La irrupción en el panorama político español, con ocasión de las Elecciones al Parlamento Europeo, de una plataforma aglutinada en torno a la figura mediática del profesor Iglesias y el tremendo atractivo del nombre, Podemos, está motivando todo tipo de comentarios.
Muchos de ellos, interesados, es decir, intrascendentes para hacer una valoración.
Desde luego, no hubiera merecido la misma atención de medios, comentaristas políticos y candidatos de otras fuerzas políticas, de no haber conseguido algo más de 1,2 millones de votos (casi el 8% de los emitidos), que le otorgan 5 diputados en el Parlamento Europeo, y que prometen, de aumentar la tendencia, una presencia importante en las Cámaras españolas y en los Ayuntamientos.
Se les acusa ahora de no tener programa, de carecer de objetivos concretos, de responder a un concepto de marxismo-leninismo trasnochado, de apoyar el movimiento bolivariano, de pretender volver a las cavernas sociales, económicas y tecnológicas, prometiendo lo imposible.
Sería, sin embargo, un grave error no considerar que, al margen de ideologías, esos votantes que han manifestado su apoyo a Podemos, son, fundamentalmente, jóvenes, parados, y descontentos frontalmente con los dos partidos mayoritarios, junto a no pocos desconfiados, en general, de la actuación que pudiera esperarse de los demás partidos que tenían ya representación parlamentaria.
Constituyen, sin duda, una nueva vía. Pujante. Una conmoción contra lo establecido, lo que era “normal”.
Los que apoyaron a Podemos pretenden, sin discusión, lanzar una clara llamada de atención respecto a los planteamientos tradicionales. Su Programa, que puede ser calificado, sin que ello implique su menosprecio, de utópico, entremezcla reclamaciones razonadas -que no es cuestión de detallar aquí, pues basta con la lectura atenta y sin prejuicios del mismo- con otras, inexcusablemente, irrealizables.
¿Merecen, por ello, el líder del movimiento y sus votantes, la descalificación frontal? En absoluto. Muy por el contrario, sus propuestas exigen un análisis reposado, desprovisto de fundamentalismos -que es. justamente, de lo que más se les acusa-, que implica analizar con autocrítica, lo que se está haciendo mal, -muy mal-, desde la mayoría social que representan, o dicen representar, los partidos mayoritarios.
Algo que esta sociedad ha consentido, mirando, no pocas veces, hacia otros lados.
Hay una corrupción injustificable, una falta de profesionalidad intolerable en el comportamiento de algunos de quienes ocupan puestos relevantes, una avidez por la acumulación de bienes y dinero por parte de unos pocos, despreciando la vinculación solidaria que corresponde a los que detentan el capital y la capacidad de decisión, una ausencia de un programa de desarrollo empresarial, educativo y tecnológico pragmático, una descoordinación injustificable entre los estamentos, una perniciosa tendencia a perpetuarse por quienes ocupan sillones y prebendas, etc.
Podemos. Podemos y debemos cambiar muchos comportamientos, revisándolos desde la honestidad y el compromiso con los que menos tienen.
Lo que se echa en falta, no está en el programa de Podemos. Qué va. Se echa en falta un programa acomodado a la realidad y a sus problemas, de todos esos partidos que se dicen con vocación de ser mayoritarios, y que pretenden, sin credibilidad y sin la necesaria concreción, tener las soluciones a lo que nos pasa.
La cuestión no es si Podemos. Claro que Podemos. La cuestión es Qué queremos y poner, de inmediato, manos a la obra. Nos hace falta, con tal urgencia, que hace bastante tiempo que debiéramos haber iniciado el proceso de cambio.