Al socaire

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De uniforme

13 diciembre, 2014 By amarias Deja un comentario

En las fotografías de ambiente callejero que se conservan de los primeros decenios de la posguerra civil española, se ve a muchas personas de uniforme. Hay militares de graduación y sin ella, curas de sotana, monjas tocadas en variadas composturas, policías municipales con porra o con casco de explorador, guardias civiles con montera o a carreras, niños de colegio de pago con chaquetilla y escudo bordado, y otros, de inclusa, con mandilones a cuadros y  pelo rapado, domésticas de casa de postín con la servidumbre de una cofia, señoras con abrigos de visón en verano y señores embigotados con cintillo en el sobrero y brazalete de luto en la manga del terno o gabardina, tal vez, nos encontramos incluso a serenos con chuzo de vuelta a casa tras su ronda nocturna, …

Los albores de la democracia y su promulgación efectiva, trajeron, camufladas entre tantas cosas buenas, el miedo a las manifestaciones tanto las ideológicas como las de pertenencia a una profesión, ya fuera de fe o de trabajo, y más en especial, a las particulares de orden militar o religioso. Desaparecieron de la vista los uniformes que nos resultaban propios de oficios que eran antes muy comunes, que acabaron restringidos a mostrarse con todo su esplendor solo en los actos conmemorativos por la Patria y en las iglesias y claustros por la gloria de Dios.

Había miedos nuevos: de atentados, de que le encasillaran a uno, de que hicieran mofa de las creencias más profundas. También era justo pensar, como descargo de la discreción de nuevo cuño, que nadie estaba obligado a llevar expuesta su tonsura o acarrear visibles los signos de sus devociones y apetencias. Los hábitos se guardaban, a la espera de la concreta ocasión, con bolas contra la polilla, en los armarios.

Pero el animal humano gusta de exhibirse, y aparecieron otras indicaciones, que fueron dócilmente asimiladas por la mayoría del rebaño, sobre que cómo había que mostrarse. Al principio, los líderes de la rebelión al uniforme, idearon variaciones en el pelaje y en el atuendo que pretendían mostrarse diferentes: pelos largos, barbas y greñas, piernas y senos al aire, ropas sueltas, pantalones de pata de elefante o en canutillo. Pronto, todos imitaron, y, pretendiendo vestirse al gusto de cada uno, se consiguió ser indiscernible del grupo y, por tanto, pasar a ser desapercibido.

Hoy, en que todos vamos vestidos iguales a la moda, el uniforme ha calado más adentro, llegando a los cerebros. Se que afirmar esta uniformidad concreta no es de recibo, y que no gusta a algunos que haya quienes digamos que la sociedad ha absorbido, como Lacoonte, a sus hijos, devorándolos por fuera y por dentro. Lo individual sucumbe ante la fuerza de lo mismo. La igualdad se manifiesta ahora, incluso, en la escasez de ideas originales, en la forma ovejuna en la que se alinean los espíritus con los patrones colectivos que ya no somos capaces ni de discernir quién los inculca.

Los espacios para mostrar nuestra empatía con la masa se han hecho, por tanto, más extensos. Los estadios, más grandes; los lugares de reunión de la manada, más concretos. La expresión de pareceres, la discusión de la que surge el conocimiento ventajoso, muy escasa.

Y ay de quien no lleve puesto el uniforme, porque será identificado de inmediato como ajeno a la tribu, sospechoso. Aunque, como la historia no termina aquí, solo habrá que esperar a que baje de nuevo la marea y, como sucedió en otras ocasiones, alguna generación venidera advertirá que hemos estado idolatrando a tipos que, habiéndonos hecho creer que llevaban uniforme, lo que nos estaban dejando es, en su propio beneficio, en pelotillas.

Publicado en: Actualidad Etiquetado como: desnudo, Lacoonte, pelotas, sociedad, uniforme

Cuento de invierno: Cuadro expresionista

16 febrero, 2014 By amarias Deja un comentario

El hombre entró en el local, que olía a sudor y a humo. Llevaba una gabardina  empapada que se quitó nada más traspasar la puerta. Su pelo chorreaba.

-¿Hay algún médico? – preguntó con un grito desesperado.

La música impidió oir sus palabras. Los que estaban más cerca de él le miraron y aquel individuo angustiado trató de explicarse mejor para ellos.

-Hemos tenido un accidente.

Entonces se fijaron en que tenía la mano derecha envuelta en un pañuelo sanguinolento. Y el supo mejor la naturaleza del local en el que había entrado.

Dos mujeres completamente desnudas se movían voluptuosamente en el centro de un pequeño escenario.

La noticia pareció propagarse a lo largo y ancho del sitio y llegó a todas partes. Alguien detuvo la música y el hombre se dio cuenta de que había pasado a ser el centro de atención.

También las dos mujeres del teatrillo interrumpieron lo que estaban haciendo. Una de ellas se quitó la peluca rubia y avanzó hacia el tipo de la venda.

-Yo soy médico- dijo.

Salieron todos a la calle, y comprobaron que, en efecto, había tenido lugar un accidente y su naturaleza. Un camión había volcado parcialmente y decenas de cerdos que formaban su mercancía se habían esparcido, libres, por el terreno. Vagaban sin rumbo, enloquecidos, como figuras fantasmagóricas, a las que ocasionalmente iluminaban los coches que circulaban por aquella carretera vecinal, y que trataban de esquivarlos.

Empotrado en un lateral, un coche deportivo estaba empezando a arder. Su conductora, inconsciente por el brutal golpe, herida de muerte ya que el volante de su vehículo se le había empotrado en el tórax, hacía unos minutos que había dejado de existir.

No había nada que hacer.

-No hay nada que hacer -dijo la médico que actuaba de stripper en el local-. Que alguien llame a la policía.

Nadie de los que observaban la situación, a una discreta distancia, podía conocer que aquella mujer había tenido una noticia que le había hecho feliz hacía apenas unas horas. Por eso, iba, obnubilada por la ilusión, a llevar un bizcocho de pasas a su amiga Gallete, la de la mercería, que también era muy aficionada a los pasteles.

-Qué pena. Era una mujer muy hermosa -dijo alguien. Hace apenas unos minutos estaría rebosante de vitalidad.

-Si se pudiera dar marcha atrás, daría lo que fuera -expresó, sin estar seguro de lo que decía, el conductor del camión, mientras se miraba la mano y manoseaba el pañuelo ensangrentado.

Era imposible dar marcha atrás; el tiempo solo fluye hacia adelante.

Llegó la policía, y tomó declaración al conductor y uno de los agentes -una chica muy joven- preguntó si había algún testigo.

-No hemos visto nada, ni siquiera oímos el ruido -respondió un tipo con bigote, que podría ser el dueño del local.

-Llamaremos al juez, para que haga el levantamiento del cadáver -fue lo único que se le oyó decir al policía de más edad, que no paraba de tomar notas, no se podría decir muy bien de qué.

Poco a poco casi todos los clientes volvieron a entrar en el local. Necesitaban calentarse, y tomar algún refresco. El conductor del camión estaba preocupado por reunir a los puercos, pero no tenía método y, tal vez, le faltaban las ganas.

El espectáculo continuó. La chica que había dicho que era médico se quitó el abrigo, pero olvidó ponerse la peluca. Muchos pensaron que no era posible concentrarse hasta que pasara un rato y se disiparan los restos de la emoción.

Después, siguieron haciendo lo mismo que les había llevado hasta allí, cada uno con su historia, quién sabe cuál.

FIN

 

Publicado en: Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado como: accidente, alterne, bar, cuadro expresionista, cuento, cuento de invierno, desnudo, mujer, stripper

Mi Diccionario desvergonzado (11): artista, restaurante, memoria, desnudo, colonia

30 junio, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

artista: 1.Joven que ha seguido algunos cursos en una Escuela de Artes y Oficios y que se cree poseído de una fuerza destructivo llamada imaginación, opinión que nadie comparte (salvo, eventualmente, su pareja), y que, si tiene la mala suerte de morir joven por sobredosis, es posible que encuentre un marchante que haga dinero presentándolo como artista consagrado. 2. Genio, frecuentemente anónimo, cuyo nombre debiera conocer todo el mundo, cuyas obras se encuentran en los museos identificadas como llevan el nombre de quienes las fueron coleccionando con fines de evasión fiscal. 3. Persona que canta y baila en las celebraciones. Véase también: obra de arte, genio, evasión fiscal.

restaurante.1. Lugar en donde se come bien o mal, cuyo elemento de identificación es que hay que pagar antes de marcharse; si te cambian los cubiertos entre plato y plato, suele ser conocido como “restaurante de categoría” y si se sale de él con hambre, hay grandes posibilidades de que su propietario haya obtenido una o varias estrellas en alguna guía gastronómica. Véase también; bar, cocinero, estrella.

Memoria: 1. Conjunto de hojas con fotos de colorines que lleva un número que corresponde al año anterior al que se escribíó, y que se utiliza por la gerencia de una entidad para explicar las razones por las que no se cumplieron los objetivos previstos pero se está seguro de cumplirlos, con creces, en el siguiente. 2. Cualidad que siempre se tenía de joven, pero que se pierde felozmente a partir de los cuarenta años, y que se trata de ejercitar resolviendo sumas de números y con reglas nemotécnicas, que no sirven para solucionar los objetivos centrales de la vejez: recordar donde se han puesto las llaves o las gafas y no confundir el nombre de los nietos. Véase también: responsabilidad social cooperativa, consejo de administración.

Desnudo: 1. Fotografía recotada de mujer joven, de frente o de espaldas al espectador, anunciando colonia o una crema para la piel. 2. Dibujo de un ser humano sin vestido alguno, en posición objetivamente ridícula, con la que los estudiantes de Bellas Artes justifican ante sus padres que no están perdiendo el tiempo cuando asisten a las clases de Figura Humana. 3. Situación del que no tiene ni puta idea en un examen. Véase: vello púbico, pelotas, publicidad, actriz

Colonia: 1. Líquido sin valor alguno conteniendo sustancias volátiles, que deja un residuo que mancha la ropa o la decolora, y que, gracias a intensas y costosas campañas publicitarias se considera imprescindible regalar a alguien en fechas señaladas, cuando no se sabe qué otra cosa regalarle. 2. Conjunto de casas iguales, de construcción modesta y situación marginal en la población que servían como vivienda obrera, y que, con el paso del tiempo, han quedado en el centro de las ciudades, y, convenientemente protegidas por los Planes de Ordenación Urbana, han sido remodeladas por sus sucesivos dueños, para parecer todas distintas y, con notable persistencia, sirven como seguro rompedero de cabeza para personas de clase media-alta. Véase: POA.

Publicado en: Actualidad, Cultura, Diccionario desvergonzado Etiquetado como: artista, colonia, desnudo, diccionario desvergonzado, memoria, restaurante

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