Hace algo más de un mes (octubre de 2021), Eduardo Madina y Borja Sémper, como resultado de una larga conversación con Lourdes Pérez, han situado en el convulso mercado de opinión español un libro singular, titulado “Todos los futuros perdidos (conversaciones sobre el final de ETA)”.
Vengo siguiendo con decreciente interés y en la medida en que mis ocupaciones profesionales y oncológicas me lo permiten, las intervenciones de Madina y Sémper en el espacio “La ínsula”, los viernes, en la emisora Onda Cero que dirige Alsina. Me parece que aportan una visión fresca y lúcida sobre el deterioro de la política española actual, aunque su tono conciliador y sus críticas al estilo de caballero gentilhombre, resultan demasiado discordantes con el girigay falto de elegancia y altura intelectual de nuestros representantes en el hemiciclo. Por eso, me han llevado hacia la sensación de cansancio a fuerza de oírles. La situación se encamina hacia la batalla campal y el Gobierno sanchista y sus palmeros están pidiendo a gritos una oposición de rompe y rasga, que les convenza de que la inmensa mayoría de los españoles no están/estamos dispuestos a seguir aplaudiendo, ni manteniendo el silencio, ante su manejo grandilocuente y suicida.
El libro es un testimonio de alto voltaje. Su título refleja un pesimismo alarmante, viniendo de dos jóvenes -en plena madurez- que tienen la edad de mis hijos. En verdad, el ejemplar que tengo en mis manos está dedicado por Eduardo Madina a mi hijo Miguel, quien me consta que tiene una relación de amistad y bastantes dosis de recíproca complicidad con los autores.
No puedo decir que me leí el libro de un tirón, porque su estructura no se presta a ello y, además, mi curiosidad me llevó a consumir en primer lugar alguno de sus capítulos más llamativos.
Comencé a leer el libro por el Capítulo 5, “Llega el dia. La conciencia de ser un superviviente”. Primero, se cuenta la amenaza de muerte comprobada que pendía sobre Borja Sémper; luego, con más detalle y tintes especialmente emotivos, el atentado contra Eduardo Madina, en el que perdió su pierna izquierda.
Me daría cuenta después, al repasarlo con método, que la factura del relato pretende trazar el testimonio de dos vidas paralelas, cada una convergiendo desde una hipotética divergencia política y con el tremendo trasfondo de una sociedad, la vasca, con una capacidad probada para la enajenación colectiva. No es fácil, en este momento, discernir quién está a la derecha y quién a la izquierda del espectro político, aunque Borja se define como liberal y Eduardo como socialdemócrata y, como ratificación de ese sesgo, el uno milita (o, por lo menos, ha militado) en el Partido Popular y el otro en el Partido Socialista, en el que llegó a postularse contra Pedro Sánchez, y perdió. En este momento, no se dedican a la política, aunque…la hacen, al juzgarla.
Es muy emocionante leer que sería mucho más interesante conocer las razones por las que, tipos maduros, -de cuarenta o cincuenta años (como los autores ahora)- organizaron el entramado de ETA, que pretender analizar los móviles de los que colocaban bombas y asesinaban a bocajarro, jovenzuelos descerebrados que obedecían instrucciones sin plantearse porqués.
Me gustaría admitir que ETA está derrotada, y que “los niños y niñas de España deben crecer sabiendo que” lo está (pág. 209). También quisiera creer que el fantasma de una guerra civil -pocos pueblos han decidido a lo largo de la Historia, dirimir sus diferencias matándose entre sí- ha desaparecido. Pero, cuando atiendo a lo que se expresa en la Cámara de Diputados y fuera de ella, por individuos que se dicen representantes del pueblo y que tienen la obligación de atender a intereses generales, y advierto su incapacidad para encontrar el punto de acuerdo en la negociación y el pacto, y su gozo por la descalificación y el aspaviento, removiendo ascuas de un pasado que no conocieron en primera persona o que lo protagonizaron en mala hora, no puedo menos de lamentar que muchos hombres y mujeres jóvenes, pero ya en plena madurez, como Borja y Eduardo, puedan pensar y tengan serias razones para creerlo, que “todos los futuros están perdidos”.
Coño, no. Vuestro presente, la experiencia acumulada, la sensatez manifiesta, ha de conducirnos a un futuro mejor. Tenéis, junto a los mejores de vuestra generación, la capacidad, el empuje y el discurso para ser los timoneles. No nos dejéis en la estacada. Los mayores, hemos podido llegar hasta aquí (la paz, la democracia, una España unida con vibrantes realizaciones, con un lugar de privilegio en el mundo) superando muchos obstáculos para dejarnos abrazar por el pesimismo o la tristeza. Debemos empujar fuera del estrado a los que solo saben hablar desde el odio, la ignorancia, la falsedad y el menosprecio a la inteligencia. Son un estorbo, una lacra remanente.