Al socaire

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Mi septuagésimo cuarto Cumpleaños

7 julio, 2022 By amarias Deja un comentario

Cada siete de julio desde 1948 es mi cumpleaños. Normalmente, lo celebro con la familia, unas pocas con amigos (inolvidable el show que me organizaron los Egüez en Santa Cruz), alguna la pasé en una habitación de hospital, atiborrado de analgesicos.

Hoy pude reunir a algunos de mis hermanos, que nos acompañaron a mi mujer y a mí en un almuerzo lleno de recuerdos y ternura. Hubo tarta, aunque no soplé ninguna vela. Han sido bastantes las llamadas de amigos y los mensajes recibidos desde el whatsapp y por las redes sociales. Muchas más reacciones de afecto e interés, desde luego, que si lo comparo a los tiempos anteriores a la era digital, porque hoy los enanos informáticos se encargan de recordar cada cumpleaños. ¿Quién, en ese pasado que cuesta ya imaginar, fuera de los padres, abuelos y hermanos y algunos tíos atendía a las fechas de nacimiento de los demás? Hoy nos felicita hasta el taller a donde llevamos el coche hace cinco años, el Banco que juega en su propio beneficio con nuestro exigüo depósito y, por supuesto, el grupo de gimnasia que hemos abandonado hace meses.

Cuando empecé a escribir este Comentario, directamente en el blog como hago siempre, tenía la idea de hacer un repaso (ligero) de mi vida hasta ahora. Por supuesto, desde la consciencia de que a nadie le interesaría un pimiento, aunque no me faltarían los diez o doce me gusta en Facebook, algunos incluso emitidos antes de que llegara a terminar mi elucubración.

Desistí sobre la marcha. Debería escribir un poema, o algo así, improvisado y tierno con esa melancolía que impregna la edad. Creo que podría encontrar el tono poético (o así creo) si tuviera la tensión suficiente. Pero no la tengo ahora.

Recuerdo cuando, por Navidad, utilizando la amistad que Arturo Solís tenía entonces con la directora del Ateneo de Avilés, Tomás Recio y yo improvisamos una performance (¿se diría antes así?) en la que el Niño Jesús se transformaba en un pavo y (metafóricamente) nos lo comíamos. Pensábamos que todo el mundo se iba a escandalizar pero nos aplaudieron bastante. Obviamente, nadie entendió ni la osada metáfora ni la dicción farfullada y nerviosa que teníamos entonces, correteando por los diecisiete o dieciocho años.

Cumplo setentaycuatro mientras hay guerra por Ucrania y cuando el Gobierno de este país que llamo Gaigé, (pronúnciese Kaiché) -porque he vuelto a estudiar chino- está al borde de su disolución como azucarillo y Nadal se ha retirado de Winbledown y  un tal Boris Johnson acaba de dimitir como Premier después de  haber sacado a su país de la Unión Europea y solo por haberse tomado unos cuantos maltas junto a su gabinete cuando él mismo había prohibido festejos porque estaban guardando confinamiento por librarse del primer coronavirus.

En realidad, tenemos millones de ejemplos, y mucho más convincentes, de caciques, primeros, gobernantes, papas y papesas, etc. que emiten o emitieron leyes, decretos leyes, edictos, soflamas o fatuas a través de sus esbirros y mandatarios, que incumplen las prohibiciones que ellos han emitido con el solo propósito de tener controlados a los demás. Casi todos los que mandan algo tienen en algún momento de su periplo por el poder la tentación de prohibir, ya sea desde religiones, gobiernos, empresas o familias, y ellos se saltan sus prohibiciones a la torera.

(Por cierto, aunque no venga a cuento, en la iglesia de la Virgen de la Caridad de Sanlúcar de Barrameda hay un letrero con variada información sobre el templo, en el que también se indica que lleva catorce milagros en su haber. Es una vergüenza. Hay que aplicarse, lugareños. Hay santos que la superan ampliamente. Cuando yo estudiaba bachillerato, Champagnat era solo Beato y Escribá de Balaguer era solo un proyecto de camino a la virtud)

No me quiero desviar demasiado. Tenemos, si queremos, mucho de lo que preocuparnos, si bien los optimistas siempre encuentran motivos de alegría. El futuro aparece bastante complicado para todos, aunque debe ser especialmente complejo si estás en medio de un desierto y no tienes ni agua o se te ha metido en la cabeza que se vivirá mejor en Alemania  estás dispuesto a llegar hasta allí cruzando mares y concertinas. Pero si los alemanes están preocupados con eso de la energía, y están hablando en todas partes de recesión y un tal Putin dice que su presión sobre los amigos de un tal Zelenski no ha hecho más que empezar, y parece que no necesita utilizar sus misiles de cabeza nuclear (tal vez son de carton piedra) para hacérnoslas pasar canutas. Este Vladimir tiene como primo de Zumosol al chino que me ca la impresión que está más dispuesto a ayudar a los amigos que nuestro primo norteamericano, que cuando aparece es para colocarnos más armamento en las bases que le hemos prestado y vetar nuestro jamón y aceitunas, equivocándose porque a quien quería dar un sopapo era a los franceses.

No estoy seguro de poder  cumplir un año más, porque tengo ya doble metástasis y por más que el equipo médico está muy animado por lo bien que respondo a los venenos que me van dando, soy consciente que el cuerpo aguanta lo justo, los años pesan, no en vano y las vírgenes de la caridad y los santos de devoción están para atender a cosas más importantes.

Ayer en una conferencia virtual en la que fui solo oyente, y que estuvo muy bien, en la que se hizo un repaso sobre la desalación, como estábamos guardando los cinco o diez minutos de respeto para que lps rezagados pudieran conectarse (que no sé porqué hay esa costumbre hispánica de esperar por los rezagados haciendo perder el tiempo a los que llegamos puntuales), me dio por decir, porque el silencio me levanta ampollas, que el futuro estaba complicado para nuestros nietos. Todo era por cubrir el tiempo de desespera, pero Antonio Colino, que es presidente de la Real Academia de Ingeniería y tiene seguro mucha mejor información, me aclaró que todas las generaciones encuentran su porqué, y que no teníamos que preocuparnos, que seguro que se les ocurriría algo, porque tampoco teniamos nostros televisión en casa ni ordenador ni móvil con videoteléfono cuando éramos niños y mira a dónde habíamos llegado.

Y yo miré para mis adentros y me d cuenta que tenia razón, pero que en la televisión y en el ordenador o en el móvil veía cosas que antes, solo con la imaginación, me parecían hermosas y ahora las veo rancias y sin gracia. Claro que yo no inventé nada y solo llené los papeles para dos patentes por puro compromiso.

Pongo la foto de un reyezuelo común, Es un ave pequeña y simpática, que si tiene la oportunidad de verla de frente tiene aspecto entre inocente y mala leche. Se me metió en el salón y me costó mucho sacarlo de allí, por su querencia a colgarse de la lámpara.

 

Publicado en: Actualidad, Personal Etiquetado como: angel arias, Antonio Colino, Arturo Solís, Boris Johnson, cumpleaños, Escribá de Balaguer, Gaigé, Joe Biden, Marcelino Champagnat, milagros, Nadal, Real Academia de Ingeniería, Sanlúcar de Barrameda, Tomás Recio, virgen de la Caridad, Vladimir Putin, Volodomir Zelenski

Cumpleaños

7 julio, 2015 By amarias 10 comentarios

Cada siete de julio, desde hace sesenta y siete, es mi cumpleaños. Tengo datos de mi mismidad correspondientes al nacimiento y al primer año, documentados, gracias a un librito de tela, algo perjudicado por el paso del tiempo, y con conspicuas manchas de grasa, en el que, bajo el título “Infancia del bebé”, impreso en la guarda con letra bastardilla, mi madre recogió información irrelevante para criterios ajenos.

Confieso que, para mí, ese librito tiene un valor incalculable. Ante todo, porque refleja lo que mi madre -fallecida muy joven, pero después de haber puesto en este mundo a siete hijos que, gracias seguro a su intervención en las alturas, nos mantenemos sanos y en muy buena sintonía- esperaba de mí. Fui un niño del percentil 100 según baremos de estas fechas, aunque desconozco si mantendría la misma calificación, juzgado con criterios de 1948. Pesé 5kg 200 al nacer y medí casi 60 cm. Parece ser que estaba condenado a tener diabetes a causa del sobrepeso, según la erudición médica más moderna (por fortuna para quien esto acredita, incumplidos).

Escribe mi madre, atribuyéndome la autoría, con una licencia literaria que me encanta: “Creo que era un niño muy guapo, con una carita redonda y unos ojos grandes, de color aún indefinido y una naricita respingona, que según mamá, me daba cierta gracia”. Por supuesto, en nada me parezco hoy a aquella descripción surgida del amor materno, repleta de benevolencia. Unos meses más tarde, sin embargo, se incorpora algo más de objetividad, pues la narración de mis cualidades infantiles prosigue de este tenor: “Soy ahora a los cuatro meses un niño bastante guapo. Mi único defecto es que tengo las orejas un poco hacia adelante y…bueno…también soy muy tragón, y me empapizo alguna vez.”

No quiero cansar con detalles que carecen de interés, pero tengo registrado cuando tomé la primera papilla (“harina de trigo Artiach”), el momento en que supe decir “adiós”  o “papá, mamá, Tita” y “hacer como el burro”, la aparición de mi primer diente, mis comienzos del andar a gatas, etc. etc.

Mi historia infantil documentada se interrumpe al año justo, con el nacimiento de mi hermana Maru, al que siguieron otros cinco.

Pero puedo decir: “Has tenido un Feliz primer cumpleaños, Angel. Y, desde esta última etapa de la vida -que espero sea suficientemente larga y no muy dolorosa-, dejo testimoniado que, aunque me falte un biógrafo y mucho menos, tan cariñoso como mi madre. he sido, en efecto, un hombre feliz”.

Gracias a los que habéis contribuido a ello,

Publicado en: Personal Etiquetado como: angel arias, biografía, cumpleaños

Una reflexión acerca de la orientación del consumo

2 diciembre, 2014 By amarias 2 comentarios

Hace hoy cuatro años nació mi primera nieta, Carlota. Es muy lista -mis cuatro nietas lo son, pero ella siempre será la mayor-, aunque aún no sabe leer. Entre los muchos regalos que recibirá en este día -tiene abuelos entregados, tíos muy próximos, tíos abuelos al acecho de fechas importantes, amigos consecuentes de sus papás y compañeros de sus trabajos- no creo que nadie haya tenido, además de un servidor, la descabellada idea de entregarle un relato socioeconómico para que lo lea, no ahora (ni siquiera para que se lo lean ahora), sino cuando tenga edad suficiente para analizar las cosas que se le ocurrían a su abuelo Angel, y poder juzgar, entonces, si tenían algún sentido o eran solo elucubraciones propias de la edad tercera.

Claro que, a lo mejor, también hay alguna persona mayor que se interese ya hoy por este regalo singular a mi nieta Carlota, y le apetezca leerlo mientras tanto.

Querida nieta:

He pensado que muchos de estos movimientos que los gobiernos de la Unión Europea y, entre ellos, particularmente, el nuestro, dicen que están haciendo para generar actividad y empleo, no dejan de ser manotazos al aire de la economía. Que estamos en crisis, lo sabe todo el mundo.  Pero cómo salir de ella, ¿lo sabe alguien? ¿Se puede salir de esta crisis? ¿Todos, o solo unos cuántos? ¿En cuánto tiempo?

Cuando tú leas estas líneas, dentro de unos años (si es que no se han perdido en las cenizas del tiempo), las respuestas ya estarán dadas o serán muy fáciles de obtener, con solo mirar alrededor y contemplar lo que ha pasado. Hoy por hoy, en el momento de escribir estas elucubraciones (yo las llamo elucubraciones, para no inquietar a nadie, porque los pesimistas tenemos muy mala prensa), no hay consenso sobre lo que conviene hacer.

Los que toman las decisiones, (y los que, por estar fuera del Gobierno, no pueden tomarlas, sino solo criticar lo que hagan los que están haciendo como que saben por dónde van),  no se ponen de acuerdo sobren las medidas concretas que tendrían efecto seguro sobre esas dos variables que te he nombrado antes: actividad económica y empleo. Ni siquiera parece que conozcan, con certeza, cuál de las dos es la variable dependiente, o si las dos son dependientes de otras variables principales. Hay muchos estudiosos que dicen que han reflexionado sobre el asunto, aunque mi opinión es que lo han hecho sentados cómodamente en sus despachos calentitos de profesores universitarios, entre clase y clase de teoría.

Tengo fundadas sospechas (es decir, es mi opinión), que las dos variables se han hecho, hoy por hoy, ya bastante independientes (en relación con lo unidas que estaban hace uno o dos siglos, por ejemplo) y, lo que es más importante, me temo (otra opinión personal), que cada vez lo serán más, porque las tecnologías -sí, esa especie de monstruo de las galletas que devora empleo por aquí y genera actividad económica por allá, y, a veces, a saber dónde-, eliminan mucha mano de obra allí donde se aplican, y, ya habrás visto, se aplican con intensidad y frecuencia creciente.

Caminamos hacia un mundo muy, pero que muy, automatizado, y eso, que parece bueno o bonísimo, casi óptimo (todos hemos soñado con la idea de que alguien nos haga el trabajo mientras estamos tirados a la bartola), sería nefasto si resulta que todo aquello que la mayoría de nosotros sabríamos hacer, (porque nos lo han enseñado en las escuelas de formación  o lo hemos aprendido por nuestra cuenta), no tiene ninguna demanda.

Porque sabemos todos, y algunos lo hemos experimentado en nuestra carne, que lo que no tiene demanda, equivale a decir que nadie pagaría ni un chavo por ello, aunque nos pareciera lo más hermoso y útil del universo. (Por cierto, ya se que no habrá chavos cuando puedas leer esto por ti misma; ni siquiera los hay hoy, en verdad, esos chavos, cuando ésto escribo. Mi curiosidad para ese entonces en el que tú estás es: ¿hay alguna moneda en circulación, de las que sirven para comprar y gastar, o la mayoría de la gente, en el después, solo se dedica a cambiar unos productos por otros -habríamos vuelto a la economía del trueque-, o tal vez están a la espera de que su Banco les diga que ya tiene bitcoins en su cuenta personal?)

Se puede estar mucho tiempo discutiendo acerca de si las cosas van a evolucionar a peor o no, y si -como dicen algunos, en mi opinión, sin ningún fundamento claro – lo que va a suceder es bueno, ya que la humanidad demostrará, una vez más, ser tan inteligente, (de forma colectiva, claro: unos pocos perfeccionarán las tecnologías para que los que les pagan hagan con ellas lo que les convenga, que se va a encontrar la solución a los principales roblemas actuales y seguiremos avanzando (hacia donde creamos estar avanzando).

Al grano, Carlota. Lo que se me ha ocurrido es que lo más importante para estar seguros de que los desequilibrios del crecimiento ultra-rápido no nos descompongan gravemente nuestro sistema socioeconómico, (ahora tan precario en su equilibrio), debiera ser atender a lo que está pasando con el consumo. No hay que mirar solo a la producción, no. Encuentro que hay un error grave en que lo hagamos así. Porque estamos en un mundo de productores, que nos señalan, en su propio interés, que no es el nuestro, la mayor parte de lo que tenemos que consumir.

Debemos  darle la vuelta a la tortilla y mirar desde la perspectiva que nos importa a nosotros, a la mayoría. A los consumidores.

Fijémonos, pues, en el consumo, es mi mensaje. En lo que necesitamos consumir y en lo que queremos consumir para ser más felices, mejores, más iguales, en aquello que interesa que seamos más iguales, que no quiere, ni mucho menos, pretender que a todos se nos encaje en el mismo rasero.

La matriz que importa -me refiero a algo parecido a la matriz de Leontieff, que ya hace tiempo que dejó de estudiarse, pero aún tiene su migajita de interés para mí y, posiblemente, algunos pocos que andarán desperdigados por ahí, dando clases de teoría económica o enfrascados en la poesía lírica para su exclusivo recreo- es el punto de vista del consumo.

Pongámonos, pues, a concretar y definir lo que nos interesa consumir a los consumidores. (Parece un juego de palabras, pero no se me ha ocurrido otra forma de resaltar que las personas no nacemos consumidoras, y que solo lo somos, cuando consumimos, que es una parte pequeña de nuestro tiempo, pues también somos productores, y amigos de divertirnos, y aprendices de brujo, y…). A partir de ahí, deduciremos si somos capaces de producirlo, con qué medios, dónde y con el propósito de hacerlo de la manera más eficiente de todas las posibles.

¿Qué cuál es? ¡La más barata que nos permita cubrir la necesidad y, si no es la de menor coste respecto a las alternativas (que eso es ser la más barata), la que nos apetezca mantener, pero porque lo hayamos decidido nosotros, los que hemos fijado la calidad del producto que consideramos más interesante en relación con el objetivo! (por ejemplo, para preservar el medio ambiente, o mejorar el empleo de una zona, o llevar energía, agua y servicios de sanidad para todos, o ayudar a un sector de la población a salir adelante de una catástrofe… )

Hay varias formas de llegar desde el consumo a la producción, -no digo que sea sencillo, hay que ponerse a ello- y algunas nos vienen señaladas por lo que se seguirá llamando, mientras el mundo sea mundo, factores de conversión. Los que yo propongo utilizar son los factores inversos, no los directos. ¿Cuánto hace falta producir de cada cosa para satisfacer este consumo? ¿Cuánta superficie tenemos que sembrar para tener, por ejemplo, las doscientas toneladas de tomates, trescientas de patata, veinte de remolacha,…que queremos consumir? ¿Cuántos agricultores? ¿Cuántos camiones para transportarlas a los mercados? ¿Cuántos conductores de camión? ¿Cuántos…?

Y así, con todo.

Me repito algo, pero como no sé la edad que tendrás cuando puedas leerme, y mucho menos, la edad en que tendrás capacidad para entenderme, voy a dar una vuelta más al argumento.

Lo sustancial es saber, y definir, cómo alcanzar de forma verdaderamente interesante para la mayoría, la producción de un bien, de cualquiera de los bienes que deseamos consumir, porque hemos tomado antes la decisión de que nos apetece tenerlo, hacerlo, disfrutar de él.

Puede ser que lo consigamos explotando racionalmente los recursos naturales (decimos ahora, de forma sostenible, pero hay que advertir que los sostenible no lo puede decidir un grupo empresarial, ni siquiera un Estado, sino que hay que medirlo con neutralidad, a escala de toda la Tierra).

Tampoco es complicado saber lo que es sostenible: lo es si lo que necesitamos para producirlo es igual o menor que lo que desaparece cuando lo consumimos. Puede que lo consigamos fabricando un bien intermedio a partir de los beneficios que podamos generar en otro lado. Puede que sea necesario inventar alguna forma nueva, por ejemplo, de curar enfermedades, de prolongar la vida, de hacer más confortable la existencia de los ancianos, de los que sufren adversidades físicas, de los que no tienen tanta formación o información.

Tenemos que calcular con cuidado que lo que necesitamos consumir no haga desaparecer para siempre lo que necesitamos para producirlo. Eso nos obliga a ser muy cuidadosos a la hora de planificar nuestro consumo.

Tenemos que analizar, siempre de atrás hacia adelante, del final a la cabecera, cómo se distribuye toda esa cadena de consumidores-intermediarios- productores, teniendo en cuenta que los que mandan y marcan lo que hay que producir y cómo, seremos nosotros, los futuros compradores, los que los necesitamos.

Así, si se trata de un producto natural, sabríamos cuánto interesa extraer ahora -lo justo-, guardando las reservas para otro momento, sin agotarlas ni despilfarrarlas, sabiendo que otros necesitarán también lo mismo, o más, o mejor.

Si se trata de un producto derivado, se fabricará en la cantidad exclusiva para cubrir exactamente la demanda. No vamos a querer -¿verdad?- ni aparatos que consuman más productos naturales de los que podemos producir, ni más juegos ridículos que nos idioticen, ni más coches tan veloces que nunca podamos utilizar a las prestaciones teóricas de su fantástico diseño, ni maquinitas que nos aislen de los demás, encerrándonos en nuestra soledad de profundidad interminable…

Si hemos calculado mal y  hemos agotado lo que producimos sin cubrir todas las necesidades de todos, lanzaremos un nuevo pedido urgente a los centros de producción más eficientes, y lo tendremos inmediatamente el cálculo para corregirlo la próxima vez. Si se ha producido de más, o se ha estropeado una parte, guardaremos el excedente para otro uso posterior, conservándolo con cuidado, o reciclaremos o recuperaremos, hasta donde sea posible, lo inservible para su destino original, aprovechando la energía que aún contiene su materia.

Habrá que ponerte ejemplos, porque ya se que, incluso ahora, en que aún eres muy pequeña, te gustan los ejemplos concretos y, por supuesto, infiero que cuando seas más mayor, y más juiciosa todavía, te gustarán mucho más.

Tomemos  por ello, como ejemplo, el consumo de los funcionarios: del dinero de que dispongan, una parte se dedicará a comprar alimentos, ropa, y otros bienes de consumo propio o familiar; ese dinero o disponibilidad económica, irá a parar (ahora) a los cadenas de distribución de alimentos o vestidos (cada vez menos, al tendero de la esquina), que obtendrán beneficios, tal vez importantes, porque, a través de sus intermediarios (que ganarán algo cada uno), son capaces de comprar barato a los agricultores, ganaderos o a los que confeccionan los trajes y zapatos, tal vez en países aún pobres en donde las gentes ganan poco.

De esa manera, los que producen esas materias imprescindibles para vivir y sentirse abrigados o frescos, e incluso pasarlo algo mejor, a veces tienen que vender por debajo de lo que les cuesta y, casi siempre, mucho más barato de lo que el consumidor paga por ello. Y como nadie se preocupa (o poco) de repartirlo bien, para que llegue a los que no pueden pagárselo, incluso habrá muchas veces (así sucede ahora) en que, para mantener los precios o porque no llega a tiempo al punto en donde podría consumirse, se pierde. No digamos si, además, nadie ha calculado cuánto es, de verdad, necesario producir para que todos los que  consumen tengan lo necesario. ¡Aunque no puedan pagarlo de momento!

No te quiero complicar la historia, sino solo que te imagines toda la cadena de personas que se sostiene -no solo con el dinero de los funcionarios españoles, claro- con ese flujo de dinero, que tienes que tener presente de dónde proviene: de los impuestos que pagan los ciudadanos de cada país.

Podíamos seguir también el rastro de la parte que los funcionarios pueden dedicar a comprar viviendas, a alquilarlas, o a disfrutar de su ocio. Así construiríamos una cadena de gasto y consumo que nos llevaría hasta el destino final de ese flujo de dineros; los productores, constructores, terratenientes, especuladores, etc. Unos, bien intencionados; otros -¿los más?- egoístas y ávidos de acumular para sí.

Pensemos ahora en un trabajador de una empresa. En la parte inferior de la pirámide de salarios, están aquellos que apenas ganan lo suficiente para cubrir sus necesidades básicas (algunos, ay, ni siquiera eso). El dinero que entreguen a sus proveedores seguirá un camino parecido al del dinero del salario de los funcionarios. Solo que el origen de lo que reciben debe provenir de una actividad de producción o servicios regida por el mercado.

Atención, Carlota. El trabajo de los funcionarios es muy importante, y no debes interpretar, ¡al contrario!, que no son necesarios: son imprescindibles, pero no tengo tiempo ahora para explicarte por qué. Lo que quiero decir ahora, porque me importa más a este relato, es que los que trabajan para el mercado tienen que obtener la productividad que justifica sus salarios a base de lograr que el valor añadido de lo que fabrican o realizan es positivo: lo que venden sus empresas tiene que dejar beneficio respecto a lo que les ha costado lo que necesitan para producirlo.

¡Santo Dios! me dirás. ¿A dónde quieres llegar, abuelo?. Tranquila, estamos casi al final de esta historia. Lo que compran los asalariados que menos cobran, sean funcionarios o trabajadores de empresas privadas, o autónomos de cualquier tipo, está, fundamentalmente, dedicado a productos de primera necesidad.

Puede que paguen mucho más de lo que van a recibir los que han cuidado las hortalizas en el campo o confeccionado los vestidos y zapatos en un sótano de la India, Bangladesh o Madrid, pero lo que importe es que, por el camino, diversos intermediarios -incluso de otros países-, algunos de ellos, quizá, grandes empresas, se habrán quedado con las diferencias. Y las emplearán en lo que les apetezca comprar, porque, para ellos, son sus beneficios. Si los emplean en montar más empresas y poner ese dinero nuevamente en circulación, y lo hacen en el país en donde se generó el beneficio, vamos bien. Si lo emplean en otros países, los que irán bien serán los ciudadanos de allí. En otro caso, si el dinero permanece congelado, improductivo, estéril, es un desastre para todos.

La parte que más interesa saber a dónde va es la que corresponde a aquellos productos que no son de primera necesidad. La sociedad de consumo nos está continuamente bombardeando con anuncios muy seductores: electrodomésticos que hacen maravillas (muchas de ellas, estrambóticas o inútiles), aparatos reproductores de imágenes o música, espectáculos con figuras sobrehumanas alimentadas de fantasía generada en estudios electrónicos, vehículos con prestaciones muchas de las cuales jamás utilizaremos, viajes exóticos, etc. etc. ¿Quién se va a quedar con los beneficios generados por todo ese mundo de avidez y apetencias teledirigido, cuya base es que pocas veces sabremos el coste exacto de producir las mercancías, y por tanto, no sabremos el precio justo, sino que, simplemente, nos hemos guiado porque nos apetece tenerlo en nuestro poder?

Pues aquí está mi mensaje, Carlota, y me repito nuevamente. Fijémonos en quién está al final de la cadena de producción,  a partir del consumo específico y preguntémonos qué está haciendo con el dinero que va acumulando, al recolectar los beneficios del trabajo de muchos. ¿Lo pone en circulación, lo invierte en otros países, compra tierras, se hace una mansión o varias aún más lujosas, crea una fundación, adquiere cuadros para su colección privada….?

He aquí la obligación más importante de una sociedad responsable de su futuro: controlar la reutilización constante de las plusvalías que se generen colectivamente, de forma que produzcan más, y, sobre todo, que se distribuyan bien. Y mi indicación es que, en cuanto puedan y tengan voluntad para hacerlo bien, lo hagan mirando hacia atrás desde el consumo, y canalizando las apetencias de la mayoría para evitar despilfarros o acumulaciones interesadas de plusvalías colectivas.

Ese es mi regalo, querida nieta. No es una muñeca, ni un vestido de hadas, ni se puede comer como un chuche, ni siquiera te va a divertir como los cuentos que te cuenta, para que duermas mejor, la abuela Chus, cuando tus papás te dejan con nosotros algún día.

Tu abuelo Angel es, posiblemente, uno de los abuelos más aburridos del mundo para una nieta de tu edad. ¿ O no?

Un beso y, por supuesto, Happy Birthday! (Te lo dicen así, ¿verdad?)

Publicado en: Economía Etiquetado como: Carlota, cumpleaños, nieta, producción, sociedad de consumo

Caben más días

7 julio, 2014 By amarias 1 comentario

Hoy, siete de julio, cumplo años. A mi edad, mis abuelos varones habían muerto; mi bisabuelo Vicente, que falleció con ochenta y ocho, andaba por estas sus fechas en La Habana, y su yerno, Manuel, que acababa de volver allá para enderezar los asuntos y, tal vez, evitar que lo mataran sus compatriotas, lo encontró “acriollado”.

A mi padre le quedarían todavía doce años de su cuenta particular, antes de caerse al pie de la cama, diciendo a su viuda Isabel que “no era nada”. Mi madre haría ya décadas que se había muerto, dejándome cambiado.

El escribano del libro de Job, después de poner en boca de Jehová unas poéticas palabras sobre la fortaleza del hipopótamo (Behemot) y del cocodrilo (Leviathan), que habrían de servir como prueba, si fueren creídas, de que además de su simpatía contrastada por coleccionar escarabajos, Dios nos tiene a los humanos por seres debiluchos, concluye que el virtuoso varón “después de esto, vivió ciento cuarenta años y vio a sus hijos, y a los hijos de sus hijos, hasta la cuarta generación. Murió, pues, Job, viejo, y lleno de días”. (1)

Haré como que no me doy cuenta del tiempo que me pasa. Como suelo hacer desde que los encierros de Pamplona se corren por la tele, he conectado el aparato, para ponerme en conexión con la estupidez humana, de la que formo parte alícuota.

Ver a miles de individuos acelerarse delante de seis toros (hoy fueron cinco, porque uno se rompió una pata en el encierrillo de ayer), exponiéndose a que en la carrera les pisoteen los bravos o los cabestros, sufran magulladuras por efecto de la pasada de la manada cornúpeta o la bípeda, e incluso se lleven un puntazo de recuerdo a la enfermería o al otro mundo, me encandila. Manera segura y barata de ponerme a tono con la naturaleza de la que formo parte: Polvo soy, y, desde luego, nihil me alienum puto.

Si me hago yo el currículum, lo puedo llenar de fechas, episodios, diplomas y menciones y hasta podría sentirme tentado a incluir, ocultando fracasos, ciertos logros. No me impide esa fatuidad carente de escenario, reconocer que, a salvo a algunos de la familia más directa, y puede que también a un par de amigos de cuidado, a nadie más le llevaría más de un segundo despacharme.

En fin, repito la misma historia particular, con el empeño de quien se piensa un héroe. No queriendo ser consciente (qué remedio) de que lo que tendré vivido, bien resumido, serán dos meras fechas escritas sobre el viento, caídas junto a millones de hojas de otros tantos que también se empeñaron en contarse. Incluso sospecho, escéptico ilustrado, que lo que nos cuentan de los cuatro personajes que han pasado a la Historia, son inventos, leyendas, mitos que mienten más que corroboran su existencia: pudieron no haber nacido.

Caben más días. No me veo con el vaso colmado, tengo ganas de más. Quiero saber mejor, recibir de los que amo, ver crecer, poder contar. Por eso, mientras le doy cuerda al reloj, me esfuerzo en disimular, tratando de pasar desapercibido, no a ti que me lees, sino al que siega los propósitos.

—–

(1) En otras traducciones, “colmado de días”.

Publicado en: Sociedad Etiquetado como: cumpleaños

Mi Diccionario desvergonzado (28): cumpleaños, operación, pierna, inteligencia, compromiso

8 julio, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

cumpleaños: 1. Celebración, que se suele realizar cada varios años, en la que una persona se ve obligada a pagar las consumiciones de varios amigos, a cambio de que le deseen muchas felicidades e, incluso, pretendiendo que lo vuelva a celebrar muchas veces más, acto que el llamado homenajeado procurará fervientemente que en lo sucesivo pase totalmente desapercibido. 2. Aviso por un programa social de que un desconocido ha nacido en determinada fecha, lo que mueve indefectiblemente a bastante gente a enviarle un mensaje con contenidos emotivos, que es una lástima no provengan de la familia y amigos. 3. Fecha memorable hasta que se tienen treinta años, momento en el cual se prefiere que sea ignorada, especialmente por quienes son nuestros coetáneos.

operación: 1. Intervención quirúrgica que, si sale bien, nos vinculará eternamente con el cirujano que la ejecutó, y si sale mal, obtendrá complejas explicaciones. 2. Cada una de las compraventas bursátiles por las que, en conjunto, se acaba perdiendo mucho dinero. 3. Delicada decisión de la que solo puede decirse lo imprescidible para que el curioso no se entere de nada.

pierna: 1. Extremidad de los animales superiores que, en el caso de la especie humana, se entiende, por derivación anatómica, como elemento de excitación sexual, por lo que las mujeres de muchas culturas suelen tenerlas depiladas para que sus pechos y trasero puedan ser acariciados. 2. Parte sabrosa de muchos animales, cocida o asada, que, cuando están vivos, les sirve para echar a correr de sus depredadores.

inteligencia: 1. Cualidad que se atribuye con largueza a los miembros de la propia familia y se niega a casi todos los de las demás, en especial, si ocupan puestos en el Gobierno o en la administración de las empresas. 2. Grupo secreto que se dedica a investigar, de manera tal desordenada como inútil, los movimientos de otros grupos como el suyo, por lo general, de un país extranjero amigo.

compromiso. 1. Acuerdo entre dos personas de llegar a regularizar legalmente su situación algún día, mientras se lo piensan. 2. Promesa firme de cumplir algo, que no se tiene la menor intención de llevar a cabo, a poco que las circunstancias cambien. 3. Situación en la que alguien se ve envuelto cuando se le pide cualquier cosa que se cree está en su mano, y de la que está tratando de zafarse, justificando con exceso de argumentos el que no lo está.

Publicado en: Actualidad, Cultura, Diccionario desvergonzado, Sociedad Etiquetado como: compromiso, cumpleaños, inteligencia, operación, pierna

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