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El encanto melancólico del deterioro

11 julio, 2014 By amarias Deja un comentario

Quiero empezar con una, posiblemente, innecesaria puntualización. Por deterioro, recupero su significado genuino: progresiva degradación de algo, menoscabando su categoría, para situarla en inferior condición. La distingo, por ello, de la ruptura del objeto, de la destrucción que lo hace inservible para cumplir su función. Lo deteriorado aún sirve, solo que cumple con peor rendimiento el fin para el que fue imaginado, trampeándolo.

La ausencia de reposición de lo dañado, como consecuencia de la disminución del poder económico de quien es propietario, o, puede ser, de su desidia o conformismo, sostiene la situación de servicio deficiente hasta que, finalmente, el asunto se rompe de cuajo y ya no se puede continuar con su uso, ni siquiera utilizando el mejor de los pegamentos.

Los técnicos hablamos de la vida útil de una instalación o equipo, que es una manera elegante de fijar un tope a la obsolescencia admisible, producida por el envejecimiento y el uso. Se podría seguir empleándolo un tiempo, pero cambia su fiabilidad y rendimiento: las características son otras.

El responsable del menaje casero aguanta, en el hogar, con los cacharros escachados hasta que, por fin, puede renovar la vajilla, mandando las tazas y platos fisurados al cubo de la basura (léase, para tranquilizar la conciencia de reciclantes, al punto limpio más cercano). Es otro ejemplo.

Genéricamente hablando, nos encontramos viviendo una situación de deterioro global. Al moral, al político, al económico y social, se nos añade, como una pátina, el deterioro del ánimo, que paliamos ingenuamente con la presunción de que, aunque nada es como solía, aún podríamos aguantar con la carga un tiempo más. Como en el cuento del caballo percherón, vamos poniéndole encima más y más peso, confiados, hasta que el soporte se nos desfonde.

Tenemos cinco o seis millones de parados -no los he contado, y tampoco sé bien cómo otros hacen el cómputo-. Es preocupante, pero lo vemos como un deterioro. Nos preocuparía más si los hubiéramos provocado de golpe, pero la crisis anduvo creciendo al disimulo, socavando entre palabrerías y falsos arreglos, con tipos muy serios alardeando de que todo estaba controlado, convenciéndonos de que las estructuras seguían sólidas.

En el sendero del deterioro, tenemos una juventud desorientada, ayuna de perspectivas de futuro feliz. Pretendemos ser capaces de controlar el desaliento colectivo ofreciéndoles títulos de papel, mini trabajos basura y abriéndoles puertas para que se vayan con el petate a otros lugares (“os esperaremos al volver”, les mentimos). Para preservar el menaje, mandamos (mandan) cada vez más policías, armados con porras y escudos anti-sensibilidad, para que contengan a los más rebeldes que, sin menos razón porque la expresen a gritos, exigen cambios drásticos, agrupándose en los lugares donde se cuecen las habas colectivas.

Tal vez en las altas instancias -no voy a detallar: el deterioro cunde por doquier- haya quienes crean que la degradación es asumible, que  los instrumentos pueden aún cumplir su función, y que solo es cuestión de aguantar, sirviendo en los mismos platos hoy despanzurrados, el cocinado cada vez menos sápido, empeñados en darle los mismos nombres que tenía.

No lo creo así. La falta de renovación, el conformismo ante lo que ya no sirve para cumplir bien con lo que antes nos valía, el empecinamiento en sostener viejas ideas vistiéndolas con oropel para disimular su decadencia, alimenta otra cosa: el melancólico recuerdo que mantenemos algunos de los tiempos en que estrenábamos vajilla, ilusión colectiva, ganas frescas, explorando lugares en donde desarrollar la capacidad para dedicarnos a una tarea cuyo propósito era lograr que no faltase a nadie vituallas en su mesa.

Pero del recuerdo no se vive; la añoranza, entorpece y, al que no lo vivió, le desconcierta e irrita.

Si la crisis nos ha dejado sin posibilidad de recambiar la vajilla, no hagamos culpable al menaje del deterioro, sino al mucho o mal uso que tuvo.

Como hacían las amas de casa en la postguerra, si no hay dinero para dispendios, aprovechemos bien lo que tenemos. Ocupen los lugares en cocina quienes no duden en recorrer de cabo a rabo y a diario los mercados, compren con lo que haya en la faltriquera común de forma tal que llegue y alimente a toda la familia. Sacando valores al condumio a base de poner tiempo y destreza en los fogones, suplan con imaginación la forzosamente reducida variedad de los menús, incorporando los ingredientes calóricos que sirviendo de sustento, sean a la par más sustanciosos, y que lo hagan de forma trasparente, rindiendo cuentas, sin hurtarnos dineros.

Poniendo, claro está, para potenciar el sabor del potaje, sal, especias, cariños, devociones. Que no valdrán para alimentar el cuerpo, pero qué caramba, dan consuelo.

Publicado en: Actualidad Etiquetado como: cambio, cocina, cocinero, deterioro, ilusión, ingredientes, melancolía

Algo por lo que ilusionarse

7 junio, 2014 By amarias 2 comentarios

“Por Dios, por la Patria y el Rey”,  han sido históricamente los tres conceptos sublimes por los que merecía la pena luchar y morir, al menos en las cristianas belicosidades que formaban el mosaico europeo de nacionalidades.

Ese mensaje trascendente fue recogido, de una u otra forma, en no pocos himnos y cánticos, pero pocos alcanzaron la rotundidad con la que se recogió el patriotismo, la religiosidad y la devoción al monarca que creían más legitimado para gobernarlos, con los que los carlistas festejaban la victoria de Oriamendi  1837) sobre los cristinos. Por esa triada superior “lucharon” (en otras versiones, incluso se dice, “murieron”) “nuestros padres/ por Dios”, y “por la Patria y el Rey/lucharemos nosotros también”. (1)

Hasta en la guerra incivil española de 1936, un siglo más tarde, la arenga fue incorporada sin reparos por el bando sublevado -luego triunfador-, y luego sería cantado, no solo como himno de los requetés, en institutos y colegios de la postguerra por inocentes criaturas dirigidas sus voces por otras adultas nada inocuas (“Cueste lo que cueste/ se ha de conseguir/ que los boinas rojas/ entren en Madrid”… “defendiendo todos juntos la bandera de la santa Tradición”).

Tiene que ser decepcionante,  si queda en nuestro convulso país alguien idealista, que esos tres conceptos no solo hayan caído en desuso como elemento inspirador de los ánimos y los cánticos, sino que hayan sido  sustituidos por otros sin el menor misterio.  Porque ni “la roja”, ni “Ronaldo”, ni “Shakira” ni “Beyoncé” (cito al azar) o cualquiera de esos ídolos de carnes y huesos que mueven el fervor de los jóvenes, tienen el encanto poético de un Dios omnipotente, una Patria ahíta de hazañas bélicas contra pérfidas albiones, califas malandrines o caudillos impíos.

Por no decir de un Rey, al que Dios salve, que represente el aglutinante, el liante pegamento que relacione las dos esencias anteriores, conectando la vulgaridad doliente con lo que es inalcanzable, abstracto, metafísico, poniendo poesía y magia de la buena a la monotonía de nuestras vidas.

Un grupo de jóvenes universitarios parece haber encontrado una vía de ilusión en las elecciones europeas de mayo de 2014. El análisis serio y ponderado, realizado por mentes sesudas, de lo que pretenden, ha revelado que su programa -o lo que fuera- es irrealizable, por costoso y por utópico.

No se han dado cuenta estos sensatos, que los símbolos que han movido a la humanidad son, justamente, intangibles, etéreos, inextricables. Lo que necesitamos es algo por lo que ilusionarnos. Cuanto más incomprensible e inexplicable, mejor.

—

(1) Pertenecí durante cierto tiempo al grupo de chavales incompetentes (para entender de tradiciones) que creían incluso que ese era también el himno de las “tropas rojas” que querían volver a entrar en Madrid, después de haberlo perdido para la República, pues hasta tan punto se nos había teñido de rojo todo lo que no era franquista.

 

Publicado en: Economía, Política, Sociedad Etiquetado como: 1837, 1936, Dios, fin, ilusión, inextricable, Monarquía, objetivo, Oriamendi himno, Patria, República, rey

Mi Diccionario desvergonzado (35): ilusión, etiqueta, categoría, cogida, gurú

12 julio, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

ilusión: 1. Alimento espiritual y, por tanto, gratuito, que quienes desean obtener beneficio de un resultado ofrecen a los que tienen las capacidad o la necesidad. 2. Espejismo que nos hace ver oasis en el gran desierto del desamparo. 3. Capacidad que tienen algunos superdotados para intuir expectativas donde la mayoría solo encontrarán dificultades.

etiqueta: 1. Fórmula de distinción social utilizada en algunos actos que, vista desde fuera, resulta objetivamente ridícula. 2. Pegatina que se adhiere para identificación de un producto, que, en el caso de estar puesto a la venta, proporciona mucha información irrelevante que puede ocasionar que lo importante pase desapercibido. 3. Apelativo con el que se designa a alguien a quien se presume de conocer, para atribuirle una concreta cualidad o defecto, y que, normalmente, solo sirve para calificar de superficial al que lo emite o difunde.

categoría: 1. División artificial de facultades y méritos, que solo puede comprenderse bien cuando se ha alcanzado justificadamente. 2. Calidad que, en su grado máximo, solo está reservada para consumo de los que la producen. 3. Cualquiera de las agrupaciones realizadas en un conjunto heterogéneo, con la finalidad de establecer un orden inicial que sirva para el análisis preliminar, y que se convierte, con sorprendente regularidad, en definitiva.

cogida: 1. Mentira puesta al descubierto por alguien al que quien pretendía engañar no se atribuía capacidad de discernimiento. 2. Ocasión en la que un cornúpeta atrapa al que maneja un engaño, que tiene lugar, típicamente, en un coso en cuyo alrededor se reúnen amantes del espectáculo que, para muchos, se reduce justamente a ese momento, el único que entienden de veras.

gurú: 1. Individuo al que muchos sectarios atribuyen cualidades sobrenaturales, lo que le obliga a estar en atención permanente para que su ignorancia pase desapercibida. 2. Vocablo extranjero muy versátil, que inicialmente no significaba nada y actualmente significa lo que a cada uno le apetezca.

Publicado en: Actualidad, Cultura, Diccionario desvergonzado, Política, Sociedad Etiquetado como: categoría, cogida, diccionario desvergonzado, etiqueta, gurú, ilusión

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