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Cuento de primavera: La obra perfecta

16 abril, 2014 By amarias Deja un comentario

Por otra narración, hemos conocido cómo un artesano genial, capaz de realizar obras de relojería de encomiable mérito, no había, sin embargo, conseguido el anhelado premio en un Concurso celebrado en su localidad para distinguir el mejor trabajo, debido a que las bases del Certamen se habían confeccionado a la ligera.

En aquella ocasión, el Jurado tuvo que dar el premio a un joven que tenía perturbadas sus facultades mentales, y que, enarbolando un martillo, destruyó completamente la obra maestra del esforzado artista, puesto que se había decidido otorgar el galardón a “aquel que produjese en la concurrencia el mayor grado de asombro” y, desde luego, el mozalbete los había dejado a todos estupefactos.

También hemos podido enterarnos, por un relato posterior, que el mismo relojero volvió a presentarse al año siguiente al Concurso, en el que se habían revisado las Bases, y tampoco obtuvo el premio, que fue a parar a un familiar del presidente del Jurado.

Pues bien, voy a referir ahora lo que sucedió en una tercera ocasión.

El relojero, escarmentado, no dijo a nadie, ni siquiera a su mujer, lo que iba a hacer. Estuvo días y días imaginando planos y complejos artilugios destinados a servir de base para fabricar las piezas del reloj y los mecanismos que le harían funcionar con la mayor exactitud que la tecnología del momento podía garantizar, e incluso, un poco mejor. Para evitar que nadie le copiara, destruía sistemáticamente, después de memorizarlos, todos los croquis y dibujos, quemándolos, hasta hacerlos ceniza impalpable, que aventaba con un fuelle en un bosque alejado del pueblo.

-Estoy absolutamente seguro -pensaba el genial artífice- que nadie podrá copiar el fruto de mis ideas. Las Bases se han corregido para que el premio no se de al que produzca asombro, sino a la obra que tenga la máxima utilidad; y, desde luego, para evitar nepotismos y favoritismos, se tiene expresado que el Jurado calificador estará formado por tres personas, cuyos nombres serán obtenidos por insaculación, el día antes de cerrar el plazo de admisión del Concurso, de cada una de tres relaciones de expertos, respectivamente, en investigación, ciencia y tecnología, que provengan de Universidades de prestigio de tres regiones distintas de Valgamediós, igualmente desconocidas a priori.

Era imposible que pudieran estar de acuerdo esas personas, porque nadie sabía, antes de que se hubieran presentado las obras al certamen, quienes iban a ser, y ni siquiera de dónde provendrían.

¿Qué decir de la obra que, en la soledad de su taller, sin contar con el auxilio de aprendiz ni suboficial, iba realizando el maestro? Era magnífica, incalificable en su perfección, casi divina si se consideraba lo acabado y definido de sus líneas, lo preciso del funcionamiento de las ruedas dentadas, los balancines, las figuritas que alegraban el paso de las horas que señalaba, con precisión inalcanzable, las agujas; no ya los minuteros y secunderos: el aparato apreciaba hasta las centésimas de segundo, lo que para la época era un avance descomunal.

El maestro esperó hasta el último día y, dentro de él, a la última hora antes del cierre de la admisión, para presentar su pieza. Llegó el momento de ir a recogerla a su taller, desde debajo de la mesa del último aprendiz, donde, envuelta en papeles sucios y restos de guata, la había dejado la tarde anterior. Estaba emocionado y nervioso y, como era día de fiesta, el taller se encontraba vacío.

Miró bajo la mesa y no encontró nada. Miró alrededor y vio que todo el taller estaba inmaculadamente limpio. Palideció y, entrándole pánico, sin imaginar lo que podía haber pasado, se fue corriendo hacia la casa del suboficial del taller.

-¿Qué has hecho de un paquete que había bajo la mesa de Gumersindo, el aprendiz? -le preguntó, demudado.

-¿Un paquete? No tenía ni idea que allí se guardaba algo. En cualquier caso, allí nunca tenemos nada de valor -le contestó el suboficial.

El maestro relojero volvió, a todo el ritmo que le permitían sus piernas, ya algo afectadas por la artritis, a su casa. Su mujer estaba preparando garbanzos con costillas de cerdo, que era su comida preferida.

-¿A quién han dado el premio? -preguntó la eficiente mujer, con una sonrisa que expresaba el gran cariño que sentía hacia su marido.-Es una lástima que este año no hayas querido presentarte

-No, no. Si quiero presentarme. Es una sorpresa. Pero no encuentro el paquete en el que guardé mi obra perfecta, la que quiero presentar al Concurso. Y el tiempo límite está a punto de acabarse -casi gritó, lleno de angustia y tensión, el genial artífice.

-¡Ah, qué bien! Piensa dónde estuviste trabajando en él la última vez. Ya imagino que era algo muy pequeño, pero será fácil recordar dónde lo dejaste si repasas tus movimientos.  -Se interesó por conocer la gentil compañera, como siempre dispuesta a ayudarle, convencida de que, ya desmemoriado por el principio de demencia senil, el relojero habría olvidado el sitio-.

-En el taller no está -prosiguió-, porque ayer por la noche lo he limpiado a conciencia, para darte una sorpresa. Estaba por cierto hecho un asco, pero no lo encontré. Entregué hasta tres sacos con basura a un buhonero que, por suerte, pasó por el pueblo.

El relojero se desmayó.

FIN

Publicado en: Cuentos y otras creaciones literarias, Sin categoría Etiquetado como: buhonero, certamen, concurso, cuento, cuento de primavera, obra perfecta, premio, relojero

Cuento de verano: El relojero que se presentó dos veces a un Concurso

18 septiembre, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

Supongo que el lector se acordará del mozo del martillo, aquella criatura de cortas luces imaginada por Cristian Andersen, que ganó un Concurso peculiar que se había convocado en un poblachón cualquiera, para premiar a quien fuera capaz de causar, con su obra, el máximo asombro de la concurrencia.

El maestro relojero se había presentado con una obra virtuosa, perfecta, que estaba provocando la admiración y el beneplácito de todos cuantos la veían. Pero no ganó el Certamen porque, de acuerdo con las Bases, un mozalbete, provisto de un martillo, y que había reducido a pedazos el artístico reloj realizado por el relojero, había causado en la concurrencia un asombro aún mayor y tuvieron que darle a él el Premio.

En el poblachón se tardó en convocar un nuevo concurso, si bien los sabios del lugar estaban de acuerdo en que había que compensar, de alguna manera -es decir, a saber cómo- al maestro relojero. Después de mucho pensar, las fuerzas vivas acordaron convocar un Concurso de relojes. Contaba con el patronazgo de uno de los ricachos locales, Forrado Cejijunto y el Premio era un Diploma y un par de maravedíes..

Los organizadores animaron al maestro a que se presentara:

-Tienes todas las de ganar, también esta vez. Hemos modificado las Bases anteriores para que no haya sorpresas con mozos cortos de mollera ni martillos a su alcance. Habrá un Jurado cualificado, formado por un historiador del mundo de la relojería, dos saltadores de pértiga y una modelo porno, bajo la presidencia del prócer Forrado Cejijunto. El concurso convocado va estrictamente de relojes, materia en la que eres un maestro incuestionado. Así que el premio tiene que ser tuyo. Ah, eso sí, la presentación de relojes ha de ser bajo lema, y con seudónimo, para que no se identifique a los autores e impedir que se nos acuse de favoritismos.

El relojero quedó convencido, y aunque su esposa le decía que no necesitaba reconocimientos mayores que los que ya conseguía con una clientela fiel que les había hasta ahora permitido vivir dignamente -es decir, ir tirando-, su ego le impulsaba a participar. Después de todo, un reconocimiento expreso de valía, siempre viene bien.

-Y dos maravedíes nos permitirán hacer el viaje de novios que tenemos aplazado desde hace treinta años -expresaba, ilusionado.

Cerrado el plazo de admisión de piezas que optaran al premio, se habían presentado seis o siete relojes. Como era de esperar, la obra del maestro relojero había sido elaborada con esmero y era fácilmente reconocible, aunque se había presentado bajo el lema Ultreia. Cuatro de los cronómetros no valían gran cosa, incluso dos de ellos no funcionaban ni a patadas.

El maestro relojero estaba, junto a su esposa, en la plaza del poblachón el día designado para leer el resultado del Concurso de relojes. No sospechó nada especial hasta que uno de los organizadores se acercó hasta él con una cara de circunstancias -es decir, de esas que igual valen para un funeral que para darte una patada- y le farfulló algo así como “Se hizo lo posible”.

Cuando abrieron la plica del ganador y se descubrió como vencedor a un sobrino de Forrado Cejijunto, en atención a su “creativa solvencia provocadora y a la elucubrante designación valorativa” (o algo así), al maestro relojero, al que le concedieron un accésit, le dio un sofoco.

“Eso te pasa por creerte todo lo que te dicen”, le murmuró al oído la mujer a la que más quería en el mundo.

FIN

Publicado en: Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado como: angel arias, concurso, crisis, cuentos de verano, diploma, favoritismo, injusticia, jurado, maestro, martillo, mozo, patronazgo, premio, relojero

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