, en su caso, para la solicitud de una compensación a la compañía aseguradora.

Pero estoy seguro que el Presidente se confundió en los términos. Porque no pensaba en la acepción, más moderna, impuesta por los usos del lenguaje, siempre algo místico – por no decir, ininteligible-, de los políticos, por la que una “hoja de ruta” es el documento que marca el destino al que se desea llegar. No, Sánchez, quería haber significado que la Constitución del 78 era un lugar de partida y que le servía como guía para conducir su política hacia donde la coyuntura se lo permitiera.

Deseo de corazón que, con este timonel y sus jaleadores, no nos estrellemos contra las rocas.

Publicado en: Actualidad, Administraciones públcias, Política Etiquetado como: celebración, Constitución, discapacitados, disminuídos, hoja de ruta, Iván Redondo, Monarquía, Nicolasa, Pedro Sánchez, San Nicolás de Bari

Elogio de la intolerancia

29 noviembre, 2021 By amarias 2 comentarios

No pretendo poner el énfasis en la necesidad general de ser intolerate. Al contrario, como pacífico, mi actitud general es de tolerancia; prefieron no verme involucrado en disputas sin sentido. Por ello, no comprendo en lo más mínimo a esos individuos que se dicen defensores a ultranza de los colores de un club deportivo y llevan su enajenación al terreno de enzarzarse a porrazos con los partidarios de otro equipo, al que ven como contrario.

Una vez establecido el marco general de invocación y fidelidad a la tolerancia como principio general, quisiera meterme en la harina de las conscuencias de la excesiva tolerancia, que lleva a aquél al que se la dispensamos, sin estar obligados a ello, a creer que tiene la razón, que le asiste el derecho para auparse sobre el nuestro.

En el tema de las vacunas para superar la pandemia, encuentro un ejemplo claro de tolerancia excesiva. Cierto que ni los expertos oficiales ni las autoridades han ayudado mucho establecer un régimen de confianza respecto a la manera de combatir el virus, pero, en este momento, se ha aclarado de forma científica y con suficiente respaldo que las vacunas ayudan de manera decisiva a defendernos individual y colectivamente y que la mascarilla es una forma de protección, elemental, pero segura, para evitar contagios.

Por consiguiente, no entiendo la tolerancia para aquellos que no se vacunan ni se ponen la mascarilla, porque “no se fían”. Deben implantarse de inmediato medidas claras de restricción de espacios públicos para esos negacionistas que, amparándose en nuestra tolerancia, aumentan nuestro peligro de ser contagiados. (Ah, y por supuesto, no entiendo por qué no se están enviando masivamente dosis a los países menos desarrollados para que vacunen a su población. Hemos oído miles de veces que el virus no admite fronteras, ¿a qué se espera, pues, desde los países más ricos, o también hay negacionistas en la cúpula del poder mundial?)

Voy con otro ejemplo de tolerancia excesiva, siempre en mi opinión, claro está. El debate político en el hemiciclo (me refiero al Congreso, ya que ignoro si en el Senado existe algún debate) se concentra en poner en prueba la capacidad de tolerancia del pueblo llano, hurtándonos la discusión y acuerdo en aspectos cruciales para nuestra convivencia y nuestra economía y distrayéndonos en otros. que no sería admisible plantear, como presión para llegar a acuerdos de gobernanza.

No es tolerable el planteamiento sobre el desmembramiento de España. No hay ninguna razón ni histórica, ni cultural, ni linguística, para abrir ese debate en el Congreso y mucho menos, para convertirlo en fundamento para la toma de decisiones políticas. No hay más frontera entre determinadas regiones y el resto del país, que las propias de la conveniencia administrativa general. Todas las regiones forman parte de la unidad indisoluble de España.

Tampoco hay que tolerar la falta de respeto por algunos de los que ostentan cargos públicos, pagados con el dinero de todos, para insultar o vejar a la Monarquía, que es la forma de Estado legítima, el símbolo de esa unidad. Algunos parecen estar persuadidos de que, cuando se pretende hacer a un lado a Felipe VI, solo se dirigen contra él. No, van contra todos. Porque hemos elegido mayoritariamente, con aplastante mayoría, tener como forma de Estado la Monarquía.

No necesito disculparme, porque ya he dicho muchas veces, en este foro y en otros, que entiendo que la República es la forma teóricamente mejor de conformar la autoridad máxima de un Estado. Pero no encuentro que, para este momento de España, sea la mejor. Seguro que todos podemos encontrar razones, sin que sea necesario explicitarlas. En ese contexto pragmático, quien encarne la figura de Jefe de Estado, desprovisto de poderes reales más allá del simbolismo y cuestiones de puro refrendo, es lo de menos. Y si lo está haciendo bien -muy bien, diría yo- pasa a se parte de “lo de más2.

Hay muchos otros temas en los que nos podemos estar mostrando demasiado tolerantes. Basten éstos. Por eso, desde mi pequeño atril, permítaseme el elogio de la intolerancia. Porque hay actitudes, posturas y movimientos que no deberían ser tolerados. Para no convertirnos en cómplices del desaguisado.

 

Publicado en: Actualidad, Sociedad Etiquetado como: Constitución, covid, felipe VI, forma de Estado, independentismo, Monarquía, negacionista, regiones, República, tolerancia, vacuna, virus

Diciembre de 2018

17 diciembre, 2018 By amarias 1 comentario

La decisión del presidente de Gobierno Pedro Sánchez de realizar el último Consejo de Ministros del año 2019 en Barcelona ha concitado inevitable revuelo.

La tensión separatista, mantenida por un gobierno de la Generalitat bailando tanto con la ilegalidad constitucional como con la ausencia de respeto institucional, supone que este hecho, que debiera ser tenido como normal, y hasta como un honor o una deferencia con la administración regional y su población, es visto como una provocación por los independentistas y como una situación de máximo riesgo por los constitucionalistas y, en especial, por el gobierno de España.

La combinación del temor oficial español y del rechazo catalanista, llevado a nivel de la calle, implica la presunción de que el 21 de diciembre habrá manifestaciones a favor y en contra, algaradas, vuelco de contenedores y autos, rotura de escaparates, lanzamiento de piedras e impedimentos contra las fuerzas del orden, cargas policiales, golpes, heridos y, tal vez, algún herido grave y, ojalá no, muertos.

Hace tiempo que no entiendo nada de lo que pasa en la sala de calderas de Cataluña y, como tiendo al realismo pesimista, cuando contemplo estupefacto que no se corrigen los desvíos -no, desde luego, con promesas de diálogo, líneas rojas, declaraciones incendiarias de unos y de amagar y no dar de otros- tiendo a imaginar que el problema catalán va a acabar mal.

En realidad, ya ha acabado mal. Tenemos a varios políticos de Catalunya en la cárcel, ciertamente por sus ideas, pero sospechosos, con poco margen para su defensa legal, de haber insuflado y alimentado  ánimos de revolución, desde sus pedestales mediáticos, al pueblo llano.

Tenemos un gobierno del Estado en una precaria posición minoritaria, en funambulismo persistente. Tenemos, por tener, un aumento de los simpatizante de las posiciones identificadas, desde el poder ocasional y los comentaristas de estos pagos, como extrema derecha (Vox), opción emergente que recoge ideas al gusto de las “gentes  de orden” (mezcladas con otras aberrantes o inasumibles desde la decencia social). Es verdad que el programa del partido que ha desequilibrado Andalucía mezcla churras con merinas, pero…¿no han caminado todos los partidos que juegan a la política en España por sendas del confusionismo programático?

Estaremos atentos al comportamiento de quienes quieren manifestar algo el día 21 en Barcelona.

Yo estaré, desde luego, con los que deseamos expresar que sólo desde la calma se puede avanzar sin trompicones. El derecho a expresarse no tiene que ver con el ejercicio de la violencia. Estamos en una democracia (negarlo es, no solo falso, sino una provocación intolerable) y hay que respetar las leyes y, por encima de todas, la Constitución, que es Norma Suprema.

Con los que quebrantan las reglas de juego, y se mantienen en su infracción, no se dialoga. Porque demuestran con ello que no quieren dialogar, sino jaleo, enfadarnos, hacernos de menos o ridiculizarnos a los que, mientras les exigimos que cumplan lo pactado, les recordamos que, si quieren cambios sustanciales (como es el caso separatista), midan sus fuerzas como  hacen los demócratas, -votando todos y consiguiendo la mayoría suficiente entre todos y no solo entre los que les apetezca.

Si se quiere cambiar a una nueva Constitución y modificar algunas reglas sustanciales de la convivencia pacífica que estamos disfrutando, ese es el camino. Otros, significarían debilitar a los que se acerquen a la mesa que los secesionistas tienen dispuesta, para entrar en la farsa de un diálogo imposible, por ilegal e ilegítimo.


Foto secuencial de otras que tengo ya publicadas, esta garza acababa de atrapar una buena pieza y había comenzado la ceremonia compleja de colocarla en la dirección adecuada para engullirla de un solo bocado, lo que le estaba llevando varios minutos y, de pronto, le cayó al río.

Me sorprendió ver cómo el ardeido agarraba una rama y, con ella en el pico, comenzó a darle golpes al pez, para aturdirlo más.  Cuando estimó que el lucio-perca estaba suficientemente atontado para no complicar más la deglución, el depredador volvió a cogerlo con su largo pico y terminó sin más problemas la operación, retirándose con un par de densos aleteos a un lugar más tranquilo para digerirlo.

 

Publicado en: Actualidad, Cataluña Etiquetado como: 21 de diciembre, Barcelona, Cataluña, consejo, Constitución, gobierno, Norma, reunión, separatismo

Reformar la Constitución, ¿para quién?

6 diciembre, 2018 By amarias 1 comentario

Cada 6 de diciembre, día en el que se conmemora  el referéndum de aprobación de la vigente Constitución Española, – y, con mayor intensidad, en los últimos años de los cuarenta que lleva vigente-, políticos, periodistas y constitucionalistas (oficiales o sedicentes), se esfuerzan en hacer ver al resto de los españoles que hay varias cuestiones de calado en esta Carta Magna que deben cambiarse.

No me imagino un debate similar en Estados Unidos, en donde desde 1787 mantienen, si bien con diversas enmiendas, el texto básico. Claro que allí dicen confiar en Dios (in God we trust, reza el lema adoptado por el Congreso en 1956), lo que no impide que, por si acaso, la realidad actual haya puesto en primera línea un lema más práctico: America first, con el que se dejan muy claras las intenciones prioritarias, sin que sea necesario advertir, para incautos que quieran interpretar el apelativo America de forma correcta, que los únicos americanos que importan para los estadounidenses del norte son ellos.

Si lo comparamos con nuestro panorama, no resulta el inmenso país multitestatal del otro lado del Atlántico ejemplo de solidaridad para nosotros, ni tampoco para la Unión Europea: ni social o ambiental, ni económica, tanto en lo interior como en el exterior. En lo que a nosotros estrictamente respecta, debemos admitir que la pertenencia a la Unión Europea (antes Comunidad Económica Europea) nos ha servido como impulso sustancial para alcanzar el estado de bienestar del que hemos disfrutado hasta ahora, ayudándonos a olvidar rápidamente una dictadura que trató durante cuarenta años de hacernos uniformes.

Como fiel aplicación de una de las leyes de Parkinson, la existencia en España de un par de centenares de constitucionalistas de profesión (catedráticos y profesores titulares), ha dado por resultado académico que la Constitución Española sea analizada, por arriba y por abajo, letra a letra, capítulo a capítulo, y que, de resultas de tanto manoseo, haya propuestas al gusto de cada facción política.

Sabemos de dónde se copió o mejoró cada título y cada párrafo; estamos enterados de las dudas de cada partícipe en la redacción y cómo fueron resueltas; podemos seguir la deriva de los acuerdos previos hasta el resultado final; y, en fin, disponemos de otros detalles  sustanciales o nimios acerca de la marcha de las negociaciones entre los representantes de los partidos más relevantes entonces en su esfuerzo para sacar un texto consensuado que, además, contentara o no levantara demasiadas suspicacias a los beneficiados por el régimen anterior.

De los análisis eruditos como de los pedestres, han surgido muchas voces pidiendo reformas. Algunas, perfectamente inviables aunque parezcan razonables; otras, descolocadas de la razón, sin otra función que alborotar. La Constitución Española es definida como Norma Suprema de obligado cumplimiento y, por ello, los cambios de sustancia implicarían superar barreras hoy insalvables, en el estado de fragmentación del espectro ideológico parlamentario.

El artículo 168 es un impedimento, no ya para la revisión total de la Constitución sino incluso para un retoque parcial del Titulo preliminar, del Capítulo segundo, o de los Títulos I (en su Sección Primera) y II, porque afectar a su redacción actual exige un pacto entre partidos que aparece inviable, incluso aunque se limitara la necesidad de consenso a los llamados “constitucionalistas”, perdidos cada uno en sus propios cerros, y hasta cerrilidades, ideológicos. El Partido Popular es el único que parece plenamente satisfecho con la redacción actual.

Para enmarcar la opción de sacar adelante las propuestas más agresivas de los partidos, incluso de los llamados constitucionalistas,  cabe decir, en lenguaje directo, que no se podrá tocar la forma de Estado, que seguirá siendo una monarquía parlamentaria, ni reducir los derechos y deberes fundamentales previstos en el texto. Sería factible, supuesto el acuerdo, únicamente, la ampliación de los derechos y deberes no contemplados , y, si no fuera posible tocar la dicción de los ya enunciados en la Carta Magna, habría que apuntar a una más extensa interpretación.

Podrá gustar o no la Monarquía, pues, pero no habrá República (salvo una revolución que no deseo para mi país), por mucho que algunos hagan ostentación de banderas tricolores y denuncien partidismos afectivos por parte del actual monarca. Tratándose  de prever el future con sensatez y posibilismo, vale más dedicar la pena y el esfuerzo a un espacio de serena discusión a la preparación de la Princesa de Asturias, para que pueda ejercer, cuando llegue el momento, de magnífica Reina de España, proyectando una imagen de modernidad y saber estar a las generaciones coetáneas de ese entonces.

Y no me duelen prendas en admitir, como ya hice en otras ocasiones, aún siendo republicano de corazón, que el actual monarca, Felipe VI, cumple casi a la perfección mis expectativas de Jefe de Estado de primer nivel.

Para mí, el problema fundamental que tenemos en España es la disparidad entre las Autonomías, resultado de las competencias asumidas por ellas en virtud de un artículo para el que no se pusieron límites, que es el 150, y de un problema de esencia, que reside en su gran disparidad en población y territorio.

Tenemos demasiadas regiones y no es sencillo meter la mano en el avispero de los orgullos locales. Es cierto que llevar el poder de decisión hacia el ciudadano desde el centro, facilita la adopción de decisiones más cercanas a la necesidad, y mejora su capacidad de valoración. Pero no todas las acciones dependen de la proximidad, sino que hay bastantes, las principales, que están ligadas al tamaño crítico mínimo y a la necesidad de coordinación.

La permanente expansión de las competencias regionales, ha provocado el efecto perverso de aumentar las disparidades entre las Autonomías, y, con ello, la proliferación de reductos de incompetencia y desigualdad en la enseñanza, la sanidad, las oportunidades laborales, la gestión administrativa, los impuestos locales. Se está faltando al principio de la solidaridad que sí está previsto entre los derechos fundamentales: todos los españoles serán iguales ante la ley y dispondrán de la misma calidad en la prestación de los servicios básicos.

La Constitución no ha quedado inservible, ni mucho menos. La que está rota o profundamente deteriorada es la unidad entre los españoles, aunque no se sea plenamente consciente del descalabro.

La rompió el gobierno catalán, encendiendo deslealmente a la mitad de la población de esa región, en un camino de tensiones de imprevisible futuro y que se complicó por la dejadez y falta de visión del anterior Gobierno en no atajarlo a tiempo y se envenenó aún más por haber aceptado el apoyo secesionista del actual para sacar adelante, por primera vez en España vigente esta Constitución, una moción de censura.

La pretenden romper, por la derecha y por la izquierda, aquellos partidos que han buscado su identidad en la destrucción de lo que tenemos sin ofrecer alternativas o levantando expectativas que no se pueden cumplir en ámbitos sustanciales: creación  de empleo, crecimiento económico, mejora de prestaciones, etc. Falta, con desgraciada vocación de permanencia, el encaje entre la sociología y la economía, entre la técnica y la filosofía, entre lo que se imagina poder conseguir y lo que se puede lograr en la práctica.

Me alarma ver la pérdida del principio de la viabilidad de lo más razonable, en particular, los dos partidos antes mayoritarios, PP y PSOE, inmersos en una búsqueda de nueva identidad, propiciada por personalismos más que por ideas, y despreciando opciones de consenso o el uso de la perspicacia y visión del interés general, dejando que pactos entre otros partidos hagan viables gobiernos en minoría.

Y me preocupa también que un partido nacido, según se dijo, para el equilibrio, Ciudadanos, sea bombardeado sin piedad por la izquierda, por la derecha, y por los medios, adulterando y falsificando, con cada andanada, la visión de ponderación que han pretendido dar, y afectándola, por razón del desconcierto que provoca tanta exposición pública. La incorporación de Manuel Valls como candidato a la alcaldía de Barcelona ha significado aceptar un verso libre más cercano al socialismo, cuya asimilación por el partido y sus votantes objetivo, está por descubrir.

El resultado de las elecciones en Andalucía ha puesto también de manifiesto la descomposición ideológica de España, fragmentada de una forma que pensábamos estaba superada. Como efecto de esa segregación que tiene que ver con sentimientos viscerales más que con programas, se está hablando hoy de la necesidad de un pacto de derechas para dar el poder al Partido Popular, integrando a Vox (segregación teórica por la derecha del PP, con capacidad de captación del votante descontento), Ciudadanos y al propio PP, desbancando al gobierno socialista que ha reinado (es una metáfora) en la región durante casi cuarenta años.

A quienes vimos con interés, en su momento, la opción de un gobierno estatal PSOE-Ciudadanos como la vía para recuperar calmas perdidas, apetece ponerse de perfil para no ver el final de la opción que preconizada hace ya siglos el partido de Albert Ribera, de traer calma y equilibrio a la escena política. Si Ciudadanos se funde en el magma en donde ya están ya licuadas las derechas de todo color, desaparecerá.

Un consejo, pues. Dejen Vds., españoles que se dedican profesionalmente a la política, y voceros de la reforma constitucional, de presionar sobre lo que saben inviable y concéntrense, por el bien de todos, en recuperar la unidad entre españoles, analizando, con extrema atención y cuidado, lo que puede hacerse para que la sanidad sea, de verdad, la misma en toda España; la educación vuelva a tener el mismo baremo de exigencia y opciones para todos los españoles; las administraciones dejen de ser pequeños monstruos faltos de coordinación y voraces, refugio de independentistas de salón. Para que el ejercicio del derecho a la justicia no tenga interferencias de ningún tipo, se eliminen leyes y normas que solo crean confusión, se uniformice tanto el derecho vigente como su aplicación.

Reconstruyamos la unidad de España, antes de que nos encontremos, de nuevo, en los auspicios de un revenido 1936. Repasemos entre todos la Transición, para detectar dónde nos hemos desviado de lo que pretendíamos lograr y creímos haber alcanzado.

Estamos a tiempo de evitar que generaciones que no han vivido la transición o no la conocen, tengan que llevarse las manos a la cabeza, diciendo “ no es eso, no era eso”.

—

Pocas imágenes necesitan explicación acerca de su belleza. Estos flamencos forman parte de un grupo de algunas decenas a los que sorprendí en las marismas del Odiel, comiendo de las aguas someras en hoy abandonadas salinas, a la misma vera del puerto de Huelva. Se espantaron ante mi presencia y saqué varias instantáneas cuando emprendieron el vuelo.

 

Publicado en: Actualidad, España Etiquetado como: Constitución, flamencos, partidos, reforma

Ejército y sociedad civil (15)

5 febrero, 2018 By amarias Deja un comentario

Si estas reflexiones tuvieran un orden, la referencia a los servicios de inteligencia debería ocupar los espacios preliminares. Porque la inteligencia -la información elaborada para la toma de decisiones relacionadas con la defensa nacional- está en el núcleo de las medidas que puedan adoptarse para la gestión y solución de las crisis que afecten o puedan afectar a la seguridad nacional.

Aunque se puede edulcorar el objetivo, el trabajo fundamental de la prevención consiste en el espionaje, esto es, en crear un sistema de sensores de captación previa de posibles amenazas.

En el Manual de Inteligencia del CESID -el antecesor del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), que tengo a la vista (publicado por Ediciones Tiempo en 1995) se indica que “el espionaje (…) es la principal y originaria misión de los Servicios de inteligencia “. Algo más adelante en el mismo texto (pag. 73) se precisa que “los ejércitos de la nación (…) en tiempo de paz son objetivo prioritario del espionaje”.

Las Fuerzas Armadas y la inteligencia están íntimamente cohesionadas, aunque el cambio de nombre del Servicio (antes, Centro superior de investigaciones de defensa) quiere poner de manifiesto que no se trata de un órgano militar, sino mixto. El cambio de dependencia del mismo, desde 2011 conectado directamente con la presidencia del gobierno, estaría incidiendo en ese mensaje.

Pero, aunque concebido como órgano de conexión entre los conocimientos civiles y militares de aplicación a la defensa de la seguridad del Estado, las instituciones y la ciudadanía, la forma de actuación tiene mucho que ver, sobre todo, con la estrategia militar.

(continuará)

 

Publicado en: Ejército Etiquetado como: Constitución, ejército, estado de alarma. excepción, separatismo

Ejército y sociedad civil (13)

30 enero, 2018 By amarias Deja un comentario

Nada haría prever, hace unos años, que España se encontrara en enero de 2018 confrontada nuevamente a la actitud separatista de un gobierno catalán, aupado en una movilización popular en torno al “hecho diferencial” de la región.

La situación carece de lógica política y parece propia de un libreto trágico-cómico: cuando la circunstancia común exigiría unidad para actuar, un grupo minoritario de ciudadanos, desde la región más próspera del país, proclama su voluntad secesionista.  Desde la institución creada para la convivencia y el diálogo, asaltada la razón por quienes han prometido fidelidad a la ley, los representantes de partidos que tienen en sus programas la república y la independencia, están dispuestos a llevar hasta el límite la tensión de la cuerda que garantiza la paz. Quieren la República Independiente de Catalunya.

No tiene sentido opinar, hoy, 30 de enero de 2018, sobre la solución, pacífica o violenta, del conflicto. Este mismo día, el ex-presidente cesado por la aplicación del art. 155 de la Constitución, por grave alteración del orden institucional, y en fuga desde entonces, cuando se encuentran en prisión preventiva sin fianza algunos de los destacados dirigentes secesionistas, está propuesto por el nuevo Parlament para que presente su programa de investidura.

El pleno del Tribunal Constitucional, forzado por el Gobierno a manifestarse sobre la legalidad de ese acto de provocación y rebeldía sin precedentes, ha indicado que no puede autorizarse. La situación del fugado no admite dubitaciones legales: si cruza la frontera debe ser detenido para comparecer ante la Justicia y seguirá la suerte de sus compañeros encarcelados.

El más elemental análisis de este momento nos conduce a valorar la situación como desestabilizadora. La más grave, muy superior al intento de golpe de Estado de 1981, que España ha tenido que soportar después de la guerra incivil de 1936-39, provocada, como no sería necesario recordar, porque un grupo de militares capitaneó una rebelión civil contra el gobierno legítimo.

No interesa a los secesionistas potenciales que su actitud esté provocando la destrucción de lo poco que se ha conseguido, después de la ultima grave crisis económica padecida. Caen bajo la oportunidad presentida de aprovechar un momento singular de debilidad por parte del gobierno central y de confusión entre los partidos llamados constitucionalistas, las preocupaciones, del paro, el desequilibrio social, las tensiones migratorias, la necesidad de elaborar y coordinar un nuevo modelo educativo, asistencial, etc., y prevalece el deseo de antihistórico de segregarse del resto de España y navegar solos, siguiendo la estela de algún país de su tamaño, en el que quieren encontrar el modelo.

Como no está imperando la cordura -debo matizar, por el lado pre-secesionista-, no se puede descartar que se produzca una grave revuelta social en Cataluña. Carles Puigdemont, por mucho que se obstinen los separatistas en presentarlo como candidato, en un pulso al orden institucional gravísimo, sin camino de vigencia posible, no puede ser president de la Generalitat, y su candidatura ha de ser retirada de inmediato y todos los esfuerzos han de dirigirse a la recuperación de la tranquilidad en la sociedad catalana.

No se puede ignorar, porque sería de una ingenuidad intolerable, que la crisis generada no resulta de un enfrentamiento al Gobierno español, sino contra la Constitución y, por tanto, los partidos pro-secesionistas, con sus dirigentes empecinados en no ceder, han puesto en riesgo la estabilidad del Estado, incumpliendo las normas que son garantía para la convivencia democrática, y mintiendo insolentemente. España no es una dictadura, la Constitución vigente obtuvo en su momento un respaldo abrumador y la búsqueda de tranquilidad, construida desde la libertad y el consenso mayoritario, es la base de la convivencia.

Ojalá no se avance en la rebelión social en Cataluña, y la sensatez vuelva a escena. Pero la defensa de la Constitución no puede ser débil y, correspondiendo a la amenaza, así (y algo más) ha de ser la reacción. Si el diálogo no es posible, si la revuelta no puede deternerse con la razón, el Estado de Derecho tiene alternativas e instrumentos, incluso en su límite. Es cierto que el derecho penal es la ultima ratio, el esfuerzo máximo del Estado social para imponer, con la fuerza de la amenaza del castigo y su aplicación, la contención y la contraposición a quienes vulneren las normas…

Pero, ¿Y cuando el derecho penal no basta? ¿Qué instrumento tiene el Estado de derecho cuando una parte de la sociedad se obstina en incumplir la norma, rebelándose?

No debe tener temor el Estado de Derecho a aplicar los extremos previstos, que corresponden a la declaración, bien del Estado de alarma, o de excepción, imponiendo una limitación severa a las libertades básicas que permita la rápida vuelta a la normalidad.

Con todas las precauciones que se quieran poner para el caso, después de que hayan sido hecho las advertencias precisas, contando con la aprobación del Congreso de Diputados y a propuesta del Gobierno, con los plazos de aplicación muy concretos y las explicaciones de rigor, se deberá acudir a lo previsto en el art. 116 de la  Constitución, con seguimiento de la Ley Orgánica 4/1981 que lo desarrolla y el Reglamento 10/1982.

Una situación de rebelión encaja, también, en uno de los supuestos máximos previstos en el texto constitucional para la actuación de las Fuerzas Armadas, que, como he recordado en otro momento, deben garantizar la unidad del Estado, bajo las directrices del Gobierno legítimo y la máxima Jefatura -en este caso, entiendo que no meramente simbólica- del Monarca.

Es un protagonismo excepcional, no deseado, no querido, pero imprescindible para recuperar el orden, la paz social, el respeto estricto a lo pactado. Puede quedar, ojalá sea así, como amenaza para defender la posición del Estado de derecho, pero su firmeza tiene que dejar claro, a levantiscos y seguidores que no se trata de un juego. No puede expresar ni dejar trascender la menor debilidad. Los infantes díscolos han de saber, de una vez por todas, hasta dónde no pueden llegar.


La distinción entre un águila real y un buitre en vuelo, que para un profano puede parecer difícil, no presenta dudas. Este magnífico ejemplar de buitre leonado, visto desde abajo (como resulta lo habitual) muestra todas sus características diferenciadoras: dedos lagos (los extremos – coberteras- de las alas), mano más estrecha, cuerpo marrón ocráceo, distinguible de las coberteras marrones, pico amarillento y cabeza pequeña (en vuelo). El águila real tiene las coberteras más pálidas (grises) que el cuerpo, la cola más larga y el ala más estrecha en la base.
De todas formas, reconozco que hay que observar atentamente varios ejemplares para acabar estando seguro de la distinción.

Publicado en: Actualidad, Ejército Etiquetado como: articulo 116, Constitución, ejército, estado de alarma, fuerzas armadas, ley 41/1981

Ejército y sociedad civil (6)

1 enero, 2018 By amarias Deja un comentario

La Constitución española, aún vigente, dedica a las Fuerzas Armadas el ya citado artículo 8, delimitando el alcance básico de sus cometidos.

No se han presentado desde 1978, muchas ocasiones en las que la regulación constitucional (ya que no las leyes orgánicas que se han derivado de ella) sea el punto de referencia final para justificar determinadas actuaciones de los Ejércitos o para preguntarse el porqué de las omisiones o incumplimientos de ese ordenamiento superior.

Dentro del esquema que he pretendido para este conjunto de artículos sobre “Ejército y sociedad civil”, no quiero omitir algún comentario sobre la deriva separatista vivida desde las instituciones catalanas en 2017. La respuesta a la declaración secesionista del gobierno legítimo de la comunidad autónoma catalana, pero ilegitimado por faltar a su promesa de fidelidad constitucional, hubiera tenido acogida, no ya en la ponderada aplicación del art 155, sino que, apelando a la concreta dicción del apartado primero del art. 8, hubiera podido justificar la actuación de las Fuerzas Armadas.

No se hizo así, aunque la misión encomendada constitucionalmente a ese colectivo armado tiene una triple derivada: 1) garantizar la soberanía e independencia de España; 2) defender su integridad territorial y 3) (defender) el ordenamiento constitucional.

No precisa prolijas explicaciones para entender cuál es el método que la Constitución prevé para la plasmación práctica de esas severas funciones  de las Fuerzas Armadas, concebidas como “ultima ratio” para forzar la aplicación de la Norma,  ante cualquier intento de secesión o vulneración del “ordenamiento”: no sería, evidentemente, encomendarles la negociación política, que sería función de los partidos políticos y del Gobierno, y que, si se llegara a ese punto, se entenderían han fracasado.

Se trata del ejercicio de la fuerza que trae consigo la tenencia y autorización para el uso de las armas. A modo de cláusula de cierre imprescindible, y siguiendo la dicción de otras Constituciones de las que la nuestra toma su ejemplo, es al jefe del Estado  a quien se encomienda (art. 62, apartado h de la Constitución, “el mando supremo de las Fuerzas Armadas”. Tiene toda la lógica constitucional, el admitir que, ante la grave amenaza para la estabilidad y esencia del Estado, debe ser quien encarna su máxima representación (con los refrendos que para el caso crea imprescindibles), quien detenta la jefatura del mismo, -en España, Su Majestad el Rey-, dl que ejerza la autoridad que exige el caso, con todas las consecuencias.

Me parece que la decisión que se adoptó (la vía del art 155 y la convocatoria de elecciones autonómicas) ha sido la más prudente y adecuada a la sensibilidad social del momento. No ha solucionado el “problema catalán”, pero no lo ha complicado, puesto que ha dejado claro que las actuaciones anticonstitucionales no son admisibles por el orden jurídico. Que parte de la sociedad catalana ´la mitad de los votantes- estime que la separación del resto de España es un derecho que le asiste, y que se exprese con gran violencia verbal y presión ante las instituciones del Estado, es -utilizo un adjetivo prudente- preocupante.

He puesto de manifiesto la fórmula constitucional que regula las actuaciones de las Fuerzas Armadas españolas, contraponiéndola a una concreta, y real, situación, para referirme a la deriva que se ha producido en este país, como en otras democracias avanzadas, en cuanto al papel del Ejército frente a las diversas fuerzas de seguridad (policía nacional, autonómica y local, empleados de compañías creadas para protección de bienes y personas, etc.). Existe una tendencia consolidada a configurar y concentrar la protección civil, la defensa de la seguridad interior, a la policía y a otros cuerpos y fórmulas -armadas o no, relegando al Ejército a actuaciones exteriores.

Esta deriva exige una revisión sustancial. Por ello, la forma de ejercicio de  y activación de puntos de encuentro entre el Ejército y la sociedad civil es no solo necesaria, sino que debe verse como la consecuencia lógica de un reconocimiento: no existe Ejército ni estructura de Defensa independiente de la sociedad civil. Esta afirmación puede aparecer a algunos como exótica, pues la tradición ha venido a consolidar una forzada separación entre lo que no es sino uno de los cometidos profesionales de las sociedades humanas, que, como todas, ha ido modificándose y perfeccionándose con el tiempo. A nadie se le ocurriría hablar de “ingeniería y sociedad civil” o “derecho y sociedad civil”.

Las consecuencias de esa visión integradora han de ser múltiples. Por una parte, recuperar o implementar la “visión natural” de las cuestiones de la Defensa por parte de la ciudadanía ayudará a la mejor comprensión de la carrera militar, que ha venido siendo entendida como vocacional y en la que, esencialmente en los puestos más altos de la escala de mando, ha sido y es habitual encontrar sagas familiares.

No hay que ver en esa devoción formal hacia la hipotética “vocación” algo peculiar de los Ejércitos, ya que afecta a todas las profesiones de prestigio, ya sean notarios, jueces, ingenieros, médicos, etc…La traslación de poder de padres a hijos, entrelazando generación tras generación niveles de influencia y poder no es sino un déficit de todas las democracias.

El sentimiento de solidaridad con el Estado, la recuperación afectiva del concepto de Patria es imprescindible. No es un concepto ñoño, trasnochado ni infeliz, en mi opinión. Está en la base de la comprensión del fenómeno social, de la capacidad de actuación como conjunto sólido y coherente de una población para hacer valer su derecho a prosperar bajo sus propias convicciones, enmarcadas en un espacio más amplio, pero sin perder su identidad.

Este principio emocional no lo hago coincidir con la vocación de defensa de la Patria ni de cualesquiera ideales éticos o deontológicos, y, por ello, no me puedo imaginar que, a priori, existan miles de seres humanos que lleven su cariño hacia los principios más nobles de la naturaleza, exacerbando su voluntad de sacrificio hasta morir por ellos en beneficio de sus semejantes. La cualidad de héroe surge ante circunstancias concretas, excepcionales; cierto que solo unos pocos -o nadie- se comportan en esos casos con esa capacidad de desprendimiento o enajenación del yo, pero no me parece que el futuro héroe tenga consciencia previa de su posibilidad de llegar a serlo.

El Ejército no se forma con esforzados que desean hacer carrera para, llegado el caso, morir por una noble causa. Los militares han de ser profesionales que han elegido ser militares por móviles similares a los que a otros han llevado a aceptar y especializarse en otro trabajo. Estamos lejos de las batallas en que era precisa la lucha cuerpo a cuerpo, y el ardor combativo descansaba en confusos mecanismos en los que se mezclaban seguramente perspectivas de botín, alcohol, drogas, y arengas incendiarias.

Aquellos  “nobles ideales” que guiaron los Ejércitos y los objetivos del pasado se han despersonalizado. El enemigo se ha vuelto difuso, impreciso. Los objetivos de defensa son compartidos extraestatalmente, según sean las amenazas identificadas, y no siempre por los mismos compañeros de viaje. Para los países intermedios, como España, la situación de dependencia en relación con la amenaza -real o forzada- de un conflicto entre las grandes potencias, complica aún más la adopción de decisiones respecto a la formación y dotación de los propios Ejércitos.

Lo óptimo sería, desde luego, que no existiera el conflicto. Si se presenta, lo deseable es que el campo de batalla esté lo más lejos posible. Y si se hace imprescindible enviar efectivos propios, lo fundamental, tanto como conseguir la victoria, es alcanzar el objetivo de retornar con “bajas cero”.

(continuará)


Si bien la fotografía no permite la clara identificación, se trata de una hembra de papamoscas cerrojillo (ficedula hypoleuca). En Madrid, donde fue tomada la instantánea -y en el jardín de mi casa- tiene una pareja de estas nerviosas aves su área de cría regular, desapareciendo en el invierno.

 

Publicado en: Actualidad, Ejército Etiquetado como: Cataluña, Constitución, defensa, ejército, fuerzas armadas, rey

Marciano el que no vote

20 diciembre, 2017 By amarias Deja un comentario

El 21 de diciembre de 2017 (o sea, mañana, respecto al día en que esto escribo) los residentes en Cataluña está convocados a votar sobre la composición de su Parlament, que elegirá al President de la Generalitat. No serán unas elecciones normales, ni mucho menos, porque se realizarán como consecuencia de la disolución del Parlament que fue aprobada, por aplicación del artículo 155 de la Constitución, por consenso entre los representantes del Partido Popular, PSOE y Ciudadanos, que tienen mayoría en la Cámara de Diputados de la Nación española, además de en el Senado (donde el PP en solitario ya gozaría de mayoría simple), autorizando al gobierno del PP a realizar la adopción de medidas extraordinarias, incluida la destitución del Gobierno regional.

La atipicidad de las elecciones catalanas se justifica por muy diversas razones. La población se encuentra dramáticamente dividida entre las opciones independentista o constitucionalista.

Además de la gravedad de una situación que ha causado la ruptura emocional en el seno de la región catalana, la incertidumbre mayor acerca del resultado de las elecciones proviene, justamente, del origen de la disolución acordada por los grupos políticos que son minoría en Cataluña. Al menos, hasta mañana.

La legitimidad defendida por la hipotética mayoría independentista, eje de los debates electorales, se fundamenta en que el President y su gobierno han sido destituidos por haber declarado la independencia de la Comunidad Autónoma, y lo hicieron siguiendo el mandato otorgado por unas elecciones que han sido declaradas ilegales por el Tribunal Constitucional y prohibidas por la judicatura, a instancias del Gobierno Central. Este último las boicoteó, utilizando advertencias y movilizando fuerzas de orden, que, aunque actuaron con extraordinario moderación, no evitaron que se produjeran algunas escenas violentas, ante la oposición beligerante de algunos ciudadanos, y que fueron ampliamente difundidas por los partidos independentistas.

Los encausados por esta posición de rebeldía, acusados del muy grave delito de sedición (entre otros), se encuentran en la actualidad, bien huídos de la justicia (el President despojado, Carles Puigdemont, y varios de sus Consellers, refugiados en Bélgica), o en la cárcel (el vice President, Oriol Junqueras, algunos otros Consellers, y los directores de las agrupaciones para-políticas Acció Nacional Catalana y Ómnium). Su situación personal o procesal no les está impidiendo participar en la campaña electoral, defendiendo la República y la independencia de Catalunya y reiterando los argumentos de que España (esto es, las demás regiones) maltrata a las instituciones catalanas y se aprovecha fiscalmente de la Comunidad, además de marginarla en la toma de decisiones que la podrían favorecer.

Sin embargo, la campaña electoral ha puesto de manifiesto tensiones entre los propios independentistas, generando una incertidumbre adicional sobre las opciones y coaliciones postelectorales, si fueran necesarias para recuperar para su posición ideológica la primacía del espectro catalán.

Para quienes vivimos la situación desde fuera de Cataluña, y escuchamos los argumentos de los representantes de las diferentes fuerzas políticas, la campaña nos aparece como una pesadilla, una invasión de despropósitos. Los dos bloques entre los que se dirimen fundamentalmente las elecciones, no están discutiendo cómo hacer las cosas mejor, cómo mejorar la gestión de la autonomía o cómo plantear su relación con el resto de España. No.

Lo que se decidirá es si los llamados constitucionalistas, esto es, quienes están decididos a respetar la Constitución vigente, y no solo de boquilla o mentirijillas, obtienen suficientes escaños para elegir al President, o si los partidos que abogan por el secesionismo, aunque se hayan manifestado -es obligatorio- que acatan la Constitución, resultarán quienes se alcen con la mayoría simple y traicionarán, por segunda vez, su promesa.

Las encuestas realizadas hasta el día de ayer (hoy, por capricho de la Ley electoral, su difusión está prohibida, al ser un día de reflexión), demuestran que ambas posiciones están, técnicamente, igualadas. Puede salir lo mismo Cé que No-Cé. En cualquier de los casos, la presión de la calle, esto es, de los que están a favor de una u otra opción, se manifestará, con seguridad, en concentraciones de apoyo o repulsa. Nada habrá sido, pues, resuelto.

Pero la pérdida para Catalunya es inmensa. Ha perdido, como colectivo, el carácter de región serena, seria, constructiva, creíble, imaginativa y trabajadora. Han crecido, en el que era envidiable vergel de ideas y actividad, los monstruos de la deslealtad, la insolidaridad, la fantasía sin base, la protección de la corrupción de los politicastros, entremezclados con la ingenuidad, la ignorancia, la creencia en un mundo mejor, soñado con el tejido de los nacionalismos más rancios y antihistóricos.

Esos catalanes que mañana están llamados  a votar son hijos y nietos de la burguesía que construyó una próspera Catalunya, de los obreros y braceros que se acercaron, atraídos por la posibilidad de trabajo, desde las regiones más pobres y marginadas de España. Esos catalanes son emigrantes venidos del Magreb que han conseguido tarjeta de residencia después de años de asumir tareas mal pagadas y marginación. Esos catalanes son nacionales de otros países -Europa, Latinoamérica- que conservan también con orgullo su nacionalidad de nacimiento y origen. Esos catalanes son profesores, licenciados, trabajadores de todo tipo, que han tenido que estudiar catalán, aunque nacidos en esa región, para no verse marginados en sus puestos de trabajo o ver truncadas sus aspiraciones.

Esos catalanes tienen en común aspirar a una Catalunya mejor, más justa, más capaz, más fuerte. Esos catalanes son españoles.

Y como españoles queremos verlos y que así permanezcan. Porque una Cataluña fuerte nos beneficia a todos. También a los catalanes, quizá incluso, más, porque siempre han sabido sacar más ventaja -por su imaginativa coherencia empresarial y su capacidad negociadora- que otras regiones.

Nos beneficia a todos, como nos beneficia una Extremadura grande, una Asturias próspera, una Andalucía llena de oportunidades, un País Valenciano industrioso, una Galicia renovada y pujante, unas dos Castillas superando con fuerza el ostracismo y marginación, una Rioja y una Navarra potenciando su singularidad, un País Vasco en paz y solidario, una Murcia y una Comunidad alicantina con máxima productividad y empuje, unas Islas Canarias o Baleares con impecable atractivo para propios y turistas, una Cantabria ingeniosa y bien comunicada, una región-capital del Estado como máximo ejemplo de coordinación y solidaridad equitativa, y, en fin una Ceuta y Melilla como enlace con el escenario africano de nuevos desarrollos.

Permítaseme el chascarrillo juguetón: Marciano, el que no vote. Que voten todos los catalanes, y estén seguros que desde el resto de España estaremos conteniendo la respiración hasta conocer el resultado. Por eso, que el catalán que vote separarse de España, que se lo piense, no una, mil veces. Respetaremos su voto, pero no permitiremos la secesión. Porque esta vez no se trata de ideologías, sino de legalidad mezclada con el único sentimiento que no debiera perecer jamás: la solidaridad para mejorar.


Este magnífico ejemplar de buitre leonado  (gyps fulvus), fotografiado en Monfragúe, a finales del verano, despliega toda su belleza y características diferenciadoras. Unas coberteras más palidas que las rémiges, el borde inferior de las alas -de anchura menos uniforme que la especie leonada- en dientes de sierra, dedos (en número de seis, relativamente más largos); el pico, amarillento,…

 

Publicado en: Actualidad, Política Etiquetado como: Acció Nacional Catalana, ACN, artículo 155, buitre leonado, cárcel, Catalunya, Constitución, elecciones, fuga, Omnium, Oriol Junqueras, Partido Popular, PSOE, Puigdemont, secesión, Trubunal Constitucional

Presos

16 noviembre, 2017 By amarias Deja un comentario

Me parece que. como colectivo, hemos demostrado, una vez más, la persistencia de una perversa cualidad en la que los españoles somos expertos. La de destruirnos. Lanzarnos por el camino de lo inabordable, de lo estéril, de lo ridículamente cruel, de lo que nos hace daño.

El análisis de los porqués de la actuación de las masas está tan profusa y certeramente hecho por cualificados sociólogos y filósofos, que ni siquiera hace falta esgrimir referencias históricas, valoraciones de otros. Lo sabemos bien todos, lo tenemos interiorizado. La sociedad dirigida se convierte en anónima, es susceptible, puede derivar entre sumisa y beligerante. Se configura como un magma. Una mezcla pegajosa de envidias, odios antiguos, malformaciones de criterios, ignorancia y, sí, desprecio al que sabe más, al que se mueve por principios. En última instancia, a la ética.

Puede que no seamos únicos y que el mal esté extendido como propiedad de la especie humana. Pero, si eso fuera así, estamos en el grupo de cabeza de los países que presumen de ser (tampoco estoy seguro de por qué) los más civilizados.

Cierto que no hemos participado oficialmente en ninguna de las dos últimas guerras europeas, pero llevamos sobre nuestras espaldas el estigma de una guerra civil, con heridas que todavía duran, que supuran y duelen.

Cierto que otros países nos veían como ejemplo de evolución democrática desde una dictadura longeva, pero resulta que la mitad de la población de una de nuestras regiones más prósperas, está convencida de que el resto del país les roba, y de que les privamos de las libertades más elementales.

Cierto que nuestra Constitución es garantista, pero su aplicación es permisiva y toleramos partidos políticos que defiendan intereses contrarios a la misma, y proclamamos con decisión que la ley es igual para todos, pero no dudamos en encontrar huecos por donde pretendemos se diluya nuestra responsabilidad, actuando de juez y parte.

Cierto que nuestros profesionales -ya sean médicos, ingenieros, filósofos, escritores, qué se yo)- son apreciados por su formación cuando trabajan en el extranjero, pero no somos capaces de encontrarles sitio entre nosotros, y dejamos que emigren con los brazos cruzados de insulsa resignación. ¡Ya volverán, más sabios, y les acogeremos con los brazos abiertos! ¿Sí?

Cierto que nuestros representantes políticos consumen muchas horas (y ganan sus dineros) hablando de cómo resolver los principales problemas que nos asolan y acongojan -el paro, la amenaza de quiebra del sistema de la seguridad social, la intolerable mancha creciente de la corrupción, el lento funcionamiento de la administración (incluida, por supuesto, la justicia), la desigualdad social, etc.- pero no son capaces de proponer ninguna solución práctica. ¿Nuevo Pacto de Toledo, con qué agentes? ¿Consejo Asesor, de qué y con quiénes? ¿Consejo de Rectores para qué, para que cada Universidad haga lo que le apetezca? ¿Igualdad en los servicios básicos, independientemente de la Comunidad Autónoma , de qué forma?¿Control de grandes fortunas, por quién? ¿Estímulo a las empresas, con qué criterios y para potenciar qué sectores? ¿Defensa ambiental, sin calcular los costes ni exigir responsabilidades?…

Cierto que tenemos millones de conciudadanos que pasan penalidades, que no tienen acceso a las mismas ventajas, que son oprimidos por los que están más arriba, pero tranquilizamos nuestras conciencias (si no estamos afectados) argumentando que algo habrán hecho, que las oportunidades están ahí, que no es nuestra responsabilidad sacarles del apuro. Ya existe Cáritas, las asociaciones benéficas, la solidaridad particular, ¿verdad?

Estamos presos. De nosotros mismos.

Publicado en: Actualidad Etiquetado como: Cáritas, Constitución, oportunidades, presos, regiones, responsabilidad, sistema, solidaridad

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