No descartemos que, parodiando a Groucho Marx (1), y ante lo que trasciende de las, sin duda, complejas negociaciones para formar/no formar Gobierno después de los resultados electorales del 20-D, en las que están ocupados tanto representantes políticos como, sobre todo, tertulianos y comentaristas mediáticos, un número no despreciable de ciudadanos se convenza de que “nunca ha de votarse a un partido político que muestre su programa antes de las elecciones”.
A medida que nos vamos enterando de que hay líneas rojas que, según el líder negociador, no pueden traspasarse por “mandato electoral”, no cabe sino convencerse de que nos aproximamos, paso a paso, esto es, cumpliendo los plazos y los eventos previstos constitucionalmente, a unas elecciones anticipadas.
Ni el PSOE habrá de pactar con Podemos (o viceversa) un Gobierno conjunto, porque la verdadera línea roja que no pueden traspasar sus dirigentes es aquella que produciría la confusión definitiva sobre los propósitos de hacerse con el electorado de izquierdas, y dejar a la otra formación como testimonial.
Ni el PP habrá de pactar con el PSOE (o viceversa) un Gobierno conjunto -al que, por supuesto, se adheriría con fruición, Ciudadanos-, porque la línea roja que tiene trazado el partido socialdemócrata es, justamente, ésta, conscientes sus dirigentes que perderían para siempre una parte de su electorado, que se desviaría, ya en oleada imparable, hacia Ciudadanos o Podemos, según su calentura emocional.
El ex Honorable Mas utilizó un artificio especial, cuya validez circunscribo solamente a la multifacética Catalunya -puesto que su utilización, comprando votos de la representación de contrario, que utilizó el PP de Madrid para robar la cartera al PSOE en las elecciones de 2003, ha quedado sancionada como execrable transfuguismo-, que supondría “corregir lo que las urnas no dieron” (2) , pactando que algunos parlamentarios electos cambien el mandato de las urnas por cualquier conveniencia extra-electoral.
En este contexto de permanente confusión, mientras la economía del país se deteriora a ojos vistas, y la incertidumbre añade sacos de arena sobre la imprescindible recuperación de actividades que nos pueda garantizar un futuro presentable, sigo creyendo que, en lugar de trazar líneas rojas que acabarán convirtiendo el tablero de negociación en un problema de contorno sin solución socio-matemática alguna, lo que agradeceríamos los votantes pasados y los que estarán llamados a votar en mayo (que incorporarán algunos cuantos jóvenes más y serán reducidos, principalmente, en unos cuantos ancianos menos) es que se nos fuera indicando si los programas electorales van a ofrecer alguna novedad.
Porque soy escéptico -por mi experiencia en la Universidad del tardofranquismo- respecto a la eficacia de organizar asambleas y debates multitudinarios, que provocarían discusiones inacabables respecto a los métodos adecuados para decidir lo que convendría hacer sin llegar a conclusión válida alguna. Es momento de sacrificar lo que apetecería hacer en beneficio de lo que sería posible, y de concentrarse en lo imprescindible en lugar de desparramarse en lo que podría parecer conveniente pero para lo que no se dispone de recursos suficientes.
En lugar de tanto repetir que “hay que escuchar al pueblo” o que “la mayoría opina que” (ya habló el pueblo, y su mensaje es que no lo tiene claro, que está dividido entre ofertas que no le convencen del todo), va siendo hora de que los sensatos se conjuren y, aunando sus propuestas, pongan a los políticos a trabajar en lo que importa, marcando las prioridades generales y no las de liderazgos o partidos. (3)
Como ejemplo de lo que puede aplazarse, me refiero a las propuestas de modificar la Constitución, y más concretamente, a la obstinada concentración, por varias vías, en la reforma del Título VIII (ése que sirve de referencia para el reparto competencial entre el Estado central y las autonomías, y cuya aplicación desorbitada ha dejado prácticamente sin competencias al primero, convertido en un pollo sin cabeza).
¡Si lo que habría que plantearse es la recuperación de cometidos y responsabilidades por parte de la centralidad del Estado, arrebatados -que no cedidos- por unos Parlamentos autonómicos que, por ánimo de emulación, ignorancia o afán protagonista de sus diputados, se han cargado, en la mayoría de los casos, con competencias que no pueden desarrollar adecuadamente!
Si existiera esa agrupación de sensatos -independientes, pero no sin ideas propias-, podríamos encontrar un camino entre los entregados sin fisuras al liberalismo económico y los fieles a la dictadura de los comités asamblearios, entre los inmolados a la libertad de cátedra y la crítica sistemática, entre los que se creen infalibles y los que dudan permanentemente, entre los que aconsejan a los demás sobre lo que no harán jamás y los que se ciegan sin atender a ningún consejo…En fin, entre los que creen saber a donde hay que ir por ciencia infusa o análisis exotéricos y los que no tienen más referencia que los libros o se guían por lo que hicieron otros y les funcionó bien o les llevó al fracaso.
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(1) Sé que no hace falta recordar la cita, pero para el caso de que este Comentario sea seguido por un lector ultramontano, me refiero a la frase: “Nunca pertenecería a un club que me admitiera como socio”.
(2) En vernácula: “Allò que les urnes no ens va donar directament s’ha corregit mitjançant la negociació”.
(3) ¿Cómo no hacer un guiño al inolvidable libro de John Kennedy Toole, “La conjura de los necios”?