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Cuento de otoño: Pura filosofía

18 octubre, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

Si destacaba a simple vista por algo de entre sus compañeros, era por ser el más feo. Corto de estatura, demasiado gordo y fofo, pelo largo grasiento (con permanente aspecto sucio). Además, olía mal: sus glándulas sebáceas mantenían una secreción incontrolable, apestosa.

Se llamaba Anastasio Plínton, pero en la Universidad lo conocían como Platonín, por su afición a elucubrar.

Todas estas características negativas no le impedían sostener un interés general por todo el sexo femenino, ofreciendo un espectáculo más bien lamentable. Perseguía a sus colegas de clase de Filosofía con un encono admirable, tratando de seducirlas con la única arma que controlaba: su capacidad intelectual.

Se consideraba sin duda, el más inteligente de su grupo.

Aunque no los conocía a todos, estaba persuadido de ser el más listo de toda la Facultad. Puede que incluso fuera una de las personas más inteligentes de su generación, si es que se pudiera realizar una prueba comparada de los coeficientes intelectuales que resultara objetivamente neutral.

-He estado pensando toda la noche en mi teoría general -era, por ejemplo, la manera que había elegido aquel día para acercarse a Lolita Preciosa, una morena jacarandosa, que tomaba apuntes de Historia de los Pensamientos Frustrados en una libreta con las tapas ilustradas con fotos de Ricky Mortesten, el capitán de la selección de rugby de Malagascar.

-¿Y? ¿Has conseguido con ello aliviar tu tensión sexual? -podía ser la observación pertinente/impertinente de la señorita Preciosa, mientras se cambiaba de sitio, sentándose en un banco varias filas atrás, dejando tras sí un hálito a agua de colonia bendecida por sus hormonas.

Por esta razón y otras similares, conducido de la mano por su obsesión de desechar las opciones menores, dado el escaso tiempo disponible en una vida humana para llegar a conclusiones, Platonín no perdía el tiempo entablando conversación con sus colegas masculinos.

En verdad, lo perdía pretendiendo captar la atención de sus jóvenes compañeras, porque estaba convencido de que para la excitación intelectual de las terminaciones neurológicas que discurren por el cerebro, se precisa contar con estímulos sexuales, y, cuanto más intensos sean éstos, mejor.

Poco a poco, sin embargo, Platonín parecía estar consiguiendo perfeccionar su teoría general del orbe, a pesar de las antedichas limitaciones conductuales. Así lo había anunciado varias veces a lo largo del curso, a sus admiradas, sin que ninguna le prestara la menor atención.

A Marisa Tabernáculo le contó que estaba poniendo por escrito sus conclusiones, blanco sobre negro, pé sobre pá, como suele decirse, para que sirviera de guía con la que encontrar la salida del cosmos, el agujero de la eterna sabiduría.

-He descubierto algo muy curioso. Cuanto más avanzo en el saber, menos ideas necesitaba para expresarlo. Por eso, las quinientas páginas de que constaba mi teoría, en este momento, las tengo reducidas a cientoventisiete.

Si la señorita Tabernáculo le hubiera dedicado un minuto, solo un minuto, durante las semanas siguientes, habría podido enterarse de que el número de páginas con las que Platonín trataba de expresar su teoría se reducía a pasos agigantados.

-En este momento, trabajo en solo diez páginas -contó un orgulloso Anastasio Plínton a una displicente Merche Parodontosia, algunas quincenas más tarde.

Nadie pudo contrastar la poderosa construcción intelectual, porque no hubo ocasión de conocer ese documento que tan velozmente adelgazaba su espesor, mientras (todo hay que decirlo) Platonín engordaba.

Para sorpresa de algunos, Platonín no pudo terminar la carrera de Filosofía, que tan brillantemente había comenzado (había obtenido dos Matrícula de Honor, sin necesidad de examinarse, por asistencias, preguntas pertinentes y puntos de buena conducta, respectivamente, en Las Construcciones Subliminales Espinocianas y en Pensamiento Colateral Restringido).

Cuando se estaba ya a punto de convocar los exámenes finales, entró en una profunda depresión, desapareciendo de las aulas. El rumor era que su tensión por saberlo todo lo había conducido a La Cadellada, manicomio local del que, como se conoció años más tarde, no consiguió salir más que con los pies por delante.

Nadie pudo valorar, pues, las conclusiones del pobre recluído (diagnosticado, como tantos otros que confiaron excesivamente en sus propias posibilidades, del mal de “haberse pasado” -pasóse, como dicen en Asturias-; en este caso, por su extema dedicación a las redes de la filosofía).

Por casualidad, hojeando el otro día los libros más polvorientos de la Biblioteca de la Facultad (cuyo nombre actual es, para ser exactos, Universidad del Pensamiento Unico Polivalente), con la intención de preparar unas lecciones sobre La Autosuperación de los Déficit Cognoscitivos, que estoy invitado a pronunciar en la Universidad Internacional de Sama de Langreo, encontré en uno de ellos una hoja plegada por su mitad.

Estaba escrita a máquina, y en los caracteres tipográficos reconocí, sin posibilidad de confusión, la manufactura de Anastasio Plínton, porque todas las eñes tenían la tilde primorosamente superpuesta a mano, debido a que el frustrado filósofo todo lo escribía con una máquina alemana que perteneciera a su abuelo, y que éste había comprado en Leipzig a un violinista.

Sin que nadie lo advirtiera, asombrado de la intensidad que me provocó su lectura, bastante asustado, recogí el papel, y lo introduje al desgaire en mi mochila campera, ahí junto a la fiambrera con el sándwich de queso y anchoas y la manzana reineta que llevaba aquella mañana para el almuerzo, que suelo tomar en los bancos del Paseo de los Patos, en el Campo de San Francisco.

Lo guardo, como oro en paño, entre mis documentos más preciados: las cartas de amor que intercambié con Lolita Preciosa, el recorte de un periódico en el que se reseñó mi primera conferencia sobre las Cosas que Verdaderamente Interesan Y Las Que Tampoco, y una colección de noticias curiosas, que espero poder ordenar algún día.

Quién lo hubiera dicho de Platonín. Todos hubiéramos jurado que estaba loco.

FIN

Archivado en:Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado con:Anastasio, angel arias, Campo de San Francisco, cuento de otoño, fórmula magistral, inteligencia, inteligencia emocional, La Cadellada, Platonín, Plínton, Preciosa, pura filosofía, Sama de Langreo, Universidad

Cuento de Otoño: Dando explicaciones

5 octubre, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

El padre de todos los vicios entró en la habitación donde sus hijas Envidia y Maledicencia dormían plácidamente, y las despertó, furibundo:

-¡Es ya muy tarde para estar en la cama!. Ya hace un buen rato que Competencia y Mérito estarán trabajando.

Envidia abrió un ojo y se revolvió en el lecho, perezosa.

-Déjame, papá, dormir un poco más. Tú sabes muy bien que cualquier cosa que puedan hacer en años esos dos, nosotras se las podemos desbaratar en cuestión de segundos.

Maledicencia, que era más obediente y, sobre todo, porque disfrutaban haciendo que las cosas fueran a peor, se levantó de inmediato, y sacó del armario uno de los trajes que más le gustaban, aunque era de su hermana mayor, Mentira.

No hacía falta ser muy observador para darse cuenta de que en aquella casa tan grande, dominaba el Desorden, que era el hermano mayor. Posiblemente aquejado del síndrome de Diógenes, amontonaba en su cuarto montones de cosas, que también podían encontrarse, atravesadas, en los lugares más inesperados.

Desorden tenía pretensiones de grandeza y no era exactamente un mal tipo, y, en realidad, cortejaba a alguna de las Virtudes, pero carecía de atractivo. No encontraba las palabras, confundía hechos y circunstancias y, aún peor, nunca sacaba conclusiones.

Pues bien, en ese pueblo imaginario, la situación que más preocupaba en el momento en que me dispuse a contar esta historia, era que, desde hacía tiempo, el grupo de las Virtudes y los Méritos estaba ganando la partida.

No eran muchos, en verdad. Estaba Trabajo, que era muy serio y, por lo general, competente. Su mejor amigo, Estudio, salía poco de casa, pero cuando lo hacía, resultaba brillante y todos querían estar a su lado, porque se le ocurrían ideas inolvidables. Competencia y Mérito eran los dos hermanos pequeños, gemelos univitelinos.

Tenían una tienda de Resultados y Posibilidades y les iba bastante bien. Tenían clientes muy buenos, como Futuro y Sociedad y otros que, al menor descuido, se marchaban sin pagar, como Política y Coyuntura.

Enfrente del comercio, que era el más antiguo de la ciudad, había otra tienda, que pretendía hacerles la competencia, y que se llamaba de Cuentos Chinos. No era, al contrario de lo que su nombre pudiera indicar, de propietarios del Este, sino de los de andar por casa, pero, aunque su mercancía estaba, por lo general, deteriorada, vendían a mansalva. Sobre todo a los Vicios y a los recomendados por ellos, que obtenían una comisión sustanciosa.

Aquel día, Envidia, que ya estaba plenamente despierta, después de haberse desayunado con rabos de lagartijas y malos pensamientos, fue a buscar a Inteligencia que estaba, como siempre dándole vueltas a las cosas, para encontrar su lado bueno.

-¿Qué haces, Inteligencia, que no comprendo a qué viene tanto esfuerzo? -le preguntó, provocadora, la de la mirada torva.

-Pues, ya ves. Buscando soluciones, que es la manera de avanzar. -fue la respuesta.

-¡La verdad, no es ninguna tontería! Otros pensarían que es una pérdida de tiempo, pero es absolutamente necesario lo que haces. ¡Ay, si todos hicieran lo mismo!…

Envidia se acercó a ver lo que estaba haciendo Inteligencia, aparentando prestarle mucha atención, y, en un descuido de ésta, le echó arena en el engranaje y unos alambritos de zancadillas.

-Bueno, te dejo, que llevo prisa, porque me han llamado del Palacio de los Principios, para que les organice la fiesta de Primavera. Nos vemos.

Envidia se fue con viento fresco y cuando Inteligencia puso en marcha el proyecto en el que había estado trabajando, la arena y los alambres que había introducido la pérfida, provocaron un cortocircuito.

FIN

Archivado en:Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado con:angel arias, competencia, cuento de otoño, desorden, envidia, estudio, inteligencia, méritos, obediencia, pérfida, trabajo, vicios, virtudes

Mi Diccionario desvergonzado (28): cumpleaños, operación, pierna, inteligencia, compromiso

8 julio, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

cumpleaños: 1. Celebración, que se suele realizar cada varios años, en la que una persona se ve obligada a pagar las consumiciones de varios amigos, a cambio de que le deseen muchas felicidades e, incluso, pretendiendo que lo vuelva a celebrar muchas veces más, acto que el llamado homenajeado procurará fervientemente que en lo sucesivo pase totalmente desapercibido. 2. Aviso por un programa social de que un desconocido ha nacido en determinada fecha, lo que mueve indefectiblemente a bastante gente a enviarle un mensaje con contenidos emotivos, que es una lástima no provengan de la familia y amigos. 3. Fecha memorable hasta que se tienen treinta años, momento en el cual se prefiere que sea ignorada, especialmente por quienes son nuestros coetáneos.

operación: 1. Intervención quirúrgica que, si sale bien, nos vinculará eternamente con el cirujano que la ejecutó, y si sale mal, obtendrá complejas explicaciones. 2. Cada una de las compraventas bursátiles por las que, en conjunto, se acaba perdiendo mucho dinero. 3. Delicada decisión de la que solo puede decirse lo imprescidible para que el curioso no se entere de nada.

pierna: 1. Extremidad de los animales superiores que, en el caso de la especie humana, se entiende, por derivación anatómica, como elemento de excitación sexual, por lo que las mujeres de muchas culturas suelen tenerlas depiladas para que sus pechos y trasero puedan ser acariciados. 2. Parte sabrosa de muchos animales, cocida o asada, que, cuando están vivos, les sirve para echar a correr de sus depredadores.

inteligencia: 1. Cualidad que se atribuye con largueza a los miembros de la propia familia y se niega a casi todos los de las demás, en especial, si ocupan puestos en el Gobierno o en la administración de las empresas. 2. Grupo secreto que se dedica a investigar, de manera tal desordenada como inútil, los movimientos de otros grupos como el suyo, por lo general, de un país extranjero amigo.

compromiso. 1. Acuerdo entre dos personas de llegar a regularizar legalmente su situación algún día, mientras se lo piensan. 2. Promesa firme de cumplir algo, que no se tiene la menor intención de llevar a cabo, a poco que las circunstancias cambien. 3. Situación en la que alguien se ve envuelto cuando se le pide cualquier cosa que se cree está en su mano, y de la que está tratando de zafarse, justificando con exceso de argumentos el que no lo está.

Archivado en:Actualidad, Cultura, Diccionario desvergonzado, Sociedad Etiquetado con:compromiso, cumpleaños, inteligencia, operación, pierna

Huecos que llenar

20 mayo, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

Resulta preocupante la tendencia hacia los extremos que se ha instalado, como postura, en nuestra sociedad. Como ciudadano que valora, como elemento sustancial del progreso colectivo, la moderación en los planteamientos, desde el posibilismo, creo grave que los dos partidos mayoritarios hayan perdido credibilidad, arraigo social y, todavía peor, aparezcan encharcados en una pobreza intelectual sin precedentes.

No expreso nada que no sea conocido. Las posiciciones de los representantes del Gobierno exudan una suficiencia que solo cabe interpretar como desprecio hacia cualquiera que opine lo contrario, cerrando vías de diálogo y negando explicaciones a lo que precisaría, por el contrario, muchas. Los descubrimientos de que la corrupción y el enriquecimiento ilícito han sido móviles de muchos dirigentes, no ayuda, en absoluto, a la credibilidad.

Tampoco los socialistas deben sentirse orgullosos de haber conducido el país a un sistema de prestaciones públicas insostenible, apoyado inversiones en infraestructuras estériles y, sumidos en el mismo cáncer que corrompe amplias zonas de la representatividad del sistema, no pueden alardear de haber cumplido con honestidad -ya que no con inteligencia- sus responsabilidades de gobierno, cuando las tuvieron.

Es imprescindible recuperar una normalidad democrática, en la que se debe combinar la autocrítica, y la renovación masiva de rostros que no estén ni manchados por las sospechas de corrupción ni por la petulancia de alardeadores de poseer la verdad. Y, como más importante, es necesario que las protestas sociales, los descontentos, encuentren sus vías de canalización y análisis distintos de la calle.

Hay hueco para nuevos partidos de centro-izquierda. No se puede convertir la calle en lugar de expresión sistemático de la contrariedad. La protesta por lo que está mal, como canalizacón del descontento -y hay mucho que debe ser cambiado-, cuando no encuentra vías ordenadas de resolución, no conduce más que a propiciar más desorden, más inquietud, peor justicia.

El parlamento debe recuperar, por la cuenta que nos tiene, su lugar como centro del debate político. Y las instituciones, han de cumplir el papel para el que fueron concebidas. No me parece que la judicatura deba asumir la función de recuperar la respetabilidad democrática. No le corresponde. Tampoco creo que la calle sea el foro adecuado para intercambio de opiniones, ni que se pueda dirigir un país con lemas ni soflamas, ni que la policía deba cumplir ningún papel como medio para sofocar la voz del que discrepa.

Recuperemos el respeto hacia los que tienen razones, abriéndoles los caminos para que las expresen serenamente.

Archivado en:Política Etiquetado con:autocrítica, centro-izquierda, corrupciión, honestidad, inteligencia, once-eme, Partido Poplar, partido socialista, partidos, protesta, renovación, social

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