Al socaire

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Convivir con el cáncer: Instrucciones de uso

13 noviembre, 2019 By amarias Deja un comentario

https://angelmanuelarias.com/libro-sonetos

Hoy por la tarde, a partir de las 19h30min, en la sede del Colegio de Ingenieros de Minas del Noroeste de Oviedo, daré una charla sobre el cáncer desde la perspectiva del paciente.

El salón de actos del Colegio (en Asturias, 2) tiene cabida para 80 personas, por lo que confío en que se llene. Esta actividad se enmarca dentro de las acciones que estoy realizando para agotar la edición de mi libro Sonetos desde el Hospital, cuyos beneficios (preveo 5.000 euros) destinaré íntegramente a la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), según el acuerdo de donación con este organismo.

El libro se vende a 10 euros en la Librería Cervantes (Oviedo), en la Librería Berceo (Madrid) y se puede comprar aquí (más gastos de envío).

Compra el libro “Sonetos desde el hospital”

De verdad, ¿no podéis permitíroslo?

Publicado en: Actualidad Etiquetado como: angel manuel arias, cáncer, conferencia, enfermedad, instrucciones, paciente, sonetos, Sonetos desde el Hospital

En el Día Mundial del Cáncer, Guía para acompañantes

4 febrero, 2016 By amarias 5 comentarios

Desde el año 2000, cada 4 de febrero, se celebra el Día Mundial del Cáncer, por iniciativa de la Asociación Internacional de la que AEEC es miembro. Los enfermos de cáncer no tenemos necesidad de que nadie nos recuerde esa fecha, porque, para nosotros, cada día que pasa nos sirve de permanente recordatorio de que nuestro cuerpo tiene vidas propias.

Por eso, y como lo habitual es publicar Decálogos, Consejos y Recomendaciones para quienes están padeciendo tumores de variada índole, yo quiero contribuir con algo no tan habitual en la literatura oncológica: Una guía para acompañantes de Enfermos de Cáncer. Dedicada a cónyuges, parejas de hecho, amigos -íntimos o no-, familiares, compañeros de trabajo, y, por qué no…también a facultativos, enfermeras, y personal administrativo y de toda índole de los centros de tratamiento.

Guía básica para Acompañantes de Enfermos de Cáncer

Recomendaciones:

Primera.- Mentalícese que ha adquirido Vd. la categoría inesperada de Acompañante. De acuerdo con su relación con el paciente, deberá graduar sus intervenciones. Pero, en cualquier caso, no sobreactúe. La sensibilidad de los enfermos de cáncer ha quedado, se lo manifiesten o no, tocada en los elementos de susceptibilidad, filosofía acerca de la vida, sentido de temporalidad, afectividad y contingencia.

Segunda.- Evite preguntar al enfermo cómo se encuentra. Piense que no es agradable contestar una y otra vez a la pregunta de “¿Qué tal? ¿Cómo lo llevas? ¿Te duele mucho?”. Son las cuestiones habituales que los acompañantes no avisados -en especial, los que no viven su día a día- realizan, con la mejor intención, cuando se topan con el enfermo, lo llaman por teléfono o le envían un mensaje con un emoticon o varios. Es mucho mejor que lo compruebe sin preguntas, y trate de derivar la atención hacia temas distintos de la enfermedad. Está hablando con un ser humano, que puede estar sufriendo, y mucho, pero, salvo casos raros, no le gustará tener presente que se ha convertido en un foco de atención inesperado, no por sus valores, sino por su enfermedad.

Tercera.- No le cuente historias de amigos, conocidos, o del yerno de un quiosquero que conoció hace años, que sobrevivieron “al mismo cáncer”. Primero, porque no es apetecible escuchar cuentos sobre desconocidos. Segundo, porque cada cáncer es distinto, y también cada paciente: imagínese el efecto que produce el decir a un enfermo de cáncer de próstata que su vecina ha superado un cáncer de mama similar. Tercero, y muy importante, porque la medicina y los tratamientos oncológicos han evolucionado de manera brutal en los últimos dos o tres años. Mejoran cada mes, cada día.

Cuarta.- Internet proporciona mucha información, y es seguro que Vd., aunque sea un conocido distante del enfermo, ha mirado cuestiones relativas a tratamiento, historias de pacientes y centros prestigiados, que está deseoso de emplearlos a la primera ocasión con el paciente. Olvídese. El mejor equipo médico, el mejor tratamiento, el centro más prestigioso, es el que atiende al enfermo de cáncer que Vd. conoce. No cree la mínima distorsión sobre el mensaje que está recibiendo su amigo, familiar o conocido. ¿Le gustaría a Vd. que le dijeran, después de haber comprado un coche de cualquier marca, que se ha equivocado y que ha leído en internet que el mejor de ese tipo y prestaciones es otro que no se fabrica en España? Además, ha de saber que los planteles médicos españoles son magníficos, se hallan reputados en el extranjero entre los más prestigiosos del mundo y están, cómo no, a la última, con experiencia apreciable entre los mejores. Y los materiales y equipos de que disponen -especialmente la Seguridad Social- son de primera.

Quinta.-Si su proximidad o la atención que desea dispensar al paciente le lleva a acompañarlo a una visita al oncólogo, en la que se le vaya a pautar el tratamiento o comentar los resultados de los análisis, esté especialmente atento a lo que se les diga, y tome nota si es preciso. A pesar de la apariencia de entender lo que se le está diciendo y de que se halla asimilando lo que se le cuenta, es muy probable que no sea así, y el enfermo haya olvidado, al salir de la consulta, si las pastillas debe tomarlas antes o después de cada comida, por la mañana o a la noche, disueltas en agua o tragadas enteras. Es posible que ni siquiera recuerde la información que se le haya dado sobre la enfermedad, las citas próximas o, aún peor, que se haya imaginado algo distinto, debido al filtro o la distorsión creativa con la que, mentalmente, interioriza lo que se refiere a su tumor. Por ello, su función como recordatorio de lo que se le ha expresado por el facultativo y, en su caso, como controlador a posteriori de que el mensaje y directrices serán cumplidas, es fundamental: para tranquilidad del paciente y como garantía del exacto cumplimiento de las prescripciones.

Sexta.- Parecerá elemental, pero la intensidad de la actuación con el enfermo de cáncer y su compromiso personal con él, depende de múltiples factores: su grado de afinidad, la edad del paciente, su formación (la suya y la de él), y, por supuesto, el interés que le muestre el paciente porque le dedique atención especial. No deje, sin embargo, que la enfermedad del otro le arrastre a Vd., porque su fortaleza ha de permanecer como referencia para que el paciente no pierda la suya. Si se trata de un niño, y Vd. es el padre o la madre -o un abuelo, o alguien realmente muy próximo y con el que el menor tenga gran confianza anterior-, distráigalo, protéjalo del entorno que para él ha de resultar especialmente más duro que para un adulto, y trate de que no pierda el contacto con sus compañeros y mejores amigos. En este caso, no importa tanto que hablen de la enfermedad, porque el niño con cáncer podrá presentarse como héroe, como algo distinto, y, de todas maneras, los niños tienen una gran capacidad de superación y adaptabilidad y, por los limitados conocimientos respecto a la enfermedad y el tratamiento, la conversación derivará rápidamente hacia temas comunes. Si el paciente tiene más de diez años (o así), y aunque sea menor -ya sabe que la mayoría de edad desde el punto de vista médico y no solo civil se alcanza a los dieciocho años, aunque la clasificación clínica hace referencia a que el organismo no está plenamente formado-, deberá responder a sus preguntas y explicarle el tratamiento a que está sometido con claridad y sencillez adecuada a la edad. Debido a que el cuerpo está en transformación, la agresividad del cáncer puede ser mayor, los cambios más rápidos. Consulte al especialista a la menor duda, no improvise ni invente.

Séptima.- Esté preparado para un deterioro de la relación personal, quizá a un pasajero disentimiento con el paciente, en particular, si la enfermedad se agrava o el tratamiento se prolonga. Tenga en cuenta que la tensión emocional sobre un paciente que, quizá, intuya, imagine o reconozca que el cáncer no está siendo dominado o lo está siendo más lentamente de lo que se esperaba, es muy alta. Y Vd. será la válvula de escape idónea, por proximidad y, también, por afecto. Resulta doloroso para el familiar próximo -la pareja del enfermo, sobre todo- tener presente que los últimos meses de la vida de su ser querido han sido de desencuentro, de torpeza en el entendimiento recíproco. Para no martirizarse después ni hacer más duro el trámite final del paciente que no ha podido curarse, sea excepcionalmente indulgente. Y si, como será lo normal, el paciente se cura -nunca del todo, pues un enfermo de cáncer es típicamente crónico- dése la enhorabuena por haber superado con éxito la trampa afectiva.

Octava.- En las salas de espera (y son muchos las pruebas, análisis y procedimientos de examen y control a los que los avances técnicos someten a los pacientes oncológicos), en esos momentos destinados a perderse en la nada desde que su familiar o amigo ha sido llamado para que pase a someterse a la radiografía, la densitometría, la gammagrafía, las tomas de sangre, la implantación del catéter, las punciones, la operación, etc., en fin, para cada tratamiento en que Vd. no pueda acompañarlo hasta la sala de intervención, le sugiero que hable con otros acompañantes. Además de que siempre es agradable hablar con quien se encuentra en la misma situación -¡la de acompañante!-, le ayudará a pasar mejor el rato y se sorprenderá de la humanidad y sensibilidad que desarrolla la convivencia con el dolor, aunque sea de otro…de otro al que se quiere.

Nueve.- Todos agradecemos, en cualquier circunstancia y lugar, las manifestaciones sinceras de afecto, de interés, de admiración o cariño. No desaproveche la ocasión de decirle al enfermo de cáncer lo que piensa, en positivo, de él/ella. Les ayudará a ambos, pero, claro, mucho más al que sufre. Esta sociedad  tiene escasa o nula inclinación a reconocer méritos al otro, y, por ello, suele conceder homenajes preferentemente a los difuntos o, si a vivos, los dota de ribetes florales que parecen más propios para ensalce de panelistas que como manifestación de devoción ajena. El acto de homenaje puede ser una reunión familiar, o una pequeña fiesta de amigos, no hace falta pensar en organizar una cena de reconocimiento de servicios, o en un acto público con discursos y medallas en el que se glose la trayectoria profesional, ¡la vida no ha dado a todo el mundo las mismas oportunidades, pero seguro que la inmensa mayoría hemos pretendido aprovechar las que tuvimos y estamos orgullosos por ello!.  Por supuesto, no tiene que tener el aire de una despedida. Se trata de ayudar al enfermo con ánimos de pronta recuperación, no hacerlo caer más profundo en el temor -siempre subyacente, aunque no se reconozca o se trivialice- a una separación definitiva.

Décima.- No se sobrecargue de obligaciones ni compromisos frente al paciente. No se entregue al síndrome del rescatador de quien está a punto de ahogarse, y, sin entender su posición, tanto en ejercicio de su libertad como de su posicional superioridad, acaba siendo víctima con él. Por ello, debe tener, cuando antes, un soporte alternativo, una segunda opción que le pueda dispensar en suficientes momentos de prestar la atención que le demanda el enfermo de cáncer. Mientras dure el tratamiento, serán muchas las visitas al centro oncológico, algunas significarán períodos de estancia más o menos largos -quizá internamiento después de una operación-…muchas horas perdidas/entregadas de su trabajo y tiempo libre. Búsquese unos cuantos cómplices que, habiéndose mostrado realmente dispuestos (sin falsas cortesías de “cuenta conmigo”, “llámame si me necesitas”), le ayuden a trasladar al enfermo, acompañarlo en su lugar algún día, visitarlo de vez en cuando, etc. No los sobreutilice, espacíe con discreción sus intervenciones, pero úselos.

Si esta Guía le sirve, estimado y desconocido Acompañante de Paciente Oncológico, estaré encantado de haber contribuido a clarificar algunos aspectos no siempre tratados o conocidos de la vida en el entorno del enfermo de cáncer. Una vida que deseo sea larga, exitosa, fructífera, para todos aquellos que, como yo, han sido diagnosticados de ese tumor que el sentir popular no ha desposeído aún de sus aviesas connotaciones, pero que cuentan, como es mi caso, de personas muy próximas, que lo quieren, y que quieren ayudarlo, como un tratamiento adicional al puramente médico, a superar la enfermedad. Sed fuertes, pacientes y acompañantes. Sedlo, porque, creyentes o no, en lo terrenal tenemos solo esta vida, y nos corresponde pasar sus vicisitudes con dignidad, fortaleza y, para lo que pueda servir, dando ejemplo.

 

Publicado en: Medicina, Personal Etiquetado como: acompañante, aeec, cáncer, decálogo, dia mundial, enfermedad, enfermo, guía, médico, oncología, oncólogo, paciente, tratamiento

Mi Diccionario desvergonzado: licor, vientre, colador, caderas, pájaro, ése, enfermedad

5 septiembre, 2014 By amarias Deja un comentario

Colador.-1. Coladero, oposición amañada de la que se han divulgado las respuestas al test; . 2. Portero de una discoteca que deja pasar a las menores de edad, cuando están acompañadas de amigos de su parte. 3. Especie de taza metálica con muchos agujeros con la que las madres eliminaban la nata de la leche y la pulpa de las naranjas exprimidas para obtener su zumo, y que se ha vuelto inservible al ofrecerse ambos productos en tetrabrick, aunque aún puede encontrarse, y de diversos tamaños, en los establecimientos regidos por chinos, siendo muy empleado por artistas decoradores para algunas ridículas creaciones.

Enfermedad. 1. Situación del ánimo que es utilizada para disculpar la ausencia del trabajo por parte de un funcionario o asimilado. 2. Si es larga y penosa, explicación normalizada del proceso que ha conducido a una persona a su muerte reciente. 3. Cualquiera de las agresiones de la naturaleza sobre el organismo humano, tanto a lo físico como a lo síquico, que tienen por objeto, normalmente fallido, poner de manifiesto nuestra vulnerabilidad, mensaje que se desprecia ante la fortaleza de su antagónico, el carpe diem.

Ese. 1. Forma de referirse por un envidioso a un colega, a quien se pretende menospreciar,  ante aquellos que le tienen aprecio. 2. Sustituto improvisado del nombre de una persona, que no se recuerda momentáneamente en el relato que se está haciendo , recurso insuficiente para  ocultar que ya se está siendo víctima del Alzheimer.

Pájaro. 1. Cualquiera de los animales a los que se observa en situación de volar, desde los buitres a los murciélagos; quedan, por tanto, excluídas las gallinas, los patos de granja a los que se hayan cortado las alas y las avestruces, que son, además, conocidos por su propio nombre. 2. Individuo que se aprovecha de la inocencia de los demás en su beneficio, visto por quien no lo sufre con cierta simpatía. 3. Manera de designar a las avionetas en vuelo, por padres a sus hijos pequeños, para despertar en ellos la desconfianza respecto a todo lo que se les diga.

Licor. 1. Bebida que se ofrece en los restaurantes luego de una comida mediocre, elaborada mezclando aguardiente barato con cualquier otra sustancia, y por la que el camarero espera movilizar los ánimos del que paga para mejorar su propina. 2. Ofrecimiento que se hacía a los sacerdotes y las señoras de edad por parte de los anfitriones de la casa a la que habían acudido de visita, como señal de que ésta se estaba prolongando demasiado.

Vientre. 1. Zona del cuerpo humano que se moviliza prestamente cuando se toman almejas, navajas u ostras en cantidad en un bar sito en un antiguo puerto de mar, y que manifiesta con vómitos y diarreas lo que se ha dado en llamar dolor del mismo. 2. En las mujeres, piel comprendida entre los pechos y las ingles, con excepcional capacidad de estiramiento durante el embarazo y la menopausia, etapa esta última, de la que ya no recupera su estado anterior; en los hombres, este mismo espacio se llama estómago y no está relacionado con el embarazo ni con la pitopausia, sino con la ingesta excesiva de cerveza y el sedentarismo.

Caderas. 1. Hueso cuya especial fragilidad se pone en evidencia en la tercera edad, porque se rompe fácilmente al caer de culo, por lo que suele ser necesaria una operación para introducir una prótesis en la cabeza del fémur. 2. Perfil del cuerpo de la mujer, visto de frente o de espaldas; sin embargo, los varones son proclives a fijar su atención solo en el trasero. 3. Manera genérica con la que las mujeres de cierta avanzada edad, que aún presumen de mantener encantos, se refieren, mencionándolas en sinécdoque –la parte por el todo-, a la presunta necesidad de adelgazar unos cuantos kilos, actuación que asumirán con empeño varias veces al año, estableciendo un régimen estricto al que obligarán a sus parejas .

(continuará)

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Cuento de primavera: La comisionista y el tendero

31 mayo, 2014 By amarias Deja un comentario

En la misma calle en que habito, tiene su comercio abierto un tendero. El rótulo que está colocado sobre la puerta, debe corresponder a la actividad desarrollada por el propietario anterior, ya que en él se lee Peluquería. Y este tendero parece estar dispuesto a vender de todo pero no a cortar el pelo.

Desde hace varios meses, sigo con interés y curiosidad  la evolución de su negocio. Incluso se su nombre: Armadendo Contritio, porque, la semana pasada, en uno de los cajones de cartón que se amontonaban a la entrada de su negocio, leí ese nombre, la dirección correcta y la naturaleza del peculiar establecimiento. “Armadendo Contritio S.L., calle de las Delicias s/n, Especialidad en Placebos y Sustancias con Propiedades Terapéuticas Imaginarias.

En realidad, podía haber supuesto la singular naturaleza de lo que era el objeto de comercio para Armadendo. Yo mismo, recién abierto el mismo al público, debí haber sido uno de los primeros clientes. Recuerdo perfectamente la conversación.

-Buenas tardes, me alegro de que el barrio tenga por fin alguna actividad nueva. Aquí no hacían más que cerrarse negocios -fue mi introducción, mientras curioseaba por las estanterías, en las que apenas descubría mercancía, pues estaban prácticamente vacías.

-¿Qué busca? -fue la escueta y directa interpelación del tendero, sin levantar la vista de una libreta en la que estaba anotando algo.

-En realidad…-iba a decirle que había entrado solamente para saludarlo como nuevo vecino, pero, finalmente, descubrí, en la esquina de uno de los estantes, un bote en el que se podía leer: “Melaza repelente de parásitos intestinales”, lo que me llamó la atención y cambié mi propósito sobre la marcha- Quisiera una Melaza contra los parásitos del intestino.

-No se qué es eso -casi me escupió el propietario del negocio, ajeno a mis evoluciones por el local.

Creyendo que el hombre no sabía aún exactamente ni lo que tenía expuesto para la venta, tomé el bote, y lo puse sobre el mostrador.

-Me llevaré esto -le indiqué, con una sonrisa que pretendía ser de complicidad.

-Son cincuenta céntimos -me aclaró, y, mientras recogía la moneda que le tendí, envolvió la lata en papel de estraza, dándose muy poca maña. Después, ató el paquete con un cordel de esparto y metió todo en una bolsa de plástico, que me ofreció, sin pronunciar más palabras.

Debo reconocer que me sorprendió el reducido precio que me cobró por aquel artículo, aunque, como no tenía ninguna referencia personal sobre la procedencia, naturaleza y contenido de la lata, admití que era correcto y que aquel nuevo comerciante del barrio estaba decidido a ofrecer productos con muy escaso margen, con el propósito de conseguir una clientela fiel.

Cuando abrí el artículo en casa, encontré que el contenido era una especie de mermelada que, por prudencia, y aunque me olía arándanos silvestres, ya que todas las indicaciones estaban escritas en una lengua que no conocía, me abstuve de probar, y se lo ofrecí, dada la obstinación con la que me lamía los zapatos, pidiéndome su parte, a mi foxterrier, que lo devoró, encantado.

Al día siguiente, y al otro, y al otro, pasé por delante del comercio y ví, con complacencia, que el interior iba llenándose de mercancía, hasta el punto que en el transcurso de una semana, todas las estanterías me parecieron ya atiborradas de productos. El tendero estaba en todas las ocasiones, de pie, a la entrada del establecimiento, con la misma o parecida libreta, tomando notas y más notas. Ninguna de estas veces advertí que en el local hubiera cliente alguno. Incluso, en muchos momentos, estaba cerrado a cal y canto, aunque se trataba del habitual horario comercial.

El hombre tenía un aspecto descuidado, realmente desaliñado. Aparecía, muchas veces, con el rostro preocupado y su ropa estaba sin planchar, los zapatos polvorientos y la mirada perdida.

Pero, un día, en uno de mis paseos, sí descubrí al tendero hablando con una joven -me pareció una mujer agraciada, vestida con una blusa y una falda que se me antojaron sugerentes-. El comerciante parecía entonces muy animado, y la muchacha tomaba apuntes en un cuaderno que llevaba, al que, por las apariencias, trasladaba con cuidado el contenido de las notas que le iba leyendo el hombre.

-Mañana mismo llegará el pedido -comunicaba aquella mujer, cerrando con lo que me pareció una evidente fruición, su libreta.

La escena se repitió varias veces a lo largo de las siguientes semanas, en sus dos versiones. El comerciante, si el local estaba abierto, permanecía a la puerta. Estaba siempre vacío de clientela . Si mi paseo coincidía con las últimas horas de la tarde, me la encontraba invariablemente tomando notas al dictado del extraño tendero.

La tienda se iba llenando de mercancía, que ocupaba ahora, no ya las repletas estanterías, sino gran parte del suelo. Un día, incluso, encontré que algunos productos estaban expuestos -o mejor dicho, simplemente, amontonados- ocupando parte de la acera.

-Buenas tardes -saludaba siempre, al pasar, al tendero.

Nunca me contestaba. Absorto, huido de todo lo demás, concentrado en quién supiera qué meditaciones.

En la acera empezaron a acumularse ya escandalosamente, mercancías y más mercancías, hasta el punto que los viandantes tenían, si no querían sortear las pilas de estrambóticos productos -desde plantas agostadas, frutas que se estaban pudriendo, cartones de productos contra la caída del cabello o estimuladores de potencia sexual, laxantes, chupetes para infantes, colirios,…hasta vinos espumosos e, incluso, libros de autoayuda-, debían aventurarse a pasar a la calle, para seguir su paseo.

Cuando supe, por fin (o así lo imaginaba), el objeto social de aquel singular negocio, cuyo erróneo planteamiento y evidente declive hasta el fracaso absoluto, eran manifiestos, guiado por mi formación de asesor empresarial, me creí en la obligación de exponerle al huraño tendero mi opinión sobre el asunto.

-Perdone mi intromisión -le expresé-. Veo que en su local no hace más que introducir nueva mercancía, aunque no me parece que tenga el éxito esperado. ¿Le va bien? ¿Es solo mi apreciación errónea la que me hace ver que está perdiendo dinero a manos llenas, con un inmovilizado que le está lastrando su economía?

El tipo, que estaba apoyado, como casi siempre, en la pared del local, entre los bultos dispares, me miró con unos ojos inexpresivos.

-¿Y a usted, qué le importa? -me espetó.

Me quedé helado.

-Desde luego, no mucho, porque la decisión es suya. Solo que me parece, por lo que tengo observado, que en este local solo entra mercancía, pero no sale ninguna.

-Pues ya lo tiene claro. Eso es lo que pretendo -me aclaró, si tal explicación fuera convincente, como, sin duda, a él le parecía.

Convencido de que el mercachifle estaba como una cabra, cuando ayer lo descubrí hablando con la joven, en la idéntica actitud que a ambos los relacionaba -la una, con su libreta de encargos, el otro, venga a aumentar la lista de pedidos invendibles-, seguí a la mujer y, cuando me pareció que estaba suficientemente lejos de la vista del orate, la abordé, con el propósito de afear su conducta.

Estaba convencido de que aquella mujer, comisionista o intermediaria de quién sabe cuántos proveedores de las más variadas naderías, se estaba aprovechando de la debilidad mental del mal comerciante.

-Le ruego que me disculpe por entrometerme. Vengo observando que usted es la proveedora de mercancía de la tienda de Armadendo. ¿No se da cuenta de que no consigue vender nada de lo que le compra a usted? ¡El pobre hombre no hace más que acumular cosas en su local, sin éxito alguno!

La joven, que se había detenido en su marcha, m observó con sus hermosos ojos azules, con una mirada angelical.

-¿Piensa que no me doy cuenta? -me replicó, asomando en su rostro una mueca de tristeza-. Lo se, pero no tengo otro remedio que actuar así.

-¿Qué me dice? ¿No tiene más remedio que expoliar a un débil mental, a un pobre loco? -le increpé, sin entender.

-Armadendo es un hijo único de una familia extraordinariamente rica. Su padre, un hombre de negocios con mucho éxito, ha fallecido hace meses y, dejó varias empresas en funcionamiento y este local. Está profundamente enamorado de mí y, para ayudarme, me compra todo tipo de cosas, garantizando así que, cada día, pueda obtener suficiente dinero para lo que necesito. -aclaró la joven.

-¿Es ese motivo para estafarle? ¡Lo que necesita ese hombre es ayuda médica y no de alguien que se aproveche del amor que, sin ninguna correspondencia, pueda sentir hacia alguien que se comporta con él tan injusta y dolosamente! -casi grité, llevado de un impulso de reproche que no pude contener.

-Armadendo no está loco, sino que es una bellísima persona. Ha de saber que él es mi esposo. Tenemos un hijo enfermo de una extraña dolencia para cuyos cuidados se precisa mucho dinero. Su padre nunca aprobó nuestra unión. No así, por fortuna, su madre, usufructuaria del local, que nos ama y está totalmente volcada hacia ese único nieto.

La joven, prosiguió:

-El problema es que mi suegro impuso en su testamento una cláusula perversa, y es que no podemos enajenar las empresas que posee. Por eso, cada día, simulamos vender las mercancías suficientes, procedentes de la producción de su emporio industrial, para garantizar que nuestro hijo tenga la ayuda médica que necesita. Ese es el cálculo que hacemos diariamente, y que, al parecer, a usted le intriga. No nos interesa venderla, sino lo que yo obtengo como comisionista. -la mujer hizo intención de mostrarme la libreta, pero renunció, dejando caer su pregunta- ¿Lo entiende ahora? ¿Sabe por qué hacemos lo que hacemos?

Mientras asimilaba la información, solo se me ocurrió decirle, desde lo profundo de mi corazón, en el que afloraba un aire intenso de simpatía hacia ella y de arrepentimiento por mi falsa elucubración.

-Creo que lo que ustedes necesitan es un buen abogado.

Y, pidiendo disculpas, despidiéndome de ella con un apretón de manos, crucé la calle, aprovechando que el semáforo tenía la luz verde.

FIN

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Cuento de verano: El Rey y la jauría

21 septiembre, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

Hubo una vez un Rey que se encontró gobernando en un país republicano, que es parecido a ser iglesia románica en territorio de talibanes o libro de meditaciones en un ring de boxeo.

Es obvio que, tratándose de una institución prestigiosa como la monarquía, tan antigua y con eficacia probada -con un alto porcentaje de éxitos, semejante al Plan Pons belleza en siente días-, entre otras razones, por hundir sus raíces en la conexión de la naturaleza humana con la divina, no se llega a una situación tan extraordinaria por culpa del Rey, sino de las circunstancias.

Los analistas de casos singulares estaban muy asombrados (realmente asombrados, se podría decir) de que el Rey hubiera consolidado una posición de devoción y respeto entre la mayoría de la población, siendo la tendencia oficiosa contraria a rendir cualquier tipo de pleitesía.

Pero así estaban las cosas: los capitostes de los órganos civiles, muchos de los cuales se confesaban abiertamente republicanos, prácticamente sin excepción, agachaban la cabeza en signo de sumisión, y, si eran del sexo femenino, hacían una graciosa genuflexión cuando coincidían con el en actos palaciegos. El pueblo llano le aplaudía a rabiar cuando el Monarca se dejaba ver en cualquiera de los muchos actos folclóricos a los que era invitado, para potenciarlos con su regia presencia.

Pasaba el tiempo, y el Rey se hizo bastante mayor, hasta el punto que casi todos los vasallos de su edad estaban jubilados, que era un invento para dar una patada afectuosa a los que cumplían cierta edad, y así, al parecer, dejar sitio a los más jóvenes. Solamente algunos banqueros y hombres de negocios, los sacerdotes más encapirotados de la tribu y unos cuantos gerifaltes de la política inactiva se mantenían férreos en sus puestos, envejeciendo en ellos, porque, tenían la sartén cogida por el mango de las prebendas, y no había quién se atreviese a decirles que eran mayores para hacerlo tan bien como antes, no fuera que… Lo que, en honor a la verdad, tampoco era fácil de probar, pues no estaba fácil hacerlo bien en un país en el que todo iba de mal en peor.

Al Rey, como a cualquier Monarca de los cuentos de verdad, le gustaba cazar, tener aventuras y hacer lo que le viniera en gana. Tenía mucho tiempo libre. Además de encontrarse constreñido por las circunstancias apuntadas de encontrarse en un país republicano, el poder de los monarcas había sido reducido con el paso de los tiempos a ser prácticamente simbólico, es decir, se limitaba a la gracia de imponer su retrato en la pared de los despachos, junto a las banderas y el crucifijo.

El Rey de nuestra historia tenía un hijo que era el Príncipe mejor preparado que vieron los tiempos, esto es, era el heredero destinado a ser lo que un monarca debe serlo en éstos. Lamentablemente, como ya quedó escrito, un Rey, especialmente en un país republicano, carece de funciones regladas, aunque es útil siempre que haya un intento de golpe de estado. Está por probar la eficacia de un Rey en caso de que alguna comarca se empeñe en independizarse, pues, hasta ahora al menos, los reyes clásicos de la Historia doblegaban a los díscolos e infieles, conquistaban tierras que incorporaban a sus reinos, y se casaban con los de su ralea, es decir, servían para lo contrario.

Se me olvidaba decir que este Rey, que había sido en su juventud un consumado deportista, especializándose en multitud de deportes -lo que le aliviaba de la tensión a que se veía sometido como monarca republicano-, contaba chistes y se esforzaba en ser uno de tantos, tenía el cuerpo -la carrocería, como el decía-, por culpa de la edad y los esfuerzos físicos, bastante fastidiado, y, cada dos por tres, muy especialmente en los últimos tiempos de su reinado, tenía que pasar por el quirófano para poner sus órganos, la que bien, nuevamente en orden.

Cada vez que se sometía a una operación, la jauría contestataria aprovechaba para difundir que tenía cáncer, o que estaba concomido por el Alzheimer, o incluso que le faltaba el sano juicio necesaria para representarla como es debido, y que, por tanto, debería abdicar en su hijo, llamado el Príncipe Encantador. Como los años no perdonan, entre tanto, el Príncipe se había convertido en un tipo maduro, y había mezclado su sangre azul con una plebeya, lo que, para algunos, era la prueba de que estaba convencido de que su padre sería el último Rey de la dinastía.

Así estaban las cosas cuando el Rey anunció, a través de sus palafreneros y portavoces reales, que va a someterse a una nueva operación de reparación. Como no abdica, dejó encargado a su hijo para que siga haciendo lo que el venía haciendo. Y la jauría contestataria aprovechó la nueva oportunidad para redoblar su furia, como corresponde.

Pero, como las cosas son como son y no como parecen, el Príncipe Encantador, por pura coincidencia, tendrá su oportunidad para consolidar su posición como Rey en el país republicano, e ir tirando unos cuantos años más. Ha llegado el momento de demostrar que la unidad del Reino depende de la gracia que los dioses conceden a sus representantes, que era lo único que faltaba por probar para poner el claro la necesidad de tener un Rey, al margen de lo que le apetezca a la mayoría.

FIN

Publicado en: Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado como: angel arias, cuentos de verano, enfermedad, mayoría, necesidad, operación, príncipe encantador, República, rey, separatismo

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