Entre los tiempos de Maricastaña y la Levitación Cósmica, en el País de las noches tenebrosas y los días muy cortos, vivió un timonel que jamás había conducido un barco.
En verdad, que de las Escuelas Oceanográficas de timoneles y condestables de mar se salga con el título de piloto sin haberse subido jamás a un navío, no tiene tanto de extraño. La Escuela de que hablo estaba situada tan lejos del mar que hubiera llevado días enteros acercar hasta él a los estudiantes de los últimos cursos, en donde se formaban, como final de la formación exclusivamente teórica, en el arte preciso de navegar, y, si conseguían superar la última prueba, que consistía en lanzarse desde una torre inclinada a la calle sujetos por una goma elástica, se les otorgaba un diploma de Surcador Experimentado de la Mar Océana.
Así que, como suplencia al déficit de agua salada en medio de la sequedad terrosa, el Alto Almirantazgo Superior había decidido que se realizaran simulaciones a escala reducida en una bañera en las que se ejercitaran en maniobras de babor, estribor, a toda máquina y a barlovento reducido. Todos los alumnos se agolpaban en torno al simulador y, con un poco de suerte, hasta podían manejar los mandos del aparato durante unos instantes. Al menos, eso fue, hasta que una mala maniobra dejó al instrumento inutilizado, y, por falta de presupuesto, no fue posible enviarlo a reparar al dique seco del País de los días muy luminosos y las noches cortas.
Eso sí, los planos que se conservaban en la Biblioteca de los Océanos, Piélagos y Mares, eran extraordinariamente precisos. Tanto que, según se decía, hubiera sido posible construir un barco de cualquiera de los tipos conocidos, -desde fragatas hasta petroleros de triple casco- siguiendo únicamente aquellos dibujos. Solo que no era necesario, porque en el País de las noches tenebrosas y los días muy cortos, estaba muy mal visto lanzarse a la aventura y lo que se había puesto de moda era mirarse el ombligo, sacudirse las malas pulgas o sentarse a la puerta de casa para ver pasar cadáveres de tus prójimos, fueran o no tus enemigos.
No habría cuento, ni historia, ni argumento, si no hubiera sucedido que un día cualesquiera avisaron desde el litoral del País de las noches tenebrosas y los días muy cortos, que en un lugar de la costa playera había aparecido un barco. Al parecer, ese barco fantasma se había desorientado de su ruta, como sucedía con algunos cachalotes, rorcuales y orcas que también encallaban fortuitamente en aquel lugar dejado de la mano de Dios, y su tripulación lo había abandonado para no tener que dar explicaciones.
Una vez comprobado que se encontraba en estado aceptable, y pasado un tiempo prudente en que ratificaron que nadie reclamaba la propiedad del navío, lo declararon res publica, y el Alto Consejo Consultivo de Acciones Inminentes, decidió que se necesitaba un timonel para volver a lanzarlo al mar. Porque llevaban mucho tiempo deseando llevar a buen puerto las aspiraciones que habían ido acumulando durante años en los entresijos de la pereza, y la ocasión les pareció propicia para sacudirse de aquella carga legendaria.
Fue por eso que se anunció, en el Boletín Oficial de Asignaciones Digitales, la convocatoria para elegir al mejor piloto entre todos aquellos que tuvieran el título habilitante y las ganas resultantes. El concurso debería consistir en presentar propuestas de singladura, que un Jurado formado por todos los habitantes que estuvieran de momento sin nada que hacer (que eran la inmensa mayoría), determinaría como más adecuada.
Se presentaron tres propuestas, lo que no impidió reconocer que el concurso estuvo bastante reñido. Una propuesta, que fue muy valorada, consistió en contratar a un piloto extranjero, que supiera cómo manejar aquel artefacto, y dar con él la vuelta al mundo, dejando aquí y allá, desparramadas, montones de aspiraciones, para retornar al punto de partida sin ninguna de ellas.
-La idea es muy atractiva, -comentaron algunos ciudadanos- pero para un viaje tan largo y tan costoso esperaríamos que el resultado fuera más prometedor. Además, dudamos que cumpla con el Acuerdo Marcopol, que, aunque no hemos suscrito, aceptamos voluntariamente.
Así que la desecharon.
Un segunda propuesta, proveniente de uno de los titulados timoneles más antiguos, era hacer un boquete definitivo en el barco, y, en ese mismo lugar, poner un monolito conmemorativo con una historia inventada, plasmada en una serie de gestas sublimes que no habría ninguna necesidad de llevar a cabo, pero que servirían de ejemplo a las futuras generaciones.
-Es una idea estupenda, que crearía varios puestos de trabajo -no dejaron de valorar algunos ciudadanos-, pero para llevarla a cabo no necesitamos un timonel, sino un dinamitero y un picapedrero.
Así que también la desecharon.
Por fin, un timonel consiguió convencerles. Afirmó que sabía cómo manejar el barco y que, si se lo llenaban de vituallas y le dejaban a él contratar a la tribulación, cargaría con las buenas intenciones que tenían, y las convertiría en fruto maduro, para goce de todos, volviendo, al cabo de la singladura, con nuevas y más refulgentes riquezas, cúmulos de pasmosas realidades y montones de fabulosas expectativas.
Llegó el gran día. Habían venido gentes de todos los lugares del País para despedir a los expedicionarios. Orquestas, cómicos y malabaristas rivalizaban en ofrecer su espectáculo junto a los sabios, los dementes y los párrocos. El piloto elegido estaba vestido con sus mejores galas y, subido al palo mesana, pronunció un discurso enfebrecido, que fue muy aplaudido.
Costó bastante enderezar el navío y dirigirlo a alta mar, a donde entró dando tumbos, dejando tras sí una estela de un humor algo apestoso.
Finalmente, desapareció en el horizonte. Nunca más se supo de él, ni de su carga valiosa, ni de la tripulación ni, por supuesto, del gallardo timonel.
Desde entonces, en el País de las noches tenebrosas y los días muy cortos, se traslada de boca en boca la historia del timonel mentiroso, y no falta nunca, de entre los que la escuchan, una frase como ésta:
-Es un cuento muy instructivo, sobre todo, porque no se sabe cómo acaba.
FIN