En otro Comentario me referí a Frases capitales que probablemente nunca oiremos y que, sin embargo, corresponden a momentos sustanciales de nuestra existencia.
Dedico este Comentario (¡a petición de una lectora, que me sugirió la temática!) a aquellas frases positivas que nos hubieran significado un chute de alegría, una necesaria explicación, o una grata satisfacción y que tampoco oiremos.
Pongo ejemplos. Hemos pronunciado una conferencia que nos llevó, por supuesto, tiempo y esfuerzo preparar. Esperábamos una asistencia numerosa, pero, en verdad, solo unas pocas personas, incluidos cónyuge y algunos amigos cogidos a lazo, ocuparon las primeras filas.
Al final de la charla, los amigos nos felicitan con frases de cortesía y se lamentan de la poca afluencia de público. Apenas oímos lo que nos dicen, siguiendo con la mirada a los desconocidos que se van en silencio.
¿Les habrá divertido, ilustrado, aburrido, a ésos, que no guardan relación de amistad o familiar con nosotros?
¡Cómo nos hubiera gustado saber que uno de ellos ha dicho: “Me pareció una conferencia entretenida; se ve que el autor se lo curró. Lástima que no me haya atrevido a hacerle un par de preguntas”.
Nos prodigamos poco en frases amables: a la pareja, a los padres, a los hijos, a la familia propia y a la política, a los amigos, a los desconocidos. Por lo que hacen bien, por lo que los apreciamos, porque sí. Sin esperar nada a cambio.
Primera moraleja: Procuremos manifestar lo que nos agrada al responsable principal de esa alegría, incluso aunque se trate de un desconocido.
Otro ejemplo. Llueve a cántaros y no llevamos paraguas. Nos hemos refugiado en un portal, esperando a que escampe, aunque la lluvia arrecia y tenemos una cita importante a la que llegaremos tarde. Estamos nerviosos y preocupados.
Pasa una persona que lleva la dirección que deberíamos tomar, protegida con un gran paraguas. ¿Nos atreveremos a pedirle que nos permita cobijarnos bajo su magnífico quitalluvias?
Y ella, ¿pronunciará las palabras que hubiéramos deseado oír?: “¿Le puedo ayudar? Creo que usted trabaja en la oficina de enfrente a mi local. Mi paraguas es grande y permitirá cubrirnos a ambos.”
El del paraguas es un ejemplo trivial. Pero…¿cuántas veces despilfarramos lo que ya no nos hace falta? ¿Qué pensamiento hay detrás de tanto actuar bajo el motto “Quien venga detrás, que arree”?
Segunda moraleja: Hagamos participe de lo que nos sobra a quien lo necesita. Nos producirá una satisfacción adicional a nuestro propio disfrute.
Tercer ejemplo. Nos ha llamado el jefe de personal para comunicarnos -dice- algo importante. Llegados a su despacho, nos alarga un papel en el que se expresa nuestro despido por haber incumplido instrucciones superiores, reconociendo simultáneamente que el despido es improcedente y nos ofrece firmar el finiquito.
Desagradable sorpresa, para la que no tenemos ni justificación ni antecedentes. Nos negamos a firmar el Recibí y el cumplidor lacayo llama a dos compañeros que firman como testigos.
¿Asomará el careto nuestro jefe directo para explicarnos que ha propuesto nuestro despido, no porque seamos ineficientes ni díscolos, sino, justamente al contrario, porque de esa forma trapacera cuenta con librarse de un serio competidor en sus aspiraciones personales de ascenso?
Y esos compañeros, los testigos circunstanciales que prestan su apoyo a una injusticia, y los otros que miran a otro lado mientras recogemos la foto de nuestra pareja y los niños, y una carpeta con tiras de goma, ¿serán capaces de negarse al atropello, indicando que la empresa perderá un buen empleado que no será posible sustituir sin deterioros?
Trascendamos también aquí, del concreto ejemplo. ¿Seguiremos mirando hacia otro lado ante las injusticias, los atropellos, los escarnios? ¿Nos servirá de disculpa que los afectados están lejos, que no se puede hacer nada, que otros están mejor situados o son más responsables para intervenir?
Tercera moraleja: El silencio ante las injusticias nos hace sentirnos, no solo incómodos; nos convierte en cómplices.
La fotografía que acompaña a este Comentario es, claro, la de una ruina. La tomé en la zona de observatorios de aves de Isla Cristina; cerca de esta ruina hay un viejo molino, utilizado como vivienda particular, en estado de deterioro notable. Aún peor resulta el espectáculo en Lepe, Huelva, en la zona de marisma del río Piedras. Allí también hay ruinas, parece ser, de un viejo molino. El camino de acceso a ese observatorio estaba intransitable y, una vez que llegué, a pie, al propio observatorio, me encontré con que estaba destruido.
Incluyo el testimonio como evidencia de que el descuido y el abandono también afectan a los parajes naturales protegidos.
Podía incluir otras fotos del mismo lugar y de más áreas teóricamente destinatarias de especial protección, que mostrarían su uso por ocupas sin permiso, o como vertederos de basuras, y soportando edificaciones ilegales o ruinosas. Es una lástima, que contrasta con la excelente protección y cuidado que se dispensa a otras áreas de las marismas en la misma Huelva o en la vecina Cádiz, gozo para los aficionados a observar la avifauna en su estado natural.
Convendría que los funcionarios de la Junta de Andalucía dieran un repaso eficiente a las zonas de la reserva, anotando las imperfecciones e irregularidades que observen y actuando para eliminarlas. Lo merecen las excepcionales características de las marismas del Guadiana, Odiel, Piedras, etc., y su potenciación para el turismo ornitológico. Hay mucho avanzado, y lugares que cabe calificar como de primera línea, contrastando con otros, incursos en un abandono o una permisividad injustificables.