Alcaldesa,
Tengo que aclararle, no a Vd., sino a quien se asome a estas líneas creyendo ver el destilado de una oposición crítica a su talante personal, e incluso a su ideología política, que no voy por ahí. La he votado como alcaldesa, sin fijarme en los demás nombres que acompañaban su candidatura. También voté a Angel Gabilondo como mejor candidato, en mi opinión, a la presidencia de la Comunidad, e igualmente, sin parar mentes en el resto de nombres que figuraban en su lista.
Posiblemente que, de haberlo hecho, no hubiera votado a ninguno de los dos. Pero como creo que este país tiene arreglo si conseguimos eliminar la tensión entre generaciones y ponemos en circulación buenas ideas y no simplemente ocurrencias ocasionales, es por lo que emití mi voto de esa manera: un voto de confianza.
Las dudas respecto a que Vd. no pudiera controlar una candidatura tan variopinta, formada masivamente por personas llegadas de la oposición y la protesta sistemática -y no digo que les falten razones concretas, pero les sobran rencores difusos-, se me han ido confirmado con el tiempo. La alcaldía está colapsada, pasa el tiempo y las cosas no arrancan o se corrigen, porque no se toman decisiones.
No es problema suyo, entiendo, porque Vd. no tiene por qué tener Madrid en la cabeza, sino de que no se le trasladan los temas suficientemente estudiados para que se puedan valorar los pros y contras de cada posible actuación, y echar para adelante.
Madrid no puede presumir de ser una ciudad inteligente (smart city, como dicen los pedantes). Más bien, es una ciudad bastante cutre. Entrañable, pero cutre. No hay más que darse una vuelta por la Puerta del Sol o la Plaza Mayor, y asombrarse de la cantidad de personajes estrafalarios que se nos han colado por allí. Hay equilibristas imposibles, Mickey Mauses, guerrilleros del antifaz, carteristas a montón, tenderetes para majas y toreros en los que solo hace falta poner la cabeza…
Esa plaza podía estar en La Paz, en Lima, en Guatemala, Quito, o en cualquier pueblo de las américas con el desarrollo paralizado. No tiene nada que ver con la transmisión de una esencia culta, europea, de foro de encuentro entre personas para pasarlo bien. Desde luego, el centro de Madrid encuentra su complemento natural con tiendas de recuerdos confeccionados en China, imitaciones grotescas, comida para llevar de tres al cuarto y, eso sí, unos grandes almacenes en donde se puede adquirir de todo, como en cualquier lugar del mundo.
¿Se ha fijado Vd. o alguno de sus asesores -me han hablado muy bien de su hija, Eva Leira, que parece tiene una capacidad de observación excepcional- que, antes de que la manada de turistas se acerque al centro de Madrid, se distribuyen, cada mañana, los disfraces y las plazas que ocuparán las decenas de desarrapados que vestirán todo el día, bajo el atufante calor?
Allá, en los aledaños de las Plazas turísticas, se produce el trasiego en el que se reparten los avíos para desgastados cabezudos, se entregan las mantas que servirán para simular cabras tristes con cabeza de coco, se prepararán los ánimos para acercarse sin descanso a cada infante de paso, haciendo de Pocoyó, Goma Esponja o Popeye. Son ellos, los reyezuelos de la economía sumergida más miserable, los que moverán, quemando su energía por ganarse cuatro euros, los pesados carteles de espalda con el desazonador mensaje de Compro Oro o repartirán con insistencia indomable papeletas de Menú barato, que acabarán tiradas diez metros más tarde sobre el asfalto?
Se que no le parecerá bien, pero lo pregunto aquí, porque no le dirijo la cuestión a Vd.; en todo caso, no solo a Vd. ¿Le parece bien que decenas de jóvenes atletas, con sus saquetas de baratijas al hombro, se desplieguen una y otra vez por la zona, disponiendo con calculado orden sus mercancías falsificadas, actuando como gacelas temerosas que aprovechan los respiros más bien burlones, que les proporciona la vigilancia errática de otros tantos policías municipales? El espectáculo de sus alocadas carreras para salvar el pellejo de la posible incautación de sus mercacías por los guardianes del orden me mueve a tristeza profunda.
Porque Vd., que fue juez, sabe de las condiciones en las que se han autorizado la residencia de esos jóvenes venidos de las profundidades de África, atravesando desiertos y superando barreras de todo tipo. Los tenemos aquí como indocumentados, y no pueden trabajar legalmente, sin otros recursos económicos que lo que consigan de la venta de esas mercancías que les son entregadas en depósito por misteriosos distribuidores (iba a escribir mafias, pero quiero contenerme).
La reforma del art. 270 del Código Penal (Ley Orgánica 5/2010) ha rebajado las penas para quienes venden DVDs, CD y otras mercancías de falsas marcas en la calle con la fórmula consolidada de los top manta, añadiendo dosis de discrecionalidad judicial (el legislador no se atreve a tomar decisiones y traslada el ámbito de la responsabilidad del castigo a la judicatura). La pena es ahora de seis meses a dos años, y la multa de 12 a 24 meses, que podrá ser sustituida -atendiendo a las características del culpable y a la reducida cuantía del beneficio económico, por una multa de tres a seis meses o trabajos en beneficio de la comunidad de treinta y uno a sesenta días. Si el beneficio no excede de 400 euros, se castigará el hecho como falta, según el artículo 623.5.
Hay miles de manteros afectados por la legislación anterior, con antecedentes penales que les impedirán conseguir su permiso de residencia; más de un centenar están en la cárcel. Muchos miles , sin duda, andan por la ciudad y por España, emboscados, ocultos, huídos, como si esto fuera una selva.
El número de pobres en las calles, crece día a día. La mayoría, no son españoles. No me importa, desde luego, la nacionalidad, sino su situación de necesidad, la forma en qué tienen resuelto (siempre, mal resuelto) su modus vivendi. A la puerta de cada comercio de mínima entidad, hay un pedigüeño instalado; cada diez metros en las calles principales de Madrid, hay un tenderete con alguien que proclama su necesidad.
La pobreza visible es solo la punta de un iceberg de la miseria, no solo propia, sino del entorno: no pocas de esas gentes vienen, por supuesto, de otros países en los que lo estaban pasando aún peor y están aquí porque lo poco que reciben les compensa. Sin embargo, ¿debemos dejar que la situación se enquiste, mirar hacia otro lado, permitir que crezca o se emponzoñe?
En mi opinión, no. Encarar la cuestión con la intención de corregirla, esto es, superarla, eliminarla, exige, ante todo, tomar consciencia completa de la magnitud del tema. Cuántas personas están afectadas, con qué medios de subsistencia cuentan, en qué condiciones viven. Si tienen hijos, cuáles son las situaciones de escolarización e integración concretas. En todo caso, enterarse de cómo resuelven asuntos tan importantes -además de la manutención y la vivienda- como la de la salubridad, la asistencia médica, la previsión que se imaginan de su futuro personal.
No hay solución en dejarlos solos, a su aire.
Estoy convencido, porque quiero estarlo, que Vd. está preocupada en analizar y encontrar soluciones al problema de la creciente visibilidad de la pobreza en Madrid. Es una cuestión de imagen, sin duda. No veo que haya encontrado su equipo el quid del asunto, porque vamos a peor.
El tratamiento de la pobreza invisible o más oculta lo dejo, si le parece, para otro día, para tratarlo en otra carta.
Un saludo,
Angel, un ciudadano de Madrid