Cada noviembre, desde ya hace algunos años (en España, desde 2013), son varios los hombres (sobre todo, jóvenes) que se dejan crecer el bigote, en una campaña para recaudar fondos para la investigación de los cánceres específicos del varón: próstata, testículos, pene.
Noviembre es el mes elegido también para festejar -ya no sé de qué forma- el Día del Hombre, que se ha establecido, supongo que con intereses comerciales, el 19 de noviembre. Si a la campaña de concienciación por las penalidades clínicas de la masculinidad y la necesidad de dedicar más recursos a la eliminación de los tumores malignos asociados al nuevo sexo débil, le faltaban símbolos, se puede elegir el de un lacito azul al que se ha añadido unos mostachos, con aire más bien decimonónico, si es que no parecen (como a mí) los bigotes postizos que se ponen las chicas cuando se disfrazan con el chaleco y la pajarita del armario del bisabuelo por carnaval.
Las mujeres han dado visibilidad excepcional al cáncer de pecho, a los avances clínicos para su curación, a la superación del trauma de la extirpación mamaria, a la importancia de la detección precoz y, en fin, a la solidaridad con las afectadas por ese maligno.
No puede decirse lo mismo de las enfermedades propias del varón. No me atrevo a decir si la razón es la falta de concienciación, la ignorancia respecto a las verdaderas cifras de afectados por esos cánceres específicos o, para no hacer el relato demasiado largo, por la reserva del macho a hablar de sus pejigueras y dolencias, que prefiere ocultar para no parecer vulnerable.
Quiero poner de manifiesto, en este Comentario, dos cuestiones: 1) El déficit de coordinación entre las principales empresas farmacológicas y los centenares de equipos de investigación que están trabajando en las vías de superación del cáncer de próstata y las metástasis asociadas. Se están probando muchos fármacos, se analizan en ensayos clínicos y preclínicos múltiples opciones, pero no existe más que una comunicación sesgada y parcial entre los equipos principales, que compiten por alcanzar el premio de la piedra filosofal que les dará el premio nobel junto a cuantiosos beneficios económicos.
No quiero abrumar al lector con indicaciones biomédicas de las que solo soy un curioso y ávido lector de novedades, pero las dos vías principales de control de los avances cancerígenos tienen demasiados senderos abiertos, en lugar de concentrar la eficacia donde sería más probable el éxito. Me refiero tanto a la vía de destrucción del núcleo de la célula dañada, con productos químicos que sean aptos para perforar preferentemente la cubierta citoplasmática, como a la encapsulación de las formaciones tumorales, rodeando las células anómalas con cementos proteicos, que se vinculen selectivamente con el tejido dañado.
2) El desinterés respecto a la situación sicológica y extraclínica de los enfermos de cáncer masculino. Hay ocultación por parte de los enfermos, falta de comunicación entre ellos y sobre ellos, y la sensación pública, alimentada desde el error de que el cáncer de próstata es detectable sin más en sus fases preliminares y que si alguien enferma de este mal es por su culpa. Es la actitud frente al “atropellado en paso cebra”: si te ha pillado un coche por haber pasado en ámbar, la culpa es también tuya.
Pues quiero, con este símbolo con el que adorno/publicito este Comentario, denunciar ambos aspectos de un mal del que la naturaleza me ha hecho portador. No espero despertar palabras de conmiseración, que no necesito. Solo expresar mi convicción de que el cáncer masculino debería alcanzar una mayor proyección pública, un interés de mejor alcance.
Y, sobre todo, y de ahí el brochazo color sangre con el que subrayo el símbolo que se utiliza en algunos sectores para llamar la atención sobre los cánceres específicos del varón, que los enfermos de cáncer necesitan especial atención, mayor investigación, más coordinada y mayor cantidad de recursos dedicados a su potencial curación o, al menos, a mejorar su esperanza de vida y la calidad de la misma.
Movember is Remember.