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Homenaje a los fallecidos por la Covid

16 julio, 2020 By amarias 1 comentario

Antes que los recios calores del tórrido julio doblegaran las cabezas, tuvo lugar un emotivo acto en memoria de los caídos por la Covid, la pandemia mortífera que se cebó cruelmente con España, a la cabeza desgraciadamente en el número de fallecidos y contagiados, por cifras relativas a la población total.

Fue una ceremonia civil, sin misa católica ni cualquier otra advocación a creencias religiosas. La presidió Su Majestad Felipe VI, que compareció junto a su esposa e hijas. No faltó ninguna autoridad española a la cita. Estuvieron presentes todos los miembros del gobierno plural,  los responsables autonómicos, antiguos presidentes (salvo Felipe González), alcaldes y miembros significados de los centros de poder, líderes de casi todos los partidos políticos. Vinieron también autoridades europeas, que dieron al acto un aspecto muy especial de adhesión, complicidad y condolencia con el pesar que agarrota la sociedad española.

Fue una ceremonia sencilla, con tiempos medidos, y palabras sobrias -las del hermano del periodista José María H. Calleja, fallecido por la enfermedad, las más emotivas-. Se leyó un poema corto, intenso, de Octavio Paz, que dio paso al minuto de silencio. Un pebetero con su llama duradera dejó testimonio de la invocación a los dioses, de la desesperación del ser humano,  pequeño pero resistente, frente a una adversidad que tuvo que soportar pero que sabe que no le va a vencer.

Quiero tener un recuerdo aquí, nuevamente, a todos los fallecidos por el ataque del virus SAR-Covid 19 (entre ellos, nombres de famosos, gentes que fueron sorprendidas en un momento cualquiera de su felicidad y su lucha por existir; junto a todos, y más alto en mis afectos, mi gran amigo Rafa Ceballos).  No ha habido disculpas, ni reivindicaciones. Ignoro si se estimó que no era el momento.

Para los familiares y amigos de los fallecidos, para muchos de los que aún luchan contra la enfermedad o padecen sus secuelas, para los que estamos pendientes, con el corazón encogido. sobre su evolución, sabiendo que no está dominado el mal, ni mucho menos, hubieran sido de agradecer algunas palabras de humildad, cercanas a la petición de perdón, por parte de políticos, científicos, bacteriólogos, microbiólogos, médicos, técnicos, informáticos, economistas, etc.

Se muy bien que la ciencia no es perfecta, y que no sabemos casi nada de lo que sucede a nuestro alrededor, en los aspectos importantes que afectan a la muerte y nuestra fragilidad. Precisamente por eso, en ese homenaje, me hubiera gustado que alguien -cualquiera, alguien con representación de todos los seres humanos que estábamos atentos a la pantalla- hubiera dicho unas palabras como éstas:

Pedimos perdón, en nombre de la comunidad científica, de todos los políticos, de todos los que han tomado y tenemos que tomar decisiones sobre la sanidad, la enfermedad y el tratamiento y curación de cuantos males nos amenazan, por no haber podido salvaros. Pero allí donde estáis, en lo profundo de nuestros corazones, quiero prometeros, quiero prometer, que seguiremos luchando, con mayor denuedo, con todo el esfuerzo, con más dinero, para ir quitando terreno a la improvisación y al mal.

Y, tal vez, deberíamos haber llorado. Por pura catarsis, por no fingir que lo controlábamos todo. Para que no se confundan los ingenuos.

Archivado en:Actualidad, España, Personal, Política Etiquetado con:covid, fallecidos, felipe VI, homenaje, José María Calleja, Madrid, Octavio Paz

La vida humana como instrumento

11 marzo, 2016 By amarias 1 comentario

Cada 11 de marzo, desde 2004, quienes vivíamos entonces en Madrid, debemos confrontarnos con la memoria de un suceso que llenó nuestro día de angustia, dolor, incertidumbre, estupor y lágrimas. Fue un día diferente, porque la ciudad fue elegida como mensajera del terror y sus habitantes, como víctimas forzosas de una inmolación indiscriminada. Murieron 191 compañeros, fueron heridos físicamente otros 1.857; tal vez, incluso más.

Una conspiración de varios desgraciados eligió esta ciudad para lanzar un mensaje mortal, pero no por ello menos calificable de irracional y estúpido, aquel jueves que había amanecido con vocación de ser igual que cualquier otro, asesinando a algunos de los nuestros . Cuantos más, mejor. Escribo “de los nuestros”, y elijo sin dudar las palabras: porque los que se convertirían en asesinos venían del otro lado, del lugar de aquellos que, en su enajenación antinatura, creen que la vida humana puede ser instrumento para cualquier objetivo.

Me duele volver a repasar aquel día, reviviendo mis propias angustias; localizar dónde estaban mis hijos, llamar a los amigos que sabía que se desplazaban en tren a su trabajo cada mañana temprana, penetrar en la selva del desconcierto instantáneo para saber qué habría pasado con los que residían en el Pozo del tío Raimundo y en la Colmena de Santa Eugenia, reavivar la solidaridad desde los escombros de la sensibilidad acuchillada en otras barriadas también golpeadas.

Recibiendo cada poco la comunicación atropellada, intuitiva, inocentemente falaz, de algunos confidentes de la izquierda plural, convencidos sin reservas de que ETA estaba detrás del atentado y, en consecuencia de aquella lógica precipitada, las elecciones que se habían supuesto ganadas, y que estaban programadas para el siguiente domingo, 14, sin margen de campaña, estaban perdidas.

A medida de que se iban separando los muertos de los heridos, aparecían más datos, teléfonos y mochilas, se empañaron las conjeturas con otras hipótesis, afloraron otras verdades, se deshicieron sospechas a la luz de nuevas evidencias. Los supervivientes nos tornamos mayoritariamente indignados cuando se fue conociendo que el Gobierno en funciones ocultaba que el ataque había sido provocado por fanáticos que habían esgrimido el nombre de su Dios en falso, y seguía atribuyéndolo a terroristas de la casa de locos que todavía seguía pareciendo a muchos un país del norte de nuestra sociología malparada.

Descansarán los muertos, porque no tienen otra función que les competa, pero no debería descansar ninguno de los vivos, mientras queden grupos que pretendan sostener que el ser humano es instrumento, y que, para amedrentar con viciosos objetivos, maten, hieran o lo pretendan. No importa que se inmolen ellos mismos, que inciten a otros a hacerlo, o que se oculten, desde lo profundo de su miseria mental, detrás de un artefacto que accionen a distancia.

Dañan nuestra condición humana, nos perjudican frente a la naturaleza de las cosas, hieren nuestra pretensión de ser racionales, solidarios, sensatos, fieles a un Dios que está por encima de cualquier concepto, y que nos ordena, en lo íntimo de nuestro ser, querer lo humano.

(Un Dios que no conoce de religiones, sectas ni creencias, ni le importan, porque ni siquiera le hace falta existir para saberse.)

—-

Nota: El once-eme es también fecha que nos recuerda un accidente que combinó las descomunales fuerzas de la naturaleza con la limitada capacidad humana para preverlo todo: Fukushima. Sucedió lejos de nosotros en la distancia física, pero nos afectó mucho, y quizá de forma aún más persistente. Sobre este suceso también tengo escrito; hubo más de 20.000 muertos, se contabilizaron centenares de miles de heridos, provocó casi medio millón de desplazados, no pocos para siempre.

Sirvió para poner en presente que dominar la Tierra tendrá siempre riesgos y la técnica, aunque los trate de reducir al mínimo, no acierta a controlarlos siempre, ni todos. Son demasiadas variables, entre las que hay que incluir, cualquier omisión, error, negligencia o fallo humanos, además de las demostraciones de fuerza del azar y los dioses de superior naturaleza.

Archivado en:Actualidad Etiquetado con:ETA, fallecidos, islamistas, once-eme, terrorismo

Qué pasó en el pozo Emilio del Valle

30 octubre, 2013 By amarias2013 3 comentarios

El gravísimo accidente en el que murieron seis mineros de la plantilla de la Hullera Vasco Leonesa que se encontraban trabajando a unos 700 m de profundidad en el pozo Emilio del Valle (en Santa Lucía, León), ha vuelto a desatar las especulaciones, no ya respecto a la seguridad de la minería, sino respecto a su misma necesidad.

Los primeros análisis de lo sucedido indican que se produjo una liberación de gas metano en la zona de trabajo, que no explosionó -es decir, no se produjo la “explosión de grisú” que está en la primera línea de culpables de los accidentes mineros en las minas de carbones bituminosos. Fue tan repentina que los fallecidos no tuvieron tiempo para poner en funcionamiento los equipos de auto-rescate que llevaban, y que les hubieran permitido un período de autonomía respiratoria de entre 20 y 30 minutos, suficiente, en principio, para escapar.

La mezcla de metano y aire es explosiva cuando el primero se encuentra en una proporción entre 4-5% y 14-15%. Por ello, cabe deducir que, aunque el grado de metano era superior al nivel explosivo, no había ninguna llama activa cuando se produjo la fuga (lo que se me antoja lo más probable). Los mineros estarían realizando labores de preparación, y alguna actividad en otro nivel o, simplemente, la cedencia espontánea del terreno agrietó uno de los hastiales, provocando la fatídica fuga.

Otra opción, que descarto, sería que la proporción que se alcanzó era inferior, pero de suficiente entidad y, sobre todo, aparecida con excepcional rapidez, como para que los mineros que se encontraban próximos al punto en el que se produjo la fuga la respiraran, por un corto espacio de tiempo.

Como son cuatro los mineros que se encontraban en las proximidades que ya han obtenido el alta hospitalaria (un quinto sigue en la UCI, aunque, por fortuna, se está recuperando), podrán dar una versión aquilatada de lo que sucedió.

Mientras la investigación del accidente hace su trabajo (una Comisión independiente ha sido nombrada al efecto), será bueno que los “falsos expertos” se abstengan de alimentar las especulaciones genéricas acerca de los males de la minería. En particular, me refiero a aquellos que asocian el accidente a los riesgos de la fractura hidráulica, y aprovechan la oportunidad para avivar la campaña en contra de la recuperación del gas metano subterráneo.

La minería del carbón español está sometida a un reglamento muy estricto, y las normas de seguridad de obligado cumplimiento son rígidas. Los mineros afectados por este accidente fatal eran gente experimentada, inteligente, joven -menos de 45 años- y sana. Si hay algún culpable, que sea la casualidad. Esa parte de lo natural que, a pesar de los avances técnicos, no siendo posible prever, no nos queda sino acotar en el terreno de la tutela del santoral.

Santa Bárbara, patrona de los mineros, y Maruxina de mi vida, mirai cómo vengo hoy, tengo la camisa rota y el ánimo descompuesto por la muerte de seis compañeros. No tengo ánimo para cantar, obviamente.

Archivado en:Actualidad, Ingeniería, Sociedad Etiquetado con:accidente, carbón, casualidad, emilio del valle, escape, experto, explosión, fallecidos, grisú, investigación, metano, minería, mineros, Santa Bárbara, Santa Lucía

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