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¡Ay, Carmena!

1 abril, 2016 By amarias 1 comentario

Como en mi casa no caben ya más libros, pero las bibliotecas públicas están cada vez más surtidas, sigo leyendo mucho y rápido, pero compro pocos. Uno de los últimos es “Por qué las cosas pueden ser diferentes (Reflexiones de una jueza)” (Ed. Clave Intelectual, 2014). Autora: Manuela Carmena. El ejemplar que tengo corresponde a su 6ª Edición.

La portada es una foto de la alcaldesa actual de Madrid, de pie, con las manos sobre el manillar de una bicicleta que, si la vista y Google no me engañan, es un artefacto de la marca y subespecie Specialized Expedition Sport FR Mujer 2014, accesible por 529 euros. La magistrada-jueza lleva zapatos de tacón, lo que indicaría que no viene precisamente de un paseo por el bosque, y la instantánea está tomada, seguramente, en su casa -se ve el arranque de una escalera de caracol, y hay un cuadro de una joven Manuela, pensativa, con una mirada algo melancólica.

En la imagen más actual, la agarrada a la bicicleta, Manuela mira a la cámara desde arriba, con la inconfundible expresión del que piensa: “A ver si terminas de una vez, que tengo otras cosas que hacer”.

Me apresuro a decir que me cae bien esta señora. La defiendo siempre que ha lugar -y no faltan- porque siento que es de los míos: no hemos hecho nada de relumblón, de eso que el stablishment considera importante (yo, por lo menos, hasta ahora; ella, hasta mayo de 2015), pero lo tenemos currado, y bien curriculado. Manuela Carmena lo cuenta en su libro, con detalles que, si no se tienen puestas las gafas de entender, podrán parecer un tanto triviales, acaso, ñoños. Tal vez, presuntuosos.

Ni hablar. Su vida es una vida muy seria, consistente, coherente de principios a fines. Así me parece, y no la conocía de nada, ni la conozco más que de lo que he leído y visto, de ella y sobre ella. En parte, su vida es la de una pulpesa en sempiternos garajes. Salir viva, incluso de atentados mortales, es un milagro.

La que sería alcaldesa -la primera edición de este libro data de abril de 2014- nos cuenta, al final de sus páginas, que en 2013 constituyó la sociedad “Yayos Emprendedores S.L.” Por si me lee un marciano, yayos son los abuelos, porque la autora quería “transmitir la idea de que los abuelos, los viejos, tenemos una enorme capacidad de emprender, de idear y de inventar”. Y más adelante: “Los viejos emprendedores podemos ser como una especie de puente de todo el causal de nuestras vivencias para los que ahora están comenzando sus propias vidas personales o sociales” (pág, 285).

El libro no tiene desperdicio, y entiendo bien que lleve muchas ediciones. Es una confesión de una campaña persistente, personal, en algunos momentos, íntima, en un campo de batalla. Puede ser tenido por la labor de una mezcla de dama de la Cruz Roja con uniforme de coronela de intendencias. Lo leí con fruición, que es un antídoto estupendo contra la vulgaridad que nos rodea.

Manuela Carmena es de mi partido político. En él militan muchas gentes independientes -no pocos de entre ellos, se consideran centro, pero que no saben lo que son en realidad-,  algunos pertenecen a las derechas prudentes, no pocos vienen de la izquierda consecuente, quedan unos pocos de la izquierda irredenta.

No me importa lo que piensan, sino lo que hacen. No se ponen a discutir lo que hay que hacer, ni se pasan días perfilando puntos de coincidencia que no encuentran en los programas, no se preocupan de colocar a la familia o amigos en los lugares para los que tienen alguna mano. Tratan de agrupar, reunir, sacar lo mejor de los equipos que tienen a sus órdenes; y, aún más curioso, dan pocas órdenes; señalan las rutas con el ejemplo.

Me llamó la atención, en especial, el tratamiento que la jueza-magistrada hace de la observación de la corrupción en la Justicia. Si hay algo más antagónico, supongo, es Justicia-Corrupción.

Hace Carmena un buen análisis de las oposiciones a juez, que compartimos muchos. El esfuerzo por la memorización de temas jurídicos sin conexión con la sociedad, la dura preparación para la oposición como meta y no como salida (el retruécano es mío), la falta de experiencia en la vida real para juzgar, justamente, casos reales, etapas que jalonan un currículum tempranero que superan jóvenes de menos de 30 años para “adquirir seguridad” y que, desde entonces, se ven encumbrados al poder de decidir sobre la vida de los demás.

Pero donde lleva la cesta llena de sembrar asombros a ignorantes es cuando nos cuenta lo que descubrió en su paso por los Juzgados. La tasa PSC (Por si cuela), las ayudas a algunos funcionarios para que se pierda algún expediente, las dietas  oscuras, el reparto “aleatorio” de los asuntos. la asignación de interventores concursales por complicidad.

Es una lástima que no haya pasado por el mundo de la empresa, porque nos hubiera ilustrado, con su desparpajo -el del que está de vuelta y ha sobrevivido- sobre lo que ha tenido que suceder en las relaciones entre las administraciones públicas y los contratistas. Nos ahorraríamos así muchos ayes y manos a la cabeza.

La abuela Carmena está ahora en una nueva batalla, de la que no sé si saldrá un nuevo libro, pero de la que sí deseo que salga, no solo incólume, sino reforzada. No se cuánto lleva analizado de ese Ayuntamiento de Madrid en el que no le faltarán capítulos para llenar con anécdotas. Si tiene tiempo para invitarme a un café con pastas, yo puedo contarle algunas historias enjundiosas.

Y, por favor, que en la próxima portada, se haga fotografiar con zapatillas de deporte, chándal y bicicleta de montaña. No hace falta que sean de marca, basta con que le funcionen dos o tres marchas, que hay mucha oferta de segunda mano.

 

 

 

Archivado en:Actualidad, Administraciones públcias, Administraciones públicas, Cultura, Derecho, Economía Etiquetado con:alcaldesa, clave intelectual, corrupción, cosas, diferentes, libro, Madrid, Manuela Carmena

Cuento de primavera: La niña que miraba las cosas del revés

6 mayo, 2014 By amarias Dejar un comentario

Hay cualidades innatas y otras que se desarrollan. Entre las primeras, puede citarse la forma en que uno cruza los brazos (el derecho sobre el izquierdo, o viceversa), que es el resultado de un gen de lo más curioso que, en realidad, aún no se ha descubierto cuál puede ser su utilidad práctica, pues los norteamericanos no han decidido analizarlo, por el momento.

De las cualidades adquiridas, una de las más curiosas con la que me he encontrado, era la de una niña que miraba las cosas del revés.

Si tengo que ser preciso con la máxima precisión, debería aclarar que la niña en cuestión tiene, en la actualidad, casi sesenta años. Lo que no obsta para que ella se considere, en lo referente a esa forma de contemplar el mundo, anclada en su etapa infantil; y no seré yo quien la contradiga. Al contrario, me parece una habilidad muy útil.

La historia de cómo se animó a cultivar la destreza de mirar las situaciones, en determinados momentos, al revés que los demás, es tan pertinente que, como no descarto que pueda ser de utilidad para otros niños -no importa de qué edad- me animo a contarla aquí.

Cuando a Benjamina Portelosa, que era una niña muy lista y aplicada, le dijeron sus padres que iba a vivir en otra ciudad, que era, por si viene al caso, la capital de la región en donde ella misma había nacido, pero de la que la familia había tenido que salir cuando era un bebé, se puso muy contenta. Imaginó, por lo mucho que le habían contado de ella, que sería incluso más bonita que aquella otra en la que había desarrollado su existencia hasta entonces.

Una ciudad ésa, por cierto, en la que se encontraba muy a gusto. Se había hecho amigas de otras niñas con las que había conseguido una complicidad a prueba de bombas, carros y carretas. Y no solo eso: muchas tardes, antes de la oscurecida, siempre que les daban permiso, le gustaba acercarse a la orilla del mar y dar estupendos paseos mientras las olas le mojaban los pies.

Era una ciudad muy luminosa.

La ciudad a la que las circunstancias de la vida condujeron a la niña, cuando ya tenía unos diez u once años, se le presentó, desde el principio, muy distinta a cómo se la había imaginado. Desde luego, no parecía que hubiera sabido representarla correctamente a partir de las descripciones entusiastas que le habían hecho sus padres, y los amigos de sus padres, y todos aquellos que, viniendo de allí, habían tenido la gentileza de visitarles en la ciudad de la luz.

¿Os podéis suponer lo que significa más y mejor para una niña de diez años que ya cree vivir en el Paraíso? ¡Una ciudad con mucha más luz todavía que la ciudad de la luz! ¡Habría de ser deslumbrante!.

Recordaba perfectamente las encomiásticas palabras que los viajeros había dedicado a la ciudad a la que acababan de llegar, cuando observaba con estupor cómo la lluvia repicaba insolente, sin ninguna intención de cesar, en las ventanas de la nueva casa.

Aún estaban las maletas por deshacer y, con curiosidad infantil, había corrido hasta el mirador para contemplar la nueva luz. Pero, por más que se esforzaba, no veía más que gentes apresuradas, vestidas en tonos grises, pertrechadas con paraguas negros, procurando no resbalar sobre las aceras escurridizas:

-La ciudad a donde vas a ir es maravillosa- eso le habían dicho-. Es cierto que llueve, y te podrá parecer gris, pero solo al principio. Los habitantes son reticentes y muy suyos, sí. Es solo una primera impresión, porque, una vez que se abren al forastero, son como las flores que se despliegan en primavera. La ciudad no tiene playa, es cierto, pero las montañas que la rodean tienen todos los verdes imaginables, desde el azul turquesa al amarillo limón. Los árboles, en grupos frondosos,, dan cobijo a miles de pájaros multicolores y hay parajes insólitos en donde se puede cazar, pescar o, simplemente, saltar y correr sobre la tierra húmeda sin que nadie te perturbe.

Nada de eso estaba allí, en lo que veía. Así que le dijo a su madre:

-Quiero volver a la ciudad de donde venimos. No me gusta ésta.

Pero su madre, que era maestra vocacional -aunque no ejercía- y sabía cómo manejar a los niños, le cerró el camino de vuelta, y, al mismo tiempo, le dio un consejo:

-No podemos volver, porque aquí es donde tu padre tiene trabajo. Acostúmbrate a mirar las cosas del revés.

La niña era muy obediente, así que torció cuanto pudo la cabeza, y, como no le pareció bastante, apoyó las manos en el suelo, dando una media voltereta, hasta que consiguió colocarse con los pies en lo alto.

Vio entonces el cielo, que, aunque cubierto de nubes, le pareció muy bonito. Las nubes, algodonosas, desgarradas o compactas, tenían, porque empezaba a atardecer, colores diferentes y, sobre todo, adoptaban formas muy caprichosas. Estuvo un buen rato contemplando el panorama celeste, y, echando a volar la imaginación, no tardó en encontrar innumerables ocasiones en lo que veía para disfrutar.

Cuando la llamaron para la cena, estaba algo mareada, pero contenta.

-De ahora en adelante, cuando algo no me guste, lo miraré del revés -anunció a sus padres.

No perdió esa costumbre. Con los años, adquirió incluso la facultad de no necesitar ponerse boca abajo. Podía imaginar que se encontraba exactamente donde quería estar, sin más que cerrar los ojos.

Pasado algún tiempo, ni siquiera le era preciso cerrar los ojos. Se abstraía, y le bastaba. Y, lo que es aún mejor, cuando alguien decía algo que no le gustaba, o pretendía convencerle de algo que no tenía pies ni cabeza, lo miraba del revés con los solos ojos de la imaginación.

Fue bastante feliz, gracias a esa facultad que, como queda expresado, consiguió desarrollar a base de repetir, una y otra vez, la manera de mirar las cosas del revés.

FIN

Archivado en:Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado con:adquirida, ciudad, cosas, cualidad, cuento, cuento de primvera, gentes, imaginación, lluvia, luz, niña, repiqueteo, revés

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