Mi nieta más joven (Claudia, ocho años) me decía ayer que está empezando a escribir una historieta. Ya tiene el título: “El virus sin fin”, o sea el virus infinito. Me cuenta también que “pensaba escribir cien capítulos, pero, al final, me decidí a que sean solo tres”.
Puede que mi jovencísima e inspirada autora no tenga claro el concepto matemático de infinitud. Lo que sí es seguro que ha conseguido una plena comprensión del hecho de encontrarse encadenados, dando vueltas sin rumbo, ante lo que se ha convertido una pesadilla, la rueda desesperante de la fortuna al revés, el artilugio de la jaula que nos tiene confinados y nos obliga a estar en movimiento continuo sin poder ir a ninguna parte, atrapados en la trampa de una molesta repetición de los mismos hechos.
El “innombrable virus” (remedo a Agatha Ruiz de la Prada que se refiere así a uno de sus ex) no solo no se había ido de entre nosotros, sino que, además, se ha reactivado. Si necesitábamos confirmación de la singularidad española, aquí tenemos una prueba más. Pocas semanas después de haber tenido noticia de que los chinos celebraron la total erradicación del molesto pasajero, con una fiesta insultante en la que desde el presidente al último mono restregaban al mundo su victoria frente al mal que había surgido de sus propias entrañas, en España sufrimos un nuevo ataque de la Covid 19.
Como sucedió con la gripe de 1919, que el ingenio malsano de los portavoces de nuestra permanente leyenda negra bautizó como gripe española, este virus del pangolín, nacido en Wuhan, provincia de Hubei, recoge méritos para ser reconocido como el “virus español”.
¿Qué diablos nos hace padecer más duramente que cualquier otro país europeo y de prácticamente todo el elenco de integrantes de Naciones Unidas, el ataque de esta absurda combinación de proteínas, ávidas de encontrarse con células huésped a las que dominar, adulterar y convertir en difusoras de sus efectos malignos?
Los expertos en analizar datos, los mismos que han descubierto el efecto del movimiento de las alas de mariposa sobre el aumento de la avispa velutina en las tierras galaico-astures, han deducido que la razón de que los españoles padezcamos más con este virus, es que somos más socializadores que el resto de los habitantes del planeta, que nos abrazamos y besamos más, que tenemos más tendencia a divertirnos en grupo y, además, somos más independientes e incumplidores de normas y restricciones.
No me lo creo. Quienes han tenido ocasión de conocer, y hasta vivir, en concentraciones humanas del tipo de Beijing, Nueva York, Londres, Buenos Aires, Nueva Delhi o México, podrán atestiguar que la sensación de presión humana es más alta que la que se puede sentir en Madrid o Barcelona. La limpieza de las calles y locales de ciudades como La Paz, El Cairo, Shangai, Casablanca o Moscú, no es superior (ni hablar) a la de cualquiera de nuestras poblaciones. Y, en fin, si alguien conoce cómo se las gastan, en promiscuidad, cercanía y apelaciones a espíritus malignos, en muchos garitos de Chicago, Bogotá, París o Hamburgo,…que calle su experiencia para siempre, pero reconozca que no somos los españoles capitanes ni en virtudes ni en vicios para que un virus que viene con el made in china en los ijares nos maltrate de esta manera.
Hay una realidad incuestionable, que es la salida de la caja negra. Los contagios suben exponencialmente en la mayoría de las ciudades españoles, y Madrid, siempre Madrid, está a la cabeza de la segunda oleada del mal. La presidenta de la Comunidad, Ayuso, que venía pidiendo ayuda al Gobierno central, ha conseguido, al fin, a la vista de las cifras de avance de la pandemia en la capital, que Sánchez haga el camino desde Moncloa a la Puerta del Sol para estudiar medidas urgentes de contención y cuidados. No hace falta utilizar la imaginación para adivinar que tendremos más confinamiento y se volverán a prometer mejoras en la asistencia social y sanitaria.
Claudia, mi querida nieta, no ha escrito por el momento más que la portada de su historieta. Aguardo con interés y emoción la entrega de los tres capítulos prometidos. De momento, lo que puedo afirmar, desde mi pobre atalaya de desconocimientos, es que seguiremos dando palos de ciego mientras la economía avanza, cada vez más rápido, hacia el precipicio de la desestabilización social. Es una mala suerte que esta lanzada de origen chino sobre la economía occidental nos haya descubierto con un gobierno de coalición que convierte nuestra habitual falta de sentido de Estado en un guirigay de intereses por destruirlo.
Niña, con esa perspicacia que proporciona estar libre de pecado y servidumbres, ayúdanos a poner punto final feliz a esta historia infinita.