Estaría dispuesto a suponer que cuando un grupo de personas se deciden a formar un partido político, no tienen la intención de alinearse a izquierda o derecha de ningún otro, sino de ocupar el centro. Aunque no pretendo que esta aseveración personal sea vista como lógica universal, debería aceptarse que todo líder como propietario de una opinión centrada, coherente y asumible por la mayoría de quienes estarían destinados a votarle.
¿O tal vez no sea así? Cuando analizamos lo poco que se conoce de los programas de los partidos españoles, parecería que las posiciones ideológicas y las propuestas se van configurando a partir de lo que se divulga de los mítines en los medios. Y como cuando se está en presencia de simpatizantes y adeptos, en el calor de un espacio compacto, con el micrófono en la mano y oyendo el eco de las propias palabras, la improvisación genera monstruos, se va calentando así una espiral de despropósitos verbales que acaban empañando cualquier campaña, haciendo perder la visión de lo que, en realidad, pretende cada partido.
He visto ayer la película de Amenábar “Mientras dure la guerra”, que toma su título de una frase atribuida a los generales rebeldes al principio de su asonada, para designar a Franco general superior (generalísimo) en tanto se pudieran sofocar los puntos de defensa de la República y que se suponían de poca resistencia. Es una buena película, de la que no tiene sentido ahora comentar las múltiples licencias que el brillante director se toma para robustecer el magnífico papel que hacen sus actores principales, todos ellos, como se dice ahora, “en estado de gracia”.
Conecto este párrafo con los primeros de este mismo Comentario porque el biopic (lamento utilizar el palabro para hacerme entender) me produjo desasosiego, que también creí percibir como sensación dominante en el resto de la sala, al acabar la proyección. ¿Han sido nuestros abuelos tan imbéciles, tan crueles, tan doctrinarios, tan poco ilustrados? ¿Se ha acabado de raíz la terrible planta de la envidia y el desprecio hacia los intelectuales y, aún peor, hacia quienes son capaces de expresar sus dudas, sin sentirse cómodos al elegir entre blanco o negro? ¿Somos todos, en realidad, como Santo Tomases, que solo nos fijamos en aquello que nos apetece ver, y solo creemos lo que nos encaja con lo que hemos preconcebido como nuestro argumento único?
Se que el centro no existe más que en las ciencias exactas. No, no existe el centro en política. Pero lo peligroso es irse a los extremos y, más aún, lo que conduce a enfrentamientos sin fin y sin sentido es alimentar el fuego de quienes no saben, no quieren escuchar, solo atienden a lo que se les dice desde la cúpula de quienes forman, con ellos, las huestes de la intolerancia, ya sea desde una u otra ideología.
“Ahí queda eso” (magnífica, como siempre en él, la intervención de Eduard Fernández metido en un papel tan casposo como el general Millán Astray, de terrible recuerdo, presentado como impulsor de un Francisco Franco reservado, pusilánime y oportunista.
Este grupo de gaviotas sombrías (larus fuscus), atento a las entregas alimenticias de la pleamar (invertebrados, carroña, desperdicios) en Punta Umbría, se compone de individuos de varias edades. La gaviota sombría se distingue, en especial de la argéntea (larus argentatus) por tener las patas amarillas y el dorso más oscuro.
Los ejemplares del primer invierno tienen las plumas de vuelo oscuras (carecen de la cuña pálida de las primarias, característica de esta especie), y el dorso está jaspeado de marrón grisáceo oscuro. Los que se ven en la foto son, junto a las aves adultas, de segundo invierno, por sus patas rosa apagado, y el pico de aspecto oscuro (el adulto lo tiene amarillo con una mancha roja)