Al socaire

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Comienza una legislatura entre algodones

3 febrero, 2020 By amarias Deja un comentario

El 3 de febrero de 2020 ha dado comienzo a la legislatura más compleja de la democracia española, con un acto de solemne apertura en la que, como es costumbre, diputados y senadores ocuparon los lugares del hemiciclo, más apretados que de costumbre. La ceremonia se realizó bajo la presidencia del rey Felipe VI que pronunció un discurso meditado, serio, en el que puso énfasis sobre una frase fundamental, ya muy repetida y analizada -a pesar de su significado inequívoco-: Los españoles debemos estar unidos en la aventura común y no enfrentados unos con otros.

No lo estamos, lamentablemente. Ni siquiera para guardar las más elementales formas de cortesía. Algunos representantes del pueblo no se han dignado comparecer en la apertura de las Sesiones, porque son republicanos e independentistas, es decir, no constitucionales. Que se cuenten entre estos incómodos compañeros de nuestro viaje democrático los que soportaron, con su abstención, la investidura de Pedro Sánchez, felicitado públicamente por el Monarca por haber obtenido la presidencia del Gobierno, no debe tranquilizar a nadie.

Al Rey, símbolo del Estado, se le aplaudió durante más de cuatro minutos, una vez finalizado su discurso institucional que, supongo, fue sustancialmente preparado por el Gobierno. No aplaudieron, en una manifestación de su desapego y falta de educación parlamentaria, algunos senadores y diputados, incluso pertenecientes al grupo Unidas Podemos, que forma coalición con el PSOE en el Gobierno de nuestro sufrido país.

La legislatura se abrió, en fin, con un tono más bien triste. Estuvo, en mi opinión, magnífico, el discurso de Meritxel Batet, presidente de la Cámara, con mensajes de unión, diálogo y genuina ponderación. Nada que ver con el talante rebelde del todavía presidente de la Generalitat, el funambulista Torra, que sigue propagando, utilizando el apoyo para sus desvaríos que le dan los medios oficiales (además de la tendenciosa TV3), que España no es una democracia y que mantiene a presos políticos.

Nada me tranquiliza que, cuando compareció en el Parlamento catalán, en no se qué Comisión de Investigación de no se qué causas, el penado Junqueras, con difusión mediática ad hoc, manifestara que su procesamiento y actual encarcelamiento (por sentencia firme) fue fruto de la venganza y no de la justicia. Espero que algún jurista con más tiempo y ganas que yo, anime a la fiscalía a que investigue si su excitada frase es motivo para imputarle un presunto delito de calumnia agravada (atribuir la comisión de un delito al Tribunal que lo juzgó).

Por cierto: una gran decepción me produjo el programa de Evole, el periodista a la busca de autor, que se pasó toda la semana anunciando que iba a entrevistar a Junqueras y que en la noche del 2 de febrero, en su programa, se limitó a presentar sus inquietudes como periodista, faltando a la inmediatez y claridad que exige la actual situación política y convirtiendo en el primer capítulo de una serie lo que debería ser un programa de actualidad y no una exhibición de su capacidad para adornar el presente. La entrevista a Junqueras se la guardó para la próxima semana, por lo que ya no me interesa nada.


El carbonero garrapinos (parís ater) es bastante más pequeño que el carbonero común (parus major), con el que está fuertemente emparentado. Los jóvenes del común tienen una mancha blanca en la nuca que puede llevar a confusión con el garrapinos, que tiene la coronilla y la pechera también negras, pero que mantiene en la edad adulta una amplia franja de pluma blanca en la nuca. El fondo amarillo de la fotografía sirve para dotar de un falso color pardo amarillento al plumaje del vientre de nuestro fotografiado, que lo tiene, en realidad, muy claro, a diferencia del otro párido, que la tiene francamente amarilla en el adulto y surcado por una lista negra central

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Ejército y sociedad civil (6)

1 enero, 2018 By amarias Deja un comentario

La Constitución española, aún vigente, dedica a las Fuerzas Armadas el ya citado artículo 8, delimitando el alcance básico de sus cometidos.

No se han presentado desde 1978, muchas ocasiones en las que la regulación constitucional (ya que no las leyes orgánicas que se han derivado de ella) sea el punto de referencia final para justificar determinadas actuaciones de los Ejércitos o para preguntarse el porqué de las omisiones o incumplimientos de ese ordenamiento superior.

Dentro del esquema que he pretendido para este conjunto de artículos sobre “Ejército y sociedad civil”, no quiero omitir algún comentario sobre la deriva separatista vivida desde las instituciones catalanas en 2017. La respuesta a la declaración secesionista del gobierno legítimo de la comunidad autónoma catalana, pero ilegitimado por faltar a su promesa de fidelidad constitucional, hubiera tenido acogida, no ya en la ponderada aplicación del art 155, sino que, apelando a la concreta dicción del apartado primero del art. 8, hubiera podido justificar la actuación de las Fuerzas Armadas.

No se hizo así, aunque la misión encomendada constitucionalmente a ese colectivo armado tiene una triple derivada: 1) garantizar la soberanía e independencia de España; 2) defender su integridad territorial y 3) (defender) el ordenamiento constitucional.

No precisa prolijas explicaciones para entender cuál es el método que la Constitución prevé para la plasmación práctica de esas severas funciones  de las Fuerzas Armadas, concebidas como “ultima ratio” para forzar la aplicación de la Norma,  ante cualquier intento de secesión o vulneración del “ordenamiento”: no sería, evidentemente, encomendarles la negociación política, que sería función de los partidos políticos y del Gobierno, y que, si se llegara a ese punto, se entenderían han fracasado.

Se trata del ejercicio de la fuerza que trae consigo la tenencia y autorización para el uso de las armas. A modo de cláusula de cierre imprescindible, y siguiendo la dicción de otras Constituciones de las que la nuestra toma su ejemplo, es al jefe del Estado  a quien se encomienda (art. 62, apartado h de la Constitución, “el mando supremo de las Fuerzas Armadas”. Tiene toda la lógica constitucional, el admitir que, ante la grave amenaza para la estabilidad y esencia del Estado, debe ser quien encarna su máxima representación (con los refrendos que para el caso crea imprescindibles), quien detenta la jefatura del mismo, -en España, Su Majestad el Rey-, dl que ejerza la autoridad que exige el caso, con todas las consecuencias.

Me parece que la decisión que se adoptó (la vía del art 155 y la convocatoria de elecciones autonómicas) ha sido la más prudente y adecuada a la sensibilidad social del momento. No ha solucionado el “problema catalán”, pero no lo ha complicado, puesto que ha dejado claro que las actuaciones anticonstitucionales no son admisibles por el orden jurídico. Que parte de la sociedad catalana ´la mitad de los votantes- estime que la separación del resto de España es un derecho que le asiste, y que se exprese con gran violencia verbal y presión ante las instituciones del Estado, es -utilizo un adjetivo prudente- preocupante.

He puesto de manifiesto la fórmula constitucional que regula las actuaciones de las Fuerzas Armadas españolas, contraponiéndola a una concreta, y real, situación, para referirme a la deriva que se ha producido en este país, como en otras democracias avanzadas, en cuanto al papel del Ejército frente a las diversas fuerzas de seguridad (policía nacional, autonómica y local, empleados de compañías creadas para protección de bienes y personas, etc.). Existe una tendencia consolidada a configurar y concentrar la protección civil, la defensa de la seguridad interior, a la policía y a otros cuerpos y fórmulas -armadas o no, relegando al Ejército a actuaciones exteriores.

Esta deriva exige una revisión sustancial. Por ello, la forma de ejercicio de  y activación de puntos de encuentro entre el Ejército y la sociedad civil es no solo necesaria, sino que debe verse como la consecuencia lógica de un reconocimiento: no existe Ejército ni estructura de Defensa independiente de la sociedad civil. Esta afirmación puede aparecer a algunos como exótica, pues la tradición ha venido a consolidar una forzada separación entre lo que no es sino uno de los cometidos profesionales de las sociedades humanas, que, como todas, ha ido modificándose y perfeccionándose con el tiempo. A nadie se le ocurriría hablar de “ingeniería y sociedad civil” o “derecho y sociedad civil”.

Las consecuencias de esa visión integradora han de ser múltiples. Por una parte, recuperar o implementar la “visión natural” de las cuestiones de la Defensa por parte de la ciudadanía ayudará a la mejor comprensión de la carrera militar, que ha venido siendo entendida como vocacional y en la que, esencialmente en los puestos más altos de la escala de mando, ha sido y es habitual encontrar sagas familiares.

No hay que ver en esa devoción formal hacia la hipotética “vocación” algo peculiar de los Ejércitos, ya que afecta a todas las profesiones de prestigio, ya sean notarios, jueces, ingenieros, médicos, etc…La traslación de poder de padres a hijos, entrelazando generación tras generación niveles de influencia y poder no es sino un déficit de todas las democracias.

El sentimiento de solidaridad con el Estado, la recuperación afectiva del concepto de Patria es imprescindible. No es un concepto ñoño, trasnochado ni infeliz, en mi opinión. Está en la base de la comprensión del fenómeno social, de la capacidad de actuación como conjunto sólido y coherente de una población para hacer valer su derecho a prosperar bajo sus propias convicciones, enmarcadas en un espacio más amplio, pero sin perder su identidad.

Este principio emocional no lo hago coincidir con la vocación de defensa de la Patria ni de cualesquiera ideales éticos o deontológicos, y, por ello, no me puedo imaginar que, a priori, existan miles de seres humanos que lleven su cariño hacia los principios más nobles de la naturaleza, exacerbando su voluntad de sacrificio hasta morir por ellos en beneficio de sus semejantes. La cualidad de héroe surge ante circunstancias concretas, excepcionales; cierto que solo unos pocos -o nadie- se comportan en esos casos con esa capacidad de desprendimiento o enajenación del yo, pero no me parece que el futuro héroe tenga consciencia previa de su posibilidad de llegar a serlo.

El Ejército no se forma con esforzados que desean hacer carrera para, llegado el caso, morir por una noble causa. Los militares han de ser profesionales que han elegido ser militares por móviles similares a los que a otros han llevado a aceptar y especializarse en otro trabajo. Estamos lejos de las batallas en que era precisa la lucha cuerpo a cuerpo, y el ardor combativo descansaba en confusos mecanismos en los que se mezclaban seguramente perspectivas de botín, alcohol, drogas, y arengas incendiarias.

Aquellos  “nobles ideales” que guiaron los Ejércitos y los objetivos del pasado se han despersonalizado. El enemigo se ha vuelto difuso, impreciso. Los objetivos de defensa son compartidos extraestatalmente, según sean las amenazas identificadas, y no siempre por los mismos compañeros de viaje. Para los países intermedios, como España, la situación de dependencia en relación con la amenaza -real o forzada- de un conflicto entre las grandes potencias, complica aún más la adopción de decisiones respecto a la formación y dotación de los propios Ejércitos.

Lo óptimo sería, desde luego, que no existiera el conflicto. Si se presenta, lo deseable es que el campo de batalla esté lo más lejos posible. Y si se hace imprescindible enviar efectivos propios, lo fundamental, tanto como conseguir la victoria, es alcanzar el objetivo de retornar con “bajas cero”.

(continuará)


Si bien la fotografía no permite la clara identificación, se trata de una hembra de papamoscas cerrojillo (ficedula hypoleuca). En Madrid, donde fue tomada la instantánea -y en el jardín de mi casa- tiene una pareja de estas nerviosas aves su área de cría regular, desapareciendo en el invierno.

 

Publicado en: Actualidad, Ejército Etiquetado como: Cataluña, Constitución, defensa, ejército, fuerzas armadas, rey

Mensaje apócrifo de Navidad de Felipe VI

24 diciembre, 2014 By amarias Deja un comentario

(En el escenario a semioscuras, se ve la carcasa de un aparato de televisión sobre una mesa con ruedecillas. Por un lateral, aparece, con gesto cansado, el Rey Felipe VI. Se sitúa detrás de la mesita y, moviéndose ligeramente a un lado y a otro, incluso sacando los brazos fuera de la carcasa, ajusta su colocación con parsimonia.

Cuando está satisfecho con el resultado de la operación, Felipe VI extrae unos papeles algo arrugados del bolsillo, se cala las gafas que necesita para compensar su incipiente presbicia, y mira al frente. En ese momento, se encienden más luces, y descubrimos, en el lateral contrario a aquel por donde apareció el Rey, a la Reina Doña Leticia, sentada sobre unas maletas de viaje.

Felipe VI lee con voz timbrada, guardando las pausas; de vez en cuando, utiliza una petaca de la que bebe un líquido no identificado)

-Buenos días a todos. Me corresponde, como hacían mi padre y su antecesor en la Jefatura de Estado, dar un mensaje de Navidad en estas fiestas entrañables. Se trata, como bien sabéis, de ser proactivo y amable, repitiendo cuatro o cinco ideas de esas sin el menor interés, por su obviedad manifiesta. Por ejemplo, animando a que seáis solidarios, a recordar que si estamos juntos podemos superar cualquier dificultad, y expresando que todos somos iguales ante la ley, la democracia y las oportunidades de la vida.

Pues bien. En estos meses que llevo haciendo de Rey, me he dado cuenta de que se estaba mucho mejor haciendo de Príncipe de Asturias. Viajaba mucho, tanto de placer como para asistir a las investiduras de presidentes de antiguas colonias, asistía a fiestas de incógnito o con otros miembros de familias reales, y entregaba una vez año unos premios con mi nombre -con mi nombre- a algunos compatriotas, junto a personajes que habían sido galardonados con el Nobel o estaban a punto de serlo en la próxima convocatoria.

Pero no solo eso, la Reina Doña Leticia también ha sacado sus propias consecuencias de este tiempo. Me dice que estaba muchísimo mejor siendo periodista del montón, nieta de taxista y locutora, e incluso, cuando estaba divorciada y se reunía de vacaciones con sus amigos en Asturias para comer oricios, regarlos con sidra y cantar Patria querida. Ella, que viene de por ahí, de por donde vosotros, me anima a que nos comportemos como tipos normales, sin pasarse, claro, permaneciendo más o menos de buena familia, sin que tengamos que disfrazarnos para tratar de pasar desapercibidos en la calle. Me apetece, incluso, ponerme de vez en cuando la camiseta con la inscripción CR que me regaló Florentino, irme algún fin de semana en tren a Alicante con el taper de tortilla y las niñas, y hasta debe tener su puntillo hacer la cola del paro por las mañanas y una chapucilla, para ir tirando, por las tardes.

La verdad, cuando no puedo dormir por la noche, la idea de mandarlo todo a la porra, me mola cantidad. ¿Qué hice yo para tener que representar la unidad de España? ¿Qué diablos es eso? He asistido a algunas reuniones del Consejo de Ministros y leo todos los días las notas de prensa que me recorta y clasifica la Reina, que de eso sabe un montón, y me doy cuenta de que los problemas que tiene el país son de una complejidad abrumadora. No es que sean superiores a los de otros países, es que hay demasiada gente encargada de complicarlos todo lo posible cada día. Y lo hacen con tanto empeño, con tanta devoción, que el único punto de acuerdo al que es posible que lleguen es que no tienen solución, y solo consiguen calentarse recíprocamente las cabezas.

A esta situación general, se añaden las cuestiones personales. Mi padre, que tiene los achaques propios de su edad, se encuentra en paradero desconocido, negociando no se qué, por lo que me cuentan, con la que fue su amante durante las últimas décadas. Mi madre,  está buscando casa con terreno en la campiña griega, para retirarse a cuidar allí, junto a mis helénicos tíos, los toros de lidia que pueda salvar de su cruel destino en plazas españolas. Mi hermana mayor, separada del padre de sus hijos, con un exigüo peculio, trata de rehacer su vida como puede a la caza de algún candidato con posibles. La pequeña me ha dicho que vendrá a vivir con nosotros, pues su casa va a ser embargada, porque un juez rencoroso con la élite  quiere saber de dónde sacó el dinero su marido, pues no se cree que alguien pueda hacerse rico por el solo hecho de pertenecer a la familia real, como siempre ha sido desde que el mundo es mundo.

Todo esto que ya sabéis por los periódicos, no tiene nada de particular. Si no en todas las familias, pasa en algunas de ellas, y solo basta leer el Hola, para estar de acuerdo en que las familias de la aristocracia y de la farándula en general, andan por los mismos andurriales a cada poco.

Pero lo que ha colmado el vaso de mi paciencia es que, según las encuestas vienen reflejando, soy el más popular de los personajes públicos relacionados con la política -es evidente que hay que sacar fuera de las estadísticas a los que se dedican al fútbol o a la canción melódica-. Hasta ahí, bien. Lo que sucede es que me dicen, también, que la gran mayoría de vosotros sois republicanos.

Esto supondría que, si se os dejara libres, tendríais como forma de gobierno una República, y desearíais que me presentara a las elecciones para la jefatura del estado o del Gobierno. Y eso sí que no. ¿Competir yo, que he sido formado en las mejores Universidades del mundo, que hablo impecablemente cuatro idiomas, que he hecho la carrera militar en todos los ejércitos, que se pilotar aviones y tanques, que mido más de dos metros, etc. con cabezas de lista de los partidos políticos?

No quiero poner ejemplos, para no encrespar los ánimos de nadie. Jamás he ido a una reunión, que no fuera de vacaciones, en camisa; nunca me visteis levantar la voz en una comparecencia pública; jamás he emitido una opinión contra nadie; me tragué lo que pensaba de todo lo que sucedió a mi alrededor; etc.

He releído la historia del Rey Amadeo, y me volvió a impresionar mucho. Tanto que, concluyo, para no cansaros.

Ahí os quedáis. Leticia, las niñas y yo, nos vamos. A un lugar secreto, y para siempre.”

(Se van las luces del escenario. Felipe saca el cuerpo de detrás de la carcasa, se acerca a Leticia y salen con las maletas, mientras suena una música celestial, o algo parecido)

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Republicanos con la Corona

19 junio, 2014 By amarias 11 comentarios

Si los reyes fueran corredores de relevos, escribiría que el 19 de junio de 2014, Felipe VI recogió el testigo de Juan Carlos I (o, quizá, a la manera de los Papas, simplemente Juan Carlos, como lo es ese Francisco que está dispuesto a revolucionar la Iglesia Católica, volviéndola del revés).

Las Monarquías europeas se han hecho todas parlamentarias, o constitucionales, en una deriva desde la concepción mística que las colocaba entre la divinidad y sus súbditos, pasando por monarcas absolutistas -pocos han sido despóticos- y algún que otro enajenado circunstancial. Hoy día, ser Rey, Majestad o Monarca, aquí en la tierra como en la antes pérfida Albión, tiene más de símbolo que otra cosa, con poderes tan restringidos por las Constituciones que, en la práctica, cabe decir que reinar no tiene nada que ver con gobernar.

Felipe VI es un rey bien preparado, que, como las abejas reinas de las colmenas, ha sido alimentado para ser el mejor. Reúne una combinación prácticamente insuperable de presencia física, exquisita educación, poliglotismo, conocimiento de personajes y personas, y una amplia cultura general y política.

Si le faltara algo, puede contar con muchos de los mejores en una disciplina para asesorarle, incluso anónimamente. Su rostro es conocido aquí y allá. Y su figura, representación y talante, son respetados y hasta venerados por muchos más de los que puedan pretender cualesquiera de los presidentes y cabezas de lista de nuestras variopintas nacionalidades, partidos o grupúsculos asentados en territorio español.

Como republicano posibilista, y como ciudadano respetuoso con la Constitución y con las leyes, como experimentado analista de lo que pasa en este país y en otros, e incluso de lo que nos pasa a gentes como yo, y mucho mejores que yo, creo que Felipe VI es la mejor opción para España.

Lo demás, son elucubraciones y los que las elaboran, si piensan de veras en hacerlas verosímiles, insensatos.

¡Viva Felipe VI! ¡Viva la República! ¡Viva la Corona! ¡Viva España!

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Algo por lo que ilusionarse

7 junio, 2014 By amarias 2 comentarios

“Por Dios, por la Patria y el Rey”,  han sido históricamente los tres conceptos sublimes por los que merecía la pena luchar y morir, al menos en las cristianas belicosidades que formaban el mosaico europeo de nacionalidades.

Ese mensaje trascendente fue recogido, de una u otra forma, en no pocos himnos y cánticos, pero pocos alcanzaron la rotundidad con la que se recogió el patriotismo, la religiosidad y la devoción al monarca que creían más legitimado para gobernarlos, con los que los carlistas festejaban la victoria de Oriamendi  1837) sobre los cristinos. Por esa triada superior “lucharon” (en otras versiones, incluso se dice, “murieron”) “nuestros padres/ por Dios”, y “por la Patria y el Rey/lucharemos nosotros también”. (1)

Hasta en la guerra incivil española de 1936, un siglo más tarde, la arenga fue incorporada sin reparos por el bando sublevado -luego triunfador-, y luego sería cantado, no solo como himno de los requetés, en institutos y colegios de la postguerra por inocentes criaturas dirigidas sus voces por otras adultas nada inocuas (“Cueste lo que cueste/ se ha de conseguir/ que los boinas rojas/ entren en Madrid”… “defendiendo todos juntos la bandera de la santa Tradición”).

Tiene que ser decepcionante,  si queda en nuestro convulso país alguien idealista, que esos tres conceptos no solo hayan caído en desuso como elemento inspirador de los ánimos y los cánticos, sino que hayan sido  sustituidos por otros sin el menor misterio.  Porque ni “la roja”, ni “Ronaldo”, ni “Shakira” ni “Beyoncé” (cito al azar) o cualquiera de esos ídolos de carnes y huesos que mueven el fervor de los jóvenes, tienen el encanto poético de un Dios omnipotente, una Patria ahíta de hazañas bélicas contra pérfidas albiones, califas malandrines o caudillos impíos.

Por no decir de un Rey, al que Dios salve, que represente el aglutinante, el liante pegamento que relacione las dos esencias anteriores, conectando la vulgaridad doliente con lo que es inalcanzable, abstracto, metafísico, poniendo poesía y magia de la buena a la monotonía de nuestras vidas.

Un grupo de jóvenes universitarios parece haber encontrado una vía de ilusión en las elecciones europeas de mayo de 2014. El análisis serio y ponderado, realizado por mentes sesudas, de lo que pretenden, ha revelado que su programa -o lo que fuera- es irrealizable, por costoso y por utópico.

No se han dado cuenta estos sensatos, que los símbolos que han movido a la humanidad son, justamente, intangibles, etéreos, inextricables. Lo que necesitamos es algo por lo que ilusionarnos. Cuanto más incomprensible e inexplicable, mejor.

—

(1) Pertenecí durante cierto tiempo al grupo de chavales incompetentes (para entender de tradiciones) que creían incluso que ese era también el himno de las “tropas rojas” que querían volver a entrar en Madrid, después de haberlo perdido para la República, pues hasta tan punto se nos había teñido de rojo todo lo que no era franquista.

 

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La abdicación

2 junio, 2014 By amarias Deja un comentario

El 2 de junio de 2014, a las 10 h 30 m de la mañana, el presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy, anunciaba que el Rey Juan Carlos “abdicaba la Corona”.

La abdicación del Rey en la Jefatura del Estado es una figura no contemplada con rigor por la Constitución vigente, necesitando la rápida aprobación de una Ley Orgánica que, aprobada por las Cortes, garantice el cambio sucesorio que las peculiares reglas de la Casa Real han personalizado en S.A.R. el Príncipe Felipe, que será, por tanto, el nuevo rey, con el nombre de Felipe VI, si todo sucede conforme al libreto.

Convertido en portavoz del dimisionario, el presidente Rajoy ha indicado, en una rueda de prensa sin preguntas -¿para qué preguntar, -se podría decir-, si no habrá respuestas?- que “el momento es oportuno”.

La oportunidad viene, en este caso, medida por la necesidad de recuperar alguna popularidad, desde el recambio de personas. El previsto como sucesor tiene 45 años, por lo que está en la edad en la que la mayoría de los españoles que se han quedado sin empleo por razón de la pésima gestión del país, verán reducidas a casi cero sus posibilidades de encontrar un nuevo trabajo.

La oportunidad no viene, desde luego, señalada por la pérdida galopante de simpatía hacia los partidos políticos que se siguen considerando mayoritarios; no está soportada, naturalmente, por la incapacidad demostrada de esta colectividad para generar actividades que permitan mirar hacia el futuro con optimismo generalizado y no solo desde la complacencia de los que más poseen; no tiene que ver, por supuesto, con el malestar rentabilizado por una urna de recogida de pesares cuyo mensaje es tan claro como contundente: no, así no, nos engañan, se enriquecen a costa nuestra, no nos representan.

A los más viejos de esta tribu les ha tocado vivir una parte de la historia de España insuperable en emociones: guerra civil injustificable, dictadura perniciosa, aislamiento insufrible, decadencia de la autarquía, ilusión irrefrenable, actividades imposibles, despilfarros impresentables, logros maravillosos, traiciones desvergonzadas, desilusiones galopantes, fracaso perdurable, desorden manifiesto.

Tengo la amarga impresión de que la Corona abdica cuando ha percibido que se le ha pasado el arroz. Oigo voces -nunca mayoría, pero siempre suficientes para que no se las desprecie- que reclaman una votación para refrendar al candidato a sucesor.

Un sucesor que, careciendo la Monarquía de programa y no tener la institución asignados cometidos constitucionales de entidad, lo que supone únicamente es cambiar el rostro de quien detenta el título. Como en esos tableros de feria en los que se puede meter la cabeza en el hueco abierto, para llevarse una foto de recuerdo del paso por el sitio.

Voto al chápiro verde, tenemos que cambiar el rumbo de la cosa, pero con tanto experto en marear, mal lo tenemos.

 

 

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Cuento de otoño: Las zapatillas que permitían ver el futuro

29 septiembre, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

En las que serían las tierras donde, algunos siglos más tarde, dominaría el primer maharahjá de Kapurthala, posiblemente antes incluso de que Gurú Nanak naciera (aunque de esto no estoy seguro), y, como pura coincidencia, en un pueblo que estaba relativamente cerca de Talwandi, vivía un joven, de familia humilde, a quien llamaban Atal.

Se trataba de un muchacho de natural despierto y, por tanto, preocupado por conocer la verdad de las cosas, por lo que no cesaba de preguntar a todos los que suponía que eran sabios y, en especial, a cuantos se decían iluminados por la gracia de Dios, que, por aquella época, también eran numerosos.

Sucedió que, un día en que salía de acompañar el rezo comunitario en el lugar apropiado para ello, al ir a recoger sus babuchas, no las encontró. A la entrada de la mezquita, quedaban aún por retirar decenas de calzados de otros fieles y simpatizantes, pero ninguno se parecía a sus babuchas, que estaban muy gastadas por el uso, pero eran las suyas.

-Espera a que todos recojan su calzado, y quédate con las zapatillas que sobren -le aconsejó el santo del lugar, quien había dirigido la plegaria comunitaria, y que tenía la fama de que jamás se equivocaba.

Así lo hizo Atal, y cuando el último de los creyentes se retiró -un anciano achacoso que estaba próximo a conocer la verdad de la existencia, pues estaba a punto de morir-, halló que las babuchas que nadie había recogido estaban hechas de una tela preciosísima, y terminadas en los bordes con delicadas puntadas de hilos que parecían de oro.

Atal hubiera creído que eran las del anciano, pero éste se calzó unas agujereadas y cubiertas de polvo.

-¿No serán las suyas, venerable anciano, éstas otras? -le preguntó Atal, atajando el paso del creyente en edad de no admitir ya dudas, convencido de que, por la corta vista del viejo, se habría equivocado al elegir el calzado.

-No, querido hijo -fue la respuesta-. Ya ves que estas me quedan como un guante. Esas han de ser las tuyas, o de alguien que decidió regalártelas.

Puesto que no tenía la menor intención de volver a su casa sin calzado, ya que las que le habían desaparecido eran las únicas que tenía, y contando de nuevo con el beneplácito del santo director, se enfundó en las babuchas que la suerte le había concedido.

Lo hizo, desde luego, no sin preguntarse cómo alguien podía haberse olvidado una prenda tan delicada y cara, pero en el templo no quedaba ya nadie, y el encargado de velar por la pureza del sagrado lugar, cerró la puerta con las tres llaves que llevaba al cinto y le urgió a que se marchara, pues le estaban esperando para almorzar

No bien había calzado el joven sus pies, se dio cuenta, en primer lugar, que le quedaban algo grandes, y, en segundo, notó que un flujo potentísimo, una energía incontrolable, le llegaba desde los pies al cerebro, hasta el punto que casi pierde el conocimiento. Aquellas zapatillas eran, sin duda, mágicas.

Es cierto que, al principio, después de los primeros pasos, no advirtió los peculiares efectos. Fue al doblar la primera esquina, ya enfocando su caminar hacia la parte más antigua de medina, en donde vivía con su madre enferma, en una de las casitas de adobe, cuando Atal comprendió lo que le estaba pasando: era capaz de ver el futuro.

No el futuro inmediato, sino el futuro lejano. Su cabeza se encontró atiborrada de imágenes, que no cesaban de fluir desde los pies a la cabeza.

Vio artefactos de indescriptibles hechuras, unos voladores como cometas, otros sumergibles y ágiles como percas o más veloces que los tigres y más fuertes que los elefantes.

Vio guerreros con armas que mataban a distancia, empeñados en buscar enemigos con los que entablar cruentas batallas. Vio hombres y mujeres entregados a placeres que le parecieron abyectos, y muchos niños muriéndose de hambre. Vio cajas gigantescas que echaban humo, ríos que se convertían en mares y vergeles que se tornaban desiertos tórridos. En todas las imágenes que contemplaba en su cabeza no faltaban poderosos fundamentalmente taimados y pobres básicamente convencidos.

Cuando llegó a casa, la imagen se le había detenido, como una pirinola que se parara de repente, en una curiosa población, desconocida para él, y en una época que tampoco pudo precisar exactamente, falto de toda referencia.

-Madre, veo que, dentro de varios siglos, habrá un pueblo con hombres de tez blanca y pelo moreno que, abandonando lo que habían considerado su verdadera religión, venerarán a dioses de carne y hueso.

Su madre, que estaba postrada por las fiebres, le advirtió de los perniciosos efectos del alcohol de arroz, suponiendo que, de vuelta a casa, su hijo habría tomado bebidas espirituosas con los amigotes.

-No bebí ni una gota de agua, madre. Veo que esos dioses son planos, habitan en un recinto de cristal y llevan las piernas al aire. Ocupan el tiempo dando patadas a una bola, que mueven de un lado para otro -decía, contando sus visiones, el muchacho.

-¿Y qué les pasa a esos seres, hijo? -se interesó la madre, que, como todas las madres, no descartaba la opción de que su retoño pudiera ser un bienaventurado, y ganar dinero en las ferias con su arte.

-Algo muy rato. Uno de ellos es aclamado como líder del grupo, le rodean los niños para besarle las manos (o algo parecido), y los adultos gritan que desearían que sus hijos se parecieran a él, sin importarles que sea un ladrón mientras siga siendo capaz de hacer malabarismos con la bola -continuaba Atal, aún con las babuchas mágicas en los pies, y los ojos cerrados.

Su madre se lamentó, entonces, de que su marido no hubiera estado allí, para exorcizar al sacrílego, pues creyó que su hijo había sido presa de las fuerzas malignas. Pero el padre de Atal hacía ya tres años que había sido incinerado, y, con seguridad, vagaría por el éter, en busca de una próxima reencarnación, sin importarle ya su antigua familia.

-Veo que en ese pueblo en el que, por cierto, millones de personas se encuentran sin trabajo, vive también un Rey anciano al que le gusta cazar elefantes, aunque le duelen los huesos…-el muchacho parecía enajenado, y la madre le urgió a que quitase las babuchas y las devolviera a su dueño, que, con seguridad, las estaría buscando, y se dejara de decir tonterías.

-Espera…espera aún…Veo ahora que la hija de ese rey está casada con un atleta de otro juego algo diferente, que consiste en meter una bola mayor por un aro situado por encima de la cabeza -reincidía Atal, advirtiendo, de paso, que no podía quitarse tan fácilmente las zapatillas, porque parecían adheridas a la piel de sus pies.

-Estás poseído por las fuerzas malignas, sin duda… -se lamentó la anciana, haciendo esfuerzos para levantarse del lecho, lo que no conseguía, pues estaba baldada de la espalda y débil por la fiebre.

-Veo que ese atleta venerado por la multitud está a punto de ser juzgado por no haber pagado diezmos a las arcas públicas y, al mismo tiempo, y por similar motivo, la hija de ese Rey es insultada con despecho, aunque los argumentos de ambos son idénticos. Ellos no cometieron ninguna falta, porque era su padre,quien les llevaba las cuentas del dinero… -hablaba y hablaba Atal, contrariando su habitual naturaleza, que era la de ser muy taciturno y callado.

-Calla, por todos los dioses que se conocieron y se conocerán, -suplicaba la mamá del vidente-. Cuanto dices son aberraciones que no pueden darse jamás y es solo el fruto de una imaginación perversa que te producirá serios contratiempos. ¿Una hija de rey insultada por las mismas multitudes que aplauden a un plebeyo? Es cosa demoníaca, Atal, y debes ir al santo de la mezquita y pedirle de rodillas que te perdone haberte apropiado de las babuchas embrujadas y te absuelva de tus pecados poniéndote las manos sobre la cabeza.

No hubo forma, sin embargo, de convencer a Atal de que tal hiciera. Por el contrario, encantado de conocer las verdades cuyo conocimiento tanto anhelaba, se propuso perfeccionar la técnica que le permitiría controlar la visión que emanaba de las mágicas babuchas.

Supo así mucho sobre el futuro que deparaba a la humanidad, aunque fuera en pueblos tan distante y diferentes del suyo, y, convencido de ser un bienaventurado de veras, se retiró al desierto, a comer saltamontes y beber agua de lluvia, que, alternándolos con ciertas hierbas que aprendió a reconocer, le proporcionaron sustento suficiente, aunque adelgazó la tira y le creció la barba, que le llegó prácticamente hasta cubrirle las babuchas.

Con el tiempo, sin embargo, las babuchas no solo no envejecían, sino que aparecían lustrosas como el día que las recogiera del templo, manteniendo toda su fuerza predictiva.

Atal, a todos los que, por casualidad, se acercaban al lugar donde estaba, fundamentalmente caravanas de tribus nómadas, les contaba historias que parecían increíbles sobre lo que iba a pasar dentro de varios siglos, sobre pueblos y gentes de los que nadie había oído hablar ni una palabra. Esos cuentos, como es lógico, no interesaban a nadie en absoluto, por más que a él, le producían esa paz espiritual que embarga a quienes, por haber dispuesto de la posibilidad de ver el futuro, están convencidos de que, sin importar el tiempo o el lugar en que se produzcan, las cosas que hacen los seres humanos, si les afectan a los demás, son, sobre todo, divertidas.

FIN

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Cuento de verano: El Rey y la jauría

21 septiembre, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

Hubo una vez un Rey que se encontró gobernando en un país republicano, que es parecido a ser iglesia románica en territorio de talibanes o libro de meditaciones en un ring de boxeo.

Es obvio que, tratándose de una institución prestigiosa como la monarquía, tan antigua y con eficacia probada -con un alto porcentaje de éxitos, semejante al Plan Pons belleza en siente días-, entre otras razones, por hundir sus raíces en la conexión de la naturaleza humana con la divina, no se llega a una situación tan extraordinaria por culpa del Rey, sino de las circunstancias.

Los analistas de casos singulares estaban muy asombrados (realmente asombrados, se podría decir) de que el Rey hubiera consolidado una posición de devoción y respeto entre la mayoría de la población, siendo la tendencia oficiosa contraria a rendir cualquier tipo de pleitesía.

Pero así estaban las cosas: los capitostes de los órganos civiles, muchos de los cuales se confesaban abiertamente republicanos, prácticamente sin excepción, agachaban la cabeza en signo de sumisión, y, si eran del sexo femenino, hacían una graciosa genuflexión cuando coincidían con el en actos palaciegos. El pueblo llano le aplaudía a rabiar cuando el Monarca se dejaba ver en cualquiera de los muchos actos folclóricos a los que era invitado, para potenciarlos con su regia presencia.

Pasaba el tiempo, y el Rey se hizo bastante mayor, hasta el punto que casi todos los vasallos de su edad estaban jubilados, que era un invento para dar una patada afectuosa a los que cumplían cierta edad, y así, al parecer, dejar sitio a los más jóvenes. Solamente algunos banqueros y hombres de negocios, los sacerdotes más encapirotados de la tribu y unos cuantos gerifaltes de la política inactiva se mantenían férreos en sus puestos, envejeciendo en ellos, porque, tenían la sartén cogida por el mango de las prebendas, y no había quién se atreviese a decirles que eran mayores para hacerlo tan bien como antes, no fuera que… Lo que, en honor a la verdad, tampoco era fácil de probar, pues no estaba fácil hacerlo bien en un país en el que todo iba de mal en peor.

Al Rey, como a cualquier Monarca de los cuentos de verdad, le gustaba cazar, tener aventuras y hacer lo que le viniera en gana. Tenía mucho tiempo libre. Además de encontrarse constreñido por las circunstancias apuntadas de encontrarse en un país republicano, el poder de los monarcas había sido reducido con el paso de los tiempos a ser prácticamente simbólico, es decir, se limitaba a la gracia de imponer su retrato en la pared de los despachos, junto a las banderas y el crucifijo.

El Rey de nuestra historia tenía un hijo que era el Príncipe mejor preparado que vieron los tiempos, esto es, era el heredero destinado a ser lo que un monarca debe serlo en éstos. Lamentablemente, como ya quedó escrito, un Rey, especialmente en un país republicano, carece de funciones regladas, aunque es útil siempre que haya un intento de golpe de estado. Está por probar la eficacia de un Rey en caso de que alguna comarca se empeñe en independizarse, pues, hasta ahora al menos, los reyes clásicos de la Historia doblegaban a los díscolos e infieles, conquistaban tierras que incorporaban a sus reinos, y se casaban con los de su ralea, es decir, servían para lo contrario.

Se me olvidaba decir que este Rey, que había sido en su juventud un consumado deportista, especializándose en multitud de deportes -lo que le aliviaba de la tensión a que se veía sometido como monarca republicano-, contaba chistes y se esforzaba en ser uno de tantos, tenía el cuerpo -la carrocería, como el decía-, por culpa de la edad y los esfuerzos físicos, bastante fastidiado, y, cada dos por tres, muy especialmente en los últimos tiempos de su reinado, tenía que pasar por el quirófano para poner sus órganos, la que bien, nuevamente en orden.

Cada vez que se sometía a una operación, la jauría contestataria aprovechaba para difundir que tenía cáncer, o que estaba concomido por el Alzheimer, o incluso que le faltaba el sano juicio necesaria para representarla como es debido, y que, por tanto, debería abdicar en su hijo, llamado el Príncipe Encantador. Como los años no perdonan, entre tanto, el Príncipe se había convertido en un tipo maduro, y había mezclado su sangre azul con una plebeya, lo que, para algunos, era la prueba de que estaba convencido de que su padre sería el último Rey de la dinastía.

Así estaban las cosas cuando el Rey anunció, a través de sus palafreneros y portavoces reales, que va a someterse a una nueva operación de reparación. Como no abdica, dejó encargado a su hijo para que siga haciendo lo que el venía haciendo. Y la jauría contestataria aprovechó la nueva oportunidad para redoblar su furia, como corresponde.

Pero, como las cosas son como son y no como parecen, el Príncipe Encantador, por pura coincidencia, tendrá su oportunidad para consolidar su posición como Rey en el país republicano, e ir tirando unos cuantos años más. Ha llegado el momento de demostrar que la unidad del Reino depende de la gracia que los dioses conceden a sus representantes, que era lo único que faltaba por probar para poner el claro la necesidad de tener un Rey, al margen de lo que le apetezca a la mayoría.

FIN

Publicado en: Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado como: angel arias, cuentos de verano, enfermedad, mayoría, necesidad, operación, príncipe encantador, República, rey, separatismo

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