La Comisión Europea ha difundido, por fin, a finales de 2021, el borrador de su propuesta de calificar la energía nuclear y el gas natural como fuentes verdes, lo que las hace elegibles para canalizar inversiones en el camino hacia un futuro neutral en carbono. La propuesta ha sido acogida con entusiasmo por Francia, pues la nuclear es su principal fuente energética.
Sin embargo, Alemania, que continúa embarcada en el proceso de cerrar todas sus plantas nucleares (las tres que aún quedan en funcionamiento se cerrarán en 2023, según el plan trazado por la ex canciller Merkel), ha manifestado su oposición al respecto, trasladando por medio de su nuevo canciller la idea central de que lo fundamental es avanzar en la protección del clima y en inversiones que sean sostenibles y que el borrador de la Comisión supone un paso atrás. Aunque parece una postura firme, no está exenta de matices, pues el gobierno alemán mantendrá, sin embargo, el gas natural como una “tecnología puente” que solo será reemplazada antes de 2045, cuando se cumpla la precisión de que las alternativas renovables, y en especial, el “hidrógeno verde”, se hayan desarrollado competitivamente.
Si la mayoría de los Estados están de acuerdo con el borrador, se convertirá en Ley de obligado cumplimento para todos ellos, a principios de 2023. Esta parece la situación que se producirá, pues aunque cada uno de los 27 estados miembros tiene derecho a voto, no tienen igual valor paritario. Para rechazar la propuesta debe contar con la reprobación de 20 de los estados, que sumen al menos el 65% de la población.
España, por la vía de la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, se ha recreado en expresar su oposición, en línea con lo expresado por Alemania y Austria (esta última, amenaza incluso con demandar a la Comisión ante el Tribunal de la Unión).
La posición expresada por Ribera no está exenta de fuertes críticas en España. Por supuesto, el sector nuclear reitera que esta energía es elemento fundamental del mix energético y que carece de sustituto en la actualidad, ofreciendo un respaldo eficaz a la falta de fiabilidad de las fuentes eólica y solar. Además, la dependencia del gas natural, de procedencia fundamentalmente argelina y con precios sometidos al vaivén de la especulación, ha venido a demostrar en los últimos meses lo gravoso que resulta para la economía empresarial y familiar necesitar suministros externos para completar las necesidades del consumo. La opinión mayoritaria de los técnicos españoles es contraria al cierre de las centrales nucleares y ha sido expresada en múltiples foros y congresos, obteniendo sistemáticamente el silencio, cuando no el desprecio, de los asesores ministeriales.
Lo nuclear de la energía, para España, en mi opinión, es no precipitarse. Evitar la especulación y huir de tomar decisiones que se sustentan en expectativas cuya posibilidad de cumplimiento, además, no depende de tecnologías propias o suficientemente desarrolladas. Tenemos un exceso de potencia energética instalada, en parte ya amortizada (lo que se debe considerar una ventaja, dentro del período de vida útil de las instalaciones) y en parte no despreciable aún sin cumplir su período de amortización. Disponemos de un nivel tecnológico de gestión y mantenimiento de los recursos elevado, aunque va deteriorándose rápidamente por la falta de inversiones y apoyo gubernamental.
Las esperanzas puestas en el desarrollo de las pilas de hidrógeno deben acreditarse aún con fuertes desarrollos en investigación (teórica y aplicada), de las que nuestro país no va a estar a la cabeza, por obvias limitaciones de presupuesto y capacidad. Tampoco se ha analizado aún de forma suficiente el riesgo derivado del uso masivo de la manipulación, almacenamiento, transporte y uso del hidrógeno y, por supuesto, se sabe poco de las inversiones y costes que acarrearán.
Hay líneas abiertas de gran incertidumbre, como son el ritmo de extensión del parque de vehículos eléctricos -falta desarrollo de autonomía de las baterías, aumentar de manera masiva el número de estaciones de carga y rebajar el precio de las unidades); la renovación de los parques de energía eólica (con generadores más potentes, y en nuevas ubicaciones) y de solar fotovoltaica, la recuperación del impulso a la solar térmica, la clarificación de otras fuentes alternativas, sometidos a vaivenes ideológicos y en parte temperamentales; el almacenamiento de los residuos nucleares, tanto producidos por la producción como por el desmantelamiento de las centrales; el papel que aún deberán jugar las centrales de ciclo combinado e, incluso de carbón, y el desarrollo de procesos de captación o eliminación de gases de invernadero; etc., etc.