Aunque el nombre elegido para esta historia parece misterioso, responde a una obsesión muy común. Porque la inmensa mayoría de las personas, de toda edad y condición, en tocante a la educación, no quieren exactamente saber, sino aprender estrictamente aquello que les vaya a ser útil para tener un trabajo.
Si fuera posible definir un examen de capacitación para cada una de las ocupaciones y oficios que entretienen, impulsan o dan de comer a los seres humanos, estoy seguro que serían pocos los que elegirían preocuparse por algo más que de aquello que les resultara estrictamente necesario para obtener el título habilitante o, por decirlo de modo no menos pedante, aunque en latín, su modus vivendi.
En el pueblo de Valgamediós estaban preocupados porque en las pruebas comparativas que periódicamente se realizaban entre los niños de las diferentes poblaciones del orbe, sus representantes quedaban de los últimos. No conseguían, por sí mismos, descubrir a qué se debía exactamente, porque cada vez que abrían una discusión, se organizaba una algarabía y todos pretendían tener razón y no asumían la autoridad de nadie.
Unos, utilizando su experiencia que decían era irrefutable, expresaban que la razón del menoscabo estaba en que los niños se distraían con el vuelo de una mosca -y había muchas en Valgamediós-, otros, que lo que pasaba es que no entendían el significado de los enunciados que se les proponían allende las fronteras porque estaban mal traducidos del inglés, y no faltaban quienes pretendían que el motivo principal era que el clima del lugar les abotargaba la cabeza desde la más tierna edad.
El caso es que en los torneos y justas intelectuales siempre se llevaban la palma, los diplomas y los cacahuetes los niños de los países del norte, que eran los organizadores, lo que llenaba de orgullo a sus profesores que atribuían el mérito a sus capacidades docentes y hacía de rabiar, hasta el punto de mesarse los cabellos de cochina desesperación, a los maestros valgamediosanos, que eran tenidos por poco competentes.
Como, desde que se hacían estas pruebas, en Valgamediós lo habían probado todo (sobornar al tipo de la fotocopiadora con almendras garapiñadas, preparar baterías de miles de test con dos opciones casi idénticas y una deleznable, que era como se habilitaba para conducir trolebuses y que les obligaban a aprender de memoria, e incluso, estudiaron presentar a niños del norte naturalizándolos como propios), decidieron contratar a tres hadas provenientes del País de las Maravillas, expertas en encontrar razones, para que, viajando cada una a un sitio distinto de aquellos que tenían más éxito en las pruebas de capacitación intelectual de infantes, vinieran con las soluciones, y estaban decididos a implantarlas de inmediato.
Metiéndoles prisa, aguardaron las respuestas, mirando entretanto las musarañas y sin tener en cuenta que, al menos hasta hacía pocos años, cuando los valgamediosanos, ya adultos, se veían obligados a vivir en el extranjero, solían figurar entre los mejores de cada lugar, aunque en su propio país fueran desconsiderados.
El Hada Plutonia fue la primera en volver, y expuso que la razón segura por la que el país de Smallbutsmart tenía tal éxito educativo, residía en que los profesores se involucraban, colocándose al mismo nivel que los niños, y participando con ellos en todo tipo de juegos, lo que les hacía muy difícil distinguir quién era el que enseñaba y quien el que debía aprender, pero avanzaban jugando, por lo que el asunto de dar o recibir clases, resultaba a todos divertido.
Encantados con la idea, y lamentando que no se les hubiera ocurrido antes a ellos, la pusieron en práctica ipso facto, creando una Ley general de educación que aprobaron sin debate, por la que se obligaba a que todos los maestros llevasen mandilón a cuadros y los niños, palmeta. Así se preparaban para el examen comparativo.
Estaban en eso, cuando retornó el Hada Calcedonia. Había descubierto, contó, la causa por la que el país de Nichtschlecht triunfaba tanto en los certámenes de sabiduría infantil. Los profesores eran absolutamente rígidos con los alumnos, no consentían la menor distracción y los castigaban dándoles coscorrones y capirotazos, o metiéndoles en celdas de castigo, en la convicción de que por los agujeros sanguinolentos se introducía el conocimiento, como un jarabe.
La idea les pareció a los que tomaban decisiones en Valgamediós algo cruel, pero, animados como estaban a copiar todo lo que les dijeran que a otros era útil, pero despreciando lo propio, cambiaron de inmediato la previsión legal con una Superley Modificada de obligado cumplimiento, por la que se ordenaba que se extremara la dureza en todas las escuelas, introduciendo la asignatura de Torturas, Suplicios y Escarnios, de seguimiento obligatorio, independientemente de la tendencia -masoquista o sádica- de los progenitores, de los que no sirvieron de nada sus protestas.
No hacía mucho que habían marcado la última directriz, cuando llegó a la población que ocupa nuestros desvelos, el Hada Parsimonia. Le habían encargado que visitara el país de Moshantán, en el Oriente más oriental (que lo estaba tanto que podría considerarse casi occidental), y, desde luego, lo había recorrido de cabo a rabo. Pero no había encontrado a nadie con el que pudiera entenderse, ya que, aunque el hada conocía varios idiomas -latín, griego clásico y hasta se sabía frases atribuidas a Confucio de memoria-, con las gentes con las que se cruzó solo había llegado a intercambiar saludos de bienvenida o despedida y a tomar con ellas té de arroz y mijo con garbanzos fermentados. Tal era el hermetismo con el que guardaban sus técnicas o su incapacidad para comunicarlas, o del huésped para comprenderlas.
Sin embargo, el Hada Parsimonia no estaba dispuesta a confesar el fracaso de su expedición, y cuando volvió a Valgamediós, ya casi a punto de celebrarse las pruebas anuales, admitió que había perdido o le habrían sisado los papeles con sus anotaciones, pero que tenía muy claro el mensaje que convertía a los niños de Moshantan en tan efectivos en los exámenes comparativos.
-Utilizan el sentido común, simplemente. Les enseñan a utilizar el sentido común ya desde que nacen.
Los directivos del sistema educativo de Valgamediós se miraron, y, cuando estuvieron seguros de que todos pensaban lo mismo, estallaron en sonoras carcajadas:
-¡El sentido común!¡No hace falta viajar lejos para llegar a una conclusión tan elemental! -exclamó, atascándose con las risas, el máximo director.
-Sin embargo -prosiguió el Hada Calcedonia, que no era de las que daban fácilmente su brazo a torcer cuando estaba convencida de que podía ser útil-, en Moshantán creen que la única forma de decidir entre lo que se anhela y lo que se puede alcanzar, es analizando las cosas desde el sentido común… y esa cualidad no se encuentra fuera, sino dentro de cada pueblo.
-Todo eso resulta difícil de entender -dijo el encargado del departamento de Poner Dificultades.
-Para aplicar ese criterio, -si es que es un criterio, lo que dudo- tendría que definirse, en primer lugar, qué se entiende por sentido común. Y no tenemos tiempo -expresó el responsable de la sección de Comisiones Dilatorias.
Se pidió también opinión a las otras dos Hadas, que defendieron la bondad de sus informes. Se preguntó a los padres, que dejaron muy claro que el criterio irrenunciable era que deseaban lo mejor para sus hijos y, en fin, se les pasó el tiempo discutiendo. Nadie sabía muy bien cuál era la Ley que había que cumplir, porque estaban todas parcialmente vigentes y parcialmente derogadas.
Así que, cuando llegó la hora del certamen, la representación de Valgamediós parecía más bien un grupo de saltimbanquis. Unos pequeños llevaban mandilón y palmeta y lucían su cabeza llena de coscorrones, en tanto que otros recitaban a Cervantes y a Schopenhauer en alejandrinos y, por ejemplo, los de un colegio de pago tenían escrita en sus muñecas la oración a Santa Rita.
En general, los niños se presentaban a las pruebas con ánimo de derrota, convencidos de que volverían a quedar los últimos, lo que era tanto más evidente cuanto más contemplaban a sus rivales. Los maestros valgamediosinos, como tenían por costumbre, intercambiaban malestares por rencores. Incluso los mandamases, que había viajado con sus familias a gastos pagos, dudaban de la eficacia de lo que habían ordenado hacer, siendo la inseguridad la cualidad principal que moraba en sus molleras, aunque siempre aparentaban en público lo contrario.
No contaban con que a los niños, con tanto cambio de planes de estudios, se les había puesto la cabeza como un bombo y, mucho menos, con que algunos maestros, constituyéndose en pura rebeldía, habían pasado por alto el cumplimiento de unas leyes que se modificaban desde lo alto sin dar explicaciones a los de abajo, y, a escondidas, en horas no lectivas, enseñaron a los niños a pensar, lo que unos cuantos entre ellos, venciendo las dificultades, como eran realmente brillantes, conseguían.
Fue esa la única vez que el pueblo de Valgamediós quedó entre los primeros clasificados.
Desgraciadamente, a la hora de interpretar los resultados, los mandamases educativos, en lugar de profundizar en lo que había pasado, atribuyeron el éxito al barullo que habían montado. Hay que indicar que el criterio por el que habían sido elegidos era el de la incapacidad para pensar por sí mismos y que, para cubrir las vacantes del comité educativo, era condición sinequanon ser recomendado por los que pertenecían a él.
Así que se aprobó una Ley de Bases que era, falta de lógica o consistencia, un documento de casi mil páginas, con derogaciones parciales y obligaciones provisionales, junto a principios interpretables y proposiciones discutibles: un pupurri infumable.
El Hada Parsimonia retornó, con las otras Hadas, al País de las Maravillas, y el pueblo de Valgamediós siguió obteniendo muy bajos resultados en los certámenes internacionales. Los planes de estudio se siguieron retocando parcialmente, incorporando más y más páginas, cada vez que había cambio de tornas o cuando a un equipo de mandamases le daba la venada, incapaces todos de reconocer que no tenían ni pajolera idea de lo que debería hacerse en verdad, y sin atender a las razones de los muy pocos que defendían que no es lo mismo preparar a los niños para ganar un concurso que formar adultos para ganarse la vida en un mundo competitivo.
FIN