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Cuento de primavera: The discouraging Behaviours

2 abril, 2014 By amarias Dejar un comentario

Como en los Certámenes oficiales en los que se exponen los cuadros admitidos a la exposición, y los rechazados o contestatarios, organizan una exhibición alternativa en los aledaños, la importante concentración de optimistas que convocó la capital de Valgamediós en su Convocatoria anual bajo el título The Encouraging Behaviors (Los comportamientos estimulantes) contó con una réplica.

En un tendejón improvisado, situado a pocos metros del Centro de Convenciones en donde se celebraba el Congreso organizado por la Administración de Valgamediós,  en el que fueron ponentes -además de tres ministros relacionados con la Promoción de Actividades Lucrativas, destacados emprendedores y responsables de organismos públicos y privados, tenia lugar el encuentro The Discouraging Behaviours, en la que exponían sus experiencias, oscuros fracasados del país  y algunos ivitados foráneos. (1)

Como la reunión oficial ha contado con divulgación suficiente, creemos conveniente en este medio (que, por supuesto, no goza de ninguna subvención), recoger lo fundamental de la charla de uno de los intervinientes en The Discouraging Behaviours, Demorte Convetiel, Ingeniero en Mecánica de Confluidos y con un quasi Master obtenido en el IET, que tuvo que abandonar al perder la beca. Su título fue: “El ADN de los emprendedores fracasados”.

Expuso Convetiel los hallazgos de la Universidad Alternativa Popular, ubicada en Calcedonia, en donde es actualmente profesor en la cátedra La Globalización como Alibi, acerca de las características que, según parece, deben reunir los emprendedores para perder su dinero en un mundo global, comparado con las de los que han tenido éxito notorio.

Para el profesor Convetiel, es fundamental para fracasar en una empresa tener un importante bagaje intelectual. El ADN de los que pierden todo su dinero, coincide en haber asimilado a la perfección lo que se les ha enseñado en las Escuelas de Negocio y Universidades oficiales, y pretender ponerlo en práctica en Valgamediós. Las verdaderas oportunidades surgen fuera del mundo académico.

En segundo lugar, opina Conventiel (con base en su trabajo de campo) que, si para tener éxito hay que tener una ética lasa y amigos influyentes, para carecer de él, hay que estar convencido del valor deontológico y confiar en que quienes están necesitados como tú podrán ayudarte en el negocio. La experiencia viene a demostrar lo pernicioso de este tipo de ADN, pues las personas que emplees haciéndoles un favor, harán lo posible por hundirlo, sin que se conozca, hasta el momento, las concretas razones.

Un aspecto igualmente interesante del estudio de la Cátedra de la Globalización como Alibi es la conclusión de que los términos Responsabilidad Social Corporativa, Respeto Medioambiental y Ayuda al Desarrollo, no figuran en el ADN de los emprendedores de éxito y sí, en cambio, de los fracasados convulsivos (término que pretende recoger la idea de que los ilusos no suelen contentarse con un único fracaso).

La conferencia de Conventiel no pudo difundirse en las redes sociales, porque su hashtag #worstexperiencesinbusiness fue boicoteado por un hacker desconocido, que sustituyó la emisión prevista por Canciones Populares, como Soy feliz porque el mundo me ha hecho así, Creo en el más allá, y Tómate las cosas como vienen.

FIN

—

(1) Desconocemos la razón por la que el título del Congreso -digamos, oficial- figuraba en inglés americano, en tanto que el Congreso alternativo se convocaba en inglés universal (N.B. Behavior vs. behaviour, véase Diccionarios ad hoc)

 

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Cuento de invierno: Los inventores de historias

15 enero, 2014 By amarias2013 Dejar un comentario

La situación anímica de la mayor parte de la ciudadanía del Reino de Valgamediós (o del país de Uishbatcant, que viene a ser lo mismo) era tan deplorable que, por fin, los controladores de la temperatura social se decidieron a intervenir.

Para quien haya oído por primera vez la expresión “controlador de la temperatura social”, puede que esta designación específica, bien conocida por los especialistas en conductismo colectivo, parezca extraña. Para no extenderme mucho, bastará dejar indicado aquí que existen unos complejos aparatos de medida del malestar de una sociedad, por los que se puede saber, con notable precisión, cuándo está a punto de estallar.

Normalmente, los dirigentes públicos se mantienen alejados de la zona de peligro, por la cuenta que les tiene, aunque se han dado casos en que, contrariando las precisas prescripciones de funcionamiento de los equipos, que alertan de las consecuencias graves que pueden derivarse, ha habido gobernantes que, confiados, por ejemplo, por haber obtenido una mayoría en alguna elección o haber resultado airosos por cualquier casualidad, han superado los niveles de seguridad.

Los efectos de superar el índice de resistencia máxima de una población son desastrosos.

La fórmula más utilizada para disminuir la temperatura social, cuando no se dispone de elementos reales, positivos, que aportar al caldo socioeconómico, es construir historias inventadas que, en principio, si están convenientemente enmascaradas, pueden surtir efectos similares por un cierto tiempo.

Es una solución provisional, pero mucho menos costosa que el enderezar una situación compleja tomando medidas eficientes. Este fue el camino adoptado por los dirigentes del cotarro de Valgamediós, y para su cumplimentación se convocó, discretamente, un concurso de ideas (1).

Los participantes en el certamen deberían disponer de experiencia probada en inventar historias creíbles, y su currículum tendría que estar avalado por, al menos, tres dirigentes de talla internacional en cuyos países las invenciones hubieran tenido el deseado efecto.

Realizada la selección de entre los mejores candidatos, que resultaron ser cuatro, se adjudicó a cada uno una zona del país de Valgamediós. A Sigmund Freud (nombre supuesto) se le destinó al noroeste; a Friedrich Nietzsche (igualmente, apodo imaginado), se le encomendó el sur; a Adolf Hitler (obviamente, personalidad ficticia), se le envió al nordeste; y a Ignacio González (por supuesto, no siendo éste su verdadera identidad), aunque no cumplía con los requisitos de la convocatoria, pero venía muy bien recomendado, se le dejó el centro como lugar de actuación.

Pasó algún tiempo y era de ver cómo, demostrando la pericia de todos los seleccionados, el país de Valgamediós recuperó el optimismo y las ganas de vivir, aunque, como los expertos independientes del Banco Multinternacional (Multinternational Bank, en inglés), convocados para realizar la evaluación, rápidamente detectaron, las técnicas seguidas por cada especialista en inventar historias habían sido notablemente diferentes.

El denominado Freud difundió, para cumplir el objetivo, una serie de casos por los que se generó un complejo de auto-responsabilidad, por la que los ciudadanos de su zona se convencieron de que la mala situación por la que atravesaban era culpa suya y de nadie más. En consecuencia, bajaron el nivel de sus aspiraciones, por lo que fueron más felices.

La solución expuesta por el experto Nietzsche consistió en que los habitantes del área que se le había asignado tuvieran por seguro que ellos eran los más capaces y los mejores del mundo para hacer cuanto se propusieran. Seleccionó varias historias en las que se había ganado algún trofeo y, con ese estímulo, extrapolando desde el campo de los deportes al de la ciencia y la tecnología se lanzaron a la fabricación de los más variados artilugios, que exportaron con notable éxito a los países menos desarrollados, que resultaron muchos.

Muy comentada fue la solución del conductista Hitler, que introdujo la idea de que los males de la población provenían de un grupo concreto, que no había cumplido las reglas. Puso muchos ejemplos que, reforzados por los medios de comunicación, convencieron al personal de que las gentes con el defecto de andar cojeando, eran quienes impedían estar a la altura. Obtuvo el deseable éxito cuando los que se quedaron en su área consiguieron expulsar -en algunos casos, incluso, mandándolos a otros mundos- a todos los que cojeaban de alguna manera, incautándoles sus propiedades y todas las riquezas atesoradas, que distribuyeron discretamente entre quienes se quedaron.

Pero el éxito mayor fue el conseguido por las ideas puestas en marcha por Ignacio González. Este experto asumió el papel de atribuir el malestar a una apariencia generada por la persecución internacional. En consecuencia, negó la crisis, negó que se hubieran malversado dineros, negó que la gestión pudiera ser juzgada por nadie en su sano juicio como buena o mala y se dedicó a negar, incluso, la existencia de todo lo que, de puro evidente, nadie se hubiera atrevido a poner en duda. Los ciudadanos del centro de Valgamediós se sintieron tan confundidos, que no eran capaces de distinguir si lo que les estaba sucediendo era real o lo habían soñado.

Ese modelo de gestión fue adoptado, en lo sucesivo, para toda la colectividad de Valgamediós, que pasó a vivir en un mundo imaginario.

FIN
—
(1) La discreción es norma obligada para todas las actuaciones de los gobernantes de Valgamediós, siendo de muy mal gusto que se vulnere esta premisa, lo que podría tener incluso consecuencias penales.

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Cuento de otoño: La sugerencia que no llegó a ser analizada

13 octubre, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

En Valgamediós estaban preocupados. No todos, desde luego. Pero sí la mayoría, y, en especial, la mayoría silenciosa.

Pasaba el tiempo, y la situación empezaba a ser insoportable.

Para algunos, resultaba muy molesto, pero por razones poco relevantes, aunque expresaban su disgusto torciendo la cabeza, y mirando hacia otros lados. Había pobres por todas partes. Les resultaba muy difícil caminar tranquilamente por la calle sin encontrar algún pedigüeño, lo que afeaba el lugar. A las puertas de los supermercados, de las iglesias, de los Bancos, de los restaurantes, había siempre alguien con la mano extendida.

El número de necesitados crecía, ya que, por algo que conocían como efecto llamada, venían incluso de otras poblaciones en las que, al parecer, aún estaban peor.

Eran numerosos los valgamediosanos a los que resultaba bastante duro resistir, pero confiaban en que las cosas volvieran a ser como antes. Añoraban los tiempos recién pasados, aunque ignoraban cómo la situación podría enderezarse, porque les resultaba muy complicado entender lo que había pasado.

-Nosotros, que conocemos cómo funciona el sistema, os prometemos que todo cambiará cuando las economías de los pueblos vecinos de Immererfolgreich y Nousavanttout, salgan adelante. También hay que esperar que al Presidente de Wetheworldleaders se le ocurra algo brillante. Su éxito nos arrastrará, y, hasta que esto suceda, invitamos a los jóvenes más capacitados a que busquen empleo en esos lugares, triunfen, y vuelvan a casa con nuevos ímpetus -era el mensaje que difundían, acompañado de música celestial, los altavoces instalados en los lugares oficiales pertinentes.

En realidad, hacía años que en Valgamediós no se creaban puestos de trabajo y, por tanto, no era posible cambiar, como antes, el tiempo, las habilidades y los conocimientos por dinero, en los mercados locales. Al contrario: las empresas de Valgamediós, despedían todos los días a miles de empleados, que pasaban a engrosar las cifras de los que ya estaban parados, que es la manera de expresar que se habían vuelto estupefactos.

Especialmente afectadas estaban las empresas que eran propiedad de pequeños comerciantes, gentes cuyos nombres eran conocidos, si bien lo que recogían los periódicos locales eran las protestas de los despedidos de las empresas más grandes, que armaban mucho alboroto.

-Ha cerrado la tienda de ultramarinos de la esquina, que llevaba en el barrio desde 1903 -comentaba la tía María a su vecino, jubilado.

-En esta calle, solo queda en pie la Expendeduría de Lotería -apostillaba otro, que se encontraba trabajando de extranjis en una mueblería.

La economía se había sumergido bastante, desde luego, y quien más quien menos, se había estado arreglando con alguna chapucilla, al menos, mientras cobraba el subsidio de desempleo. Pero incluso bajo el nivel del dinero que circulaba al aire libre, es decir, en las alcantarillas del sistema, escaseaban las oportunidades. Los salarios bajaban y bajaban.

Un buen día, el Controlador de Cuentas expuso la situación con crudeza:

-No hay dinero para mantener el Estado del bienestar. Los ingresos son muy inferiores a los gastos. A partir de ahora, viviremos en el estado del estar. Simplemente.

Pronto se supo que ese estado de estar era el equivalente a sálvese quien pueda. Y, para algunos, resultó incluso entretenido. Tenían liquidez, y surgieron nuevas oportunidades, porque a ellos, les bastaba solamente aprovecharse del estado de necesidad de otros, lo que proporcionaba beneficios interesantes. Compraban, a precio de saldo, lo que otros se veían obligados a vender.

Desde los Centros de Propuestas y Elucubraciones Imaginables, no faltaron ideas, pero el problema estaba en la dificultad de ponerlas en práctica. Para todas, se necesitaba dinero; para muchas de entre ellas, experiencia; para la mayoría, conocimientos de los que no se disponía.

-Tenemos que cambiar las reglas del mercado, porque solo sirven para que unos se enriquezcan a costa de los que carecen de información -escribió un experto en Historia de la Humanidad, en un artículo publicado en un periódico de tan escasa difusión, que apenas si vendía los ejemplares que compraban los que expresaban sus ideas en él.

-El mal está en el exceso de corrupción de los que dirigen y controlan, no en el sistema. Un poco de corrupción es tolerable, pero por encima del diez por ciento, es insoportable -explicó, con varios ejemplos imaginativos, un profesor de Ética Universal, que disponía de un importante patrimonio conseguido gracias a inversiones realizadas en productos altamente contaminantes y que vivía en un chalet adosado a su complacencia.

-Debemos fomentar la explotación de los recursos naturales, y puesto que nosotros sabemos disfrutar de la naturaleza, debemos desplazar las fábricas contaminantes a aquellos lugares en donde sus habitantes no tienen nuestra educación ecológica y no están acostumbrados a nuestros altos niveles de calidad de vida -apuntó un miembro distinguido de la Fundación para Proyectos Nimby, que contaba con muchos seguidores dispuestos a movilizarse a las primeras de cambio, reclamando la defensa del medio ambiente.

Incluso apareció un grupo la mar de interesante que defendía el uso de la imaginación para crear el propio puesto de trabajo, como fórmula que se aplicaba en los países más avanzados del orbe. El problema estaba en que la imaginación de los que solo tienen buena voluntad queda limitada por fronteras que se alcanzan muy pronto, y se encuentra con muros insalvables: la insuficiente formación, la escasa financiación, el largo tiempo de maduración de los proyectos, el miedo a fracasar porque el que cae una vez es estigmatizado para siempre y, sobre todo, se topa con un cúmulo de dificultades inextricables, que se fabricaban y perfeccionan por las noches, como hilos de Ariadna, en múltiples centros de mantenimiento del orden establecido, que colaboran con la indolencia y la apatía, hierbas que crecen libremente en los lugares donde nadie vigila.

Así estaban las cosas, cuando alguien anónimo escribió con spray rojo, en la misma Vía del Desánimo, por la que los valgamediosinos acostumbraban a pasear a diario, una sugerencia de apariencia muy elemental.

-Si queremos disfrutar del mayor bienestar posible, ¿por qué desperdiciamos las capacidades que tenemos? Dejemos de lamentarnos por lo que hemos perdido, y dediquémonos todos a trabajar en lo que sí podemos conseguir.

Seguramente al autor le pareció larga la parrafada y como debía tener tiempo para escribir un estrambote, antes de que lo descubrieran los vigilantes del lugar, había terminado con este lacónico mensaje:

“No necesitamos que nos enseñen a vivir y no nos dejaremos morir.”

Era otoño, y las hojas caídas de los árboles cubrieron casi de inmediato la propuesta. Por la tarde, un camión de la limpieza, provisto de mangueras que lanzaban chorros de agua a presión junto a un poderoso detergente, borró la propuesta en un santiamén.

-No era una mala idea -murmuró para sí el conductor del vehículo, mientras se dirigía a otros lugares que también le habían señalado como necesitados de un buen fregado.

Las luces de Valgamediós seguían apagándose sucesivamente.

FIN

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Cuento de otoño: La sabiduría útil y el hada que perdió los papeles

26 septiembre, 2013 By amarias2013 1 comentario

Aunque el nombre elegido para esta historia parece misterioso, responde a una obsesión muy común. Porque la inmensa mayoría de las personas, de toda edad y condición, en tocante a la educación, no quieren exactamente saber, sino aprender estrictamente aquello que les vaya a ser útil para tener un trabajo.

Si fuera posible definir un examen de capacitación para cada una de las ocupaciones y oficios que entretienen, impulsan o dan de comer a los seres humanos, estoy seguro que serían pocos los que elegirían preocuparse por algo más que de aquello que les resultara estrictamente necesario para obtener el título habilitante o, por decirlo de modo no menos pedante, aunque en latín, su modus vivendi.

En el pueblo de Valgamediós estaban preocupados porque en las pruebas comparativas que periódicamente se realizaban entre los niños de las diferentes poblaciones del orbe, sus representantes quedaban de los últimos. No conseguían, por sí mismos, descubrir a qué se debía exactamente, porque cada vez que abrían una discusión, se organizaba una algarabía y todos pretendían tener razón y no asumían la autoridad de nadie.

Unos, utilizando su experiencia que decían era irrefutable, expresaban que la razón del menoscabo estaba en que los niños se distraían con el vuelo de una mosca -y había muchas en Valgamediós-, otros, que lo que pasaba es que no entendían el significado de los enunciados que se les proponían allende las fronteras porque estaban mal traducidos del inglés, y no faltaban quienes pretendían que el motivo principal era que el clima del lugar les abotargaba la cabeza desde la más tierna edad.

El caso es que en los torneos y justas intelectuales siempre se llevaban la palma, los diplomas y los cacahuetes los niños de los países del norte, que eran los organizadores, lo que llenaba de orgullo a sus profesores que atribuían el mérito a sus capacidades docentes y hacía de rabiar, hasta el punto de mesarse los cabellos de cochina desesperación, a los maestros valgamediosanos, que eran tenidos por poco competentes.

Como, desde que se hacían estas pruebas, en Valgamediós lo habían probado todo (sobornar al tipo de la fotocopiadora con almendras garapiñadas, preparar baterías de miles de test con dos opciones casi idénticas y una deleznable, que era como se habilitaba para conducir trolebuses y que les obligaban a aprender de memoria, e incluso, estudiaron presentar a niños del norte naturalizándolos como propios), decidieron contratar a tres hadas provenientes del País de las Maravillas, expertas en encontrar razones, para que, viajando cada una a un sitio distinto de aquellos que tenían más éxito en las pruebas de capacitación intelectual de infantes, vinieran con las soluciones, y estaban decididos a implantarlas de inmediato.

Metiéndoles prisa, aguardaron las respuestas, mirando entretanto las musarañas y sin tener en cuenta que, al menos hasta hacía pocos años, cuando los valgamediosanos, ya adultos, se veían obligados a vivir en el extranjero, solían figurar entre los mejores de cada lugar, aunque en su propio país fueran desconsiderados.

El Hada Plutonia fue la primera en volver, y expuso que la razón segura por la que el país de Smallbutsmart tenía tal éxito educativo, residía en que los profesores se involucraban, colocándose al mismo nivel que los niños, y participando con ellos en todo tipo de juegos, lo que les hacía muy difícil distinguir quién era el que enseñaba y quien el que debía aprender, pero avanzaban jugando, por lo que el asunto de dar o recibir clases, resultaba a todos divertido.

Encantados con la idea, y lamentando que no se les hubiera ocurrido antes a ellos, la pusieron en práctica ipso facto, creando una Ley general de educación que aprobaron sin debate, por la que se obligaba a que todos los maestros llevasen mandilón a cuadros y los niños, palmeta. Así se preparaban para el examen comparativo.

Estaban en eso, cuando retornó el Hada Calcedonia. Había descubierto, contó, la causa por la que el país de Nichtschlecht triunfaba tanto en los certámenes de sabiduría infantil. Los profesores eran absolutamente rígidos con los alumnos, no consentían la menor distracción y los castigaban dándoles coscorrones y capirotazos, o metiéndoles en celdas de castigo, en la convicción de que por los agujeros sanguinolentos se introducía el conocimiento, como un jarabe.

La idea les pareció a los que tomaban decisiones en Valgamediós algo cruel, pero, animados como estaban a copiar todo lo que les dijeran que a otros era útil, pero despreciando lo propio, cambiaron de inmediato la previsión legal con una Superley Modificada de obligado cumplimiento, por la que se ordenaba que se extremara la dureza en todas las escuelas, introduciendo la asignatura de Torturas, Suplicios y Escarnios, de seguimiento obligatorio, independientemente de la tendencia -masoquista o sádica- de los progenitores, de los que no sirvieron de nada sus protestas.

No hacía mucho que habían marcado la última directriz, cuando llegó a la población que ocupa nuestros desvelos, el Hada Parsimonia. Le habían encargado que visitara el país de Moshantán, en el Oriente más oriental (que lo estaba tanto que podría considerarse casi occidental), y, desde luego, lo había recorrido de cabo a rabo. Pero no había encontrado a nadie con el que pudiera entenderse, ya que, aunque el hada conocía varios idiomas -latín, griego clásico y hasta se sabía frases atribuidas a Confucio de memoria-, con las gentes con las que se cruzó solo había llegado a intercambiar saludos de bienvenida o despedida y a tomar con ellas té de arroz y mijo con garbanzos fermentados. Tal era el hermetismo con el que guardaban sus técnicas o su incapacidad para comunicarlas, o del huésped para comprenderlas.

Sin embargo, el Hada Parsimonia no estaba dispuesta a confesar el fracaso de su expedición, y cuando volvió a Valgamediós, ya casi a punto de celebrarse las pruebas anuales, admitió que había perdido o le habrían sisado los papeles con sus anotaciones, pero que tenía muy claro el mensaje que convertía a los niños de Moshantan en tan efectivos en los exámenes comparativos.

-Utilizan el sentido común, simplemente. Les enseñan a utilizar el sentido común ya desde que nacen.

Los directivos del sistema educativo de Valgamediós se miraron, y, cuando estuvieron seguros de que todos pensaban lo mismo, estallaron en sonoras carcajadas:

-¡El sentido común!¡No hace falta viajar lejos para llegar a una conclusión tan elemental! -exclamó, atascándose con las risas, el máximo director.

-Sin embargo -prosiguió el Hada Calcedonia, que no era de las que daban fácilmente su brazo a torcer cuando estaba convencida de que podía ser útil-, en Moshantán creen que la única forma de decidir entre lo que se anhela y lo que se puede alcanzar, es analizando las cosas desde el sentido común… y esa cualidad no se encuentra fuera, sino dentro de cada pueblo.

-Todo eso resulta difícil de entender -dijo el encargado del departamento de Poner Dificultades.

-Para aplicar ese criterio, -si es que es un criterio, lo que dudo- tendría que definirse, en primer lugar, qué se entiende por sentido común. Y no tenemos tiempo -expresó el responsable de la sección de Comisiones Dilatorias.

Se pidió también opinión a las otras dos Hadas, que defendieron la bondad de sus informes. Se preguntó a los padres, que dejaron muy claro que el criterio irrenunciable era que deseaban lo mejor para sus hijos y, en fin, se les pasó el tiempo discutiendo. Nadie sabía muy bien cuál era la Ley que había que cumplir, porque estaban todas parcialmente vigentes y parcialmente derogadas.

Así que, cuando llegó la hora del certamen, la representación de Valgamediós parecía más bien un grupo de saltimbanquis. Unos pequeños llevaban mandilón y palmeta y lucían su cabeza llena de coscorrones, en tanto que otros recitaban a Cervantes y a Schopenhauer en alejandrinos y, por ejemplo, los de un colegio de pago tenían escrita en sus muñecas la oración a Santa Rita.

En general, los niños se presentaban a las pruebas con ánimo de derrota, convencidos de que volverían a quedar los últimos, lo que era tanto más evidente cuanto más contemplaban a sus rivales. Los maestros valgamediosinos, como tenían por costumbre, intercambiaban malestares por rencores. Incluso los mandamases, que había viajado con sus familias a gastos pagos, dudaban de la eficacia de lo que habían ordenado hacer, siendo la inseguridad la cualidad principal que moraba en sus molleras, aunque siempre aparentaban en público lo contrario.

No contaban con que a los niños, con tanto cambio de planes de estudios, se les había puesto la cabeza como un bombo y, mucho menos, con que algunos maestros, constituyéndose en pura rebeldía, habían pasado por alto el cumplimiento de unas leyes que se modificaban desde lo alto sin dar explicaciones a los de abajo, y, a escondidas, en horas no lectivas, enseñaron a los niños a pensar, lo que unos cuantos entre ellos, venciendo las dificultades, como eran realmente brillantes, conseguían.

Fue esa la única vez que el pueblo de Valgamediós quedó entre los primeros clasificados.

Desgraciadamente, a la hora de interpretar los resultados, los mandamases educativos, en lugar de profundizar en lo que había pasado, atribuyeron el éxito al barullo que habían montado. Hay que indicar que el criterio por el que habían sido elegidos era el de la incapacidad para pensar por sí mismos y que, para cubrir las vacantes del comité educativo, era condición sinequanon ser recomendado por los que pertenecían a él.

Así que se aprobó una Ley de Bases que era, falta de lógica o consistencia, un documento de casi mil páginas, con derogaciones parciales y obligaciones provisionales, junto a principios interpretables y proposiciones discutibles: un pupurri infumable.

El Hada Parsimonia retornó, con las otras Hadas, al País de las Maravillas, y el pueblo de Valgamediós siguió obteniendo muy bajos resultados en los certámenes internacionales. Los planes de estudio se siguieron retocando parcialmente, incorporando más y más páginas, cada vez que había cambio de tornas o cuando a un equipo de mandamases le daba la venada, incapaces todos de reconocer que no tenían ni pajolera idea de lo que debería hacerse en verdad, y sin atender a las razones de los muy pocos que defendían que no es lo mismo preparar a los niños para ganar un concurso que formar adultos para ganarse la vida en un mundo competitivo.

FIN

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Cuento de verano: La cadena humana

13 septiembre, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

En el reino de Valgamedios las infraestructuras eran muy modernas y formaban una red de calzadas reales, principescas, nobiliarias y plebeyas que era considerada la más completa del orbe. De haber sido considerado un país atrasado, el país podía recorrerse ahora de cabo a rabo en un periquete, utilizando las más variadas alternativas, tanto por tierra como surcando las aguas e incluso, si se me permite tal licencia respecto a la época en la que sitúo esta historia, por aire.

¿Cómo habían llegado a tal situación? Gracias a que algunos de los reinos vecinos, más desarrollados tecnológicamente, propietarios de sofisticados procedimientos para dar palos al agua, y que no es cuestión ahora de desarrollar, les habían convencido de su gran capacidad de endeudamiento.

-No os preocupéis de pagarnos ahora. Ya lo haréis más tarde. Lo importante es que os pongáis a nuestro nivel y, por supuesto, que utilicéis nuestra técnica, que ponemos a vuestra disposición si pagáis los correspondientes royalties.

Así lo hicieron. Se endeudaron hasta las cejas, presos del gusto inenarrable de ver crecer los caminos, aumentar los puentes, proliferar las edificaciones, los estadios para juegos, los centros de investigación y hospitales mejor dotados de equipos del mundo, (y de uso tan complejo que muy pocos sabían para qué servían), las zonas de recreo infantiles y, a la espera de que se utilizaran, terrenos destinados a parques industriales, ocupando las zonas más fértiles del reino.

Picapedreros, albañiles, maestros, oficiales, arquitectos e ingenieros reales, mesoneros y palafreneros, cualquiera de las múltiples profesiones que ha imaginado el superior ingenio humano para mantener a la población ocupada, incluso los filósofos y los políticos, estaban felices mientras veían medrar sus economías con pingües salarios y jugosos préstamos.

Los que podían y los que no, compraban y mantenían caballos, bueyes, coches de postas, carros, barcas y aparatos voladores, todo alimentado por el placer de viajar de un lado a otro, de mejorar la condición, presos del ya se pagará, disfrutando de una inmensa felicidad, que creían duradera.

Desgraciadamente, aquello que habían construido con créditos y que tanto orgullo les proporcionó, al presentarlo como modelo, y animados por los tecnólogos y prestamistas que les habían generado la fantasía, no tenía rentabilidad o muy poca y, para mayor inri, llevados por la inercia, cuando ya no tenía sentido seguir haciendo más de aquellas inútiles estructuras, o la prudencia debía haberles aconsejado gastar menos, mantuvieron el error de seguir por bastante tiempo el mismo ritmo, profundizando en el pozo de su endeudamiento.

Cuando se destapó lo que en realidad había detrás de lo que había hecho, se encontraron con un inmenso agujero.

El trabajo escaseó de pronto. Los gremios despidieron a casi todos sus miembros, cerraron los comercios a asgalla, disminuyeron al mínimo las oportunidades, no hubo medios más que para los que no los necesitaban. Como no sabían qué hacer, y escaseaban las tareas, algunos habitantes del reino de Valgamedios se dedicaron a confeccionar cadenas.

Cadenas para perros y osos, pero sobre todo, cadenas para seres humanos. Cadenas para adornos de cuellos y manos. Agotado rápidamente el mercado interior, fabricaron cadenas con la intención de exportarlas a otros mercados o venderlas en los mercadillos locales, a los extranjeros que les visitaran, pues el reino, aunque algo deteriorados por el frenesí del ladrillo, conservaba algunos lugares bastante apreciados por los pueblos del norte, antaño beligerantes y actualmente pacíficos.

Pero a los extranjeros no valoraban las cadenas. Solo apetecían aprovechar el sol del reino de Valgamediós y la facilidad de llegar a los sitios para calentarse y cobrar energías, antes de volver a sus residencias habituales. No se interesaron lo más mínimo por las cadenas. Y, lo que resultó muy desconcertante, cuando se detenían a ver los escaparates y puestos en que se mostraban, hacían creer que las hubieran adquirido, de haber sido fabricadas en otro material diferente al que se les ofrecía.

-¿No tienen vuesas mercedes cadenas de pegmatita o pechblenda? -preguntaba, dando ejemplo, una extranjera rubicunda al vendedor de cadenas de bronce, manoseando algunas de ellas, lo que solo hacía, en verdad, por ocupar el rato.

-No ahora, pero podemos fabricárselas en un par de semanas -podía ser la respuesta diligente y honesta, que, con mucha probabilidad, era contrarrestada de inmediato con un:

-Lo siento, pero mañana nos marchamos ya a la tierra de Baratijalandia. Otra vez será.

Esa otra vez no llegaba nunca, y el encargado de actividades productivas de Valgamedios proponía, un día sí y otro también, a la vista de los resultados de las encuestas que ordenaba realizar periódicamente, nuevos y más sofisticados materiales y formas para las cadenas, animando a que cada habitante del reino se constituyera en fabricante autónomo de cadenas, utilizando su propia imaginación y pidiendo dinero a sus padres, si vivían.

Se vendían solo algunas cadenas, pero a bajo precio y, desde luego, no en la cuantía que se necesitaba para sostener la otrora boyante economía de Valgamedios. El stock de productos invendidos se almacenaba en todas las dependencias, el endeudamiento de los fabricantes, de los intermediarios y de los comerciantes, crecía y, lo que es mucho peor, las arcas del reino de Valgamedios estaban vacías y ningún reino vecino quería ahora concederles crédito para fabricar cadenas.

-Habéis despilfarrado el dinero que os hemos prestado en hacer infraestructuras innecesarias y comprar carros y habitáculos por encima de vuestras posibilidades, y ahora tenéis que devolverlo y, como castigo, lo haréis con creces.

-¿Y cómo vamos a devolver lo que nos habéis prestado, si no compráis nuestras cadenas ni sabemos hacer otra cosa? -inquirían, los que creían ser escuchados.

¡Terrible momento! En Valgamedios había que apelar a la solidaridad, a la creatividad, al empuje de todos, sin que nadie escurriera el bulto. Era preciso superar el bache con ilusión, tocar a rebato. Dejar de fabricar cadenas y planificar actividades en las que todos participaran y de las que todos obtuvieran el beneficio que les permitiera salir adelante.

Por eso, una gran decepción, rayana en la desolación, asaltó a la mayoría de los habitantes de Valgamedios cuando, un día, vieron que en una de las comarcas del reino, allí donde la naturaleza había colocado las mejores cualidades, se había formado una gran cadena humana.

Una cadena formada por hombres, mujeres y niños, que ocupaba la mayor parte de las carreteras y podía verse desde el cielo. La mayoría de los que formaban la cadena se habían unido a ella sin saber lo que significaba, pero los que estaban al cabo de la calle, le dieron un significado. Pedían su independencia del reino de Valgamedios.

No, no eran la mayoría, pero eran muchos. Tampoco se podía decir que eran todos nacidos en la comarca, e incluso se podría interpretar que los que más gritaban diciendo que querían ser independientes de las garras explotadoras del resto de los habitantes de Valgamedios no habían nacido allí, provenían de esos sitios que criticaban, pero repetían, ciegamente, lo que les decían por los altavoces:

-Pertenecer al reino de Valgamedios siempre nos ha perjudicado. Nos han explotado, porque hemos dado siempre más de lo que recibimos. Por eso, queremos ser un país independiente, y estamos dispuestos a lo que haga falta. Nos avergüenza que nos llamen valgamediosanos y nos confundan con ellos, porque, siendo seres superiores, como nuestra historia ha demostrado, iguales a los países del norte, no queremos sostener por más tiempo la ineficiencia de quienes no forman parte de esta cadena.

A la vista de la gigantesca cadena humana, la mayor que se había formado jamás en el mundo, los restantes habitantes del reino de Valgamedios dudaron si formar su propia cadena -que, posiblemente, habría alcanzado unas dimensiones desorbitadas-; incluso, otras comarcas pretendieron formar también las suyas, señalando las peculiaridades de sus territorios.

Con todo, predominó la razón. Y, uniendo sus manos con las de las que formaban la cadena humana de los disidentes, los que estaban de acuerdo con seguir como estaban, y los que pertenecían a las demás regiones de Valgamediós generaron una cadena inmensa. Y, tendiendo sus manos hacia fuera, se unieron más y más gentes de muchos otros lugares, y la cadena humana crecía y crecía. Imparable.

Así, por fin, encontraron la solución que les satisfizo a todos, uniendo esfuerzos, encontrando la fuerza en lo que les unía y hacía semejantes, no en lo que les separaba, que tenía mucha menos importancia.

FIN

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