Tomo prestada la sonoridad del título de uno de los libros del asturiano Carlos Bousoño (“Las monedas contra la losa”), para referirme, sin la menor intención didáctica, más bien confesional, a mis ideas sobre la poesía y los poetas.
Aunque tengo escritos miles de poemas, nadie me ha certificado como poeta. No me consta que exista un Centro mundialmente acreditado y respetado sin reticencias que emita esa titulación con alcance universal. Algunos catedráticos de Literatura se han empeñado en escribir poemas. pienso que en su determinación por acercar a su sardina de competencias profesionales esta incalificable forma literaria. Por cierto, siempre en mi modesta opinión, casi todos son o han sido muy malos poetas, en el sentido de ser capaces de transmitir sentimiento con sus elucubraciones formales.
Mi biblioteca contiene algunos cientos de ejemplares de realizaciones poéticas. En los anaqueles pueden encontrarse nombres de casi todos los autores españoles que la tradición reconoce como eximios poetas. Son aún mayores en número los volúmenes de poesía que he sacado de las bibliotecas públicas de los sitios a donde me llevó mi periplo profesional y viajero y mi curiosidad por el tema me hace aparecer como seducido por cualquier opúsculo, folleto, revistilla o separata en donde atisbe o sospeche que pueda anidar en él algo de poesía.
Incluso me interesó desde muy pronto el misterio de las palabras y allá deben andar decenas de páginas en las que recogía, como piedras preciosas, frases y vocablos en los que creía encontrar el misterio de la poesía, la sugerencia de una voz. Nadie podría argumentar en mi contra que carezco de formación poética, entendiendo por tal la que se adquiere de los libros. Emilio Alarcos, Pedro Caravia, José María Cachero, entre otros dioses menores, fueron mis maestros.
Tengo pues, suficiente bagaje para considerarme buen lector y aceptable crítico de poesía. En esta línea de supuesta autoalabanza, recojo también que me gusta leer poemas en las varias lenguas que, más o menos, chapurreo.
Considerarse poeta es otra categoría. Por ello, nunca hago alarde de esta condición. Incluso, esa advocación se me presenta como una carga afectiva, una responsabildad. Poner en palabras sentimientos, despertar la atención del ánimo de otros, es un oficio misterioso, inconsciente, rebelde como un potro que no se deja domar ni montar, aunque no se puede ignorar su belleza.
Desde hace muchas décadas, me interesan las traducciones de los poemas rimados. Si el traductor ha querido conservar vestigios de la rima en el nuevo idioma, el resultado es un fracaso. La búsqueda de una nueva sonoridad o musicalidad adultera el sentido y hace que se pierda el misterio de lo poético. Los poemas no admiten traducción, porque han de recogerse interiormente, esto es, sentirse, en lengua, con el énfasis y tono musical con el que fueron concebidos, haciéndolos suyos el lector.
No se publica actualmente mucha poesía, pero no tengo dudas de que se escriben muchos poemas, de mayor o menor calidad sentimental y, siempre en mi opinión quizá insensata, malos en general. Como no considero que la poesía sea literatura, estimo que hay que juzgarlos por lo que son capaces de transmitir y es ahí donde fallan.
Es interesante para un futuro autor, sobre todo si es joven, haber leído mucha poesía, muchas obras de muchos poetas. Eso le ayudará a encontrar su propia voz. Sin embargo, no le servirá para ser poeta. Esa cualidad se lleva dentro y aflora muy temprano. Es un gen abstracto, misterioso, que no depende de la educación, de los estudios, sino exclisivamente de la forma de confrontación personal con las vivencias. Una historia poética, una trayectoria regida por la poesía, es un itinerario personal en el que el viajero va asumiendo, venciendo o resultando derrotado por ellas, las acechanzas de la vida. Todos los poemas gravitan en relación con tres grandes temas, incluso los llamados épicos. Hablarán de amor y desamor, de la enfermedad y el sentimiento trágico que nos confronta con la premonición de la muerte propia y la realidad de la de quienes hemos querido; y, si se desea agrupar en un falso totum revolutum los restantes poemas, se descubrirá un tercer tema: la soledad, el descubrimiento de lo nuevo, la plasmación de la sorpresa.
Escribir poesía para los demás supone haber mantenido una existencia ya rica en matices, disponer de una trayectoria personal, asimilada, sentida, sufrida. Los poemas no se recogen de un árbol, como frutas maduras que se ofrezcan al paseante. Desconfío de los jóvenes poetas que son presentados como revelación sorprendente. Aunque hayan sabido ocasionalmente plasmar con brillantez sentimientos por algo de lo vivido, sostener esa línea de creatividad se suele revelar como imposible.
Nota adicional.- Las páginas que el Diario El Mundo agrupa el domingo, 16 de enero de 2022, bajo el título aberrante de El Culturista, incluyen una entrevista a Mario (García) Obrero, un alevín de poeta que ha sido premiado con el Poesía Loewe Joven de 2020 por su libro Peachtree City (cuyo título toma de la ciudad norteamericana con ese nombre al que viajó en 2019 con la intención de realizar el primer curso de bachilllerato, y en la que, dice, no encontró ningún melocotonero).
La larga entrevista deja claro que Mario se encuentra bien surtido de lecturas de una selección de buenos poetas. No conozco de Obrero más que el librito premiado, de 78 páginas, que pertenece más bien al género de lo narrativo que a la expresión de lo sentimental que me parece vinculado genuinamente con la poesía. Su dependencia creativa de Walt Whitman y el García Lorca de “Poeta en Nueva York” me parece evidente y lógica. La que proviene de su madre, la poeta Susana Obrero, es más sutil y, en alguno de los poemas, tan patente, que podrían haber sido escritos por ella.
Me ha gustado el libro, pero le encuentro un serio problema. No anima a la reelectura, sino al consumo. Con cualquier novela, incluso aunque nos haya hecho pasar un buen momento, es difícil que encontremos el tiempo y las ganas para leerla otra vez. Ese hándicap no pertenece genuinamente a la poesía. El verso es material de otra categoría; tiene vocación atemporal; es eterno, porque apela a los sentimientos que definen lo hunano. Los buenos poemas que nos han impresionado pueden releerse una y otra vez, estrujarles el sentido hasta que los hacemos nuestros: como una herida, un gozo o una esperanza encajada en nuestra propia existencia.