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Desgobierno institucional o pasión por las crisis

1 junio, 2022 By amarias Dejar un comentario

No tiene gracia. Las disensiones en el seno del gobierno multicéfalo que construyó Sánchez (Pedro) a la medida urgente creado para destronar -dicen que con la actividad muñidora conjunta de Abalos y Redondo- a un presidente cansado pero competente (Rajoy, Mariano: los hechos posteriores dixint) son clamorosas.

Se pretende incluso justificar las notables discrepancias en las apariciones públicas entre los portavoces de las facciones en que se va descomponiendo lo que ya cabe calificar como desgobierno, sobre temas que han sido debatidos en el seno del Consejo de Ministro. Se argumenta por los díscolos que “la ley no obliga a que los ministros estén de acuerdo con la decisiones de Gobierno” (declaraciones públicas de varios ministros podemitas).

Una vez nombrados, y al conocer sus declaraciones ante los media y la esencia de sus actuaciones cara a la realidad, resultó inquietante apreciar lo poco que conocían ciertos Ministros sobre sus campos de competencia y nos llevó a preguntarnos porqué no se dejaban asesorar (o, también, por quiénes se hacían asesorar); el mal parece contagioso, pues otros miembros del Ejecutivo, tenidos por competentes, languidecen en sus puestos, convertidos en irrelevantes o desvarían sorprendentemente contradiciendo actuaciones y opiniones anteriores (cito sin ánimo de ser exhaustivo: Robles,  Ribera, Albares, Iceta, Calviño…y me sobra la supersexposición de Rodríguez García, Marlaska,…Super Yoyo Díaz)

Perdón: la Ley del Gobierno 50/1997, revisada y actualizada en 2015, define inequívocamente las funciones de un “órgano colegiado” y, como tal, en su seno se puede discutir lo que se quiera, y discrepar, pero el cumplimiento de las decisiones que se adopten obligan a todos sus miembros, que están, además, obligados a guardar el secreto del debate interno para la concreción del acuerdo.

Que los Ministros no conozcan sobre los asuntos de su competencia e improvisen sus resoluciones confundiéndolas con su “derecho a opinar “genera una gran confusión pública. Que ignoren sus obligaciones legales y aireen sus discrepancias convirtiendo en campaña electoralista la gestión del lo público, es kafkiano,-o dadaísta, como oí decir a un tertuliano-.

(Nota: Imagino que algunos de mis comentarios pueden parecer a quienes no me conocen, propios de alguien que se complace en criticar al Gobierno. Tal vez por eso, por pudor y por no enseñar la patita ideológica, pocos son los que, habiéndome leído, se atreven a compartir mis reflexiones. No pretendo publicidad alguna. Soy mayor, tengo mi vida resuelta (y para más inri, ando mal de salud). Soy independiente, lo fui toda mi vida y escribo porque me gusta. Si alguien se siente identificado o le proporciono algún elemento para pasar un rato divertido o llenar una curiosidad, le estoy agradecido, aunque no me haga llegar el menor reconocimiento.)

Este 1 de junio, en el que se cuentan ya 4 años desde que se puso punto final al Gobierno de Rajoy, han pasado muchas cosas: la crisis sanitaria, la crisis económica, la crisis energética y, ahora, la guerra en Ucrania que es una guerra en Europa. Este ejecutivo tuvo que lidiar con graves problemas y sobrevive. Herido (quizá de muerte), pero vivo. El país está inmerso en una situación financiera muy delicada, preludio de dificultades muy serias para enderezar el timón económico, falto de impulso.

La desunión en la política (no solo dentro del Gobierno) alimenta también el descrédito internacional y la crispación nacional. La grieta catalana no se cierra se emponzoña y hiede. El asedio casi continuo al Jefe de Estado -que, sin apoyo del Ejecutivo, trata de construir una agenda interna de simpatías, empezando por lo sencillo-, la falta de control del Presidente de Gobierno sobre la mitad de sus ministros; una oposición que está en la construcción de una identidad creíble como alternativa de Gobierno, …

España tiene pasión por las crisis. Sobrevivimos, pero no sabemos cómo salir bien de ellas. Es parte de nuestra identidad colectiva, ir dejando plumas en cada batalla, perdiendo mucha energía en cada envite. Lástima. porque así no hacemos más fuerte España y la competencia es feroz.

Archivado en: Actualidad, España Etiquetado con: Abalos, Albares, Calviño, crisis, Iceta, Mariano Rajoy, Marlaska, ministros, Redondo, Ribera, Robles, Sánchez

Actos sociales

20 septiembre, 2020 By amarias 1 comentario

El recrudecimiento de los casos de contagio por la pandemia vírica y el duro reconocimiento clínico de que seguimos ignorando  muchas cosas de cómo tratar a los  infectados y casi todo de cómo evitar contagiarnos, ha vuelto a poner el énfasis en la necesidad de enclaustrarse. Suprimir los actos sociales, reducir las salidas a la calle, procurar no utilizar el transporte público. Y hacer lo que se haga siempre con mascarilla, esa tela de variadas hechuras y misteriosas composiciones -desde la tela de colorines a juego con el calzado al triple refuerzo vital made in China, como el pangolín que nos aguó la verbena-.

Los actos sociales, como todo el mundo sabe, son la base del comportamiento humano, lo que nos hace distintos a la mayoría de los animales que, en las categorías superiores, solo suelen reunirse por parejas y en el acto de la procreación. Nosotros, la especie del sapiens, con el paso del tiempo le hemos añadido mucha más gracia y bastantes calamidades.

Disfrutamos con la mayoría de los actos sociales (excluyo las guerras, aberración de los mismos, pero muy utilizada a lo largo de la Historia). Nos gustan las fiestas, compartir aficiones, e incluso señalamos con ellos momentos importantes de la vida: el nacimiento, la pubertad, el tomar pareja, el tener hijos, los cumpleaños, la muerte.

Este “puto virus” -como se conoce entre nosotros- impide la celebración de actos sociales fundamentales. Y los actos sociales no son exhibiciones del ego particular (muy raras veces, si), sino la demostración, ante el resto de la tribu, que hemos tomado una decisión importante o superado una etapa vita. Puede que algún lector piense en la asistencia a un encuentro de fútbol o a una sesión de ópera (por ejemplo) como acto social, aunque yo me quiero referir aquí a los actos sociales en los que somos protagonistas o acompañantes afectivos de éstos.

Una boda  no es acto social, aunque tenga efectos legales, sin la celebración del banquete ad hoc, sin compartir el momento con la familia -la propia y la añadida- y los amigos. Puedes casarte por la Iglesia, o por el rito que de validez jurídica al enlace, pero entiendo buen que muchas parejas pospongan el anuncio de su compromiso hasta que nos veamos libres del huésped venido del Oriente.

Sufro al advertir cuántos infantes -mi querida nieta Carlota, entre ellos- han tenido que celebrar una Primera Comunión (el atávico rito al reconocimiento de la entrada en la “edad de la razón”) sin el fausto de la asamblea familiar. Yo guardo un magnífico recuerdo de mi Primera Comunión -compartida la celebración posterior en la cafetería Arrieta, de Oviedo, con mi primo Javier Pérez Montoto-, con el salón del local lleno de familiares de ambas familias, unidas por vínculos colaterales.

Pues bien: resulta que los que mandan, ya que no tienen mejores argumentos para atajar el virus, prohíben los actos sociales y nos confinan hasta que alcance su cénit la “curva de contagios” (el punto de saturación en mecánica de fluidos). Lo entiendo, claro, en justificación de la “buena causa”, ya que no soy negacionista, nihilista ni estúpido y amo mi vida y, mucho más que la mía, la de quienes quiero.

Pero lo que no puedo entender es que se autoprohíban los pactos sociales. Sí, he escrito los pactos sociales, la forma inteligente, avanzada, democrática, de vivir en sociedad. Acordar, pactar, llegar a puntos de encuentro en beneficio de la inmensa mayoría, la paz social, el bien común, el sostenimiento de la democracia…esas cosas.

Tenemos unos partidos políticos que, para desgracia  de este momento que han convertido en histórico por su mala maña, son incapaces de pactar. Quieren tanto su parcela de poder, se aman tanto a sí mismos, se creen tan imprescindibles, que no quieren pactar. Se han unido, es cierto, en momentos precisos, con gentes de parecida calaña, en pactos internos para alcanzar su cuota de poder, pero no quieren pactar con los demás. Caca, culo, pis.

Y, por ello, por su cerrazón, por su incomprensible inquina hacia el que entienden que puede quitarles sillón y poder, lo cercan, lo insultan, lo desprecian y ,,,a cuantos defienden o apoyan a aquel con el que no quieren pactar, los consideran enemigos, indocumentados, fachas, rojos de mierda, descerebrados, pijos, comunistas de salón, … Y esa lacra se ha convertido en contagiosa. Es la otra epidemia, el virus más letal.

La situación económica provocada por el virus, la inmensa crisis en la que estamos y el tsunami que asoma debía animar, aunque los virus se consideren seres inanimados, a fuertes y novedosos pactos sociales.

No creo que vote nunca a Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid por la gracia de los pactos, pero simpatizo ahora con ella y con su equipo. Me han desviado a ello tipos que dicen estar en la acera de enfrente. Cuando leo o escucho las opiniones de los Abalos, Sánchez, Iglesias, que se han focalizado en tirar dardos contra su gestión de la pandemia, echándole las culpas, me recuerdan a todos los que andan por ahí tirando piedras contra lo que tiene más talla que ellos mismos o presiente que su crecimiento los convertirá en enemigos peligrosos. Esconden al tirar piedras a obras ajenas, que están afectados de la misma o parecida incapacidad.

No recojo aquí nada de los independentistas catalanes, de los terroristas vascos y de otros personajes del actual escenario político para no ensuciar aún más esta pagina.

Pactad, malditos.

Archivado en: Actualidad, Sociedad Etiquetado con: Abalos, Ayuso, Comunidad de Madrid, gobierno, pactos, Sánchez, virus

Estrategia sin proyecto

8 febrero, 2020 By amarias Dejar un comentario

La tremenda exposición mediática de los ministros del gobierno de España, está dando como primer resultado -lógico- el incremento del desconcierto. No sería honesto negarles buena voluntad para hacer las cosas bien, pero a su falta de experiencia y conocimientos (ya nos hemos acostumbrado que el paso por las Administraciones públicas es un camino hacia la puerta giratoria), se une la falta de coherencia en temas importantes.

En política internacional, la desafortunada gestión del asunto Delzy Rodríguez -la vicepresidenta del gobierno de Maduro que tuvo la desfachatez de venirse a España pretendiendo contrarrestar la visita del presidente encargado Guadó- ha provocado no solo el descrédito del ministro Abalos (enredado en su deslavazada y mendaz explicación de lo que sucedió en el aeropuerto de Adolfo Suárez, en Barajas), sino que también ha arrastrado la credibilidad, ya bastante erosionada del propio presidente Sánchez.

Poco importa que la verdad se vaya cebando sobre las mentiras acumuladas: es mucho más grave que la equivocada exposición del ministro de Transportes y los apaños verbales del propio Presidente, faltos de coherencia, haya venido a poner de manifiesto que no hay homogeneidad en el tratamiento del problema venezolano  por parte del Gobierno. Los ministros del clan Unidas Podemos deben demasiado a Maduro (y todo indica que en el magma putrefacto está también atrapado el ex presidente Zapatero) como para apoyar sin tapujos a Juan Guaidó, como se comprometió a hacerlo la Unión Europea y el propio Sánchez cuando no tenía otras ligazones.

En el terreno internacional, el desencuentro con Estados Unidos ha crecido, también, por dejar pasar las oportunidades. La crisis del campo se entronca con dureza con las desmedidas medidas del gobierno de Donal Trump que, enfadado por la competencia de Airbus, ha preferido golpear en la mejilla del más débil, es decir, la cuota de los productos españoles introducidos en el mercado americano, imponiéndoles unas duros e injustos gravámenes en frontera. Y todo se ha hecho mientras las lentejas y los garbanzos norteamericanos, junto con otros productos de indudable valor añadido (para las empresas de USA) inundan las estanterías de nuestros supermercados y presionan sobre nuestra competitividad tecnológica.

La llamada de atención de un sensato ex ministro Borrel, desde su retiro dorado europeo, advirtiendo que es bonito ser defensor de la necesidad de tomar medidas urgentes contra el cambio climático, pero que hay que calcular buen los costes y decidir quién va a pagarlos, no deja de ser una llamada general acerca de lo cómodo que es presentar sobre el papel medidas que mejoren teóricamente los puntos en los que se está mal, sin saber calcular, o negarse a hacerlo, lo que cuesta ponerlas en práctica y asignar las cargas a quienes deberán soportarlas. Y no es sencillo porque estamos en un sistema en equilibrio (por muy desgraciado que pueda parecer) y tocar a alguno de los pilares que lo sustentan, sin atender a la estabilidad de todo el tinglado, puede provocar efectos no deseados: empresas que se van o quiebran, aumento del paro, regiones perjudicadas, aumento de las desigualdades y de la ineficacia, aunque el resultado deseado hubiera sido el contrario.

No es posible desviar la mirada del negocio catalán, en el que se ha hecho fuerte la falta de solidaridad y la desvergüenza. La visita a Cataluña del presidente Sánchez, acompañado de su pepito grillo Iván Redondo, entregado a la pleitesía al títere puigdemoniano Torra, ha dejado el descubierto que el gobierno dirige su atención al que más ladra, con preferencia a los que más sufren. La España vaciada, la España marginada, la España despreciada, es enviada con empujones al lugar del castigo, en tanto se pone en primera línea de atención a los que chillan, arman jaleo, incluso delinquen confiados en que saldrán impunes.

Me temo que el Gobierno está dejando cada vez más evidente que tiene una estrategia. Lo que no tiene es proyecto.


 

Archivado en: Actualidad, Administraciones públcias Etiquetado con: Abalos, Cataluña, Delzy Rodriguez, Josep Borrel, Juan Guidó, proyecto, Sánchez, Torra, Venezuela

Sarna con gusto

31 enero, 2020 By amarias Dejar un comentario

Desde que se formó el Gobierno de coalición entre los diputados del PSOE y las facciones de Unidas Podemos que consolidaron al ambicioso proyecto de Pedro Sánchez como Presidente de Gobierno (con la valiosa abstención de los republicanos independentistas de ERC), a los españolitos de a pie no nos faltan temas para entretener el café de media mañana.

En realidad, no diría tanto que vivimos en continuo sobresalto, sino que más bien se ha instalado en nuestro ánimo la parsimonia relajada con la que se contempla el estreno de una obra de teatro de la que no acabamos de captar el argumento. Podría incluso suponer que las primeras semanas del nuevo Gobierno son aptas para construir un relato lleno de enjundias, dimes, diretes, declaraciones pomposas y desmentidos rutilantes.

Todo se va asemejando a la versión en pantalla grande, pero cutre, de la Regenta, con la que Leopoldo Alas “Clarín” realizó un biópic con personajes de Vetusta, acertado heterónimo de mi pueblo natal, Oviedo. Esa ciudad alegre y confiada que dormía la siesta, más arcaica que heroica, bien puede traslucirse en la España actual, despreocupada de la política, que duerme plácidamente la siesta de su ignorancia respecto a lo que nos fuera a pasar.

Me apunto, claro, a la corriente de dar un voto de confianza al nuevo Gobierno, aunque necesitaría más fe y menos información para imaginar que todo saldrá tan bien como los voceros oficiales se empeñan en presentarnos, y carezco de la mala uva y el tono agrio con el que los derrotados en las últimas elecciones siguen anunciando la Apocalipsis.

Vale, lo admito. Se nos han colocado en el Gobierno dos grupos de ministros, alineados férreamente en torno a sus respectivos jefes de fila, que, por muchos abrazos que se den en público, tienen ideas, públicos a los que contentar y deseos de protagonismo diferentes. No puedo digerir la boa de que un matrimonio acapare una vicepresidencia y un ministerio, ni tampoco que, repasando las nóminas de los que están en las primeras y segundas líneas del poder político, haya más vínculos familiares, incluso, que en las muy nepotistas Universidades españolas.

Admito también que la derecha, vencida y convencida de su homogeneidad a fuerza de tanto repetírselo desde los medios informativos y del bloque de la desigual izquierda, no sea capaz de poner en orden sus ideas, y se empeñe en criticar todo lo que hacen o no hacen los de los Ministerios, en vez de clarificar qué programa alternativo van a presentar cuando se rompa la actual coalición o le fallen los apoyos desde los independentistas.

El Gobierno se esfuerza en sacar medidas del sombrero mágico, sin valorar las consecuencias y esta precipitación debería tener su sanción económica. Se ha subido el salario mínimo y la medida debiera ser aplaudida si realmente supusiera que todos los que actualmente tienen un trabajo mal remunerado fueran a cobrar más sin que se viera amenazado el puesto del que, mal que bien, sacan para los garbanzos.

Porque si el dinero saliera de darle a los rabiles con el que el Tesoro fabrica los billetes, no habría más efecto que provocar algo más de inflación, y aquí paz y después gloria. Pero como estamos en una Unión Europea (Krugman ha vuelto a decir que o del euro fue un error), toda subida salarial no vinculada a la productividad provocará pérdidas de empleo, ya que los costes empresariales se ajustarán casi automáticamente reduciendo las cargas laborales, con el objetivo elemental de mantener beneficios, o la viabilidad de las empresas y los emprendimientos, especialmente en aquellos que tienen pocos empleados, se manejan en el sector agrario o de servicios domiciliares o en negocietes de chicha y nabo.

No se confíe el Gobierno en que los agentes sociales le estén aplaudiendo con las orejas, porque es cierto que la empresa de mayor tamaño, el capital más receloso y las fortunas de buen asiento necesitan estabilidad en el escenario. Las cosas tienen que hacerse con su ritmo y no a golpe de voluntades e inspiraciones geniales. Y tenemos demasiada prisa en los Ministerios. Me repito hasta la saciedad: somos un país intermedio, y dependemos mucho de lo que hagan otros. Sacar pecho a destiempo nos ha pasado siempre factura.

El caso Abalos ha puesto una nota exótica sobre las consecuencias de no tener una política clara en temas sensibles. Habíamos apoyado, siguiendo el acuerdo europeo que España había propiciado, al venezolano Guaidó, como presidente encargado de Venezuela (curioso nombre para lo que se creyó alternativa a Maduro) y ahora estamos haciéndole morritos al régimen chavista. La historia verdadera de la visita nocturna del Ministro de Transporte a la zona de aterrizaje de aviones privados en el aeropuerto de Barajas encaja con la cultura del vodevil.

Porque ya se puede completar el relato, sacudiéndose de las mentiras urdidas sobre la marcha por Abalos para justificar un tema menor. La vicepresidenta venezolana, Deniz Fernández, quiso venir a Fitur, aprovechando el viaje de la delegación del Ministerio de Turismo del país hermano. Pero la policía de fronteras, en el trámite de pasaportes, descubrió que la señora tenía prohibida la entrada en la Unión Europea o, si se quiere ser menos fino, estaba en busca y captura por presunto delito de tráfico de drogas y otras lindezas y los diligentes funcionarios anuncian su detencion.

Molesta tanto como asustada, la Sra. Fernández llama a sus amigos de Podemos y éstos despiertan al superministro Abalos, que acude raudo para solucionar el embrollo, al tiempo que los policías de fronteras alertan al Ministro de Interior, que es la autoridad a la que deben obedecer. Después de varias llamadas telefónicas y la evaluación de lo que debería hacerse, la vicepresidenta, cabreada pero libre, accede a marcharse a otro lugar, aunque el mal ya estaba hecho. Porque no es cierto que el aeropuerto internacional de Barajas no sea territorio español y no resulta creíble que las reuniones se mantuvieran en el avión y no en la zona de autoridades, y que a la fugada de la justicia europea, amiga de varios ministros podemitas (y, al parecer, del propio ministro de Transportes e Infraestructuras) n se le ofreciera un lugar discreto donde pasar la noche y el disgusto.

Hoy, 31 de enero de 2020, se ha sabido que Ciudadanos y Partido Popular concurrirán juntos a las elecciones de Cataluña (Torra anunció por sorpresa, incluso para sus aliados de gobierno, que su legislatura estaba agotada). País Vasco y Galicia. Otro craso error de la derecha, si así piensa sumar votos. Y el preludio del canto final de Ciudadanos, del que cabe decir aquello de “quien te vio y quien te ve y sombra de lo que eres).


Un grupo de buitres comunes (llamados también leonados por el color de su pelaje, gyps fulvus) observa desde los farallones de Olite (en Navarra) a los cuidadores que les proporcionan regularmente alimento, ya que la falta de animales muertos por causas naturales en la zona los hace dependientes de ese suplemento nutricio.

 

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