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Mi septuagésimo cuarto Cumpleaños

7 julio, 2022 By amarias Deja un comentario

Cada siete de julio desde 1948 es mi cumpleaños. Normalmente, lo celebro con la familia, unas pocas con amigos (inolvidable el show que me organizaron los Egüez en Santa Cruz), alguna la pasé en una habitación de hospital, atiborrado de analgesicos.

Hoy pude reunir a algunos de mis hermanos, que nos acompañaron a mi mujer y a mí en un almuerzo lleno de recuerdos y ternura. Hubo tarta, aunque no soplé ninguna vela. Han sido bastantes las llamadas de amigos y los mensajes recibidos desde el whatsapp y por las redes sociales. Muchas más reacciones de afecto e interés, desde luego, que si lo comparo a los tiempos anteriores a la era digital, porque hoy los enanos informáticos se encargan de recordar cada cumpleaños. ¿Quién, en ese pasado que cuesta ya imaginar, fuera de los padres, abuelos y hermanos y algunos tíos atendía a las fechas de nacimiento de los demás? Hoy nos felicita hasta el taller a donde llevamos el coche hace cinco años, el Banco que juega en su propio beneficio con nuestro exigüo depósito y, por supuesto, el grupo de gimnasia que hemos abandonado hace meses.

Cuando empecé a escribir este Comentario, directamente en el blog como hago siempre, tenía la idea de hacer un repaso (ligero) de mi vida hasta ahora. Por supuesto, desde la consciencia de que a nadie le interesaría un pimiento, aunque no me faltarían los diez o doce me gusta en Facebook, algunos incluso emitidos antes de que llegara a terminar mi elucubración.

Desistí sobre la marcha. Debería escribir un poema, o algo así, improvisado y tierno con esa melancolía que impregna la edad. Creo que podría encontrar el tono poético (o así creo) si tuviera la tensión suficiente. Pero no la tengo ahora.

Recuerdo cuando, por Navidad, utilizando la amistad que Arturo Solís tenía entonces con la directora del Ateneo de Avilés, Tomás Recio y yo improvisamos una performance (¿se diría antes así?) en la que el Niño Jesús se transformaba en un pavo y (metafóricamente) nos lo comíamos. Pensábamos que todo el mundo se iba a escandalizar pero nos aplaudieron bastante. Obviamente, nadie entendió ni la osada metáfora ni la dicción farfullada y nerviosa que teníamos entonces, correteando por los diecisiete o dieciocho años.

Cumplo setentaycuatro mientras hay guerra por Ucrania y cuando el Gobierno de este país que llamo Gaigé, (pronúnciese Kaiché) -porque he vuelto a estudiar chino- está al borde de su disolución como azucarillo y Nadal se ha retirado de Winbledown y  un tal Boris Johnson acaba de dimitir como Premier después de  haber sacado a su país de la Unión Europea y solo por haberse tomado unos cuantos maltas junto a su gabinete cuando él mismo había prohibido festejos porque estaban guardando confinamiento por librarse del primer coronavirus.

En realidad, tenemos millones de ejemplos, y mucho más convincentes, de caciques, primeros, gobernantes, papas y papesas, etc. que emiten o emitieron leyes, decretos leyes, edictos, soflamas o fatuas a través de sus esbirros y mandatarios, que incumplen las prohibiciones que ellos han emitido con el solo propósito de tener controlados a los demás. Casi todos los que mandan algo tienen en algún momento de su periplo por el poder la tentación de prohibir, ya sea desde religiones, gobiernos, empresas o familias, y ellos se saltan sus prohibiciones a la torera.

(Por cierto, aunque no venga a cuento, en la iglesia de la Virgen de la Caridad de Sanlúcar de Barrameda hay un letrero con variada información sobre el templo, en el que también se indica que lleva catorce milagros en su haber. Es una vergüenza. Hay que aplicarse, lugareños. Hay santos que la superan ampliamente. Cuando yo estudiaba bachillerato, Champagnat era solo Beato y Escribá de Balaguer era solo un proyecto de camino a la virtud)

No me quiero desviar demasiado. Tenemos, si queremos, mucho de lo que preocuparnos, si bien los optimistas siempre encuentran motivos de alegría. El futuro aparece bastante complicado para todos, aunque debe ser especialmente complejo si estás en medio de un desierto y no tienes ni agua o se te ha metido en la cabeza que se vivirá mejor en Alemania  estás dispuesto a llegar hasta allí cruzando mares y concertinas. Pero si los alemanes están preocupados con eso de la energía, y están hablando en todas partes de recesión y un tal Putin dice que su presión sobre los amigos de un tal Zelenski no ha hecho más que empezar, y parece que no necesita utilizar sus misiles de cabeza nuclear (tal vez son de carton piedra) para hacérnoslas pasar canutas. Este Vladimir tiene como primo de Zumosol al chino que me ca la impresión que está más dispuesto a ayudar a los amigos que nuestro primo norteamericano, que cuando aparece es para colocarnos más armamento en las bases que le hemos prestado y vetar nuestro jamón y aceitunas, equivocándose porque a quien quería dar un sopapo era a los franceses.

No estoy seguro de poder  cumplir un año más, porque tengo ya doble metástasis y por más que el equipo médico está muy animado por lo bien que respondo a los venenos que me van dando, soy consciente que el cuerpo aguanta lo justo, los años pesan, no en vano y las vírgenes de la caridad y los santos de devoción están para atender a cosas más importantes.

Ayer en una conferencia virtual en la que fui solo oyente, y que estuvo muy bien, en la que se hizo un repaso sobre la desalación, como estábamos guardando los cinco o diez minutos de respeto para que lps rezagados pudieran conectarse (que no sé porqué hay esa costumbre hispánica de esperar por los rezagados haciendo perder el tiempo a los que llegamos puntuales), me dio por decir, porque el silencio me levanta ampollas, que el futuro estaba complicado para nuestros nietos. Todo era por cubrir el tiempo de desespera, pero Antonio Colino, que es presidente de la Real Academia de Ingeniería y tiene seguro mucha mejor información, me aclaró que todas las generaciones encuentran su porqué, y que no teníamos que preocuparnos, que seguro que se les ocurriría algo, porque tampoco teniamos nostros televisión en casa ni ordenador ni móvil con videoteléfono cuando éramos niños y mira a dónde habíamos llegado.

Y yo miré para mis adentros y me d cuenta que tenia razón, pero que en la televisión y en el ordenador o en el móvil veía cosas que antes, solo con la imaginación, me parecían hermosas y ahora las veo rancias y sin gracia. Claro que yo no inventé nada y solo llené los papeles para dos patentes por puro compromiso.

Pongo la foto de un reyezuelo común, Es un ave pequeña y simpática, que si tiene la oportunidad de verla de frente tiene aspecto entre inocente y mala leche. Se me metió en el salón y me costó mucho sacarlo de allí, por su querencia a colgarse de la lámpara.

 

Publicado en: Actualidad, Personal Etiquetado como: angel arias, Antonio Colino, Arturo Solís, Boris Johnson, cumpleaños, Escribá de Balaguer, Gaigé, Joe Biden, Marcelino Champagnat, milagros, Nadal, Real Academia de Ingeniería, Sanlúcar de Barrameda, Tomás Recio, virgen de la Caridad, Vladimir Putin, Volodomir Zelenski

El ansia de destrucción como razón para la última guerra

11 marzo, 2022 By amarias Deja un comentario

No sabemos aún cómo terminará esta guerra, la guerra de nuestra generación -aunque a algunos nos coge ya talluditos-, pero es hora de que analicemos cómo empezó. Por supuesto, la respuesta simple a esa cuestión tan relevante, apuntaría a un único culpable, el invasor Vladimir Putin, líder necrófago por excelencia en este momento de la Historia, cuya ansia de poder y relevancia desató su megalomanía, encontrando en la pieza deseada, Ucrania, que creía presa fácil, el objetivo perfecto para calmar, momentáneamente su psicosis. La anomia de la Unión Europea y la falta de interés inicial de los presidentes norteamericanos (y de su sociedad) para entender los entresijos del patio de vecindad del viejo continente habría hecho el resto.

Muy respetables historiadores e inmensos eruditos se han encargado de espurgar en los restos de las dos guerras mundiales precedentes, para sacar brillantes consecuencias. La mística nacionalista, el sonambulismo europeo, el crecimiento de las enfermedades de los neurópatas del momento (el más conocido Adolf Hitler, pero no faltaron ejemplos de la misma ralea entre las élites dirigentes que condujeron a la primera), la concepción mesiánica de algunos líderes de su pretendido papel en el mundo o la confrontación entre imperios caducos (el astrohúngaro o el de la gran Rusia) y un Estado que vivía en una persistente adolescencia (el alemán, siempre Alemania) son citados como motivadores, tanto de una guerra como de otra.

De todas las opciones de análisis de lo que motivó el comienzo de esta tercera guerra -que quieran los dioses que no tenga jamás lugar-, me quedaría con una maravillosa conjunción de palabras que apelarían a la “sensación de decadencia moral”. En ese término genérico incluyo: la percepción del ocaso, y la necesidad de catarsis purificadora, redentora, que, con persistente regularidad y llevada por un impulso al parecer incontenible, prende simultáneamente en varios sitios en el mismo momento de la Historia.

Intoxicados como estamos, metidos de lleno en la harina espesa del miedo y la pererza, ya no podemos analizar con tino si las amenazas que nos llegan son reales o resultan simples añagazas para cubrir un expediente de guerra que lleve al contrario la convicción de que aún se es fuerte, de que la victoria es posible del bando en el que milita el mentiroso, porque, en esta etapa inicial, se trata de conseguir adeptos que hagan más sólida nuestra posición.

En esta guerra, como en las anteriores, hubo un agresor y un ofendido. Pronto, ya no importará eso, si no se consigue poner coto a tanto desatino del invasor Putin y la heroicidad del defensor, ahora juzgada heroica (con razón) acabará empañándose de matices, de disensiones. de juicios que acabarán metiendo al agredido en la misma hoguera del agresor, especialmente si (los dioses no lo quieran) el bloque que conformará su equipo gana la batalla, auque sea unos milisegundos antes del Gran Armageddón.

Ya no me apetece imaginarme al héroe  Zelenski con camiseta de gimnasia militar en su búnker situado en un lugar tal vez irreal, con la imagen de la plaza de la Independencia (Maidán  Nezalezhnosti), y al malvado Putin sentado en un extremo de una mesa que se va haciendo cada vez más larga, agarrado como si fuera un juguete a una caja de plástico con un muy aparente botón rojo. Tiene que ser de ese color, así lo mandan los cánones de todas las películas que hemos visto sobre el final nuclear. Y la mesa tiene que aparecer cada vez más larga y, al otro lado del sátrapa, cada vez más poblada, porque tenemos que caber todos nosotroos.

Va entrando mucha más gente en la trama, cn papeles muy relevantes. Un tercero en esa discordia de egos -Vladimir lo tiene gigantesco, pero Volodomir también tiene el suyo- en la que nos vamos convirtiendo aceleradamente en víctimas propiciatorias (sí, el buco emisario, el macho cabrío expiatorio de la redención), es Joe Biden, quien anuncia hoy, viernes, once de enero del año cero, para que no quepan dudas, que si el cacique toca un solo pelo a cualquier país de la OTAN, la tercera guerra mundial está garantizada. Ergo, ya podemos poner nuestros miedos a remojar. Y están también Boris Johnson y JiPing, y Macron (s´il vous plaît) y Ursula von der Leyen, y …

Si yo fuera ministro, pongo por ejemplo, de Energía, de Agricultura, o de Industria o de Defensa (estoy citando al azar, porque ninguna de estas opciones me resulta apetecible en lo más mínimo) de cualquier país europeo, no me preocuparía en este momento crítico ni por la posibilidad de que la Temperatura media de la Tierra suba dos grados antes de terminar el siglo, ni por aprobar inversiones en generación nuclear o en plataformas flotantes eólicas que garanticen el suministro eléctrico dentro de dos lustros, o si la carne de vacuno podrá ser sustituida definitivamente por la soja transgénica, o si las innovaciones tecnológicas de la era digital destruirán tanto empleo convencional que tendríamos que subvencionar desde los presupuestos de los Estados más de la mitad de la población en edad de trabajar y el cien por cien de los que ni se lo plantean.

Tampoco estaría preocupado por dedicar el dos o el diecisiete por ciento del Presupuesto a Defensa, ni aparecería entregado a dotar a mis Ejércitos de más tanques, muchos más drones, millones de cascos de visión nocturna y chalecos antibalas o, de forma aparentemente más brillante, llenar el país de escudos protectores contra misiles nucleares inteligentes.

Si yo fuera ministro (por favor, ponga el lector la música del If I were a rich man, la canción de Chaim Topol) pasaría todo el día pidiendo a todo el que quisiera escucharme que alguien pare a Vladimir Putin, y hagamos todos un ejercicio de catarsis frente al impulso destructivo que se ha vuelto a adueñar de la Humanidad. Yo he vivido ya bastante. Pero mis nietas, no. Una de ellas, a sus nueve años, lo expresó claramente, en representación no esperada de todos los niños del mundo – “mi vida, abuelo, aún no la viví y yo también quiero tenerla”.

Miro las fotos de las decenas de niños ucranianos que han muerto en esta guerra -pero también las de todos los niños que son asesinados cada día en las decenas de guerras que florecen en el mundo como la peste, que son muchos más- y se me encoge el corazón. Esos pobres cretinos teledirigidos que entraron en la central nuclear de Zaporiyia gritando que si los funcionarios que estaban trabajando en ella no les cedían el control, apretarían el botón rojo, no sabían que estaban siendo víctimas del síndrome de la decadencia el ansia de la autodestrucción.

Hagamos todos un esfuerzo por generar un período de distensión, otra Guerra Fría, y esta vez ha de ser muy gélida, porque tiene que durar siglos. Paren esta guerra, que yo me apeo. No quiero vivir cómo se desarrolla la última. Son ustedes unos imbéciles, sonámbulos del siglo XXI.

Publicado en: Actualidad, Guerra en Ucrania, Rusia, Ucrania Etiquetado como: Adolf Hitler, ansia de autodestrucción, Boris Johnson, decadencia moral, guerra, Joe Biden, Marcron, patología, Van der Leyen, Vladimir Putin, Volodomir Zelenski

Putin está a punto de ganar su batalla para hacerse con Ucrania

4 marzo, 2022 By amarias Deja un comentario

El criminal de guerra Vladimir Putin está a punto de ganar su batalla con Ucrania. Pero está perdiendo todas su guerra contra la libertad y provocando un aislamiento económico y politico de su feudo que se traducirá en el mayoritario desprecio internacional hacia su persona (que acabará, y no se lo remediará nada ni nadie, siendo juzgado por sus crímenes en la Corte Penal Internacional enjuiciado por genocidio, e infracción múltiple de principios del derecho internacional), y en el deterioro que sera difícil de recuperar en la imagen del pueblo ruso, empañada por el apoyo de los plutarcas rusos y de su gobierno y el silencio cómplice de gran parte del pueblo ruso.

La sensación de estar reviviendo, en aspectos sustanciales, la época nazi que provocó la segnda guerra mundial es imborrable. Otros personajes, otro pueblo perseguido, un parecido mirar hacia otro lado de la población de la Rusia ocupada por el dictador de la KGB, no queriendo conocer la realidad que se esconde en la invasión a la libertad de otro pueblo eslavo,

Ha habido vencedores, y no precisamente pírricos, sino muy consistentes, El presidente Volodomir Zelenski, desde luego, es un vencedor moral en esta falsa disputa provocada por el criminal invasor. Ojalá que su vida salga indemne de tanto ataque lleno de odio e incomprensión hacia lo que representa: la libertad de Ucrania, la defensa del deseo legítimo de de un pueblo de decidir su destino. Ha vencido Josep Borrel, el alto Comisionado Europeo, quien desde un principio del ataque del ruso a Ucrania (y antes de él, con clarividencia que le honra) ha detectado el riesgo que significaba Putin, su obsesión armamentística, y la debilidad de la Unión Europea por carecer de una Fuerza de Defensa propia y depender exclusivamente de la protección que Estados Unidos pueda ofrecerle, a través de ese mecanismo heterogéneo y ya decadente que significa la OTAN.

Ha ganado puntos Joe Biden, aunque sus primeras comunicaciones resultarn ininteligibles y parecieron débiles para atajar a tiempo la determinación genocida del dictador ruso, aunque hay que entender ahora que una parte sustancia de la población norteamericana se mantiene intoxicada por su orate local, el expresidente Donal Trump y, desde luego, la convicción de que Europa no estaba haciendo lo que debía por protegerse, con su insuficiente colaboración a la dotación del presupuesto de la OTAN. También cuenta en su descargo que una decisión de involucrar en mayor medida a la Alianza, enviando a militares norteamericanos a la posibilidad de morir en una nueva guerra sentida como ajena.

Hoy, 4 de marzo, nos hemos enterado de que la planta nuclear de Zaporiyia, la mayor de Europa,  ha pasado a ser ocupada por los invasores y las tropas rusas se han hecho cargo de la gestión de la central, después de un ataque que provocó un gran incendio en las inmediaciones que, en este momento, parece controlado. El espectro de Chernobil ha vuelto a aparecer, pues se desconoce la capacidad de control de una instalación de alta tecnología y subsigiente riesgo de desastre en caso de caso de mal funcionamiento. Tanto Biden como Boris Johnson (el primer ministro del Reino Unido) han identificado el ataque a la central como una amenza direcra a la seguridad de toda Europa.

A nivel muy local, es decir, nuestro pequeña tierra de Taifas, se ha perfeccionado hasta límites de sonrojo, la discrepancia en el Ejecutivo español sobre cómo actuar contra el sátrapa ruso. A discrepancia de la vicepresidenta Yolanda Díaz, que se ha expresado en apoyo de la decisión de Gobierno de apoyar con armamento a los defensores ucranios, la ministra Ione Belarra, la ministra María Jesús Montero, el ministro Alberto Garzón y otros portavoces de los partidos de la izquierda desorientada y falsaria, proclaman su apoyo sentimental a la Ucrania invadida, pero discrepan profundamente de cualquier apyo que no sea la negociación para “parar la guerra”.

Quieren ignorar estos personajes ahítos de buenismo que las condiciones de Putin para detener la guerra son que Ucrania reconozca que ha perdido la guerra, se deponga el gobierno legítimo, disuelva su Ejército y renuncie a entrar en la Unión Europea y, por supuesto, en la órbita de la OTAN. Es decir, que pierdan la libertad, los derechos humanos más libertades, sucumba el derecho internacional. Da vergüenza que tengamos a estas gentes de ministros y portavoces de partidos que se dicen activos militantes por la mejora del nivel de vida de los españoles.

Publicado en: Actualidad, Rusia, Sociedad, Ucrania Etiquetado como: Alberto Garzón, central nuclear, Donal Trump. Boris Johnson, Ione Belarra, Joe Biden, Josep Borrel, María Jesús Montero, OTAN, Ucrania, Unión europea, Vladimir Putin, Volodomir Zelenski, Yolanda Díaz, Zaporiyia

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